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18. [malentendido]

Areum

—Joji, ¿podemos parar un momento en la librería más cercana? –busqué la mirada del joven chófer en el espejo, y vi el conflicto en sus ojos–. Puedes entrar conmigo si quieres, no le diré nada a mi madre.

—Estoy en horario laboral, Señorita So –giró el volante con gracia, aparcando en frente del comercio y sosteniéndome la mirada con una sonrisa educada.

—Aún así puedes bajar, ¿vale? –desabroché el cinturón para colarme entre los dos asientos delanteros, mirándole de forma amistosa y directa–. No tardo mucho.

Me apeé del coche, sosteniendo la tela de la falda a mis muslos. Aunque en el momento me hubiese parecido excitante, se me habían manchado las bragas con mis fluidos y los del Señor Takashi, y me daba bastante asco llevarlas puestas, así que no llevaba nada debajo.

Unas campanitas metálicas anunciaron mi entrada a la librería, e instantáneamente me relajé cuando las páginas de papel capturaron mi olfato. Aprovechando que le gustaba leer, iba a comprarle el regalo de cumpleaños a Kohaku.

Me acerqué al mostrador que había al final, con un bonsái al lado del chico. Ocultaba su cara tras el cómic que leía.

—Hola –esperé a que me prestara atención, y me sorprendí al ver lo atractivo que era, probablemente fuera universitario–, ¿me puedes ayudar a buscar un libro?

—Claro –clavó el marcapáginas en el cómic antes de levantarse, y vi lo alto que era en realidad. Le tendí la lista de libros, manteniéndome firme, y observé el mullet rubio-sucio que enmarcaba su cara. En el pin de su camiseta rezaba “Mon”.

Al mirar la lista de los sugerentes títulos, arqueó una ceja.

—Son para un amigo... –sonreí un poco avergonzada, pero aún así le seguí hasta la estantería más oculta de la tienda.

—No juzgo las compras de mis clientes –le hizo una seña a los estantes +18, sonriéndome con un poco de chulería. Yo hice lo mismo.

—Gracias, “Mon” –leí su etiqueta, y volvió a desvanecerse entre montañas de libros. Estaría bien trabajar aquí, muy bien.

Busqué algunos títulos entre los perfectamente alineados lomos, y mi curiosidad de vez en cuando sacaba algún volumen de su alineación solo para ver la portada. Era una imagen peculiar, una colegiala en la sección de hentai y sin bragas. No se veía todos los días.

Di un pequeño saltito al encontrar el título, y sonreí al ver cerezas en la portada. Porque sí, le había buscado a Kohaku hentai que tuviese cerezas, que parecían gustarle mucho. Recopilé algunos más que creí que podrían gustarle, y cuando me quise dar cuenta, ya tenía más de cinco entre los brazos.

Circulando hacia el mostrador, eché una ojeada a las estanterías +18 para chicas, y salté del susto con la voz.

—Creía que eran para un amigo –carraspeó el tal Mon, su voz tan cerca que me desubicó por un momento. Estaba colocando mangas en la otra parte de la estantería, su mirada filtrándose a través del hueco que yo había dejado.

Me dispuse a pagar, justo cuando las campanitas metálicas anunciaron el ingreso de un nuevo cliente. Sonreí al ver la cara seria de Joji, que a pesar de ser la imperturbable mirada de siempre, me saludó de forma militar y cómplice.

Mon siseó sin motivo alguno.

—¿Pasa algo?

Señaló mi pecho, y fruncí el ceño un poco confundida.

—Tengo varios amigos que van a ese instituto de pijos –chasqueó la lengua un poco fastidiado, pero era la reacción normal de la gente de clase media, no les culpaba–. ¿Conoces a Seiichi, Takashi Seiichi?

—Hmmn... –hice memoria–, creo que el nombre me suena –me encogí de hombros de forma casual, oyendo el tarareo lector de Joji y el papel que Mon plegaba para mi compra.

—¿Y a Takashi Kaito? Hace tiempo que no le veo, tendré que hacerle una visita algún día...

—¿Takashi Kaito? –repetí pálida, y las pequeñas heridas que me quedaban en el culo comenzaron a arder. Su nombre no era lo único que conocía.

—Es un capullo, todos los de los colegios de pijos lo sois –vi la sonrisa de anuncio que tenía, tan blanca como la espuma del mar–, pero es mi amigo.

—No deberías generalizar, ¿sabes? –recogí los libros que había envuelto, rodando los ojos con su crítica.

—No voy a discutir con alguien a quien nunca le han cortado la luz por impago –abrió su cómic de forma desinteresada, como quitándole importancia a sus palabras.

Era de clase acomodada y a mi familia nunca le había faltado el dinero, algo con lo que el chico rubio no se identificaba. Podría haber empezado cualquier discurso sobre la multimillonaria herencia de mi padre, pero Mon también llevaba un uniforme y la corbata aflojada. Era estudiante y trabajaba como yo, aunque con distintos fines.

—Bueno –comencé, sus ojos desconfiados en mí–, cuando te apetezca te invito a un café y tenemos una charla sobre toda la corrupción en la bolsa de acciones de Tokio.

Sonreí antes de irme, dejando el cambio sobre su mesa. Me sobraba el dinero y el chico me había sacado una sonrisa, no me importaba que se lo quedase.

Joji me siguió segundos después, y cuando el joven rubio salió de la tienda con mis billetes en la mano y la cara agitada, el coche arrancó.

Al día siguiente

Miré preocupada el reloj, pues mi compañero de pupitre siempre solía llegar veinte minutos antes de la primera clase.

Prefería no enviarle un mensaje ahora y verle la cara, hablar con él.

La silla de la esquina del fondo estaba vacía, y moví los pies nerviosamente aislada de los compañeros de clase. Aunque sonase muy triste, Kohaku era mi único amigo.

Voces graves y agitadas penetraron mis oídos, y rodé los ojos al ver cómo el séquito de Seiichi se reía sonoramente. Era el típico chico popular y creído, y su aparente amistad con el chico de la librería no parecía concordar. Tampoco sabía qué pintaba Takashi en ese rompecabezas.

Hablando del rey de Roma (o más bien de su destrozo), había sustituido el pañuelo por maquillaje waterproof, estaba cansada de pasar calor y sentirme agobiada.

Oí una aguda y familiar risa, con un toque muy feo de falsedad. Kohaku estaba con Seiichi.

—¡Kohaku! –me levanté de la silla para llamar su atención, y me falló el cortocircuito mental al ver cómo no me sostuvo la mirada–. Pero qué...

¿Por qué se estaba sentando en primera fila con ellos?

—Ey Kohie –toqué su hombro, ganándome la mirada reprobatoria de Seiichi y sus amigos. No necesitaba pedirle permiso para hablar con mi amigo, y le quería dejar muy claro que no iba a permitir que lo convirtiera en otro superficial de su séquito. Ya no me extrañó tanto la posible afinidad entre los dos egocéntricos Takashi.

Mi mejor amigo pareció acordarse de mí, y se disculpó con ellos antes de prestarme atención.

—¿Te vas a sentar aquí? –cerré los dedos alrededor del asa de papel, su regalo tardío de cumpleaños dentro. Me miró con indiferencia. Kohaku tenía los ojos un poco hinchados, tal vez por la temprana hora.

—Sí, hoy estaré con Seiichi.

—Vale, cojo mis cosas y me siento contig...–

—No te molestes, Areum –cogió mi muñeca cuando hice el amago de ir a mi sitio al fondo, y le miré en busca de explicaciones. Areum, no Ari...

—¿No quieres que me siente contigo? –fui brusca y directa, mirando el todavía duradero agarre de sus dedos.

Aflojó los dedos como aflojó su sonrisa. No había nada peor que el rechazo de Kohaku, al menos para mí.

—Vale –dejé la bolsa sobre su nuevo pupitre, y al abrir los ojos asombrado por mi actitud defensiva pude ver el brillo peculiar de sus ojos–, no entiendo por qué te ha molestado tanto que hiciese novillos, pero si te quieres enfadar, pues adelante.

Mi voz creció varios decibelios en la clase, la puta risa de Seiichi llegando a mis oídos. Seguro que a él también le parecía ridícula.

—Siéntate con quién quieras –me zafé de él, recogiendo mis cosas del pupitre para irme de clase. No iba a centrarme en la lección con este cabreo, ¿para qué quedarme? Levanté la mirada para ver la arrepentida de Kohaku, pero la sonrisilla de Seiichi captó mi atención–. ¡Como te vuelvas a reír te quedas sin dientes!

Me colgué la mochila de un golpe y casi corrí hacia el pasillo, siendo el punto de mira de toda la clase. Nadie me frenó, nadie me habló, y salí disparada hacia la biblioteca antes de que algún profesor apareciese. Oí la risa del grupito, y la de Kohaku también estaba entre ellos.

—Joder... –bajé la cabeza al sentir mis mejillas mojadas, y me enjugué las lágrimas antes de que alguien me cogiera el hombro–, lo siento, ahora no...

—Areum –sentí una espina con la voz de Kohaku, y me giré a la defensiva, con las mejillas mojadas. Ya parecía preocupado de por sí, y vi horror en sus ojos al observarme–, lo siento –se rascó la nuca–. ¿Por qué lloras?

Le sostuve la mirada, y encogí los hombros, conteniendo otra serie de cataratas. Si el Señor Takashi no me hubiese dejado tantas marcas no estaría así con Kohaku.

—No entiendo por qué estás tan molesto conmigo –busqué explicaciones en sus ojos estrellados, y me hizo caminar hasta un lugar más privado como las escaleras–. Ya te dije que no me encontraba bien para hacer la clase de gimnasia. No lo volveré hacer si tanto te molesta, pero...–

—No te disculpes. Soy un poco gilipollas por haberlo exagerado tanto –sonrió con la calidez de siempre, pero en el fondo supe que algo le pasaba. No se enfadaba por cualquier gilipollez.

—Yo no estoy enfadada...

—Yo tampoco –hubo una pausa en la que nos miramos, rodilla con rodilla en los escalones–. Anda, dame un abrazo –Kohaku me abrió sus brazos, y no dudé en reconciliarnos. Inspiré tranquila cuando apoyé la cara en su pecho, pocas cosas me daban tanta paz como aquello.. Se me nubló la mente–. No quiero que me dejes sola, Kohie.

Apreté más su camiseta, presa de unas lágrimas traicioneras que había recordado en soledad.

—No llores por mí, no te voy a dejar sola –acunó mi nuca con caricias, respirando cálidamente en mi coronilla–. Venga tonta, que no te voy a dejar sola, ¿vale? Mira cómo me he puesto solo porque no has sido mi compañera en educación física, soy un dependiente de mierda –su risa sonó muy triste.

Me apartó a la fuerza de sus pectorales, y me cogió la cara con determinación. Agachó el cuello hasta mi altura, enjugándome las lágrimas con los pulgares y mirándome a los ojos. Seguro que le daba pena, era una patética por no poder contarle lo del contrato.

—Perdón por ser tan insegura...a veces me pasa.

—Que no te disculpes, tonta –negó quitándole importancia, y zarandeó un poco mi cara, sus dedos dulcemente pegados a mis mejillas mojadas–, lo importante es que estés mejor.

Asentí, disfrutando del momento íntimo que estábamos compartiendo. Bajó la mirada a mi cuello, y algo parecido a una mueca feliz cruzó su cara.

—Hoy hace mejor tiempo –entendí la alusión que hizo al pañuelo, y escondí el pánico como escondí las marcas con maquillaje. Me soltó la cara–. ¿Es nuevo el collar?

La gargantilla se hizo más pesada que nunca, y abrí los ojos de forma desorbitada al darme cuenta de que no tenía el dulce collar de plata que me había regalado. Si no lo llevaba puesto...¿dónde coño estaba?

—Ehm...sí –sentí la súbita necesidad de coger su mano, y Kohaku no me negó el contacto a pesar de que no llevaba su regalo.

—Me gusta más cuando no llevas bufandas que te cubran la cara –dio un apretón cariñoso–, así te veo.

—Acabo de llorar, seguro que parezco un mapache. ¿Se me ha corrido el maquillaje? –abrí los ojos para que lo comprobara.

—¿Que si se te ha corrido? –repitió, procesando–. No, está intacto. Estás igual de guapa que siempre.

Se quedó estático cuando me puse de puntillas y me atreví a besar su mejilla.

—Kohaku, te quiero mucho –expresé lo primero que cruzó mi mente, apoyándome en su hombro más tranquila.

—Yo también –le costó un poco decirlo–, nunca lo dudes –peinó mi pelo, frotando mi mejilla con parsimonia. Se mordió el carrillo, dando la sensación de que estaba conteniendo algunas palabras. El estridente timbre sonó.

—Vas a llegar tarde a clase... –no quería que se fuera.

—Me la suda, la salud mental de mi mejor amiga es más importante que contabilidad –se rió con su vocabulario soez, y su lengua lamió los labios al estudiar mi cara. Me tendió la bolsa de papel–. No sé qué es, pero no quiero que me lo des de malas formas ¿vale? –volvió a acercarse, su respiración caliente cosquilleando mi frente. Asentí con sumisión, y se tomó su tiempo para besar el hueso de mi ceja.

Entrelacé mis dedos con los suyos, y pude sentir como él tampoco se quería ir.

—¿Entramos a clase? –subió la mano por mi brazo, sus dedos anhelando mi contacto de la misma forma que yo anhelaba el suyo.

—No voy a entrar después de haber hecho el ridículo, ¿mejor nos vemos en el patio? He traído cerezas para almorzar... –soné insegura, pero asintió con una sonrisa.

—No te metas en líos sin mí –me sonrojé cuando me guiñó un ojo, y no supe muy bien el porqué.

...

Abandoné la mochila bajo el árbol del patio, tecleando nerviosamente en mi teléfono.

Señor Takashi, necesito hablar con usted. Es urgente.

11:23

Vibró momentos después con un tono de llamada pop. Lo descolgué enseguida.

—¿Necesitabas oír mi voz, cielo? –ignoré sistemáticamente su petulancia, yendo directa al tema.

—¿Tiene usted el collar? –hubo un tenso silencio en la línea, y alcé la vista a la ventana de mi clase, distraída.

—Lo llevas puesto, ¿no? –interpretó la pregunta cómo él quiso, y apreté la mandíbula.

—El collar de Kohaku –aclaré–, me lo quitó el otro día y no me lo devolvió. ¿Lo tiene usted, verdad?

—No sabría decirte, Ari –oí su risita desinteresada y sus anillos tintinear contra una copa. A raíz de él ya había tenido una discusión con mi mejor amigo, a parte de las constantes mentiras que me tenía que inventar para que Kohaku no sospechara. No iba a dejar que Takashi me mareara más.

—Kaito, ¿yo no te llamo por tu nombre, verdad? –hice una pausa, y pude advertir que aquello no le gustó–. Pues de la misma forma, ese apodo está reservado para alguien más– comencé, apretando el móvil a medida que notaba cómo me calentaba con la ira–. No soy nada tuyo fuera del despacho, no me hables con cercanía.

Oí su respiración hastiada a la otra línea, pero me dió igual, me gustaba hablarle con desobediencia.

—Si no me devuelves el collar, no pisaré el despacho nunca más. Puedo trabajar telemáticamente, no me verás más por allá.

—Entonces tendrás que venir a por él –oí cómo se le agravó la voz, esta vez con un matiz diferente–, a lo mejor te llevas un castigo y todo. Los dos salimos ganando, nena.

Sugar, daddy

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