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A modo de conclusión

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1 Primero: A tenor de lo expuesto, parece evidente que los locos reclaman ser considerados responsables, es decir, humanos. Cuanto más limitemos su responsabilidad subjetiva, más inhumanos los volveremos. Sobre este particular conviene recelar de todo determinismo, sea científico o religioso, pues ese tipo de doctrinas tienden a convertir al hombre en autómata y al devenir, en fatalidad. Aunque las escribiera hace más de un siglo, vale la pena evocar las palabras que el magistrado Louis Proal (Le crime et la peine) escribiera en defensa de la «responsabilidad moral»: «El hombre es representado por los criminólogos naturalistas como autómata, como una máquina, sufriendo todas las influencias, sin poder reaccionar contra ellas, obedeciendo, como el animal, a todos los impulsos del organismo».

2 Segundo: La responsabilidad subjetiva, a la que siempre debe apuntar el clínico en su quehacer, no tiene por qué coincidir con la imputabilidad penal. Sea legalmente imputable o no, el terapeuta debe poner de relieve el tipo de implicación que vincula al paciente con su acto. Mas en esto conviene proceder con buen criterio y no ofuscarse con si el sujeto se reclama culpable o inocente, pues la culpabilidad sirve a veces de coartada a la responsabilidad.

3 Tercero: Cuando un paranoico mata o lo intenta no lo hace empujado por su condición de paranoico, sino porque a su patología psíquica se asocia también la maldad, es decir, una transgresión ética. Como es natural, la psicopatología y la patología ética no siempre caminan de la mano, tal como atestiguan a diario un sinnúmero de psicóticos.

4 Cuarto: Las relaciones entre el delirio y el crimen no son, ni mucho menos, consustanciales, pues unas veces el crimen se precipita en una encrucijada de la tortuosa senda delirante y otras, por el contrario, irrumpe cuando el sujeto psicótico no ha conseguido ponerse en la vía del delirio; tal es la enseñanza que se desprende de los casos de Aimée y Wagner, por citar únicamente los más paradigmáticos.

5 Quinto: El reconocimiento, la sanción y el castigo (a veces también la imputación legal) del crimen tienen efectos clínicos tan probados como inmediatos. Como muestra Aimée, la responsabilidad y el castigo son términos connaturales. Por eso Lacan, en un escrito firmado con Cénac, dejó dicho: «la responsabilidad, es decir, el castigo, es una característica esencial de la idea del hombre que prevalece en una sociedad dada». Corre a cuenta de la competencia y del compromiso ético del clínico saber evaluar la oportunidad del castigo como recurso terapéutico y disponer de él cuando convenga.

Me detengo aquí, seguramente sin haber estado a la altura que este tema merece. Pero como algún consuelo he de hallar antes del siguiente intento, me quedo entretanto con las palabras de Cicerón (Disputaciones tusculanas): «Causa y principio de la filosofía es la ignorancia»121.

Estudios sobre la psicosis

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