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17. [otoño enigmático]

Kohaku

Algunas cosas empezaron a encajar.

—¿Son tus iniciales, verdad? “T.K” –recorrí los pasos hacia él, sacando pecho a punto de reventarle la puta cara–. Le has dado tú el collar ese con diamantes.

Le di un empujón, y sonreí satisfecho cuando trastabilló hacia atrás y se le cayó el cigarrillo. Se recompuso al segundo, reajustándose la chaqueta de traje de forma innecesaria. Se acercó a mí hasta quedar a menos de medio metro, pero permanecí inmóvil a pesar de lo mucho que me intimidaba.

—¿Te das cuenta ahora? –una risa malévola me enfrió los huesos–. Estás tan cegado por el amor que no ves que tu amada puede ser una zorra cualquiera.

—No hables así de ella –le enseñé los dientes enfadado, mis dedos ansiando cogerle la camisa cuando ni siquiera me consideraba una persona violenta–. Ella no tocaría a escoria como tú.

—¿Y a pardillos como tú sí? –bajó la vista a mis dedos tensos–. ¿Lo ves? Pierdes la calma por cualquier tema relacionado con ella, no me extraña que no te haga ni puto caso.

Era una verdad universal, pero aún así intenté no venirme abajo frente a él.

—No vas a conseguir nada comprándole cosas, ella misma es su sugar daddy –mi recordatorio me inspiró una sonrisa, sintiendo que por fin tenía un punto válido en la conversación–. ¿Qué crees que vas a conseguir regalándole mierdas caras? Ya lo tiene todo.

—No me hace falta cortejarla, voy varios pasos por delante de ti –sopló aire y me despeinó el flequillo, y le cogí del cuello de la camisa harto–. ¿Te has visto en el espejo? Eres una vergüenza de hombre, ni siquiera puedes mirarle sin sonrojarte... Creo que nunca he visto nada tan patético. No me extraña que tu padre esté decepcionado contigo.

Estaba tocando temas sensibles, y sentí los trocitos de mi corazón bajo mi zapatilla. El muy desgraciado había investigado mi pasado familiar, genial.

—Si fueses mi hijo ya te habría quitado la tontería a palizas –repitió lo último a centímetros de mi cara, algo sádico en sus ojos. Desvié el tema.

—¿Le has hecho tú eso del cuello? –escupí, dando un tirón en su camisa. “Tengo contracturas en el cuello de hacer mal los abdominales” Había dicho Areum.

—Y no solo en el cuello, “Kohie” –noté algo frío oprimir mi mandíbula, y vi su mano anillada sujetándome. Sabía coger fuerte y hacer daño psicológico a la vez.

—No me llames así –le zarandeé menos de lo que me habría gustado, pero todavía seguíamos en el aparcamiento del instituto a punto de pegarnos. El apodo de Areum me había afectado tanto que se me escapó el suyo–, eso está reservado solo para Ari.

Suspiró cansado, como si estuviese lidiando con un niño pequeño. Se crujió el cuello de nuevo, un sonido rompiendo el silencio más aguzado que el filo de un cuchillo.

—Me estás comenzando a tocar los cojones, Ito –algo largo y fino se enroscó en mi camisa, y tiró hacia él para luego empujarme hacia atrás–. Desprecio a la gente entrometida, así que no metas tu puta nariz en mis asuntos a menos que quieras acabar mal.

—Has empezado tú con el collar –perdí el equilibrio por lo fuerte que me había lanzado, y cuando me levanté me quedé en el mismo punto.

Varias personas nos miraban desde la distancia, y muy a mi pesar, el instituto no me parecía el mejor lugar para pegarme con Takashi, aunque tuviese muchísimas ganas.

“Me duele el culo de hacer sentadillas”

Para hacerle eso, mínimo le tendría que haber visto desnuda. Pero Areum era una chica prudente, no tocaría a Takashi ni con un palo, ella misma me había dicho lo mucho que odiaba al heredero de Hyundai.

Él no podría ser su follamigo, ¿verdad?

—Ya sabes que hay que tener mano rígida con las coreanas –tensé la mandíbula con la bromita post-colonial–, y tú no la tienes, Ito. Deja el trabajo para un hombre de verdad.

—¿Qué le has hecho? –la vena del cuello me iba a explotar, los moratones violáceos de nuevo en mi mente.

—¿Qué no le hecho? –apartó la manga de su chaqueta para mirar su reloj, e inclinó la cabeza en un ángulo siniestro–. Debo de ir a trabajar, alguien me espera de rodillas en mi despacho.

Me habían criado a ser modesto, a no presumir de ser heredero de Apple o de tener contactos importantes; pero en este momento necesitaba sentirme superior a él de alguna forma.

Nunca había sentido tantas ganas de matar a alguien, nunca.

—Como le toques un pelo te juro que te arruino las acciones en bolsa –apreté los puños cuando se dio la vuelta, pero frenó sus zapatos negros–. Expondré a toda la puta prensa lo que estás haciendo con una menor de edad.

—¿Que tú me vas a exponer? –se rió, desencajando la mandíbula–.Da gracias que no sabes toda la información comprometida que tengo de ti. No estoy haciendo nada malo, solo follándome a mi colegiala colaboradora –su ojo se cerró en un guiño, y tragué duro por cómo la había llamado.

—No te lo vuelvo a repetir, Takashi. Como le hagas algo...–

—Como me sigas hinchando los cojones lo siguiente que le dejaré morado será el culo, aunque por supuesto, tú no lo verías. Es una pena, ¿sabes? Se le quedó rojo por la estampa de mi mano, se puso a llorar la otra noche, es un espectáculo precioso.

Se lo estaba inventando para hacerme rabiar, era su naturaleza cruel. Se lo estaba inventando, se lo estaba inventando.

Areum

Había llegado una hora antes de la cita “laboral” a la Hyundai, y como estaba en un estado anímico complicado, me apetecía estar sola.

Me había subido al último piso, ese que estaba escondido del ascensor y tenía una imponente puerta de cerezo. Aquí arriba nadie me molestaría.

Me había sentado en el suelo para hacer los deberes atrasados, los libros desperdigados por el sofá del pasillo.

Kohaku no me había mandado ningún mensaje ni yo a él, y dudaba mucho que esta tarde fuese a pasar. No entendía por qué se había molestado tanto porque hiciese novillos, y como tampoco me lo había explicado, no podía hacer nada. Ya se aclarará.

Un sonido acompasado me sacó del problema de contabilidad. Eran pasos del piso inferior, ascendiendo por el pequeño tramo de escaleras. Se me resolvieron las dudas al ver unos zapatos negros con decoraciones metálicas. Subí la mirada hasta su cara angulosa, y sus cejas se elevaron en un saludo.

No le veía desde la noche en el Four Seasons, y no supe cómo actuar. Me había dejado el culo adolorido, y como siempre, el cuello. Aún así estaba tranquila.

Caminó por detrás de mí todavía en silencio, y sus piernas alargadas protegieron mi espalda encorvada en los deberes.

—Buenas tardes, Señor Takashi –levanté la cabeza 180º para verle del revés, pero volví la mirada a mis apuntes cuando sentí un ligero mareo. Sus dedos alargados se perdieron en mi pelo, y me incliné hacia su toque sintiéndome calmada por primera vez en el día.

Estaba muy callado, pero no me molestaba. Incluso me ayudó con los deberes.

—Estoy bastante seguro de que la respuesta al problema no tiene decimales, cielo –noté que se había acercado por cómo su respiración suave mecía algunos de mis pelos rebeldes. Asentí, todavía presa del masaje de sus dedos, y me cogió dulcemente el mentón para inclinarme hacia atrás–. ¿Me das un beso, nena?

Entecerré los ojos cuando no pude estirarme más, esperándole. Dio un apretón (¿cariñoso?) en el cuello, y me dio un beso demasiado suave para ser suyo.

Me soltó y recogió mis libros del sofá, y oí el tintineo de sus llaves cuando abrió la puerta. Me levanté con esfuerzo del suelo, estaba cansada emocional y físicamente y no sabía si iba a tener fuerzas para aguantar una sesión con Takashi Kaito.

Apiló los libros en su escritorio, y se refugió en su butaca con la cabeza echada hacia atrás, su nuez de Adán expuesta y sus brazos en los reposabrazos. Parecía igual de cansado que yo, pero era tan enigmático que no lo supe confirmar.

—¿Señor Takashi? –no reconocí la miel dulce de mi voz, pero se incorporó para sonreírme vagamente.

—Ven aquí, Areum –palmeó su regazo, y me rodeó el estómago cuando apoyé la cabeza en su hombro. Éramos dos extraños compartiendo intimidad y calor humano, pero ninguno lo comentó.

—¿Qué vamos a hacer hoy? –noté su pecho desinflarse por la respiración pesada. Si estaba agotado no lo mostró en ningún momento.–. Estoy un poco cansada.

—En ese caso, ¿te parece que tengamos una tarde tranquila? –paseó los dedos por su collar, toqueteando el charm en forma de corazón que se escondía el hueco de mis clavículas, erizándome la piel–. Puedes continuar los deberes y yo hago papeleo, ¿te parece bien?

¿Por qué estaba siendo tan bueno?

—Sí, Señor Takashi. Eso estaría genial.

Me apoyé en el borde del escritorio para levantarme, pero sus dedos se hundieron en mi cintura al segundo.

—No te levantes –no me presionó violentamente hacia abajo como normalmente hacía, y giré la cabeza para mirarle–, puedes hacerlo en mis piernas.

¿Por qué hoy sus ojos parecían hojas otoñales y no oscuridad abismal?

Retomé mi posición sobre él, y acercó la silla al escritorio para que cada uno comenzase a trabajar. Estaba a gusto así, su pecho fuerte como respaldo, de vez en cuando su aliento chocando en mi coronilla.

Hoy los dos protagonistas masculinos de mi vida diaria parecían haber intercambio papeles.

Intentaba no moverme demasiado por las molestias que el roce provocaba en mi trasero magullado, pero Takashi se percató. Mi intención no era provocarle una erección, pero sinceramente, me dolía el culo.

—Si quieres cancelar la tarde de abstención sexual solo me lo tienes que decir –hundió la nariz en mi mandíbula, su mano en el teclado.

—Perdón, todavía me duele un poco el trasero.

No entendí el silencio a continuación, pero me dio palmaditas en las pantorrillas para que me levantase. Se pegó a mi espalda sutilmente al apartar mis libros, y me dio la vuelta para subirme al escritorio.

—Nena –me abrió las piernas para colocarse entre estas, y se apoyó a los lados de mi cadera–. Si los castigos fuesen placenteros, volverías a repetir las cosas y no habría ninguna lección aprendida. Aún así –me peinó el pelo gentil–, te excitaste el viernes, ¿crees que no me di cuenta?

—...

—No temas, nena –Takashi escondió el collar de Kohaku por dentro de mi camisa, respirando contra el cartílago–. Mientras lleves mi collar, no me enfadaré –retorció un chupetón, y arrugué la cara con la picazón–. Insisto en que el morado es tu color. ¿Quieres jugar un poco, Ari?

—¿Q-qué? –le miré desconcertada, ya que no le había dicho el apodo en ningún momento.

—Sabes...el puto Ito no es capaz de responder una simple pregunta como decirme dónde estás sin ponerme nervioso –empezó un reparto de besos por mi piel, y me mordí el labio cuando se enterró entre mis muslos.

—¿Ha ido a mi instituto, Señor Takashi? –mi cabeza se dispersó ante la necesidad que tenía de mantenerme vigilada.

—Sí, y un pajarito me ha contado que te has saltado educación física... –su voz volvió a tomar el matiz grave de la excitación, y noté cómo el bulto de su pantalón cada vez se hacía más grande–, ¿quieres que te azote otra vez o qué? –susurró indecente–. Te lo estás ganando a pulso por saltarte clases.

—He hecho novillos porque no puedo llevar bufanda en educación física... –suspiré–. No lo he podido cubrir con maquillaje.

—Solo son algunos moretones, no es nada de lo que avergonzarse como para saltarse clase –se me erectaron los pezones debido al frío repentino. Takashi me había desabrochado la blusa, y su discurso del mal me había distraído–. Nena –insistió, rodeándome la garganta como si fuera suya–, ¿te acuerdas que te dije que no me importaba que llevases el collar de tu amiguito?

Asentí.

—Pues he cambiado de opinión. No lo lleves cuando vengas a verme –me quitó el fino collar, y ni siquiera dije nada. Recordé la pequeña discusión con Kohaku y me puse mal.

Bajó los ojos oscuros a mis pechos, y se mordisqueó el labio sin pudor alguno.

—Joder, estoy más duro que una piedra, ¿sabes? –Takashi quitó el sujetador, y se me erizó la piel por el frío, por estar expuesta encima de su escritorio–. Me pone mucho saber que llevas mis marcas bajo la ropa.

Se desabrochó la bragueta del pantalón, y vi la banda de sus calzoncillos durante dos segundos antes de que liberase su miembro. Creo que notó que estaba dispersa, porque se volvió más atento.

—No pienses en él ahora, solo te pondrás más triste –me besó por primera vez en toda la tarde, sus labios algo adictivos. Me dejé llevar en su juego, para así callar el ruido mental de mi cabeza. Manoseó mis muslos en dirección ascendente, y me removí cuando me acarició.Algo duro se frotó contra mí, y apreté sus bíceps al ver que estaba frotando la punta de su miembro en mis bragas–. No voy a hacer lo que estás pensando –rompió el beso y capturó mi labio, sus dientes apretando demasiado fuerte para mi gusto. No solté sus brazos, y gemí con la estimulación en mi entrada–. Estás tan vulnerable que me está poniendo a cien, mierda...

Su mano libre cogió mi nuca, mientras que la otra deslizaba su pene por encima de mis bragas. Aquello me dejaba con ganas de más y solo aumentaba el vicio.

—Me gusta eso, Señor Takashi –rodeé sus caderas con las piernas, y le abracé los hombros como si fuera mi novio. Cerré los ojos y simplemente pensé en el morbo que me daba aquello.

Ahogó una risita en mi cuello, su aliento caliente provocándome emociones nuevas. Yo también tenía calor.

—Claro que te gusta, te encanta que te hagas cosas guarras en el uniforme –rodeé su cuello para que no se apartase, y bajé la mano por su camisa, buscando su erección–. ¿También me vas a masturbar tú, hmmn? Qué buena chica...te autofollas en ropa interior.

Mis mejillas ardieron con el apodo, y aunque no me desagradó, no quería que me viese el sonrojo.

Estaba tan duro que no me costó cogerlo, y cerré los dedos alrededor del tronco para empezar un vaivén, asegurándome de que su glande me frotase por encima de la tema. Era algo muy obsceno, pero los dos lo estábamos disfrutando como enfermos. Ya tendría tiempo para sentirme culpable por la noche.

—Señor Takashi... –estiré el cuello cerca de su cara, ansiosa por obtener más.

—Areum –grité cuando me dio un golpe en el coño con la mano abierta, y se rió–. Si quieres algo solo me lo tienes que pedir –me retorció un pezón, produciéndome un profundo calor por toda mi anatomía.

—Bésame el cuello... –le tuteé porque tanta formalidad a veces me hacía sentirme más usada, todos necesitábamos cercanía de vez en cuando.

Ciñó los dedos en mi nuca con dominancia, y aunque pareciera una escena de vampiros, me daba igual. Me gustaba que me cogiese así, que me comiera el cuello, que dejara su saliva, que se me erizasen los vellos de la piel.

—Tienes las bragas mojadísimas –la ronquez no solo apareció en su voz, sino también en sus ojos, gravemente dilatados por el deseo; no parecía algo normal el cómo me miraba como si me quisiera destrozar–. Sube los pies –me cogió los tobillos para hacerlo el mismo, dejando mis pies en el borde del escritorio y mis piernas abiertas y flexionadas–. Pfft... –gruñó cuando algo invadió mi intimidad.

Me estaba penetrando parcialmente, pero las bragas estaban de por medio.

—Señor Takashi, me había dicho que no me iba a f... –me puso un dedo sobre los labios, y prensé los labios en una línea cuando su cara quedó a la altura de mis ojos.

—Solo estoy jugando con la punta –sus dedos movían el glande arriba y abajo, y cuando bajaba por mi hendidura, presionaba en la entrada hasta adentrarse un poco–. Se te transparenta todo con las bragas y es jodidamente obsceno.

Se acercó para besarme, e inclinó la cabeza para profundizar el beso. No sé cómo tenía tanta concentración para hacer dos cosas a la vez, pero su lengua acariciaba la mía con el mismo fuego que siempre.

Me dejó un poco desubicada cuando se separó de repente, pero bajó a mordisquear y chupar mi pecho. Su lengua cálida se sentía muy bien, y quería que la usase en otros lugares.

Tras varios minutos en los que comenzó a embestir con más frecuencia, estirando y mojando la tela, se me secó la boca por completo cuando me volvió a mirar. No sabía qué significaba, pero daba un poco de miedo.

Había un atisbo sádico en el brillo de sus ojos, y vi su mano acercarse a mi cuello. Apretó los dedos, y le sostuve la mirada paciente y dócil.

—¿Señor Takashi? –pareció gustarle el tono suave y ahogado de mi voz, e introdujo la mano en mis bragas para estimular el clítoris. Arrugué la cara al notar lo rápido que iba, mis piernas tensándose en su cadera.

—Me muero por follarte como es debido –me mostró los dientes blancos tan bonitos que tenía, su sonrisa desalmada creciendo conforme movía los dedos contra mí. Todavía estaba ligeramente enterrado en mí, y las bragas se sentían raras, como que sobraban.

—No tan fuerte –cogí su muñeca cuando advertí el orgasmo que amenazaba con abatirme en cualquier momento, pero apretó mi cuello hasta el punto de no poder tragar saliva.

—¿Has olvidado quién manda aquí? –sus cejas enfadadas me hicieron sentir mal, y me mordí el labio para no gritar bajo los frenéticos movimientos de su mano. Me comenzaron a temblar los muslos, la frente a sudar.

—No, Señor Takashi –susurré, perdiéndome en sus ojos castaños. Se cogió el miembro para darme golpecitos en mi intimidad, y grité cuando se adentró de nuevo, y el sonido húmedo y obsceno de la fricción me ruborizó severamente. Pero no a él, los hombres carnales no sentían pudor, entre otras muchas cosas.

—Nena no hace falta que grites –fanfarrón, forzó dos dedos en mi boca para callarme, metiéndolos hasta el fondo, mordiéndose el labio–. Sé una buena chica y córrete en las bragas, ¿sí?

Dio una estocada final con la punta, y rodé los ojos al alcanzar el orgasmo intenso. Mi cuerpo se desestabilizó tanto que me tuve que coger a sus brazos, y debido al temblor de mis piernas, casi me caigo cuando mis pies resbalaron del escritorio, pero Takashi me sujetó la cintura.

—Túmbate –me recostó en el escritorio con suavidad, observando mi pecho subir y bajar, mis ojos levemente aguados–. ¿He ido muy fuerte? –dijo paternal. Meneó triunfante sus dedos en el aire, brillantes por mi orgasmo.

—Un poco –miré atenta cómo se masturbó con frenesí, y algo caliente y espeso se derramó en mis bragas. Las expresiones de su cara extasiada se me grabaron en la cabeza, y se recostó sobre mí sin avisar. Notaba su corazón bombear sangre, su cara escondida en la curva de mi hombro–. Soy capaz de dormirme aquí encima, Señor Takashi –la escasa distancia permitía los susurros como única forma de comunicación, y sonrió con sinceridad ante mi somnolencia.

Se me estaban cerrando los ojos literalmente, y el calor que su bien formado cuerpo desprendía, no ayudaba.

Levantó mi mentón ligeramente con el índice, y se quedó mirándome en silencio, analizando, paciente, feroz. Me había metido en las fauces del lobo, pero este lobo sabía tratarme, ver a través de mis vicios.

—Creo que irás más cómoda sin las bragas, Areum –se rio natural, y pasó la lengua por mi labio de forma bífida, dejando su huella–. Arréglate la ropa y sal de aquí antes de que no te lo permita.

Kohaku

A pesar de que me limpié la cara con el dorso de la mano, al segundo volvieron a caer más lágrimas sobre los papeles.

—Por favor deja de llorar –me autoconsolé tembloroso, y cubrí mi cara al notar un doloroso sollozo raspar mi garganta. Y tras intentar retenerlo y no poder, sucumbí a la debilidad humana y lloré como no había llorado en años.

Areum no me había mandado ningún mensaje, y posiblemente se estuviese follando a Takashi.

La puerta de mi despacho se abrió, e intenté recomponerme cuando mi padre apareció en el umbral, el humo del tabaco pinchando mi corazón con memorias de mi infancia.

—Ito, ¿has acabado los informes que te ped... Oh –sentí el asco en su voz al ver el estado de mis ojos, y se llevó a los labios la causa de muerte de mi madre–. Cuando acabes de llorar como un maricón mándame las cuentas, ¿quieres?

—Sí, Padre –le sostuve la mirada como pude, y sin querer memoricé su mirada ojerosa y con desprecio. Dio una calada más, su intención no otra que hacerme daño, pero si lloraba frente a él, me pegaría de nuevo.

Agradecí que no vio el temblor de mis piernas y se cansó justo cuando estaba a punto de desmoronarme. Dio un portazo, y solo entonces me permití llorar con las deprimentes luces de los rascacielos, pensando en lo solo que estaba.

Mi padre no me quería, mi mejor amiga tampoco, y mamá ya no estaba. Suspiré vacío.

Sugar, daddy

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