Читать книгу Sugar, daddy - E. M Valverde - Страница 15

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11. [lenguas desconocidas]

Areum

—Eh... –sintiendo la cara caliente y sin saber qué decir, intenté cerrar las piernas, pero grité cuando me abrió los muslos con sus esqueléticos dedos–. Señor Takashi...

Quise decirle que no estaba para nada excitada y que me dejara irme a casa, pero notaba la tela de las bragas húmeda, y eso era imposible de ocultar. ¿Acaso no había decidido que lo disfrutaría?, ¿pues por qué me comía tanto la cabeza? Estaba mal, sí...pero al menos no estaba haciendo daño a nadie.

—Quédate tumbada –tomó asiento en su butaca de rey, examinando mis piernas abiertas frente a él, como si fuera una ofrenda virgen y me fuera a despojar de algo–, relájate, no te voy a morder si no quieres–

Clavé la vista en el techo cuando noté cómo bajó mis bragas, y entre tanto silencio, oí la caída de la tela al suelo, y también cómo Takashi se lamió los labios.

—¿Hace cuánto no te comen? –apoyó mis piernas en sus hombros, inspeccionándome sin el pudor que sentía yo. ¿Qué más le daba a él cuando fue la última vez? Mi última relación sexual ni siquiera tuvo penetración, por no decir que fue más bien un desastre.

—No tanto como cree –dije cortante, mis manos sobre mis costillas sin saber qué hacer.

Tiró de mis tobillos hasta ponerme casi al borde de la mesa, y pasó las yemas de los dedos por mi sexo desnudo, tanteando, esparciendo la lubricación, analizando mi respiración. Bajé la mirada por primera vez, y me fundí con los mordisquitos que empezó a dejar en la cara interna de mis muslos, cosquillas pero con algo más, con saliva, hambre y placer.

Tanteó mi entrada vaginal con dos dedos, solo rozando, solo introduciendo lo mínimo, mientras sus dientes me dejaban marcas en los muslos. Subió los mojados dedos a mi clítoris, pero no más de dos segundos, y luego recreó la línea de antes hacia abajo. Me comencé a desesperar por los fugaces roces del heredero, pero tenía el presentimiento de que lo estaba haciendo a propósito, que tal vez quería que se lo pidiera.

Succionó más fuerte la cara interna de mis muslos y lloriqueé, cerrando las piernas alrededor de su cabeza, desesperada por que me diera más. Le noté sonreír perverso, y contrariamente, me mojé más.

—¿Quieres algo, Areum? –conectó sus ojos con los míos, su respiración caliente contra mi coño. Palpité y me mordí el labio abochornada, siendo consciente de que se estaba riendo de mí.

—Me gusta cuando no es tan brusco, Señor Takashi –toqué mis dedos buscando refugio, un poco embobada con las manchas rosas esparcidas por mis muslos, sonrojada por estar abierta frente a su cara.

—¿Te gusta que te traten como a una princesa, hmmn? –sonrió satisfecho en su butaca, mirando casi con crueldad cómo emanaba la lubricación–. Tienes suerte de que a mí me encanta consentir a las princesas.

Enterró la cara entre mis piernas sin previo aviso, y estaba tan mojada que cada depravado rastro de su lengua sonaba. Comencé a gemir bajito y suave, cohibida pero también cachondísima.

—Mmnng –enterré los dedos en su oscuro y bonito cabello, apretándole contra mi centro, humedeciéndole la cara, haciéndome presa de él sin darme cuenta.

—¿Hmmn? –el tono gutural de su ronca voz vibró directamente contra mí, mi clítoris. No quería ser ruidosa para no subirle el ego más, pero se me complicó la tarea cuando introdujo una falange. Era una táctica que creaba dependencia a base de insuficiencia–. ¿Quieres más?

—Sí...

Metió un segundo dedo, sus falanges vacías de los anillos que se había quitado.

—¿Te mojas tanto de normal?

Si miraba abajo, una imagen muy erótica acechaba: sus ojos descaradamente oscuros y seductores mientras me sonreía con los labios brillantes, cómo sonaban sus dedos cada vez que los metía y sacaba y a veces los curvaba hacia arriba, cómo parecía encantarle comerme y dejarme hecha un desastre con su lengua, o en general, tal vez le gustaba hacerme un desastre. ¡Ah, qué impotencia!–. ¿Te gusta que te meta los dedos hasta los nudillos? –su mejilla se abultó cuando la presionó con la lengua, y me obligué a cogerle del pelo y hacerle desaparecer entre mis piernas cuando la imagen comenzó a afectar a mi juicio–. Me están chorreando con tu lubricación, cielo.

Me intenté calmar a pesar de que la temperatura de mi cuerpo no bajaba, tan extasiada por sus palabras y gestos. ¿Por qué lo hacía tan bien? ¡Pftt!

—...qué calor –me escuchó a pesar de que lo susurré, y sustituyó los dedos por algo más sólido y mojado por mi propia lubricación y su saliva, pero paró. Oí cómo la butaca se movió, y cuando abrí los ojos, Takashi ya se había reclinado sobre mi cuello, calculador.

Había que ser estúpida para no admitir que me gustaba cómo lucía su cuerpo sobre mí, los músculos que se marcaban a través de su camisa abierta, sus rasgos rectos y masculinos, el bulto que presionaba contra mi muslo... Era bastante vergonzoso admitirlo.

—Si te pudieses ver la cara desde aquí –frotó mi clítoris muy fuerte, y aunque le cogí el brazo con urgencia, él siguió hasta que comenzaron a temblarme las piernas–, te juro que no me culparías por todos los pensamientos que estoy teniendo.

—Señor Takashi, no aguanto más... –toqué su pectoral a modo de plegaria, mirándole inocente y con cierto patetismo, casi llorando–. ¿Señor Takashi?

—En el fondo –comenzó, cogiéndome la mandíbula con una sonrisa prepotente–, sabes que no te arrepientes de haber firmado el contrato. Ni siquiera te he dado ni un 20% del placer que te prometí y no dejas de pringarme de fluidos.

Takashi cesó los movimientos por completo, y cuando me incorporé para gritarle, me tapó la boca.

—No seas impaciente, Areum –aconsejó calmado y me guiñó un ojo, acariciando mi mano entre la suya con una suavidad que me relajó. Se sentó y enterró la cara de nuevo entre mis muslos, y cada húmedo trazo que daba me desestabilizaba más el cuerpo, hasta llegué a manosearme por encima del sujetador cuando sentí que se me iba a salir el corazón.

—¡A-Ah...! –me convulsionaron los muslos alrededor de su cabeza, pero me retuvo contra el escritorio mientras el orgasmo me destensaba, mientras bajaba por mis piernas, mientras mi respiración se regulaba.

Permanecí acostada durante unos instantes, aún incluso cuando Takashi dejó de tocarme. Su risa seca y corta rompió el silencio y un poquito de mi salud mental. El desgraciado me había dado uno de los mejores orales de mi vida, y le complacía saberlo aunque no se lo hubiera admitido.

—¿Todo bien, princesa? –prendió un cigarrillo, mirando mi figura tumbada y semidesnuda, con una expresión deleitada de la que pocos hombres podían presumir. En otra ocasión, el apodo me daría vergüenza ajena, pero en la boca de Takashi, me hizo sentir singular. Tal vez el orgasmo me había afectado las neuronas–. Qué paz –suspiró extasiado, disfrutando el silencio del despacho, y me permitió verle cerrando los ojos por segundos, en un estado de calma absoluta–. ¿No estarías más cómoda en el sofá? –oí cómo dio otra calada desde arriba, y pasó los dedos suavemente por mis rodillas desnudas, por mi brazo, mi estómago, mi cara. No tenía por qué ser dulce, pero tuvo el gesto.

—N-No, ya me voy –dije apresurada, poniéndome en pie y arreglando mi uniforme un poco. Me dejó un paquete de toallitas húmedas en el escritorio, fumando fumando y fumando. El mustio olor de la nicotina comenzó a impregnar toda la estancia, y recogí todas mis pertenencias una vez estuve limpia y vestida. Fui a ponerme las bragas, pero no estaban en condiciones–. Oh... –genial, tendría que ir sin bragas y con falda de vuelta a casa, ojalá no cogiera una hipotermia.

—¿Siempre te corres tan fuerte? –Takashi me miró a través del humo, apoyado en el ventanal como si esperara algo.

—A veces –mentí sin mirarle, cogiendo mi mochila y precipitándome hacia la puerta y despidiéndole–. Buenas noches, Señ...–

—¿Te vas sin el móvil?

Frené en seco mis pasos, y giré la cabeza dramática hacia él. Tenía razón, le había dado el teléfono al entrar. Pues qué mierda.

—¿Me lo devuelve? –retrocedí hasta su cómoda silueta, y me espiró el humo en la cara.

—¿Por qué no lo coges tú? –se humedeció los labios con la lengua, y antes de que pudiera preguntarle dónde estaba mi móvil, señaló sus bolsillos con la mirada. Oh. Quería que rebuscara en sus bolsillos delanteros.

El único problema era que ambos tenían algo dentro, por lo que no pude distinguir dónde estaba mi teléfono. Ah...¿pero por qué no me lo daba él mismo?

Me decanté por el bolsillo de la izquierda, y tuve la estúpida esperanza de que me hiciera alguna caricia en el pelo cuando me acerqué. Prefirió fumar y sonreír enigmático. Le miré abochornada al meter la mano en su bolsillo, y tragué duro al palpar una protuberancia para nada plana. Oh.

—Creo que te has equivocado de bolsillo –retuvo mi mano en su paquete, escondiendo el deseo sexual tras una expresión ladina. Tiró la colilla y acunó mi mejilla entera en su mano–. Espero que mejore la herida de tu rodilla –apretó más mi mano contra su erección, gruñendo–, vas a estar mucho tiempo arrodillada, Areum.

Sugar, daddy

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