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Desvíos teóricos y prácticos en los albores de una nueva sociedad

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Como ya se ha dicho, la Ilustración se caracteriza en términos generales por ser un movimiento que promueve la autonomía, la humanidad como fin en sí mismo y la universalidad. Sin embargo, como implica la generalidad de estos rasgos, había otras ideas que circulaban entre los pensadores ilustrados. Una fue la del progreso. Todorov establece que

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la fe en el progreso lineal e ilimitado del género humano pudo tentar a determinados pensadores de la Ilustración … Todos estos autores creen que, pese a los retrasos y la lentitud, la humanidad podrá llegar a la mayoría de edad gracias a la difusión de la cultura y del saber. Hegel retomará y reforzará esta visión de la historia como cumplimiento de un designio, después lo hará Marx, y por medio de este último pasará a la doctrina comunista. (20–21)

Una de las críticas a la Ilustración, además de la acusación que cayó sobre ésta de ser extremadamente racionalista, se debe a esta idea, pues se considera un aspecto del pensamiento ilustrado que justificó en el siglo XX “la carnicería de dos guerras mundiales, los regímenes totalitarios que se establecieron en Europa y en otros lugares, y las mortíferas consecuencias de los inventos técnicos” (19–20). No obstante, Todorov advierte que no todos los ilustrados se adherían ciegamente a la idea del progreso. Por ejemplo, Voltaire y Jean le Rond d’Alembert eran más cautos que otros al respecto y Rousseau “se opondr[ía] frontalmente a esta concepción” (20–21, 21). Para éste, “el rasgo distintivo de la especie humana no es el avance hacia el progreso, sino sólo la perfectibilidad, es decir, la capacidad de hacerse mejor y de mejorar el mundo, aunque sus efectos ni están garantizados, ni son irreversibles. Esta cualidad justifica todo esfuerzo, pero no asegura el menor éxito” (17). El progreso, por su parte, es una de las vertientes teóricas presentes en la Ilustración que se observa tanto en la interpretación historicista que prevalecerá en el pensamiento occidental como en la justificación del capitalismo moderno. La cautela de Voltaire y d’Alambert y la oposición de Rousseau ante la idea del progreso anticipan lo que llega a significar en cuanto rasgo constitutivo de lo que luego se identificará como la sociedad industrial. Los que se adherían al progreso, como el fisiócrata Anne Robert Jacques Turgot y el escritor y filósofo alemán Gotthold Ephraim Lessing (20–21), serían portavoces de una visión de la humanidad que condicionaría el modo en que se desarrollan las sociedades occidentales modernas. En otras palabras, el progreso se confundiría con la capacidad humana de “de hacerse mejor y de mejorar el mundo” (21).

Hay diferentes modalidades en que se manifiesta el progreso en el pensamiento occidental predominante, evidente en el de pensadores como Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Karl Marx o Auguste Comte. En su lectura de las influencias escatológicas de procedencia religiosa del pensamiento occidental, Löwith revela que

[e];l famoso fragmento de Lessing acerca de La educación del género humano [1780] se basa en la idea de una progresiva revelación que se resuelve en una tercera edad, idea que Lessing asimila explícitamente a la doctrina de los ←28 | 29→joaquinistas, aunque socava la fe en la revelación, reemplazándola por la educación (núms. 1–4) … La tercera edad fue concebida por Lessing como el reino venidero de la razón y de la propia realización humana, y, no obstante, como la consumación de la revelación cristiana.

La influencia de Lessing fue profunda y de un alcance extraordinario. Afectó a los socialistas saintsimonianos en Francia, e incluso la ley de los tres estados de Comte se halla probablemente influida por ella, pues el ensayo de Lessing fue traducido por un saintsimoniano cuando Comte pertenecía todavía a dicho grupo. La teoría de Lessing fue también adoptada por los filósofos ideali[s];tas alemanes, los cuales –en su intento de racionalizar la doctrina cristiana– se refieren al Evangelio espiritual de San Juan como el más filósofo de ellos … (237–238)

Señala que, si bien la concepción del despliegue de la historia en el sentido judeocristiano sufre un proceso de secularización a partir de la modernidad ilustrada, su aspecto teleológico se conserva en el pensamiento europeo occidental. Otra forma sería la que se expresa desde la doctrina económica de la fisiocracia, de la que Turgot, junto con François Quesnay, era uno de sus principales representantes y teóricos. Como indica Todorov, éste también creía en el progreso, pero en relación con la importancia que le daba a la economía. Robert A. Nisbet afirma que

lo más importante de [las] Reflexiones de Turgot está relacionado con las obras del mismo autor sobre el progreso. En la “Historia universal”, sobre todo en su primera parte, Turgot había esbozado el progreso normal de la empresa económica a través de las tres grandes épocas, en las que la última, la de la libre empresa, se presentaba como una culminación. Turgot ve cada una de las épocas como resultado del progreso alcanzado en la anterior …

En pocas palabras, casi un siglo antes de Marx y su análisis del capitalismo como resultado de la historia y el desarrollo de la fase económica precedente, vemos que Turgot estudia el nuevo sistema económico precisamente en esos mismos términos: los del progreso y el avance en el tiempo. (261–262)

La interiorización de la economía dentro de las estructuras epistemológicas del progreso y del historicismo teleológico le confiere a ésta una proyección de gran envergadura. Se vuelve, por consiguiente, un elemento fundamental que llega a caracterizar “el avance mecánico hacia la perfección” (Todorov 21).

De una manera más abstracta, Michel Foucault trata la importancia que cobra la economía en el pensamiento europeo occidental en el siglo XVIII. Se distingue en un fenómeno que denomina “gubernamentalidad”. Foucault afirma que

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[François] Quesnay habla de un buen gobierno como de un “gobierno económico”; encontramos en él el momento en que aparece esta noción, que en el fondo es una tautología, ya que el arte de gobernar es precisamente el arte de ejercer el poder en la forma y según el modelo de la economía. Pero si Quesnay dice “gobierno económico”, es que la palabra “economía” … ya está tomando su sentido moderno, y en ese momento ya se muestra que la esencia misma de este gobierno, es decir, del arte de ejercer el poder en la forma de la economía, va a tener como objeto principal lo que ahora llamamos economía. El término “economía” … en el XVIII designará un nivel de realidad, un campo de intervención, a través de una serie de procesos complejos y creo que absolutamente capitales para nuestra historia. En esto consiste, por tanto, lo que es gobernar y ser gobernado. (“La ‘gubernamentalidad’ ” 182–183)

Refiriéndose, además, al artículo de la Encyclopédie (1751–1772) sobre economía política (1755), escrito por Rousseau, plantea el problema que representa la fusión entre política y economía. La incógnita que se formula en este texto al respecto es “¿cómo podrá [el] prudente gobierno de la familia … ser introducido en el interior de la gestión general del Estado?” (182). Y la respuesta radica en la aplicación de la economía: “Gobernar un Estado será, pues, poner en práctica la economía, una economía a nivel de todo el Estado, es decir, tener con respecto a los habitantes, a las riquezas, a las conductas de todos y cada uno, una forma de vigilancia, de control, no menos atenta que la del padre de familia sobre todos los de casa y sus bienes” (182). Esta manera de pensar la economía en relación con el gobierno de Estado se manifiesta en paralelo con la aparición dilemática de la población: “el arte de gobernar, hasta la irrupción del conjunto de problemas relativos a la población, no se podía pensar más que a partir del modelo de la familia, a partir de la economía entendida como gestión de la familia” (191).

Como ya se ha indicado, pertenecen al siglo XVIII hitos históricos de gran envergadura como la producción filosófica de la Ilustración dieciochesca, la Revolución Industrial, la Revolución Americana y la Revolución Francesa, fundamentales en la concepción de la modernidad europea y occidental. Y, por supuesto, no se puede desvincular de todo esto las teorías económicas que son la base del capitalismo. Pero también se tiene que incluir el fenómeno del estado nación-moderno que cobra importancia en este siglo. El surgimiento del estado nacional moderno se explica, por un lado, a partir de la aglutinación de territorios y ámbitos políticos anteriormente fragmentados. Por otro lado, la existencia del estado-nación dependerá de la episteme económica que empuja hacia adelante teórica e ideológicamente el modelo moderno del capitalismo. Esto se observa ←30 | 31→a partir de la manifestación de lo que Foucault denomina “biopolítica”, la cual acompaña la evolución del estado nacional moderno en el transcurso del siglo XVII al XIX.

Parte de la gubernamentalidad moderna –es decir, la biopolítica– se encuentra en el modo en que el Estado lidia con la población, unidad que llena el lugar ocupado previamente por la familia. Con este fin utiliza la estadística –un ejemplo del uso frío e impersonal pero eficaz de la razón– que

descubre y muestra poco a poco que la población tiene sus regularidades propias: su número de muertos, su número de enfermedades, sus regularidades de accidentes. La estadística muestra igualmente que la agregación de la población conlleva efectos propios y que dichos fenómenos son irreductibles a los de la familia. Tales efectos serán las grandes epidemias, las expansiones endémicas, la espiral del trabajo y de la riqueza. La estadística muestra igualmente que … la población tiene efectos económicos específicos. La estadística … hace aparecer su especificidad irreductible al marco reducido de la familia … (“La ‘gubernamentalidad’ ” 191)

Otra parte se halla en el liberalismo. En el curso dado por Foucault en el Collège de France entre 1978 y 1979, éste establece que la biopolítica se da entre la relación que emerge entre el ejercicio de gobernar y la economía. Lo que interesa de ese curso es que aborda el lado económico de la relación en términos del liberalismo, aquella doctrina cuyo interés principal es limitar la intervención del Estado a favor de la libertad social y económica. A diferencia de la gubernamentalidad relativa al Estado, “la racionalización liberal parte del postulado de que el gobierno … no podría ser, por sí mismo, su propio fin” (Nacimiento de la biopolítica 360). La concepción de liberalismo empleada por Foucault es en esencia aquélla que caracteriza tendencias ilustradas como la escocesa en que “la economía política liberal [tiene] como objetivo la vida, la población, la riqueza y el poder de la sociedad” (Bidet 172). Sin entrar en la utilización compleja de esta formación política por parte de Foucault, se recordará que esta corriente liberal descansa sobre la idea del progreso en la que el avance tecnológico, la sociedad basada en el intercambio comercial y la democracia van de la mano (Wood, The Pristine Culture of Capitalism 161). Para usar las palabras de Jacques Bidet, en este esquema “la racionalidad política moderna se desarrolla paralelamente a la forma mercado” (182). Y dentro del mismo, en el que la racionalidad política y el mercado forman un nexo al parecer inextricable, es difícil o imposible pensar una sociedad que no esté determinada por el “impulso expansivo del capitalismo” (Wood, The Origin of Capitalism 193).54

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Así que se puede plantear que, en el seno del estado nacional moderno, si bien ha estado “recorrid[o]; desde fines del siglo XVIII por la cuestión del liberalismo” (Nacimiento de la biopolítica 366), éste siempre ha sido interpelado por el “impulso expansivo del capitalismo”, una fuerza que para muchos pensadores termina imponiéndose por sobre todas las cosas. En este esquema, las ideas progresistas de un Herder o un Rousseau quedan subsumidas bajo la lógica del capital.

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