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13. [ahogándose en azúcar]

Areum

—¿Por qué tienes más fotos?

—Simplemente me es divertido –miró unos papeles desinteresado–. ¿Esta mañana no has tenido clase de educación física? –una pregunta retórica, genial. ¿Y cómo sabía él mis horarios de clase?–. He captado el momento exacto en el que tu amiguito te miraba el culo –la actitud nerviosa de Kohaku de esta mañana cobró sentido.

No me había dado cuenta de que Kohaku me veía de esa manera. Sí, sabía que le gustaba, pero no podía relacionar su aparente inocencia con hormonas adolescentes.

—¿Y qué quieres que haga? –proyecté mi voz, violenta y maleducada, cansada de sucumbir–. No puedo hacer nada respecto a eso. Ya firmé el contrato, ¡no tomes más fotos!

Más que estremecido, me dedicó una sonrisa obscena, y se metió las manos en los bolsillos para cubrir algo.

—¿Qué pasa...? –seguía incómoda mirándole desde abajo, tenía una parte concreta de su cuerpo demasiado cerca para mi gusto. Pero cuando me fui a levantar, presionó mi cabeza en su lugar.

—Quédate ahí –extendió la otra mano, tendiéndome una cajita negra alargada–. Esto es más difícil de quemar que mi pañuelo. Ábrela.

Había una inscripción minimalista en una esquina. Swarovski. Al levantar la tapita, unos reflejos me dejaron ciega por microsegundos. Cambié el ángulo para que la luz no diera en el objeto, y entonces aprecié el fino collar de cristales.

—¿Te gusta? –bajó la mano para acariciar mi cara, pellizcando una mejilla, tocando mis labios, y luego volviendo a acariciar mi pelo. Era complicado describir lo que me gustaba cuando se ponía así de “afectuoso”.

—¿Por qué me lo has comprado? –le pregunté, un poco más tranquila debido al chantaje oculto con caricias. Era un detalle precioso y delicado, pero no me daba buena espina viniendo de él. ¿Y si me lo había comprado porque esperaba algo de mí? ¿No había mujeres que prostituían su compañía a sugar daddies? ¿Era eso lo que Takashi quería de mí? Yo también tenía dinero de sobra para mis caprichos...algo no cuadraba.

—Quería tener un detalle contigo –sonrió natural, dejando relucir su sonrisa cuadrada que no duró mucho–. ¿Es que no te gusta, nena? –dejó de tocarme, ahora mirándome con la cabeza inclinada a un lado, sopesando.

—Sí, sí me gusta, solo que...no lo esperaba.

—Apártate el pelo –hizo un gesto con el dedo para que me girara, y respiró en mi nuca cuando hice lo dicho–. Están mis iniciales escritas para que no te olvides de mí –sujetó el pequeño corazón frente a mis ojos, su aliento haciéndose más pesado tras de mí, casi besándome la coronilla. Sentí mi cara caliente, mi piel erizarse con la cercanía de Takashi, mi piel de gallina. Joder, ¿pero qué me pasaba?

Abrochó el collar y el charm de plata cayó contra mi garganta. Y ahora que ya tenía un collar suyo, ¿podía considerarme un perro?

Sus mocasines de cuero se alejaron por detrás sin dar ninguna explicación más, y por extraño que pareciese, permanecí de rodillas y sin girarme, obediente sin que me lo pidiese. La butaca chirrió leve bajo el peso del Señor Takashi, y se me erizó poco a poco la piel por la devastadora quietud que había; que se podía cortar con un cuchillo.

Cuando la curiosidad me pudo, me giré a mirarle. Diría que estaba bastante cómodo ahí, con las piernas abiertas y un brazo en el reposabrazos, mirándome lascivo desde la distancia, y con el pómulo apoyado en sus nudillos de gemas de colores. Oh...vale.

—¿Señor Takashi? –dije elegante, volviendo a sentir esos nervios incontrolables en la boca del estómago.

—Areum-ssi –usó el diminutivo en coreano de nuevo, inclinado sobre las rodillas como si quisiera reducir los metros que había entre él y yo–, ven aquí –palmeó sus piernas, pero cuando fui a ponerme en pie, me llamó la atención–. Sin levantarte –concretó, y me quedé quieta sobre mis manos y rodillas, pensando. Solo se me ocurría una forma de ir hasta allí, y parecía que él quería lo mismo.

Adelanté mi mano tímidamente delante de mí, y moví la rodilla para avanzar. Gateé hasta él sin poder aguantarle la mirada por la humillación, y permanecí quieta y sentada sobre mis pantorrillas cuando sus zapatos negros aparecieron enfrente.

Su respiración calmada chocaba en mi frente, y me arrancó las manos sobre la falda para ponerlas sobre sus rodillas vestidas. Observé lo grandes que eran sus manos en comparación a las mías, cómo las cubría sin esfuerzo, y aquello extrañamente me dio sosiego.

—Qué guapa estás de rodillas y entre mis piernas –cerré los ojos al sentir cómo trazó la curva de mi nariz, con un tacto demasiado dócil para ser suyo–. Te haría una foto y la enmarcaba en un cuadro –sus dedos serpentearon en mi pelo, y caí en su truco de provocarme paz.

—Te dije que no me hagas más fotos –añadí, bastante débil cabe decir. No quería bajar la guardia mucho, pero fue tarde cuando me apoyó la cabeza en su sólido y trabajado muslo. Abrí los ojos para mirar hacia arriba, y paniqueé un poco porque Takashi ya me estaba observando desde hace tiempo, con la mirada oscura de siempre. La quietud me hacía querer dormir, pero no acababa de confiar en él–. Señor Takashi...

—Shhh...quédate ahí –pasó la mano por mi suave pelo, y empecé a notar lo caliente que se puso mi mejilla contra su pierna. Con tanto masaje placentero, la parte inconsciente que me ordenaba desconfiar de él, se durmió. ¿Y si Takashi no era tan hijo de puta como me había demostrado?

—Qué imagen tan plácida... –me miró a los ojos desde arriba, haciéndome sentir minúscula–. Sé que te gusta que te toque así, con cuidado. Tu cuerpo se ha relajado tanto que estás en el muslo de la persona que más odias. Podría ser así siempre que me obedecieses –hizo una pausa en la que rodeó mi mata de pelo, y tiró severo hasta despegarme de su pierna–, ¿no sabes que las chicas buenas tienen la vida más fácil?

El fastidio de su cara, su mandíbula desencajada en disgusto, me hizo pensar que me iba a escupir en la cara. Casi me caigo cuando me soltó, y palmeó su entrepierna antes de maniobrar con el cinturón de oro que llevaba.

—Si no le hubieses zorreado a Yoshi –recordó a su amigo con un apodo, y me hirvió la cara al recordar la degradante escena–, no te habría pedido que te arrodillaras –me tensé cuando se desabrochó el cinturón, pero solo eso se quitó–. ¿Te ha humillado mucho? –preguntó con una sonrisa de suficiencia–. Casi te pones a llorar a nuestros pies.

—No lo vuelva a hacer –era consciente de que, arrodillada entre sus piernas, no estaba en la mejor posición para pedir respeto básico.

—No decides tú lo que te hago, Areum –dio unas palmaditas flojas contra mi mejilla, como si fuera una única y última advertencia. Cogió mi pelo en un puño, y rodeó el ostentoso cinturón en mi cuello, abrochándolo y sujetándolo en su otra mano como si fuera una correa. Mi pelo cayó como una cortina de alquitrán sobre mis hombros, y Takashi se reclinó en el respaldo para verme mejor–. Qué guapa estás con eso al cuello –dio un tirón del cinturón, para desequilibrarme y que me tuviera que apoyar en sus piernas. Estaba claro lo que pasaba por su retorcida mente–. Dame la mano –extendió la palma, y cuando tuvo la mía, la subió por su pierna, hasta el rígido bulto de su pantalón de traje. Madre mía.

—Señor Takashi –no le pude mirar de la vergüenza, e intenté hacer conversación–, ¿le ha gustado humillarme delante de su amigo? –soltó mi mano, y me sorprendí a mí misma al descubrir que comencé a trazar patrones sobre su miembro erecto, porque me daba curiosidad y también morbo.

—Siempre es divertido humillar a una sumisa –se relamió al notar el tacto de mis dedos, y tragué duro cuando los trasladó al botón metálico.

—¿Cuántas sumisas tienes? –desabroché su pantalón y bajé la cremallera de la bragueta sin saber muy bien por qué. Me había hecho chantaje y también acosado, pero aquí estaba yo a punto de chupársela, atada de una puta correa.

—No me agradan los interrogatorios, Areum –peinó mi pelo encandilado, y apretó el cuero negro con maldad, hasta que me ahogó un poco y le puse cara de pena y ojitos llorosos–. Aunque dentro de unos minutos tendrás la boca llena –apretó mis labios rechonchos con lascivia pura en su angular cara–, no te harán falta las palabras.

Ay madre, ¡que le iba a hacer una mamada!

Sin dejar de mirarme con superioridad y mofa, él mismo se acarició por encima de los calzoncillos, y aunque no lo iba a admitir jamás, su aura me pareció muy sensual.

—Un poco más y se te cae la baba, nena –me pilló infraganti mirando su paquete, y se palmeó más toscamente, cachondísimo. Se inclinó sobre mi cara y lamió mis labios como un salido mental, sin besar, solo dejando su huella en mí–. Me la vas a chupar así de bien, ¿a que sí? – lamió el cartílago de mi oreja, y me aparté brusca por lo sensible que se sintió.

Me echó hacia atrás, y liberó su miembro de los pantalones con una naturalidad difícil de ignorar. Tenía la polla tan grande como su ego, qué rabia.

—Ehm, ¿Señor Takashi...? –despegué la mirada de su miembro hinchado y rojizo, simplemente porque me entraban ganas de lamerme los labios y eso iba en contra de mis valores. Me alzó el mentón, y me sonrojé cuando empezó a masturbarse lento. Aquello fue tan estimulante, que tuve que cerrar los ojos cuando sentí una ola de calor marearme.

—Sé que esto te excita –declaró firme, observando mi boca como si me fuera a besar, tan cerca que creó una intimidad que no había y yo me lo creí–, tócame –ordenó en mi oído, rozando los labios en la piel, dándome escalofríos por la columna vertebral.

Yo misma rodeé su pene con la mano, y mi memoria recordó sola los movimientos que embelesaban a los hombres. Siseó amargo cuando pasé el índice por el glande, y entonces me hizo una extraña pregunta mientras acariciaba mi cabeza.

—Areum, creo que ya te haces una idea de que tengo un fetiche por la degradación femenina –asentí, confusa–. Dime el primer antónimo que se te venga a la mente cuando piensas en mí –decretó, su mano guiando a la mía en un vaivén mientras yo pensaba.

¿Algo contrario a Takashi, un hombre que ni me había dicho su nombre pero que me deseaba? Dominante, hiriente, estricto, formal, tétrico, sádico... Solo eran algunos sinónimos, pero no fue eso lo que me pidió.

—Azúcar –confesé repentina, moviendo los dedos por su miembro. Me cogió las mejillas con una imperiosidad nueva, como si algo hubiera cambiado. Y qué satisfecho le vi cuando no me resistí.

—Escúchame bien –empezó–, esa será tu palabra de seguridad –su pene palpitó contra su camisa, más rojo que antes–. Cuando esté haciendo algo extremo que no te guste, cuando quieras que pare, cuando sea demasiado para ti; dirás azúcar. Si no lo pronuncias claramente, continuaré follándote –dio un toque de atención en la punta de mi nariz–. ¿Entendido, nena?

—Sí, Señor Takashi.

—Pues abre la boca y chúpamela –hizo un puño en mi pelo para tener el control, y bajó mi cabeza hasta que mis labios envolvieron la punta. Salado, nada parecido al azúcar, parecía un chupachups, y al subir los ojos a los suyos, sentí un vicio que no era normal.

—Me gusta que me mires –confesó, tirando hacia sí el cinturón de mi cuello y produciéndome una arcada por la profundidad. Me dijo que usara la lengua, que la sacara, que le salivara alrededor. Me dijo que le gustaba mi boca.

Cerré los ojos cuando un líquido espeso me bañó la cara tras un rato. No dijo nada después, sus pasos moviéndose por la habitación, y miré mi blusa y falda salpicadas de blanco. ¿Qué había hecho?

—Ven que te limpie la carita –me tendió la mano, y la cogí porque estaba conmocionada y débil. Distinguí su pecho contra mi mejilla, y cerré los ojos mientras pasaba la toallita por mi cara.

—Esta semana te has portado muy bien –abrazó mi cintura, y me dio el cariño que cualquiera merecía–. El viernes te llevaré a cenar, así te conozco un poco mejor, ¿te parece?

—El viernes ya tengo planes –me bajé y recogí mis cosas cuando me sentí apagada–. Buenas noches, Señor Takashi –hice una reverencia de despedida.

—Areum –me llamó nostálgico, encendiéndose un cigarrillo–. No te quites el collar –pidió, lejano en su butaca–, prométemelo. Te castigaré, tengo cámaras vigilándote las veinticuatro horas.

Sí, sí que era tan hijo de puta como parecía.

—No me lo quitaré si usted se porta bien conmigo, Señor Takashi.

14. [cumpleaños con drama]

Jueves

Areum

Solo tenía cuatro clases al siguiente día, y toda la tarde de estudio en la biblioteca con Kohie. Me vendría genial para desconectar.

Lo que el profesor de economía decía me parecía tan aburrido que me distraje con la primera notificación del móvil.

Mamá

Hoy no tienes que ir a trabajar, el Señor Takashi me ha dicho que su hijo está de viaje de negocios

13:58

Deseé que Takashi no volviera a Tokio en una temporada.

...

—¿Acaso te pesa el culo? –Kohaku cogió mi brazo para que le siguiese el paso hacia nuestra mesa en la biblioteca.

—Mucho –dije amarga, ya que las curvas no eran algo distintivo en mi país–. ¿Estás ilusionado por lo de mañana?

—Mucho –me copió–, nada más me transfieran la herencia a la cuenta bancaria, compraré un apartamento.

—Te va a ir bien, Kohie –bajé el tacto por la manga de su sudadera azul marino, arropando su mano–. Estarás mejor lejos de tu padre.

Brillaron pequeñas estrellas en su mirada, y me dio un apretón con los dedos que no cesó hasta que nos pusimos a estudiar.

Kohaku

Llevaba ya un tiempo considerable centrado en mis apuntes, sin embargo Areum no dejaba de ojear una revista femenina.

—¿Qué estás leyendo? –me incliné sobre la página, y fruncí el ceño al ver al musculitos de turno del anuncio de perfume–. ¿Te gustan los chicos así?

Abandonó la revista para mirarme, y mordí uno de mis carrillos ansioso. Joder, ¿por qué le había preguntado eso?

—¿Cómo?

—Los modelos occidentales –cogí la revista, y tracé los marcados pómulos del hombre blanco con el pulgar–, si te gustan.

—Me conformo con que no sean estadounidenses –palpó mi brazo, y escondió una sonrisa ambigua tras las páginas de cotilleos–, además, tu bíceps está más duro.

Contuve las ganas tan fuertes de apretar a Areum entre los brazos, y simplemente me la quedé mirando como un pardillo.

—¿Me quieres ayudar con la mudanza?

—Claro, hace mucho que no visito Ikea,

...

Viernes, 00:32 a.m

Bajé del coche, y sonreí al ver a Areum esperando contra la pared de la discoteca. Llevaba un vestido blanco y con mangas de princesa, y se había rizado el largo pelo. Estaba guapísima.

También llevaba puesta una chaqueta para evitar los comentarios obscenos de algunos subnormales.

—Buenas noches –me cargué la chaqueta sobre el hombro, sintiéndome como cien modelos norteamericanos no podrían.

—Qué guapo estás, Kohaku.

—Hoy voy de Gucci –ajusté el ya perfecto cinturón, y sonreí internamente cuando sus ojos bajaron más allá del objeto de cuero.

—Creía que eras más de Yves Saint Laurent –murmuró, su cara de repente seria–. ¿Vamos dentro?

—Guíame –caminé detrás suyo, y no me opuse cuando me cogió la mano para no perdernos entre la multitud.

Areum ya tenía una copa en la mano pocos minutos después de haber ingresado en la pista de baile, y me dio a probar varios tragos de su ron con cola. Había 70% de alcohol y 30% de refresco, y tal vez por eso no dejé de bailar con confianza.

No me salían las palabras ni tampoco hacían falta, y es que Areum había dejado la chaqueta en el guardarropa y no podía dejar de mirarla. Si yo pensaba que me veía bien sin la chaqueta, ella me multiplicaba por diez.

Su vestido blanco no dejaba sin resaltar ninguna parte de su cuerpo: su pecho parecía haber crecido en todo el tiempo que había dejado de estar tapado por el uniforme, y su miraba su cintura demasiado me ponía a sudar.

Agradecí que no me dio la espalda, porque si no el asunto pasaría a asuntos mayores.

—¿Me das más? –señalé su copa, sintiendo la boca seca de repente, y la compartió conmigo sin pensárselo dos veces.

—Estás tan guapo que te he confundido con un top-model –su voz me pareció la mejor miel del mundo, y me guiñó un ojo bajo las luces azules y rosas de la sala llena.

Inconscientemente me relamí los labios cuando bebió de la copa.

Repasé mi outfit, y la camisa de seda abierta y pantalones ceñidos no me parecían para tanto. No cuando estaba a su lado y ella me opacaba.

—Las chicas de atrás no han dejado de mirarte desde que has llegado.

Ojeé al grupo femenino detrás de mí, y al mirar a las chicas, comenzaron a reírse con flirteo.

—Ah... –le devolví mi atención a Areum, y sonreí sin saber muy bien qué decir.

—¿Por qué no vas a hablar con alguna de ellas? Te puede alegrar la noche de cumpleaños.

No quería empezar un flirteo sin futuro con una chica desconocida mientras ella bailaba sin mí, incluso prefería hablar con el puto Takashi.

—Pero he venido aquí contigo –me acerqué atrevidamente a ella y le arrebaté la copa de la mano, rozando sus dedos por nanosegundos. Me acabé el contenido en tres segundos. El alcohol no era el mejor método para asalvajarme, pero era bastante difícil actuar despreocupado delante de la chica que me gustaba.

Arrugué la cara con el sabor fuerte, y Areum me miraba con una ceja enarcada.

Una canción lenta y sexual comenzó, e intuyó por mi sonrisa felina que quería bailar. Me relamí el líquido restante de los labios antes de inclinarme a su oído.

—Eres la chica más guapa de la discoteca, ¿por qué tendría intenciones de abandonarte?

Me miró patidifusa a través de sus espesas pestañas, y sonreí cuando los roles se intercambiaron. Ahora eran sus mejillas las que sufrían la rojez.

No nos separamos para bailar, y no me importó el calor que había entre su cuerpo y el mío, porque valía la pena verle así de cómoda y sensual mientras se dejaba llevar.

Quería pensar que estaba cómoda tan cerca de mí

Era imposible no mirar sus piernas enmarcadas en medias negras o sus hombros escultóricos que quedaban restringidos únicamente por los tirantes de mierda. Se los quería arrancar. El balanceo de sus caderas tampoco ayudaba.

Areum me miró con el mismo interés, y la temperatura de mi sangre se calentó.

—¿Estás bien? –me agaché para airearle con la mano, y le dio un escalofrío cuando soplé directamente en su cuello–. ¿Quieres que te ayude en algo?

El perfume artificial de su piel capturó mi voluntad, y antes de que me quisiera dar cuenta mi nariz estaba pegada a su cuello con aroma floral.

¿Por qué tenía que ser tan atractiva?

Este nuevo Kohaku parecía haberse comido a la anterior versión, un depredador sexual que precisaba de perfumes femeninos florales para sobrevivir.

Tenía el cuello suave y vacío, y quise darle el collar cuanto antes.

—Estoy bien –murmuró en un hilo de voz que no sé cómo fue audible por la música, y me estiré para devolverle su espacio personal. Notaba que no dejaba de mirar por encima de mi hombro con el ceño fruncido, y cuando hice lo mismo, vi a las chicas de antes mirándole con recelo.

—No merece la pena que les des atención –le animé, bajo un abrasante contacto visual. Areum no pudo disimular bien la incomodidad de su cara, intentando no mirar a las chavalas celosas de su vestido, apariencia o vete tú a saber qué–. Ven –extendí las manos hacia su fina cintura, y quedamos tan cerca como pensé en mi mente.

Me rodeó los hombros con algo de decadencia, como si estuviera ida. Dio un trago a su copa y dejó los ojos fijos en mi pecho descubierto por los primeros botones de la camisa. Le pegué más a mí hasta que su nariz rozó la piel expuesta, y me mordí la lengua con las ganas que sentí de besarla.

—Oye, ¿te estoy incomodando? –pensé que a lo mejor estaba siendo demasiado intenso.

—Estoy bien –asintió con una pequeña sonrisa, posando la mejilla en mi pecho. Colé uno de mis muslos entre los suyos sin romper el contacto visual permisivo–. ¿Has estado yendo al gimnasio? –acarició mi nuca cada vez que me rozaba la pierna al bailar, y sé que notaba la consistencia de mis cuádriceps cada vez que rozaba su parte más sensible contra mi pantalón.

—Uh... –le temblaron las falanges y mi pantalón se tensó al oír el sonido extasiado. ¿Había suspirado?, ¿de placer? ¿En mi muslo?

—Sí, me estoy poniendo...fuerte –me escondí de nuevo en su cuello, dejando que su perfume me embriagase. Tenía la mejilla contra mi pecho, y me sentía excitado y enternecido a la vez–. Hueles muy bien.

Tuvo un espasmo contra mi pierna, y pensé que sus piernas estarían genial alrededor de mi cara. Ninguno decía nada, pero era más que palpable que los nuestros cuerpos habían reaccionado a la cercanía. Me comencé a alterar por el hinchado tamaño de mi amigo.

—Areum –le separé bruscamente de las mangas de princesa–. Necesito ir al baño, un momento.

Areum

—Estoy bastante borracha –me tapé la boca cuando me empecé a reír sola, y Kohaku no me soltó la mano mientras salíamos de la discoteca. Eran más de las dos de la madrugada, pero los dos estábamos cansados y necesitados de un parque tranquilo en el que descansar un momentito de las luces psicodélicas.

—Es que te has bebido cuatro copas –me regañó, guiándome a un banco de madera alejado del gentío–, pero te lo dejo pasar porque me lo he pasado muy bien.

Nos sentamos hombro con hombro, pero subió mis pantorrillas a sus muslos y quedé perpendicular y con la mejilla en su camisa.

—Mi madre me va a matar si me ve así de borracha...

—La semana que viene te vendrás a dormir conmigo –su mano cayó en mi coronilla, y hundió los dedos en un profundo masaje; vaya, el movimiento me era familiar–. Me he despertado con una transferencia billonaria de Apple, y mañana si no tienes resaca te puedo enseñar mi nueva casa.

—¿Me dejarás dormir contigo? –le miré a los ojos, con el foco un poco distorsionado por el alcohol en sangre.

—Claro, te puedes venir cuando quieras.

Se me había pasado la excitación del baile de antes, pero mis hormonas volvieron a subir a flote con las líneas imaginarias que comenzó a hacer por mis piernas desnudas.

—¿De verdad que no te he incomodado antes? –susurró, en su voz un ápice de miedo; miedo al rechazo, ¿tal vez?

—No me incomodas, Kohaku –mi culo se estaba quedando cuadrado por el banco, y aunque tuve ganas de sentarme encima de él, me contuve. Los hombres tenían una comprensible tendencia a excitarse cuando lo hacías. Y aunque me gustaba, se sentía...particular hacerlo con mi amigo.

Una vibración ahuyentó el silencio, y aunque sabía que era de mi teléfono, lo ignoré. ¿Quién coño me hablaría un viernes por la noche?

—Es el tuyo, Areum, no tengo notificaciones emergentes.

Escondí la pantalla contra mi pecho, y mis ojos flojearon.

Detrás de ti...de vosotros, más bien

—T.K

Tienes dos minutos para subirte en el coche

—T.K

Giré la cabeza como un búho, y me caí del banco cuando mi cuerpo se congeló. Había un range rover negro con la luces encendidas en la acera de enfrente, con los intermitentes encendidos.

—Hostia menuda caída, ¿estás bien? –Kohaku pronto estuvo agachado a mi lado y me ayudó a levantarme–. Menos mal que no te has manchado el vestido, que vas de blanco.

¿Pero qué hacía Takashi aquí? ¿No estaba de viaje de negocios?

—¿Ari? –mi amigo pelinegro llamó mi atención, y le miré nerviosa sin saber qué hacer–. Se te ha puesto la cara muy pálida.

Cogió mi cara para examinarla, pero sabía que Takashi nos estaba mirando, y le aparté delicadamente.

—Debe ser el alcohol –me excusé, señalando el todoterreno a sus espaldas–. Joji –mentí–, ha venido a por mí.

—Ah, vale... –Kohaku estaba tan distraído que no se fijó en que ese no era el coche de siempre–, pero no te vayas todavía. Tengo algo para ti.

Chequeó mi cuello por segundos, y sonrió nerviosamente al sacar una cajita alargada del bolsillo de su chaqueta. El claxon sonó impaciente, y simulé que no tenía los nervios a flor de piel.

—Es para ti –susurró, entregándome la caja. Pandora. Últimamente las joyas me perseguían.

—¿Para mí? ¿Por qué me haces un regalo cuando el cumpleañero eres tú? –me reí tontamente, pero al ver su cara íntimamente ilusionada, me obligué a callar. Abrí la caja aterciopelada, y se me calentó el pecho al ver un fino collar de plata.

—Es mi forma de agradecerte que seas mi amiga, te...aprecio mucho.

Joder, yo no le había regalado nada

—Yo también te quiero mucho, Kohie –le tendí el collar, y aparté el pelo para que me lo pusiese. Noté sus dedos temblorosos en el broche, y algo frío cuando el metal cayó en mis clavículas–. Todavía no tengo tu regalo, de verdad que lo siento mucho...

Su cara regordeta apareció delante de mí, e ignoré el segundo aviso del claxon. No sabía qué pasaría si había un tercero.

—No hace falta que me compres nada, tu compañía me hace muy feliz –algo caliente tocó ambas mejillas, y me di cuenta de que eran sus manos acunando mi cara con la misma delicadeza que a un bebé.

—Te daré tu regalo igualmente –sonreí, temiendo por el espectador del coche.

—¿Me ayudarás con la mudanza?, ¿me visitarás de vez en cuando? –sus dedos temblaron ligeramente contra mis mejillas, inseguridad.

—Eso está hecho –avancé para darle un abrazo, y rodeó mi espalda de forma protectora y cariñosa. Me sentía bien, sus abrazos eran de esos que te calmaban con dulzura en vez de anestesia.

—Gracias por bailar conmigo, aunque creo que ha sido un poco...intenso –soltó una risita contra mi coronilla, sus brazos apretándome más, y me agobié un poco.

—Pero me ha gustado –le guiñé un ojo al separarme, y caminé de espaldas hacia el coche mientras me despedía silenciosamente de él–. Buenas noches, Kohaku.

—Adiós, Ari –movió la mano, y solo le hacía falta un sonrojo excesivo para recrear una escena típica de un manga romanticón. Tenía más estrellas en sus ojos que en el cielo contaminado.

No vi nada a través de los cristales tintados del coche, por lo que abrí la puerta de copiloto y tomé asiento rápidamente, esperando mi sentencia.

Pasó un minuto en completo silencio, en el que solo se oían sus dedos repiquetear contra el volante. Kohaku miraba en nuestra dirección con la cara inclinada, seguramente pensando en por qué no me iba ya.

—Creía que estaba de viaje de negocios, Señor Takashi –dije fría, mirando de reojo a Takashi. No parecía contento.

Cogió mi mandíbula con brusquedad y me hizo mirarle. Me sentí pequeña cuando sus ojos enfadados buscaron algo específico en mi cuello, y se rió amargamente al ver el colgante de plata sobre mis clavículas

—¿Qu... –

—Estás castigada.

Sugar, daddy

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