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1. La insólita poesía 342 del Cancionero de Baena: el lulismo entreverado

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Abierta la vía de la conquista de la Andalucía árabe con la victoria de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa en 1212, pronto Fernando III ganó para Castilla y León la gran ciudad de Córdoba en 1236; la posterior campaña de 1240 aseguró el contorno de la ciudad, y Córdoba pasó a ser gobernada por los cristianos. Comienza así la nueva organización política y social de la ciudad que nos importa como marco político y social para situar en él la pieza literaria que será el centro de nuestra consideración. Con la escasa documentación que perdura del siglo XIV y con la algo más abundante del XV, he de trazar un comentario previo que defina a los cordobeses reunidos en la poesía que voy a comentar. Y no olvido que mi objeto es referirme, si bien de una manera condicionada, a la literatura de viajes. Y esto tengo que hacerlo, en este caso, dando un rodeo que justifique la peculiaridad de la poesía escogida. La obra pertenece al Cancionero de Baena, y mereció el siguiente comentario de sus editores, B. Dutton y J. González Cuenca (de cuya edición de 1993 tomo el texto) y que dice así: «Este poema tiene un tema muy original en los Cancioneros» (Canc. Baena, poesía 342, p. 614, nota).

El Cancionero de Baena es una obra polifacética; se puede considerar de muchas maneras, y esta mía ha de resultar insólita, pues hablar de viajes en una pieza poética del mismo no es lo común. Por de pronto, me atrevo a asegurar que Juan Alfonso de Baena la eligió para su Cancionero con predilección. La había escrito un autor, Pedro González de Uceda, cordobés que pertenecía a una familia que se encontraba en la ciudad al menos desde l308 (Nieto Cumplido 1979: 200). Potvin (1989: 56-57), en un intento por comprender el sentido de los encabezamientos de algunas de las poesías del Cancionero, nos dice que, de las rúbricas generales, sólo siete de los poetas de la gran antología medieval aparecen con menciones positivas por parte del de Baena. Y una de ellas es la de nuestro González de Uceda. Y curiosamente se trata de un autor que sólo figura con dos poesías que es seguro que sean de él, y esto supone una cantidad mínima si se la compara con las 223 de Alfonso Álvarez de Villasandino.

Por de pronto, el encabezamiento es una suma de noticias que informan sobre la posición social en Córdoba en relación con esta familia. Esta rúbrica general dice así:

Aquí se comiençan los dezires e preguntas muy sotiles e filosofales e bien e sabiamente compuestas e ordenadas, que en su tiempo fizo e ordenó el sabio e discreto barón Pero Gonçález de Uzeda, fijo del noble e leal cavallero Gonçalo Sánchez de Uzeda, el viejo, natural de la cibdat de Córdova, el qual era omne muy sabio e entendido en todas sçiençias, espeçialmente en el artefiçio e libros de maestro Remón.

He aquí un precioso cúmulo de noticias que nos han de orientar. Pedro González de Uceda pertenece a una familia cordobesa. Su padre, Gonzalo Sánchez de Uceda –escribe el baenense– fue hombre sabio y entendido en las ciencias, y esto lo dice quien pudo estar al tanto de su categoría intelectual. Del hijo, el autor de la poesía que comento dice que es un sabio y discreto «barón» (escrito con la letra be). Barón es palabra que ya figura en el Poema del Cid y que se aplica a don Rodrigo y a los que lo acompañan, y en el curso del cantar se llama así también a los vecinos de los concejos que se portan amistosamente con las gentes del héroe (vv. 2847 y 2851). En un primer grado de consideración social, sirve conjuntamente para el señorío y para el vecindario de las villas. Al padre del poeta se le nombra como noble y leal caballero, y aquí el término caballero sirve para dar realce al cordobés, contando no tanto con el linaje y las armas como con su consideración de sabio.

Padre e hijo fueron, pues, vecinos calificados de Córdoba, pero no hay que buscar a los Ucedas entre lo que se consideró alta nobleza de la época; no están ni en Argote de Molina ([1588] 1886. ed. 1957) ni en Márquez de Castro ([1779] l981), sino en las páginas de los archivos, como mencionó Nieto Cumplido en sus investigaciones cordobesas (1979: 199-201; 1982). El padre en 1347 era jurado de la ciudad de Córdoba para resolver un pleito entre vecinos de la región (Nieto Cumplido 1979: 200); y también Ramírez de Arellano (I, 1921: 67 y 607); en l356 era jurado de la collación de Santiago; y en 1370 aparece en un documento de permutas (1979: 200). Juan Alfonso titula a don Gonzalo como «caballero», con una palabra que ensalza su condición, y el de Baena bien sabría que los Uceda pertenecían a la categoría social de los llamados «hombres medianos», y lo mismo cabe decir del hijo, nuestro poeta. Situados entre los poderosos de la nobleza y la gente menuda de la ciudad, dice Escobar que eran «la clase media cordobesa, la burguesía de fines del siglo XIV, formada por comerciantes, algunos sectores del artesanado, propietarios de los medios de producción y profesiones liberales» (1989: 288).

Creo que el baenense hubo de ser amigo de los Uceda y los conoció y trató, y esto justificaría la extensa y favorable rúbrica que les dedicó. Y me conviene poner de relieve la mención de que el padre era sabio y entendido en el artificio y libros del maestro Remón. En efecto, hay una traducción castellana, hoy en la British Library, de una obra de Raimundo Lulio, titulada Libro del gentil y de los tres sabios, que se atribuye a Gonzalo Sánchez de Uceda, fechada en 1378 (Ramírez de Arellano, I: 607, nº 609; referencia bibliográfica en Bibliography of Old Spanish Texts, 1984: 62, nº 839). Y esto conviene mucho con el curso de la Historia de Córdoba. Un siglo antes, Córdoba era árabe, y en el siglo XIV, bajo el gobierno cristiano, abundaban los moriscos y los judíos seguían en la ciudad. Es decir, los tres protagonistas del libro de Lulio que informan al «gentil», estaban acomodados en la situación política dominante: los cristianos, los árabes y los judíos se hallaban y aún seguían en la ciudad. Por eso Américo Castro (1966: 432-433) dice que no se duda de la ortodoxia de Lulio, declarado por fin beato por la Iglesia y, sin embargo, en estas y otras obras de sus comienzos, aun optimista y fiado en la razón, se acerca en ocasiones a estas posiciones espirituales en las que se trata de la reunión de las creencias sobre Dios, posible en un futuro al que se quiere acercar en esta obra. El libro, a la vez apologético y con una cierta armazón novelística, estaba destinado a los hombres legos y escrito con vocablos llanos; en él la eficacia doctrinal se realiza por medio de una expresión poética de índole alegórica (resumen en Badia y Bonner l993: l63-l67). Este libro de Lulio resultaba muy conveniente para estos cordobeses de condición media que tenían a los judíos como vecinos, como tales o en el grado de conversos, y a los moriscos, y habían de tratar con ellos. Lulio monta un diálogo de particular exposición, filosófico a su peculiar manera, en el que representantes de las tres religiones exponen a un gentil, figura de la invención de Lulio muy característica, que es gran sabio en filosofía y que reflexiona sobre la vejez, la muerte y los placeres mundanos. El gentil no conoce a Dios, no cree en la resurrección y piensa que no hay nada después de la muerte (eds. 1966 y 1993, de A. Llina-rès). La exposición es muy propia del arte de Lulio (el artefiçio a que se refiere el de Baena), y destaca en su curso la cortesía con que se desenvuelve la sucesión de argumentos del cristiano, el judío y el árabe, y el respeto con que se tratan. Al fin del libro, cada uno se excusa ante los otros por si hubiese dicho algo inconveniente, y cada uno de ellos pide perdón a los demás y acuerdan seguir reuniéndose. Indudablemente, la exposición del libro, a medias novelesca y de un precioso didactismo naturalista, pudo complacer a estos hombres medianos de Córdoba que vivían en un ambiente que tendía a la violencia social entre los mismos cristianos enfrentados y con moros sometidos y judíos. El lector avisado percibe que el cristiano es el que convence al gentil, y el mismo Lulio lo dijo así en otros lugares de sus obras, como en el Livre des merveilles (VIII, cap. 79) y en otros lugares (Llinarès 1993: 40-45; y Badia y Bonner l993: l64, n. 46), en donde se menciona un fragmento del Liber de fine, en cual se dice que el Libro del gentil «enseña a descubrir artificialmente [con sus alegorías arbóreas] que la ley cristiana ha de ser elegida por encima de todas las otras».

Sabemos que Juan Alfonso de Baena sintió afición por Lulio; en una ocasión, contestando a Alfonso Álvarez de Villasandino en una pregunta contra los trovadores, menciona al «muy grant Remón», junto a otros escritores como Juan Escoto (Canc. Baena: 108, poesía 81, est. 1). Y también en el importante decir al Rey Juan II sobre el remedio del Reino, en el que confiesa los autores que le han servido para su formación:

Yo leí en el Catón,

e el poeta sabio Dante,

en Ovidio el ilustrante,

en Virgilio, en Platón, en el muy sotil Remón...

(Canc. Baena: 742, poesía 586, est. 17)

Nieto Cumplido (l979: 199; l982: 38) añade un dato importante. En un documento de 1417, autógrafo además, otorga recibir prestados tres libros «para los trasladar»; son los Loores de Santa María, De prima entención y las Oraciones de Lulio. La traducción de Gonzalo Sánchez de Uceda hubo de complacer a un lulista como Juan Alfonso y propiciar las manifestaciones elogiosas que escribió para la rúbrica. Y puedo añadir además la presunción de que el de Baena tuviera alguna propiedad rural lindante con las de los Ucedas. En un regesto de 12 de agosto de 1422, en un documento del cabildo de la Catedral de Córdoba (Nieto Cumplido, 1982: 44), hay referencias del arriendo de unos terrenos en linde con los olivares del mismo Juan Alfonso de Baena y «los de Juan Sánchez de Urda». Pienso que si en vez de Urda, un nombre que resulta extraño, se pudiera leer Uceda, entonces resultaría que Juan Alfonso tuvo que conocer y tratar a la familia de los Uceda, que tenían tierras colindantes con las suyas. A la afición por Lulio se reunirían estas aproximaciones agrarias, propias de la convivencia entre los de una misma clase social, con intereses que serían comunes.

El baenense dio a Lulio la calificación de «muy sotil Remón», y así reconoce la condición espiritual del maestro al que admira y al que también pretende traducir. Juan Alfonso había querido que su auditorio fuese tanto la nobleza como los regidores de ciudades yvillas; y entre los que oyen sus versos se encuentran «grandes sabios remonistas» (Canc. Baena: 741, poesía 586, est. 12) y también «judíos, moros, christianos». Es decir, que los estudiosos de Lulio tenían una calificación propia en la lengua, y entre ellos se hallaban Gonzalo Sánchez de Uceda y el mismo Juan Alfonso, indicación de un alto aprecio intelectual.

Maravillas, peregrinaciones y utopías

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