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16. [confrontación doble]

Sábado

Kohaku

—Ya está –Areum se dejó caer sobre el sofá con olor a nuevo. Sonreí sin poder evitarlo, y cerré la puerta cuando metimos la última caja.

—Quién nos iba a decir que hacer una mudanza era tan agotador, ¿eh? –observé su espalda, aguantándome las ganas de acariciarla hasta que se durmiera–. ¿Quieres que te haga un tour de la casa?

...

—Parece una cama de película medieval –tocó los postes de madera que culminaban en un dosel, y vi cómo se contuvo de deshacer el lazo para que la cortina cayera y fuera más fantasioso–. Me gusta mucho tu apartamento, no es una mansión fría como en casa.

Sabía a lo que se refería, a un hogar con sirvientes y ausencia paternal.

Anduvo por la estancia murmurando cosas que me costaba entender, y paró frente al escritorio donde había libros de clase y una foto con ella.

Me acerqué a ella cuando continuó susurrando para sí misma, y le toque el hombro preocupado. Había estado así toda la mañana, y me daba la sensación de que su mente no estaba aquí.

—Areum, ¿quieres quedarte a comer? Luego podemos hacer la siesta –propuse contra su pelo, cerca de su espalda pero sin agobiarle físicamente–, tengo Netflix en la tele.

Desde aquí vi cómo sus mejillas se abultaron muy poquito en una sonrisa, y me encaró para darme una confirmación.

Pedimos comida china, y le hice caminar hasta el sofá al notar su cansancio. Me hacía pensar que había dormido poco a pesar de hacer abandonado la discoteca pronto.

Aún así se las ingeniaba para estar igual de guapa que siempre.

Me gustaba hacer planes con ella fuera del instituto porque no le veía con el uniforme, sino con su ropa; con su personalidad propia.

Hoy se había puesto un jersey de cuello alto que marcaba su figura de formas que no me atrevía a describir, y vaqueros normales. Se veía achuchable y sexy, si eso tenía sentido alguno.

Me tumbé antes que ella a lo largo del sofá, y di palmaditas en el espacio que quedaba a centímetros de mi pecho.

—¿Te molesta si nos ponemos así?

—No, está bien –me dio una pequeña sonrisa antes de agacharse para quitarse las pantuflas.

Aproveché lo cerca que estaba para estudiar mejor su cara. Tenía los ojos un poco rojos, como si hubiese fumado maría o llorado; un corte reciente en el labio y ojeras que se filtraban a través de su maquillaje. También me había fijado en que estaba más seria, pero en vez de preguntarle le ofrecí una siesta de consuelo entre mis brazos.

Hice un esfuerzo abismal por no suspirar al sentir su cuerpo contra el mío, y nos tapé con la manta cuando la intro del capítulo estaba sonando.

Sí, su pelo sí que olía tan bien como parecía

Buscó mi mano, y dejó el lío de dedos rozando su estómago.

Estábamos haciendo la cucharita y me parecía lo más encantador del mundo, sobre todo con el calor corporal que me transmitía. Era muy difícil no quedarse dormido a su lado.

No solté su mano durante el capítulo, ni siquiera con los tres que le siguieron; solo cuando ella quiso.

—Kohie... –se recostó sobre su otro lado, nuestras caras a escasos centímetros por la postura. Llevó sus manos a su pecho con los ojos entrecerrados, y me mordí el carrillo al verla dormida y susurrando en sueños.

Coloqué el brazo bajo el hueco de su cuello para que estuviese más cómoda, y enterró la cara en mi pecho. Se durmió a mi lado y pensé que estaba enamorado de ella. No encontraba otra explicación al latido de mi corazón o la felicidad y satisfacción extremas al ver la paz de su cara.

Tracé su pelo con los dedos, convencido de que le haría el sueño más placentero.

El capítulo del anime creó un fondo diluido y acogedor, y memoricé cada facción de su cara con detalle. No me quería olvidar este momento en el que los dos estábamos tan seguros el uno con el otro, porque no sabía si se volvería a repetir.

El cuello de su jersey se había movido un poco y vi una cadena plateada familiar. Quise colocar el colgante por fuera del cuello alto, así que con cuidado, tiré del collar que le había regalado.

Vi algo raro.

Areum llevaba un chocker que parecía estar hecho de diamantes, y me extrañó demasiado porque precisamente ella era más de anillos y pendientes.

Comprobé que seguía igual de dormida y enganché la tela del jersey con el dedo, bajándola un poco para ver qué tipo de collar era; para el futuro, para saber qué tipo de collares comprarle para su cumpleaños.

“T.K” rezaban las iniciales grabadas en un charm con forma de corazón, pero no me centré en averiguarlo porque algo más captó mi atención.

—¿Qué cojones...? –susurré, apartando el collar, asustado al ver manchas violáceas, y dejé de acariciarle el pelo para no distraerme.

Eran chupetones, unos intensos que le habían destrozado el cuello. No era agradable de ver, y objetivamente podías sentir dolor solo con verlos.

¿Eran estos los moratones que también me escondió la otra vez?, ¿los mismos que me enteré gracias a la chica de su clase? Joder, ¿pero quién le había hecho eso?

Recoloqué la tela como en un inicio, sintiendo cómo las mariposas de hace minutos se habían quemado con la cruda verdad.

Estaba preocupado, celoso y enfadado, y sentí la súbita necesidad de apartarme de ella. ¿Por qué no me había dicho que tenía novio?, ¿o follamigo?, ¿o lo que aquel desgraciado tuviese el honor de ser? Esas cosas se contaban entre mejores amigos, ¿no?

Apoyé su cabeza en el sofá, pero todavía dormida se movió hacia mí. Sentí unas tremendas ganas de llorar cuando enterró la cara en mi pecho, y para colmo enredó los dedos en mi camiseta. Así me lo ponía imposible para apartarme, o para no quererle.

—¿Areum? –rocé con los nudillos su mejilla caldeada pero no obtuve respuesta alguna, entonces lo supe.

Mis sentimientos tenían que permanecer ocultos, no quería salir dolido por un amor no correspondido ni joder nuestra histórica amistad. Ahora que podía y que no era tan intenso, me tenía que olvidar de las historias imaginadas con ella. Nada de futuros ficticios, adiós a aprender a cocinar y acabar haciendo otras cosas sucias en la cocina.

No le besaría, y mucho menos llegaría a tocar las partes prohibidas de mis sueños.

Areum

—Perdona por haber estado toda la tarde durmiendo, Kohie –descolgó la chaqueta y me ayudó a ponérmela, a pesar de que no hacía falta–, anoche me costó conciliar el sueño.

Asintió en silencio, con una mueca vaga que no hacía justicia a su sonrisa de hoyuelos. Estaba muy callado.

Opté por ir a lo seguro, y lo abracé de despedida.

—Eres una buena almohada para las siestas –confesé, hundiendo la cara cálidamente en su sudadera, suspiré–. Estás un poco serio...

Mis palabras se perdieron en su hombro, y me apretó más fuerte contra él, como si alguno de los dos se fuese a ir de viaje por mucho tiempo.

No sabía qué le sucedía, pero que me lo contara cuando estuviese cómodo, no le iba a presionar. Tal vez su padre le había dicho algo de nuevo, y sabía lo que le costaba lidiar con la violencia traumática.

—Areum –me pausó–, no te metas en líos, por favor –su despedida escondía un trasfondo complejo, pero no lo supe identificar en el momento.

Lunes

Kohaku

Esperé afuera del vestuario de chicas. ya que probablemente Areum ya estuviera cambiándose. Había estado todo el fin de semana sin hablarle.

No había podido ver su cuello de nuevo, pero los moretones me perseguían cada vez que cerraba los ojos. ¿Qué había más desgarrador que pruebas físicas de que tu amada está con otro cuando la estás abrazando? Según mi joven corazón, nada.

Necesitaba madurar y hacerme fuerte. Además, ella probablemente estuviera con otro. Qué jodido subnormal estaba hecho.

—No pensaba que estarías aquí –asomó la cabeza para mirar a ambos lados del vacío pasillo, y salió. Todavía llevaba el uniforme colegial puesto, no el de gimnasia–, me voy a saltar educación física.

Caminó hacia las escaleras sin mirarme por segunda vez, y le cogí la muñeca algo molesto por su nula explicación.

—Tú nunca haces novillos –espeté, observando su cara sorprendida con mi reacción. Intenté no ser tan intenso y suavizarme, le solté–, es la última hora de clase, ¿por qué no te quedas?

—Es que...no puedo, me duele un poco el cuerpo.

—¿Dé qué?, ¿y dónde? –me acerqué a ella, comenzando a cansarme de que tuviese que llevar la puta bufanda, porque sabía qué había debajo. ¿Y si tenía moratones nuevos?

—Pues...me duele el culo...¡de hacer sentadillas! También tengo contracturas en el cuello de hacer incorrectamente los abdominales, ¿contento?

Se cruzó de brazos a la defensiva con lo último, intocable. Yo también me había entrometido demasiado, pero ella me estaba mintiendo.

—¿Abdominales? –sabía lo que era el dolor en el cuello por unos mal ejecutados abdominales, pero definitivamente no te dejaban esos moratones en la piel–. Vale –chasqueé la lengua, metiendo las manos en los bolsillos con dejadez.

Me sentí encolerizado de que tuviese el valor de mentirme a la cara.

—¿Qué pasa? –sus cejas maquilladas se fruncieron. Primero me ocultaba información y luego la negaba, ¿por qué?

—Nada. Que te lo pases bien sin hacer nada en casa –espeté, marchándome amargado.

—Vale, ¡pásatelo bien atándote los cordones imaginarios cuando corras!

Golpe bajo, golpe muy bajo.

—Vale –incliné la cabeza con chulería y mala hostia, acercándome a la suya con intenciones de hacerle callar.

—¡Vale! –creía haber notado el batido de sus pestañas de lo cerca que estábamos, y estábamos montando una escena en el pasillo. Se apartó y se desapareció por las escaleras bufando, y me entraron ganas de descargar mi rabia contra algo.

...

Me había duchado y relajado un poco con el ejercicio físico, e intenté no pensar en la cara dormidita de Areum, imperturbada por el destrozo de su cuello. Pft.

Caminé empantallado al teléfono por el aparcamiento, y choqué con un estudiante de último año, de mi mismo curso.

—Perdona, no miraba por dónd...–

—No soltáis el teléfono ni para caminar, tskk... –me tensé, ya que reconocí esa voz madura y altiva, una sonrisa arrogante que brillaba como sus anillos.

Takashi Kaito. El colaborador de Areum. Un mal presentimiento.

—¿Qué se te ofrece? –no le perdonaba que le hubiera mirado las bragas a Areum la pasada vez en el aparcamiento, ni el acercamiento en la discoteca. No me fiaba de él.

—Vengo a por Areum –se crujió el cuello sin dejar de mirarme, y guardé mi iPhone para no estampárselo en la cara de rabia. ¿Por qué me daba la sensación de que se creía el dueño de todo?–, ¿dónde está?

—Simplemente no está –contesté seco, dispuesto a irme al coche. Me tocó mucho los cojones cuando se interpuso en mi camino.

—Eso ya lo veo, si no estarías detrás de ella como siempre.

—¿Quién coño te crees que eres? –le planté cara cansado, aguantándole la mirada, sombría como pocas.

—¿Con esa boca besas a tu madre? –hizo una pausa, una mueca que se asemejaba a una sonrisa partiendo su cara–. Oh, es verdad...no tienes. Tu padre no te debe de haber criado de esa forma, así que haz el favor de hablarme bien.

Ignoré el pinchazo que sentí en el pecho, presa de su manipulación.

—¿No tienes nada mejor que hacer? Te he dicho que no está aquí, se ha ido en educación física –quería que me dejara tranquilo y que dejara de mencionarla, porque ni siquiera yo podía hacerlo.

—Vaya, qué interesante... –miró algo por encima de mi hombro, y señaló con el mentón al grupo de chicas de mi clase–, ¿ese es el uniforme de la asignatura? –miró de más las piernas de las chicas, y coquetearon con él. Pftt qué puta grima. Él tenía veintitantos y ellas apenas dieciocho–. La última vez que vi a Areum estaba un poco adolorida –se encendió un piti haciendo cueva con la mano y el mechero, tirándome el humo en la cara–. Supongo que averiguaré qué le pasa cuando la vea esta tarde. No puede saltarse la obligación.

—Me alegro por ti –respondí sarcástico, y choqué su hombro al rodearle y seguir caminando. Oí su risa gutural–. Hijo de puta.

—Por cierto, muy tierno tu collar, Ito –se mofó–. Casi cubre los chupetones que tiene por todo el cuello.

Sugar, daddy

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