Читать книгу Sugar, daddy - E. M Valverde - Страница 5

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1. [samsung × hyundai]

Sede de Samsung, Japón.

Areum

—Cielo, sé amable con el hijo del señor Takashi. La colaboración dependerá de que os llevéis bien.

—No te preocupes, mamá.

Mi madre se metió en su despacho a zanjar el acuerdo colaborativo con el señor Takashi, un hombre de su misma edad. Faltaba por llegar el hijo, que llegaba veinte minutos tarde. Aquello era toda una descortesía en cualquier primer encuentro comercial, pero decidí no destacar demasiado sus carencias.

Me asomé a la ventana para hacer tiempo, mirando los infinitos edificios de cristal con cansancio. Suspiré, ¿por qué tenía que perder yo mi tiempo por gente incompetente?

Aunque en verdad no tenía tanto que hacer, toda la faena y documentos importantes los llevaba mi madre. Mi deber como hija única era ser la futura heredera de Samsung, estar presente en las reuniones y poco más.

El reloj en la pared marcó las 21:30, un horario laboral para nada decente. El chico todavía no venía y yo mañana tendría instituto. Pffttt.

Afortunadamente mi teléfono vibró, aportándome una chispa de dinamismo a mi burbuja empresarial

Kohaku

Ya me contarás mañana qué clase de pardillo es el heredero de Hyundai

21:27

Mañana te llevo a hacer vandalismo;)

[Foto sonriente]

21:27

Ah...lo que daría por irme a hacer cualquier gamberrada con mi amigo en vez de estar aquí.

No estaba ni mucho menos nerviosa por el encuentro, había hecho estas reuniones miles de veces con los hijos herederos. Por razones culturales cuestionables, todavía faltaban mujeres en el mundo empresarial, y era por eso que la mayoría de ellos se sorprendían al verme.

Algunos de los herederos más jóvenes a veces se llevaban impresiones incorrectas, y por ello ya había aprendido a sonreír lo justo y necesario.

—Buenas noches –una voz desarrollada irrumpió en el nocturno pasillo de ventanales, llamando mi atención.

A diferencia de otros muchos herederos de mi edad, este era un hombre joven, alto y unos años mayor que yo. Iba formalmente vestido, con accesorios en los dedos y el pelo desaliñado. Pero tenía esa típica sombra en los ojos, de aquella gente que no se ríe demasiado y que tiene ojos depredadores, que ni su sonrisa pudo ocultar.

Me habría gustado decirle que odiaba la impuntualidad, pero tenía que (fingir) ser amable.

—Buenas noches –le miré de soslayo, sin apartarme de la cristalera–. Mi nomb...–

—¿Por qué han dejado entrar a una colegiala aquí? –escupió con una sonrisa educada, con las manos en los bolsillos.

Oh. No solo se cree gracioso sino que encima me interrumpe.

Dejé pasar el hecho de que estaba todavía con el uniforme del instituto, de que recorrió mi cuerpo con un brillo raro en los ojos, también oscuros como el vacío.

—Mi nombre es Areum. So Areum –me presenté formal, tendiéndole una mano–. Este es mi edificio –me recordé.

—Takashi –estrechó mi mano con una seriedad tan bien cultivada que me puse nerviosa. Solo me dijo su apellido, por lo que supuse que no quería que le tuteara–. Bonito nombre –se mofó desde su altura, con cierta prepotencia y una sonrisa de mofa–, ¿es Coreano, verdad?

No os tengo que recordar la tensa relación postcolonial entre los japoneses y los coreanos, y tampoco era la primera vez que alguien japonés remarcaba mi nombre para sentirse superior.

—Sí es –me adelanté cuando vi que iba a hacer un comentario malicioso–. Nuestros padres nos esperan en el despacho, estaba esperando a que se dignase a aparecer –esperé a que se avergonzara, a que se diese cuenta de que era la heredera de Samsung y no cualquier niñata. Pero su mirada arrogante no cambió, sino que creció.

—¿Eres tú la niña de la colaboración? –se inclinó curioso hacia mí, inspeccionándome de forma intrusiva.

—¿Niña? –repetí, camuflando la molestia con sarcasmo. Me estaba subestimando, como todos.

Ignoré su descortesía porque no me quedaba otra, y saludé por décima vez en lo que iba de mañana cuando entré en el despacho sola, ambos progenitores ya sentados y discutiendo sobre la colaboración.

—Señorita So, un gusto conocerla por fin –el señor Takashi padre sacudió mi mano con cordialidad, y a continuación miró a su hijo con los ojos entrecerrados, como advirtiendo–. Le pagaré el psicólogo si lo necesita.

Asentí educadamente sin entender; parecía que ni su propio padre podía confiar en él.

El señor Takashi padre tenía una expresión amable de abuelito, no parecía un multimillonario, sino más bien tu vecino que se dedica a cuidar su jardín de tulipanes con cariño.

Su hijo era más bien todo lo contrario. Zapatos y pendientes Gucci de diseño extravagante, el pelo despeinado como si no le importase arreglarse para una reunión importante, y los dedos llenos de anillos vistosos. No le conocía, pero a primeras impresiones me generaba desconfianza. Cómo caminaba con sus zapatos negros, como si fuera el amo del lugar.

Siendo la viva imagen del derroche y del placer propio, algo tenía aquel hombre, desde luego.

—Areum, la sala está preparada, el papeleo también –mi madre señaló la puerta auxiliar en la misma habitación.

Caminé sin pensármelo dos veces a la tan familiar sala, con el chico pisándome los talones. Bueno, realmente no era un chico, era un hombre bastante desarrollado y bien formado. Sus cejas imponían bastante, pero intenté que no se notara. No es como si me fuera a comer.

En esa sala discutía los temas empresariales con el resto de herederos, y a menudo mis ideas tenían más trasfondo que las suyas.

—¿Tiene alguna sugerencia para la colaboración? –rompí el hielo bajando la pantalla de proyección, y me extrañé cuando tardó más medio minuto en contestar.

¿Estaba sordo o qué?

—¿Siempre eres tan directa? –cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra esta, las manos en los bolsillos y la lengua contra los dientes. No me habló de usted y me sentí inferior–. Porque de ser así podría ahorrarme un par de cosas contigo –sus brazos se marcaron cuando los cruzó, y una sonrisa turbia apareció en su masculina cara.

Ignoré el doble sentido de sus palabras, porque pensé que no podía ir en serio.

—¿No me va a hablar de usted? –incliné la cabeza a un lado, aumentando la batalla de poder con silencio. No me asustaban los hombres, y él no iba a ser el primero en hacerlo.

—No tienes mi edad, ¿por qué debería hablarte con honoríficos? –se sentó en el borde de la mesa frente a la pizarra digital, con las piernas abiertas y el semblante para nada amigable–. ¿No deberías de estar haciendo los deberes del instituto en vez de aquí? –se mofó, arqueando las cejas con fingida pena, casi con paternalismo–. Qué trabajadora...

¿Por qué no me veía como a una adulta a la que respetar? ¡Que era la heredera de Samsung, joder!

—Empezaré mi parte de la presentación, pues –le contesté sin perder las formas ya que así me habían criado, y volví mi atención al proyector para exponerle el esquema de mi idea.

Atrapé más de una vez su mirada inquisitiva en mis piernas descubiertas, e hice un esfuerzo por que no se notara mi incomodidad. Claro que más herederos habían mirado, pero desde luego no con tanto descaro.

¿Por qué me miraba así? Cualquiera se pondría nervioso.

Tiré del dobladillo de la falda hacia abajo, pero ya estaba a la altura correcta, mostraba lo justo. Por llegar a tiempo a la reunión, no me había dado tiempo a cambiarme el uniforme del instituto, todo para que luego él llegara impuntual y orgulloso en ello.

—¿No crees que deberíamos diseñar cámaras inteligentes en las esquinas interiores del coche? –propuso enigmático, sus dedos tamborileando secos contra la mesa, acompañando su voz ronca.

¿Qué ideas de mierda se le ocurrían? ¿Era este el heredero de la Hyundai? Porque sinceramente estaba preocupada por el futuro de su compañía.

—Definitivamente no... Sería un desperdicio de dinero y de mi tecnología –junté convincente las manos en un triángulo–. Ya está la alarma para avisar a las autoridades en caso de robo, ¿para qué desperdiciar dinero en eso?

Takeshi estalló en una risa contenida en la que pareció burlarse de mi lógica. No entendí nada, y no supe qué le parecía tan gracioso.

Se puso en pie, y en silencio, sus zapatos negros avanzaron hasta a la pizarra electrónica con una lentitud casi cruel. No reaccioné hasta que su altura me hizo sombra, y retrocedí cuando le vi a centímetros de mí.

¿Pero qué hacía invadiendo mi espacio personal así?, ¿qué iba a hacer?

Su cara quedó a un palmo de la mía, y aprecié de cerca sus rasgos severos disfrazados de piel suave y sana. Intenté mantener la calma, ya que tal vez solo se quisiera imponer, la masculinidad tóxica...

—Creo que está malinterpretado la situación... –susurré, encogida de hombros contra la pared.

—¿Cuántos años tienes, cielo? –preguntó condescendiente, apoyando la mano larga y anillada al lado de mi cabeza, encajándome en la pared–. ¿Dieciocho? –inquirió, con una sonrisa seductora que no pasé por alto. Hubo algo en sus ojos oscuros que me dejó prendada, pero también avergonzada.

—No se lo diré. Me tratará de inmadura solo por ser más pequeña que usted –concluí, desviando la mirada cuando sentí la cara caliente por el contacto visual; ¿qué me pasaba?–. Apártese.

—Me temía que dijeras eso –me miró de arriba a abajo hasta que me sentí terriblemente cohibida–. A los mayores nos gusta tener sexo de vez en cuando en el coche, grabar la experiencia. Es obvio que no tiene ni idea de eso, Señorita So –una de sus espesas cejas se alzó, sus nocivos ojos riéndose silenciosamente de mí.

Me acababa de llamar virgen en toda la cara

¿Por qué hablaba de sexo en una situación como esta?

—Pero el modelo que vamos a sacar es un coche familiar donde también van niños, no un prostíbulo con ruedas –espeté, intentando imponerme–. ¡Y le he dicho que se aparte! –en un arrebato de ansiedad, le di un manotazo a su brazo, desequilibrándole y aprovechando para salir entre la pared y su cuerpo–. D-Doy la reunión por acabada.

Sintiéndome patética e incomodísima, recogí mis apuntes lo más rápido que pude. Me forcé a desoír la pesada respiración a mis espaldas. No parecía muy contento, pero yo me seguía preguntando cómo podía haber tenido tan poco filtro y ser tan obsceno en la primera reunión.

¿Tal vez había sido mi uniforme? Era consciente del fetiche que algunos adultos tenían con eso, pero no era ni el momento ni el pretexto para eso. No era justificación.

Justo cuando me escabullí para abrir la puerta, una mano huesuda y esquelética se estampó contra la madera, cerrándola de nuevo. Me quedé paralizada, siendo consciente de que estaba detrás.

—No das nada por acabado porque el mayor aquí soy yo. No seas maleducada y ten una conversación cuando tu mayor te la pide ¿sí, cielo? –por primera vez me percaté de lo estricta que era su voz, como si no admitiera las opiniones de los demás. y también del calor que emitía su cuerpo–. No me gusta su exceso de autoridad, Señorita So...

Se me puso la piel de gallina cuando apartó mi cabellera tras mi oreja, y rozó mi hombro de forma innecesaria e intrusiva.

—¿Qué está hac... –enmudecí cuando me presionó contra la madera de la puerta, su cuerpo cubriendo el mío casi sin esfuerzo. Algo sólido se presionó contra mi espalda baja, y aunque sentí una angustia tremenda, tampoco hice nada para moverme–. Esto no está bien.

¿El heredero de la Hyundai era un adulto que no podía controlar su polla?, ¿de verdad la inmadura era yo?

—¿Y por qué no está bien, hmnn? –me susurró en el oído, con una voz tan claramente maliciosa, que comencé a temblar contra él.

Su cuerpo se sentía musculado y seguro contra mí, razón de más que me hizo sentir confundida. Y agradecí que estaba contra la puerta y así no podía ver mi cara.

—Está malinterpretado la situación, esto no es nada sexual –entrometió los dedos por debajo de mi falda, acariciando la piel–. Señor Takashi –atrapé su mano y clavé las uñas en el dorso como última advertencia–, creo que es suficiente.

¿Qué estaba haciendo?, ¿acaso mi mentalidad era un juego para él?

—¿Va a venir en uniforme a trabajar, señorita So? –me empujó más contra la puerta, haciendo que me callara–. Porque me ponen las chicas con falda y no creo que me pueda contener mucho.

—No me puede tocar así –me quedé inmóvil sin saber qué hacer, mareándome con los roces casuales que sus labios dejaban en mi piel.

—Pues ya lo estoy haciendo, Señorita So –uno de sus brazos rodeó mi cintura por diversión pura, y jadeé cuando me cortó la respiración debido a la brusquedad–. Tampoco estoy viendo que pongas mucha resistencia... ¿Acaso te gusta esta clase de toques? –tocó mi trasero por encima de las bragas, tan suavemente que no parecía una amenaza.

Sabía que esto era más que inmoral, pero el incendio de mi vientre comenzó a crecer con la fricción de su erección en mi trasero.

No, ¡mierda! ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba así?

—No... –no solté su muñeca ni abrí los muslos, y con toda calma trasladó la mano a la parte delantera, subiendo la senda prohibida hacia mi intimidad–. Voy a gritar si no se aparta –dije, hiperventilando contra la madera–, ¡n-no pienso tolerar que me acose en mi propio edificio! –desesperada y en conflicto mental, le clavé las uñas hasta hacerme daño yo misma.

¿Y si ya había entrado aquí con la idea de tocarme cuando estuviéramos solos?

—No sé cuántas veces he oído eso... –desenterró mis uñas de su piel rota con una fuerza que no esperaba, y habló anormalmente calmado–. ¿Te ha parecido una buena idea hacerme eso?

Aprisionó mis muñecas en mi espalda y me empujó con impaciencia contra la puerta. Grité debido al golpe seco contra mi mejilla, con el poco cuidado que había tenido.

—No puede hacer esto. ¡Avisaré a mi madre!

—¿Para qué, cielo? –su mano libre acarició mis clavículas por encima de la blusa, y el contraste suave me desconcertó–. Solo atraerá a la prensa en un escándalo que no nos beneficia a ninguno de los dos. ¿Para qué quieres un escándalo sexual en tu inmaculado expediente cuando te lo puedes pasar bien conmigo? –lamió el cartílago, poniéndome los pelos de punta–. Además, aquí no creerían a una adolescente coreana –se río en mi oído, subiendo los dedos a mi cuello y rodeándolo–. ¿Para qué vas a gritar, eh?

Si esto salía a la luz, no solo sería una verdadera vergüenza para mí, sino que arruinaría la colaboración estimada en millones, y también la reputación de la empresa, la de mi madre...

—Quiero que sepas que no me gusta repetir las cosas –me dió la vuelta con la mano en mi cuello, e hice mi mayor esfuerzo por no mostrar que estaba asustada–. Si te hago una pregunta, la respondes al instante.

Guardé silencio, analizando sus facciones rectas y masculinas. No debía de tener más de veinticinco años, pero ya había alcanzado un atractivo físico que justificaba su extraña aura autoritaria.

¿Qué clase de heredero era él?, ¿por qué era tan abusivo?, ¿qué me iba a hacer?

—¿Es así de poco profesional con todas las herederas?

Mi comentario pareció hacerle gracia porque elevó una comisura de sus labios rellenos. Me sentía como un juguetito.

—He preguntado yo primero, ¿vas a gritar? –dio un apretón opresivo, y me quedé tiesa cuando sentí su respiración contra mi cuello.

—No.

—Muy bien, nena –me apremió con un tono de voz denso y sugerente, y noté mi cara roja como un tomate, porque me gustó–. Corregiré su exceso de autoridad, Señorita So, no se preocupe. Me gustan las chicas obedientes y no parece una. Va a ser todo un reto, especialmente siendo coreana.

Al decir lo último, me apretó la garganta con firmeza, como si me fuese a ahogar, y le miré con los ojos aguados, totalmente humillada y mentalmente colapsada.

—No me mires así, nos lo vamos a pasar muy bien, ya verás –sus ojos se dilataron, y no pude decir nada porque me quedé totalmente muda frente a su preciosa cara–. Takashi –remarcó, dando un toque final en mi nariz con la yema del dedo–, Señor Takashi. Acuérdate de ese nombre, nena. Lo vas a usar mucho.

Sugar, daddy

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