Читать книгу El mar de noche - Adela Sánchez Avelino - Страница 18

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—Sí, por suerte se fueron, Rosa —dice Beatriz sentada en la cocina, con el teléfono de cable largo que le instaló Eduardo. Recorre con la vista el living y lo ve en el sillón, como un rey, con una lata de cerveza en la mano, viendo fútbol.

—Horrible la visita, no pude ni disfrutar de mis nietos, y Teresa no sé. ¡Se volvió loca!

—Bueno no la necesitás, amiga, te arreglás con lo que tenés en casa...

—Shh, no lo digas fuerte, que te va a escuchar. —Beatriz ríe con picardía.

El mar de noche

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