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8. [cambio de actitud]

Areum

Señor Takashi. Honoríficos. Uniforme. Sumisión

Las normas no eran difíciles, pero sí degradantes de llevar a cabo.

—¿A que no ha sido tan difícil? –levantó mi barbilla 90º, examinándome como si me fuera a comprar, midiendo la longitud de mis pestañas y las finas curvas de mi nariz. Grité cuando de repente me atrajo del cuello para besarme, y giré la cara.

—Tengo una duda –dije pensativa, mis piernas todavía temblando. Me ponía extra nerviosa notar la gruesa protuberancia de sus pantalones contra mi costado, ¿de verdad se ponía así por mí? Oh...–, ¿se ha esperado a tener mi firma para poder tocarme?

Aquello era en algún tipo de consentimiento, ¿no...?

—¿Firmando el contrato sin leerlo, eh? –extendió la mano abierta en mi muslo, con una perlada sonrisa de desquiciado de la cual no podías deducir nada específico. A veces Takashi parecía estar en otra onda–. Tienes suerte de que soy trigo limpio en todo lo relacionado con papeleo –dijo ambiguo.

—¿Qué pasa si rompo el contrato? –todavía no me levantaba de las piernas de este hombre, y pude estudiar de cerca su rostro. Cómo sus labios estaban muy llenos hiciese la mueca que hiciese, su expresión seria y naturalmente atrayente, cómo alzaba las cejas milimétricamente cuando algo no le agradaba.

Sonrió con los ojos idos.

—Debes pensar que es buena idea romper el contrato, ¿entiendo? –lo dijo tan neutral que me arrepentí de haber hablado, y bajó la mano, dándome palmaditas pausadas encima del trasero, como advirtiéndome–. Bueno, Areum, si eso pasa me enfadaré mucho. Te advierto de que soy un hombre de temperamento fuerte, no deseo que acabes llorando veinte veces más de lo que has lloriqueado estos días si me descontrolo –cogió mis mejillas, mirándome a los ojos, los labios apretujados entre sus dedos–. Pero no tiene que pasar nada malo si me obedeces, porque es lo que vas a hacer...¿a que sí, nena? –me acarició el pelo para embobarme, sus oscuros ojos brillando en perversión, y me dio la sensación de que era un experto en el campo del sufrimiento.

—Le obedeceré, Señor Takashi –asentí para que me creyese, y cogí su mano para que no me rompiese la mandíbula, porque lo cierto era que apretó bastante.

Se relamió los labios ligeramente antes de besarme, y no supe cómo reaccionar, por lo que le devolví las caricias con timidez y lentitud. Manoseó mi pecho por encima de la blusa, apretando por encima del sujetador con destreza, consiguiendo que gimoteara–. Creo recordar que te dejé el cuello a medio acabar –gruñó, precipitándose contra mi piel.

—Espera –pedí ingenua, inventándome una excusa–, no puedo llegar con más chupetones a casa, ¿qué dirá mi madre? –o Kohaku–. Mañana... –pestañeé más de lo necesario, y entreabrí los labios para hacerme la vulnerable, que parecía ser que le gustaban las mujeres trofeo–, le prometo que vendré con otra actitud, Señor Takashi.

Se mordió el labio mientras escrutó cómo estaba sentada encima de él, deteniéndose más de lo necesario en algunas zonas. Con esa actitud desenfadada y controladora, me hizo sentir algo suyo. Es decir, ¿qué hacía yo teniendo una relación así con un heredero con el que iba a trabajar? ¿Qué mierda había firmado?

—Qué preciosa estarías con el uniforme –reflexionó, bufando cuando me reacomodé nerviosa en su regazo. Lo peor es que noté mis bragas húmedas. Un familiar tono de llamada cortó el momento, y me palmeó el muslo de nuevo–. Me entregarás el teléfono en modo avión cada vez que entres en mi despacho, odio las interrupciones.

—Es mi madre –leí la pantalla atemorizada, pues todavía no había hablado con ella desde anoche. Tenía una ligera idea de porqué llamaba–. Tengo que coger la llamada –me excusé, sin levantarme de sus piernas–. ¿Mamá? –descolgué mirando el ventanal de mi izquierda, negándome a centrarme en los ojos depredadores que me perforaban la nuca.

—Hija, ¿qué son esas fotos con Ito Kohaku que están por toda la prensa? Antes te has librado del sermón porque me he ido pronto a trabajar pero ahora no t... –aparté el teléfono cuando se puso a gritar por el altavoz, y contuve la respiración al sentir unas manos frías trazar mi cartílago.

—¿Problemas con el chico manzana? –percibí las vibraciones de su grave voz en mi oído, y se me puso la piel de gallina cuando lamió el lóbulo de mi oreja. Ahora no...

—¿Se puede saber por qué te vas de fiesta con él? –reclamó mi madre al otro lado de la línea, avergonzándome por el alto volumen de su voz–.¡Ya hemos hablado de esto demasiadas veces!

—Y yo también te he dicho que Kohaku es mi amigo –intenté mantener la calma–. Que hayan invadido mi privacidad y nos hayan sacado fotos... –recordé con pena–, no es mi culpa –colgué cansada, encima del responsable de las fotos.

—Tu amiguito tiene complejo de niño abandonado, ¿es que no te gustan los chicos mayores? –inquirió Takashi, apretándome contra él en un abrazo, su barbilla en mi coronilla–. Tenemos más experiencia, nena –insistió cómico.

—No sé si me gustan, pero a ti sí te gustan jovencitas...

Me besó aquella noche, fue el comienzo de un delirio laberíntico del que sería exhaustivo salir.

Sugar, daddy

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