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4. Comentario de las estrofas

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Las aventuras o episodios se refieren en la aparente forma de un viaje en el que no cuentan las dificultades del desplazamiento. El sueño es como una eficaz agencia de viajes que permite al poeta medieval ir de una a otra parte sin límites y a precios económicos, como dice, burla burlando, el poeta a su buen amigo, y que además resulta cómodo.

Y entonces comienza el viaje, que en la estrofa primera es una sucesión de los lugares que visita en el sueño y después, en las otras estrofas, implicará una serie de proyectos de vida, identificables para los lectores de la obra y que el poeta incorpora a sí mismo. He aquí su numeración según el orden de la exposición del poeta.

a) El viajero (est. 2; vv. 9-16). González de Uceda se convierte en este caso en un viajero incansable y emprende el camino posible para los que entonces sentían el afán de correr mundo. Por eso viaja por la Europa interior, hacia Hungría y de allí a Alejandría, y después se dirige hacia Oriente, la ruta de las especies y de los tejidos preciosos, vías que recorren genoveses e italianos, y también los embajadores de muchos lugares. De 1403 a 1406, vinieron del Asia Menor a la corte de Castilla embajadores de Tamorlán, y en respuesta, otros de Enrique III fueron hasta Samarcanda, en el corazón del Asia, donde el gran señor asiático había instalado la capital de su grande y quebradizo imperio; de esto ha quedado el relato de este asombroso viaje (véase F. López Estrada 1981, 1997 y González de Clavijo 1943 y 1999). Y otro cordobés del siglo XV, Pedro Tafur, contó otro largo viaje por Europa (1982). Falta relativamente poco para que de Andalucía salgan las naves de Colón para un viaje por mar hacia oriente por la vía de occidente. Y curiosamente Fernando Colón, el hijo del Almirante, compró el manuscrito de la edición castellana del libro de Lulio al que antes me referí. La imaginación desatada de González de Uceda acierta al proponer la empresa de este viaje por Europa y Asia, posible sobre todo para los que andan metidos en empresas de índole comercial.

b) El maestro de Universidad (est. 3; vv. 17-24). En segundo lugar, el poeta sueña nada menos que con ser maestro en Bolonia. Soplan aires de Italia por entre los escritores españoles, y el grupo avanzado de los poetas del Cancionero sigue la vía de Dante, y Uceda es uno de ellos. Bolonia desarrolla en su Universidad estudios, sobre todo, de derecho romano, que atraen a los españoles. El prestigio de la inteligencia sigue al afán viajero, y lo uno y lo otro se juntan en el empuje renovador de este poeta cordobés, hijo de quien tradujo a Lulio, el sabio que también viajó por los centros intelectuales de Europa.

c) El mercader (est. 4; vv. 25-32). Dije que González de Uceda es un hombre de la condición mediana en las categorías sociales de Córdoba. Por eso no tiene reparos en levantar la condición del mercader si con su esfuerzo logra tener un capital económico importante que asegure su prestigio en la sociedad. La riqueza abre puertas. Entonces, incluso puede ofrecer un gran presente al rey castellano, que bien lo necesita. Y esto trae al poema los nombres ilustres de Flandes y Sevilla, emparejados como lugares adecuados para comprar y vender.

d) La vía social de la religión (est. 5; vv. 33-40). El viajero se siente balanceado, y desde la riqueza mercantil va a parar a la vida religiosa y su diversidad. Por una parte, expone el mejor camino para la salvación del alma: vivir como un ermitaño. Y por la otra, siente la atracción de Roma, tan fuerte que sueña con llegar a ser papa, en la cabeza de la Iglesia.

e) El afán caballeresco (est. 6; 41-48). Más tarde, el prestigio social y literario de la caballería lo inclina a soñar con ser conde. Y en esto anda acertado pues, según Juan Manuel, hay condes «que son más ricos y más poderosos que algunos duques y aun que algunos reyes» (Libro de los Estados, 1981, I, cap. 88: 384). Esta estrofa tiene un especial interés porque es como la síntesis del libro El Victorial, llamada también la Crónica de don Pero Niño, conde de Buelna, que se suele citar, al menos en parte, entre los libros de viajes, dado que el Conde de Buelna fue a Francia, donde acudió a justas y torneos, y luchó contra paganos (o sea árabes) en Túnez y pasó a Inglaterra, combatiendo en muchas partes y acabando vencedor en las lides. Esto quiere decir que la vida caballeresca implica las correrías. Y por ese motivo el siglo XV es una época que propicia los viajes a través de Europa de una corte a otra. Aún no se han alzado las barreras nacionales. Y para esta clase de aventuras, se sitúa a Francia como el lugar más conveniente.

f) El conocimiento de la naturaleza (est. 7; vv. 49-56). En lo que sigue, el poeta no señala objetivos geográficos concretos y su viaje ya no es a lugares determinados, sino que se refiere a actividades que tienen de una manera u otra relación con el conocimiento de la naturaleza y que pueden valerle por su poder científico y económico, además del prestigio y nombradía que da en las sociedades elevadas. Así ocurre con el arte de conocer las estrellas, en su influjo sobre los hombres y en la previsión de los acontecimientos históricos; la alquimia, por pretender la transmutación de los metales en busca del oro enriquecedor; la magia fina (esto es, la de alta condición, sutil, pero en los límites de la ortodoxia, con lo que esto habría de plantear entre los sabios, incluido al mismo Lulio); y lo mismo ocurre con el conocimiento de las piedras preciosas y sus propiedades. Y después, en esta misma estrofa, desciende al «labrador», el que labora y trabaja en oposición a la clase de los de linaje, como Berceo reconoce en su Vida de Santo Domingo, cuando en uno de los milagros se refiere a un ciego: «Si era de liñage o era labrador / non lo diz la leyenda, non so yo sabidor» (est. 338). El labrador puede ser noble, pues posee riquezas. El herbolario conoce las plantas del campo y sus efectos médicos. Y por fin se cita al ballestero, que es referencia al buen cazador que logra hacerse con los animales del bosque.

g) El poder político (est. 8; vv. 57-64). Luego sigue con el ejercicio del poder político, tanto en la tierra, con el emperador, como en el mar, con el almirante. En la tierra son las leyes, convenientemente ejercidas, y en el mar es la habilidad técnica del que sabe gobernar las naves. El cordobés intuye que el dominio de los mares ha de ejercer un gran influjo en la sociedad, y se diría que siente la atracción de estas vías marítimas, que conducirían más adelante a América, con todas las consecuencias políticas y sociales. h) El galán presumido (est. 9; vv. 65-70). Y acaba con lo que tanto abundaba en los cancioneros de la época: la mención del amor. Pero aquí ocurre de una manera chocante: este fidalgo lindo, garrido y donoso pone una nota de burlas en lo que antes parece que está tomado en serio (salvo, claro es, en lo alto de las miras del soñador); pero aquí el hidalgo es un jactancioso, que cree que las damas lo siguen a él y que no es necesario que él las pretenda. Indudablemente, estos galanes presumidos son una buena manera de poner en contraste el evidente formulismo de la poesía cancioneril, en donde hay tantas quejas de amor, y aquí no se mencionan sus dolores, sino la presuntuosidad de quien se cree que es la atracción de las mujeres. i) Un final desalentado y sin respuesta (sigue la est. 9; vv. 71-72). Más adelante viene el fin de la composición, muy rápido, como una caída vertical hasta la realidad cotidiana, que borra y deshace el sueño imaginado. Valen para esto sólo dos versos: traspuesto, esto es, enajenado del sentido por la brusquedad de este ingreso en la razón, despierto, lo privan, esto es, aturden y desazonan, dolores y cuidados, los de todos los días. Representa la vuelta del viaje, el despertar del sueño, cuando, después de la aventura, el poeta recae en la rutina común.

El sueño viajero nos ha permitido sorprender un reflejo de la realidad social que se refracta en las situaciones humanas que he señalado: en primer lugar, el poeta como viajero; luego maestro universitario, mercader, ermitaño, papa, conde, sabio en la magia y en la naturaleza, emperador y galán. Todo esto lo quiso ser el mismo poeta a través de esta transmigración por el espacio geográfico y social de su tiempo. El cordobés González de Uceda adivinó oscuramente lo que luego diría Sigmund Freud en su tiempo moderno: el sueño es la realización de un deseo reprimido. Y en este caso, también la expresión de lo que se quisiera haber sido. Y al final de tanto ajetreo, aunque fuese soñado, se encuentra con la angustia de todos los días. Es cierto que todo comenzó en tono de burlas, dirigiéndose al buen amigo Juan Sánchez, y acaba en una tristeza indefinible, pero que sentimos muy humana: la inquietud del hombre que quiere salir de sí mismo. Esto anuncia la exploración del propio estado de ánimo, un esfuerzo que caracteriza el humanismo moderno. Y esta vez el hombre no se vale de fábulas, ni se apoya en figuras mitológicas, legendarias o históricas, ni se ayuda del consuelo de la religión. Sólo cuenta con su experiencia para confeccionar literariamente el sueño imaginado. El fin de la poesía se limita a expresar concisamente el dolor de vivir. Y no sabemos si fue por comparar lo que quiso ser con lo que era, o si fue por un presentimiento de la angustia vital, que luego, siglos después, penetraría como motivo en la literatura y que aquí se disfraza con un desplante burlesco. La pregunta de González de Uceda a su amigo no obtuvo respuesta. Y si la hubo, se ha perdido en la recolección o en las copias, como ocurre con otras piezas semejantes del mismo Cancionero. O bien el amigo no supo dársela.

Maravillas, peregrinaciones y utopías

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