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5. [un café bien cargado]

Areum

Sabía que si me quedaba “enferma” en casa iba a rememorar la tarde anterior, y al menos en el instituto estaba con Kohaku y me distraía.

Y aunque tampoco le quería mentir a mi mejor amigo, no pude explicarle lo que me pasaba por la cabeza.

—¡¿Quieres que te parta las piernas, pedazo de gilipollas?! –¿Kohaku estaba gritándole a alguien?, pensé, ¿con lo bueno que es él?–. Ari, ¿te encuentras bien?

Su voz de preocupación reverberó a mis espaldas, y estaba tan anímica, que me daba igual que una pelota de fútbol me hubiese hecho caer al cemento del patio. Notaba la picazón de la rodilla ensangrentada, pero tampoco me molestaba.

Tenía ganas de llorar pero lo contuve, y aunque Kohaku se pensase que era por la rodilla, era por otra cosa, por otro alguien.

—Areum, levántate –me cogió de la cintura con cuidado, y me mordí el labio casi hasta el punto de sangrar cuando el viento sopló directo en mi herida–. Vamos a la enfermería.

Me hizo pasar un brazo por sus hombros para poder caminar, y me tensé cuando tiró sin querer del pañuelo de seda que todavía no me había quitado del cuello.

—Cuidado Kohie –le advertí, ciñendo el pañuelo–, tengo frío.

...

—¿Eso que oigo son suspiros somnolientos? –una voz grave acarició el tímpano de mi oído con sigilo, y me tranquilicé cuando recordé que estaba con Kohaku..

—¿Y tú has puesto voz grave a propósito? –inquirí, inspeccionando los quehaceres en el patio del instituto; todos los alumnos almorzando, y algunos curiosos mirándonos.

Ignoré las miradas y me centré en la pequeña zona de jardín donde Kohaku y yo estábamos, él recostado en el árbol y yo en su pecho. Era un gesto ambiguo entre amigos y propio de pareja, pero lo cierto era que me importaba una mierda.

—Relaja la mirada, fiera –Kohaku me cubrió los ojos juguetonamente bajo sus plácidas manos, y me movió la cabeza en un suave círculo, para que destensara–. Podemos hundirles las acciones en bolsa, no hay necesidad de fulminar con la mirada.

—Últimamente estoy un poco paranoica –bajé sus manos–. Desde que mi madre llamó el viernes que estábamos de fiesta... –dejé caer los párpados, acordándome de las fotos que Takashi había hecho.

—¿Qué?

—Siento que nos observan.

¿Y si Takashi también podía acceder al instituto?

—Ari, de verdad necesitas relajarte. Compaginar la empresa con el colegio es jodido, y no me extraña que te esté dando un chungo cerebral por el cansancio –su cara apareció por el lateral de la mía, dándome un apretón con sus brazos–. ¿Quieres que te dé un masaje antes de volver a clase.

Asentí y me puse recta, a pesar de que eso significase dejar el seguro pecho de Kohaku. No lo llamaría exactamente hogar, pero desde luego era un lugar seguro.

—Te tienes que estar muriendo de calor con esto –no entendí sus palabras hasta que noté un tirón en la bufanda, sus dedos ya maniobrando para deshacer el nudo.

—¡No! –me aferré a la bufanda y me levanté automáticamente del césped, como si tuviese un resorte en el trasero. Kohaku se levantó, esperando en silencio una respuesta por mi anormal comportamiento–. Es que de verdad tengo frío –mentí seria.

—Estamos a 29 Cº –la sospecha nubló sus ojos. No tenía razones para desconfiar de mí ya que nunca le había mentido; hasta esta semana complicada.

—¡Creo que estoy comenzando a resfriarme! ¡No te preocupes!

Si hacía sospechar a Kohaku de lo de Takashi, algo me decía que saldría muy mal. Aunque no supe hasta qué punto escalaría aquello...

...

—Joji, ¿a dónde estamos yendo? –pregunté confundida, tras dejar atrás el edificio Samsung.

El joven chófer no desvió la mirada de la carretera ni un solo segundo, y la luz nocturna engullía el coche en el que íbamos.

—Al edificio Hyundai, Señorita So –su pendiente se movió con el suave giro del volante, mis ojos desamparados al oír sus palabras. ¿Al edificio del Señor Takashi...? ¿Pero por qué?–. Su madre no me ha dado más instrucciones excepto llevarla hasta allí, debería hablarlo con ella cuando llegue.

Y eso fue lo que hice.

Detesté cada hilo de la alfombra roja que me recibió a las puertas del edificio, las letras rojas estratosféricas del logotipo, la iluminación moderna del infierno de Dante. Rojo, rojo, rojo.

Parecía que aquel hombre tenía una pasión por ese visceral color. Una pesadilla con sonrisa bonita de mirada seductora y engañosa.

Para mi mala suerte, mi madre estaba tomando un café con el señor Takashi padre antes de comenzar a trabajar, por lo que me senté en la mesa más apartada de la cafetería.

—Areum, Kaito ya debe de estar arriba –se me hizo raro escuchar su nombre y más de la boca de mi madre, ¿era yo la única tonta que solo le llamaba por su apellido?–. No le hagas esperar –se paseó brevemente por mi mesa, mirándome desde arriba.

—Pero mamá, ¿por qué estamos en la sede de Hyundai? Hoy la reunión estaba organizada en nuestro edificio –me sentí como una niña pequeña cuando mi madre alzó una ceja, con cierto aire de superioridad. A veces mi propia progenitora se sentía como un completo desconocido.

—He tomado la decisión de perpetuar las reuniones aquí, es menos jaleo de transporte y horarios. Además, es mucho más viable transportar el material de Samsung que los coches de Hyundai, nuestros técnicos harán las pruebas aquí.

Eso significaba que me quedaba aquí por seis meses, cinco días a la semana en ese infernal despacho vertiginoso, cuatrocientas ochenta horas con Takashi... ¿Qué podría salir mal? (Nótese el sarcasmo).

El ascensor me dejó en el veinteavo piso, y subí el pequeño tramo de escaleras hasta dar con la puerta al inframundo del piso veintiuno. Me armé de valor y toqué con los nudillos la madera de cerezo, y su severa voz me gritó desde dentro que esperase.

Eran las 21:45, y como siempre, se le daba genial atrasar las cosas un cuarto de hora. ¡Mejor, así le veía la cara menos y antes me iba a casa! Si por mí fuera, me quedaba sentada afuera una hora y media más.

Le mandé un simple mensaje a Kohaku preguntándole qué tal iba, ya que estaría acabando de trabajar en Apple. Creo que más que preocupación por él, fue más bien una forma de evadirme de mi situación actual.

Recordé el táper que me había dado con cerezas, para los días en los que no nos daba tiempo a merendar juntos.Y hoy era un día de esos.

Justo cuando me acerqué la cereza a los labios, recordé cómo él mismo me la había intentado dar la otra tarde, y sonreí en el peor momento.

La puerta de enfrente se abrió, revelando dos figuras: una que no quería ni mirar y otra desconocida. A estaba despidiendo a B, y parecían ser amigos por las palmaditas íntimas que se dieron en la espalda. Qué raro que tuviese amigos.

Me comí más cerezas para mitigar la ansiedad y el nudo que se me formaron en el estómago, atrayendo la mirada de los dos hombres con el movimiento.

Levanté la mirada lentamente cuando se formó un silencio sepulcral importante. Me encontré a los dos sonriéndome, el desconocido de forma amistosa y Takashi de forma sombría.

—Soy Yoshida Hiroto, de Nespresso –la cara nueva me tendió la mano, y unos hoyuelos suaves enmarcaron una sonrisa ya de por sí perfecta. Me levanté apresurada y empujé la cereza a una de mis mejillas, no importándome la posibilidad de parecer una ardilla. Él al menos sí me decía su nombre.

—So Areum, encantada –le sonreí de forma profesional, pero se me escapó un poco de coquetería cuando sacudimos las manos. Era muy guapo, y no me importaría para nada hacer una colaboración Samsung × Nespresso, aunque las empresas fuesen incompatibles.

Noté como a Hiroto se le fueron los ojos al táper que sostenía, y le ofrecí una cereza.

—¿Quiere? –le tendí el recipiente, e hizo una reverencia con la cabeza antes de coger una.

Takashi nos miraba desde el marco de la puerta, con una sonrisa meramente de cortesía, ya que debajo de esta, se moría de anticipación por que entrara a su maldito despacho.

Escupí el hueso de la pequeña fruta en una planta cuando ninguno miró, e inevitablemente Hiroto se fue. Takashi salió al pasillo para sostenerme la puerta con petulancia, su alta figura casualmente estirada.

—Las damas primero.

Me crucé de brazos permaneciendo estática, mirándole con soberbia. No me importaba entrar primero, ¿...pero darle la razón? Eso sí que no.

—¿Buscando problemas, Areum? –apretó los dedos en la madera, su lengua jugando nerviosamente en su comisura antes inspeccionar mi cuerpo cubierto–. Veo que no llevas el uniforme... –que dejara la frase en el aire me puso nerviosa, y tras unos segundos más, su mirada cambió, como si le hubiera desafiado–. Entra, no te lo vuelvo a repetir –mantuve mi posición, pero se cansó y me arrastró al despacho del brazo.

—¡Que no me toques! –me zafé de él, mirando con rabia cómo el brazo que había frotado con la esponja la noche pasada, ahora volvía a estar contaminado.

—Acabas de llegar, no me vaciles y siéntate –cerró de un portazo–. No me quieres enfadar, te lo advierto –echó la llave y se la llevó consigo a algún cajón perdido de su escritorio. Me hizo un gesto con los dedos para que me acercase a él, como si fuera un puto perro al que ordenar.

Busqué en mi mochila los papeles que había traído, y los dejé sobre la superficie de madera pulida con cuidado.

—Es el software del sistema de navegación –murmuré automática la información sobre el GPS, y Takashi reventó en una sonrisa.

—Lo leeré después –hizo la pila de papel a un lado, infravalorando mi trabajo durante la medianoche, ya que apenas había dormido por eso.

—No, lo vas a leer ahora –todavía no había tomado asiento, por lo que estaba más alta que él. Vi cómo le molestó que le diese una orden, pero yo era igual de dictatorial que él cuando me enfadaban.

Alzó una ceja, escéptico antes de ponerse en pie y hacerme sentir menos, su cuerpo estático frente a mí.

—He dicho que te sientes –dijo calmado e inclinado sobre el escritorio–. Tengo fotos comprometidas de ti, ¿de verdad piensas que te conviene desobedecer?

¡Agh, menudo estúpido!

Apreté los puños antes de sentarme en la silla, pero Takashi no pareció estar de acuerdo con eso tampoco.

—Ahí no. Acércate –dijo sin moverse un milímetro, sus ojos nunca dejando de recordarme la potestad que tenía sobre mí. Giró su silla, se sentó y palmeó su regazo como ofrenda–. Aquí, nena.

No, ¡ni de coña me sentaba sobre él voluntariamente! Aquello sería rendirme por completo.

—No has perdido la oportunidad de zorrearle a mi amigo Hiroto cuando has podido, ¿eh, cielo? –entrecerró los ojos con malicia y me rodeó la muñeca, y tiró hasta sentarme encima de él de mala gana.

—Es un hombre atractivo con el que no tengo relación laboral, le puedo zorrear si me da la puta gana –le giré la cara, visiblemente abochornada por dónde me había sentado–. Suéltame...

—Al único al que le vas a zorrear es a mí, nena –comentó sereno, como si diera por hecho que le iba a obedecer–. Estoy harto de que me faltes al respeto, está claro que lo de ayer no fue suficiente para ti –me mareé cuando rodeó mi muslo y lo apretó con una extraña posesividad, pero también agradecí llevar pantalón–. Esa bufanda es casi tan espantosa como tu traje, ¿y el pañuelo Gucci que te di? –asomó hasta rozar mi mejilla con la suya, y me regañé por lo cálido que se sintió.

—Lo he quemado –balbuceé rápido–, no acepto cosas de gente de mierda –respondí, con una sonrisa nerviosa.

En realidad no lo había quemado, pero él no tenía por qué enterarse de eso.

Tensó la mandíbula pero me dio igual, porque realmente llegó un punto en el que no entendí por qué había pasado tanto miedo ayer. Sí, era un manipulador de mierda, un acosador y un sádico, pero como él había muchos así sueltos por el mundo.

—¿Te hago un regalo y lo quemas? Eres una maldita desagradecida –no supe qué exactamente, pero me hizo sentir como un estorbo. Me dio un escalofrío cuando quitó la bufanda y la piel amoratada quedó descubierta por primera vez en el día.

Pellizcó la piel con el solo propósito de ver mi cara de dolor, y noté algo duro contra mi espalda baja. Me rodeó el cuello, y dejó una escalofriante lamida lineal y fría.

—No –aparté su cara de forma brusca, y respondió cerrando más la mano alrededor de mi garganta, esta vez tan fuerte que sentí que había agotado su paciencia–, tan fuerte no.

—Pasemos a las formalidades, ¿te parece?

—¿Ya estás desvariando otra vez? –bufé/lloré–, ¿qué estás diciendo ahora?

—Las normas, Areum. Las normas para que no acabe perdiendo los papeles y te castigue tan jodidamente fuerte que acabes llorando.

¿Dónde me había metido?

Sugar, daddy

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