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Ciclo hormonal masculino de veinticuatro horas

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 Mañana: niveles máximos de testosterona y cortisol al levantarse; esto les da energía, les vuelve comunicativos, se concentran mucho, están listos para tener relaciones sexuales (la erección matinal es un ejemplo) y son supereficientes haciendo las cosas.

 Tarde: el bajón de testosterona les hace entrar en un estado de ánimo de socializar y conectar con la gente. Aquí es cuando les apetece intentar vender sus ideas a sus clientes, entrar en las redes sociales para comunicarse con sus amigos y tener una cita.

 Noche: los niveles de testosterona están todavía más bajos, les hacen más sensibles a su estrógeno, y en general, están más interesados en acurrucarse en el sofá o en encontrar otras formas de calmar su mente.

¿Te has dado cuenta de una cosa? Este horario coincide casi a la perfección con el transcurso de un día típico en una vida típica, de hombre o de mujer. Nos despertamos pronto e inmediatamente empezamos a contestar correos electrónicos. Nos pasamos la primera parte de nuestro día laboral ojeando rápidamente nuestra agenda. Después, por la tarde, seguimos intentando completar nuestra lista de tareas pendientes, aunque nuestro nivel de productividad ya ha llegado a la cima. Al salir del trabajo, es la happy hour, ** ¡la de compadecernos y desahogarnos! Al final del día, caemos rendidas delante del televisor, listas para relajarnos después de un día lleno de altibajos.

Este ciclo se repite todos los días, los trescientos sesenta y cinco días del año. Así de simple. ¿Lo es? El ciclo femenino de veintiocho días no guarda ninguna semejanza con este de veinticuatro horas, pero nos hemos forzado a vivir según el ritmo hormonal masculino desde hace tanto tiempo que ni siquiera nos lo cuestionamos. ¿Nos hemos detenido a pensar alguna vez si tiene sentido vivir de este modo? Para los hombres, hormonalmente, cada día supone empezar de nuevo, así que estructuramos nuestra jornada laboral y nuestra vida social pensando solo en el día de la semana o la hora del día. Pero el cuerpo femenino no funciona de este modo. La nuestra no es una energía estática de día a día o semana a semana. Nuestro rendimiento puede ser totalmente distinto dependiendo de en qué fase del ciclo nos encontremos. La hora en que nos sentimos más sociables no nos la marca el comienzo de la happy hour. Y mientras los hombres suelen cargar pilas por la noche, nuestro periodo de acurrucamiento está conectado con ciertos momentos del mes.

No estamos teniendo en cuenta un componente crucial que rige sobre los estados de ánimo y las emociones de la mitad de la población, no es de extrañar que las mujeres sintamos que no prosperamos como nos gustaría. El desconocimiento de la bioquímica y la naturaleza cíclica femenina incluye a la comunidad médica. En el año 1995, un artículo publicado en Epidemiological Review ya decía que en las investigaciones médicas no se suelen tener en cuenta los ciclos hormonales femeninos. Este desconocimiento influye en los cuidados y tratamientos que recibimos.

Muchas veces, cuando vamos a la consulta del médico por nuestros síntomas, él o ella nos dice «todo es mental», y nos envía a casa a sufrir en silencio. Este «tratamiento» suele ser bastante habitual en problemas relacionados con la menstruación, como los miomas, la endometriosis y la dismenorrea. A raíz de ello, las mujeres no recibimos una evaluación o diagnóstico adecuados hasta que han pasado algunos años desde el inicio de los síntomas. Lo sé. En mi caso, este proceso duró siete años, y tuve que ser yo la que le llevara el diagnóstico a mi doctora, para confirmar que tenía síndrome de ovario poliquístico, ¡porque a ella ni se le había pasado por la cabeza! A veces, se nos etiqueta de «quejicas crónicas», tal como se manifiesta en un estudio de la Asociación Americana de las Enfermedades Autoinmunes, que reveló que a casi la mitad de las personas a las que se les terminaba diagnosticando una enfermedad autoinmune (recuerda que el setenta y cinco por ciento de los diagnosticados son mujeres), al principio se les dijo que «estaban demasiado preocupadas por su salud». Piensa un minuto en esta frase. Un análisis sobre el dolor crónico en las mujeres, realizado en 2010, reveló que los profesionales de la salud eran más proclives a justificar los dolores de las mujeres como «emocionales, psicogénicos, histéricos o por supersensibilidad».

En vez de que tus asuntos de salud sean tomados en serio, te dicen que «son las hormonas», que es lo que te toca como mujer, que tus opciones de tratamiento se limitan a tomar la píldora o posiblemente a la cirugía, y que en última instancia, has de aceptar ese sufrimiento y sentirte fatal por tu destino genético. ¿Te imaginas que a los hombres les dijeran que fueran pasivos, que no hicieran nada y que aprendieran a vivir con sus síntomas? Es inaceptable que a las mujeres se nos condene a sufrir. La autora Maya Dusenbery, en su libro Doing Harm: The Truth About How Bad Medicine and Lazy Science Leave Women Dismissed, Misdiagnosed, and Sick [Hacer daño: la verdad sobre cómo la mala práctica médica y la ciencia perezosa relegan a las mujeres, les hacen diagnósticos erróneos y no les curan su enfermedad], lo resume sucintamente: «Los síntomas femeninos no son tomados en serio porque la medicina no sabe mucho sobre nuestro cuerpo y nuestros problemas de salud. Y la medicina no sabe mucho sobre su cuerpo y sus problemas de salud porque no se toma en serio los síntomas».

Por otra parte, algunos médicos prescriben, sin pensárselo demasiado, anticonceptivos sintéticos que secuestran nuestro ciclo hormonal, antidepresivos que alteran nuestra neuroquímica y la lista sigue. Más de la mitad de la población femenina de Estados Unidos toma al menos un fármaco de prescripción facultativa y casi veintiséis millones toman cinco o más medicamentos recetados por su médico. Esto sin tener en cuenta la de miles de millones de píldoras, tabletas, cápsulas, geles y otros remedios que se venden sin receta, que tomamos para intentar curar los efectos secundarios de descuidar nuestro ciclo, como acné, dolor de cabeza, agotamiento, obesidad, insomnio, hinchazón y muchos otros.

Incluso la tendencia actual del biohacking (utilizar la alimentación, los suplementos y otros recursos para mejorar nuestro bienestar) se queda corta, porque no tiene en cuenta nuestra naturaleza cíclica. Basta con echar un vistazo a la industria de las dietas y del fitness. ¿Puedes indicarme alguna dieta o ejercicio de moda y famoso que se base en el ciclo hormonal de la mujer? Esto es porque la mayoría de las investigaciones sobre dietas y ejercicio se han realizado en hombres, no en mujeres. Echa un vistazo a estas estadísticas:

 Las mujeres suponen solo el treinta y nueve por ciento de los participantes en los estudios sobre el ejercicio físico.

 Cuando el grupo del cromosoma XX cumple las marcas deportivas y de ejercicio establecidas por el estudio, a nosotras solo se nos estudia durante la primera mitad del ciclo, cuando nuestros niveles hormonales están bajos, o solo si estamos tomando la píldora anticonceptiva.

De hecho, las mujeres han estado infrarrepresentadas en todas las investigaciones de salud, fármacos y biológicas. A continuación cito una breve cronología de algunos de los estudios de salud más importantes y la asombrosa ausencia de mujeres.

 Año 1958: se inició un ensayo sobre los cambios físicos y cognitivos, y las enfermedades crónicas que se producen con el envejecimiento natural, denominado Estudio Longitudinal de Baltimore sobre el envejecimiento; durante sus primeros veinte años, participaron más de mil hombres y ni una sola mujer. No fue hasta 1978 cuando se incluyeron mujeres.

 Año 1973: el primer estudio donde se analizaron los efectos del estrógeno en la prevención de las enfermedades cardíacas; participaron 8.341 hombres y, ¡a ver si lo adivinas!, ni una sola mujer.

 Año 1982: el Physician’s Health Study (Estudio de salud de los médicos), un referente para la medicina, presentó la ahora tan aceptada creencia de que la ingesta de aspirina a dosis bajas puede reducir el riesgo de padecer enfermedades cardíacas. ¿Cuál es el problema? En el estudio participaron 22.071 hombres, ni una sola mujer.

 Año 1985: el Equipo de trabajo del Servicio de Salud Pública sobre los Asuntos de Salud de la Mujer concluyó que «la ausencia histórica de investigaciones centradas en los temas sanitarios de la mujer ha puesto en peligro la calidad de la información disponible para las mujeres, así como de los cuidados que reciben».

Actualmente, todavía estamos intentando ponernos al día. ¿Por qué han sido excluidas las mujeres de las investigaciones científicas, mientras los hombres se han convertido en los representantes humanos típicos de los ensayos clínicos? Existen muchas razones para ello, pero hay dos muy importantes:

 Los hombres son los sujetos preferidos para las investigaciones. Los hombres solo tienen un reloj biológico –el simple patrón hormonal circadiano de veinticuatro horas– mientras que las mujeres tenemos un ciclo más complejo de veintiocho días. Los investigadores lo han justificado diciendo que, para los experimentos, es más fácil y más barato estudiar el patrón masculino que las fluctuaciones hormonales femeninas.

 Un gran ensayo con un fármaco para las mujeres tuvo consecuencias fatales. Otro factor que ha jugado a favor de nuestra exclusión ha sido el sentimiento de proteger los procesos reproductores femeninos. Los defectos congénitos de la talidomida, en la década de 1960, fue lo que condujo, en 1977, a la Administración de Medicamentos y Alimentos estadounidense a la adopción de unas directrices; básicamente, prohibió a las mujeres en «edad fértil» participar en ensayos clínicos. Estas directrices también hicieron que se excluyera a las mujeres posmenopáusicas del ámbito de la investigación.

Fue en 1993, cuando se dictó la Ley de Revitalización de los Institutos Nacionales de la Salud, cuando los científicos intentaron cambiar las cosas solicitando que se incluyera a mujeres en los estudios con seres humanos y que se tomara nota de cualquier resultado que difiriera entre hombres y mujeres. Se ha avanzado mucho desde entonces, pero «los progresos han sido penosamente lentos –utilizando evasivas durante largos periodos o, a veces, yendo hacia atrás– y, por consiguiente, apenas se han hecho progresos», según una revisión del año 2015 de la revista científica BMC Women’s Health.

Cuando nos damos cuenta de que las investigaciones sanitarias más importantes de nuestra cultura han excluido en gran medida a las mujeres, es fácil comprender por qué nuestros problemas de salud son a veces mal entendidos y mal diagnosticados. El hecho de que la investigación de muchas de las enfermedades que afectan a un gran número de mujeres reciba menos ayudas económicas agrava, aún más si cabe, el problema. Intentar encajar en el club de los chicos impide que prestes a tu cuerpo la debida atención y que te cuides, de manera que se satisfagan tus necesidades bioquímicas.

Esta falta de comprensión de los temas de salud de la mujer puede hacer que nos sintamos desamparadas. En nuestras sesiones, cuando compartimos los problemas que tenemos, muchas empiezan diciendo: «Yo debo de ser una entre un millón, porque tengo este síntoma». Y se trata de un síntoma que sé que es muy común. Les comunico que no son una en un millón con su problema menstrual, son una entre millones que están lidiando solas con el mismo y están innecesariamente abrumadas. El hecho es que tus problemas no se deben a una deficiencia de las hormonas sintéticas. Este problema tiene dos caras: 1) no hablamos lo suficiente sobre la epidemia de trastornos hormonales crónicos en las mujeres, y 2) la sanidad, el fitness y los consejos sobre cómo gestionar tu vida de talla única no sirven para todas, están diseñados para el ecosistema hormonal masculino. La solución pasa por redefinir una sanidad para mujeres, nuestra forma de gestionar el tiempo y nuestro concepto de éxito, desde una perspectiva femenina. Esta es la única forma en que podrás vivir de la mejor manera posible. Aunque no tengas ningún problema hormonal, respetar tu naturaleza cíclica es la única forma de sacar partido a todos los dones innatos que te ofrece tu cuerpo.

En sintonía con tu ciclo femenino

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