Читать книгу El mar de noche - Adela Sánchez Avelino - Страница 9

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Tres de la tarde del 25. En la cocina, el viejo ventilador de pie remueve el aire caliente. Aturde el ruido chirriante de una de sus aspas. Almuerzan las sobras de la noche anterior. Oscar se va a hacer la siesta a su sillón favorito en el living. Leo sale a ver a las nenas, como arregló con su ex. En la sobremesa sólo quedan Eduardo y Beatriz.

—Tía, dejé mis cosas en lo de un amigo. Tengo que pasar a retirarlas el 5 de enero. De ahí nos vamos a la costa, a un lugar que nos prestan. ¿Me podría quedar acá hasta que viaje?

Se levanta a cebar mate. De espaldas, suspira y continúa:

—Tuve que devolver el cuarto en la pensión. A esta altura del año, no hay laburo de albañilería.

Beatriz se siente mareada, niega con la cabeza. Se incorpora en la silla y piensa que esto no le puede estar pasando.

—Me ponés en un compromiso, Eduardo. ¿No te podrás quedar en algún otro lado?

—¿Otro lado? No... Tía. Pero podría quedarme en la calle, es verano. —Eduardo hace un gesto con las palmas de las manos hacia arriba:— No sería la primera vez.

Ella lo mira exasperada. Se golpea las piernas con las manos haciendo ruido. Trata de controlarse.

—Si no hay remedio, quedate. —La voz entrecortada. En su cabeza las imágenes de su hermana Elsa y su sobrino. Habían compartido poco y nada. Se habían distanciado luego de una época en la que Elsa solía llegar sin avisar un poco antes del almuerzo y quedarse hasta tarde.

Pasan el año nuevo con amigos y vecinos. El 5 de enero, Eduardo se levanta muy temprano, desayuna un té con leche y una tostada con manteca, agradece a su tía y se va.

Un par de noches después, Beatriz escucha ruidos en la puerta cancel y sale a ver. Es su sobrino. Está ojeroso, la piel de la cara grasosa, la barba crecida. Huele como si hubiera estado durmiendo en la calle.

—¿Puedo, tía?

Ella se hace a un lado para dejarlo entrar. Él camina arrastrando los pies.

—¿Qué pasó?

—Se pinchó el viaje.

Están muy cerca, parados junto a la puerta. Eduardo aproxima su cabeza al pecho de la tía. Beatriz se queda inmóvil hasta que sin pensarlo pone una mano sobre los rulos de su sobrino.

—Entrá —le dice.

Él carga la mochila de siempre y un bolso grande. Beatriz se siente incómoda. Tiene la noche por delante para pensar, ya terminó de lavar los platos de la cena. En la cocina, en penumbras, se pregunta si podrá poner a su sobrino a hacer arreglos en la casa.

El mar de noche

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