Читать книгу Cuando íbamos a ser libres - Andrés Estefane - Страница 13
ОглавлениеLIBERTAD, PROPIEDAD, SEGURIDAD E IGUALDAD
Libertad, propiedad y seguridad constituían los tres manantiales de la felicidad de los Estados según Valentín de Foronda, el influyente escritor español de la segunda mitad del siglo xviii. Con posterioridad agregó un cuarto manantial, la igualdad. Enemigo del despotismo y promotor de los derechos ciudadanos, lector de Smith, Necker y Locke, Valentín de Foronda fue uno de los primeros representantes de la tradición liberal española. Sus ideas fueron referenciales en los debates políticos del continente americano. La alegoría de los manantiales —así mencionados o mutados ya en derechos— es citada simultáneamente en México, Colombia y Chile durante las primeras décadas del siglo xix, y debió suceder lo mismo en otras latitudes. Esta es la versión chilena del argumento, donde los manantiales se llaman derechos, y apareció en el periódico gubernamental que a la fecha editaban Antonio José de Irisarri e Ignacio Torres.
Política
Gazeta Ministerial de Chile, Santiago, 19 de junio de 1819, Núm. 97, pp. 1-3
Cuando la regencia política de Sud América ha hecho conocer a sus hijos que tenía derechos; cuando estos derechos no son otra cosa que la libertad, la propiedad, la seguridad y la igualdad; observamos con dolor que ellos regularmente se confunden por un espíritu de corrupción o de ignorancia. La libertad civil no es otra cosa que la facultad de usar como uno quiera de los bienes adquiridos, en no vulnerando las acciones de los demás hombres ni las leyes directivas de la sociedad. Sin embargo, equivocando este derecho con la libertad natural que íntimamente nos autoriza para hacer el bien o el mal, fácilmente degenera en licencia. ¿Qué? ¿Son tan pocos los bienes que están a nuestro alcance, que no podamos dentro de su esfera ser libres sin salir a buscar el vicio? En semejante sistema no existiría la libertad sino donde existiese la anarquía, pero siendo esta incompatible con la ley, era necesario que no hubiese institución alguna para que se diese lugar a la libertad; era necesario que no hubiese forma alguna de gobierno, y que reducidos todos a nuestras fuerzas naturales, derivásemos nuestra felicidad de nuestro poder personal. Entonces o todos debiéramos ser ángeles; o solo sería dichoso el que tuviese la robustez de Hércules, a costa del trabajo de oprimir a los demás. Esta es por otra vía la felicidad exclusiva de los déspotas. Bastante poderosos por la colección de muchas fuerzas para concentrar en sí mismos toda la bastante a tiranizar los pueblos; estos son los verdaderos esclavos de un opresor sin responsabilidad. ¿Y no es este el retrato de un monarca español respecto de la América? La descripción parece ajustada al original. Lo que sucede en la anarquía de hombre a hombre, sucede en el despotismo entre los vasallos y el tirano. Si aun hay quien así quiera ser libre, los puertos están abiertos, y puede elegir entre una isla de salvajes o la península española.
La propiedad es aquella prerrogativa concedida al hombre por el autor de la naturaleza de ser dueño de su persona, de su industria, de sus talentos y de los frutos que logra por su trabajo. Pero la misma naturaleza le impone ciertos deberes a que debe ceder el dominio exclusivo, o más bien hay casos en que se suspende ese dominio, porque un objeto de preferencia llama a sí cierta porción de las propiedades: Toda aquella que no es indispensablemente necesaria para la vida. Nacido el hombre para la sociedad, y constituido en ella, sería un criminal si viendo morir de hambre a otro de los asociados le dejase perecer: porque habiendo un derecho recíproco de auxiliarse los unos a los otros, la acción que yo tendría sobre ese indigente cuando reclamase su asistencia tiene él cuando implora la mía. ¿Y cuán fuerte no será esta acción si se exige por toda la sociedad? Egoístas miserables. ¿Cuál es vuestro plan cuando miráis a la patria en conflictos, cuando conocéis que ella puede ser conquistada por un tirano faltando los medios para resistirle? ¿Juzgáis que porque vosotros hayáis trazado buenas fianzas para sobrevivir a la opresión de los demás, quedáis desobligados a concurrir con vuestras propiedades a la urgencia de la patria? Si creéis que hay patria sin derechos; si creeis que ella no es más que un mapa flotante al arbitrio del agresor más afortunado; yo os absuelvo, entre tanto que me consuelan las exacciones que os arrancarían los nuevos tiranos, y que no os habrán sido indiferentes las que se os han quitado por vuestros antiguos amos para que un favorito rodase carros de acero. Así se respetaba la propiedad del americano por los reyes de España; y así es como los tacaños del día juzgan que haciendo del derecho de propiedad un tesoro escondido, pueden al cabo comprarse la servidumbre en que nacieron.
La seguridad es el derecho de no ser violentado, ni la víctima del capricho del que manda. Si no hubiese una ley superior a la voluntad del gobernante, nadie estaría seguro. El remordimiento es resorte muy débil para hacer respetar la virtud, y mantener al poder dentro de sus límites. Si ninguno se les han prescrito, ¿quién podrá argüirlo de que ha salido de su órbita? No tendrá contra sí, sino la voz impotente de la naturaleza. La ley es la única que puede comunicarle vigor y ponernos en seguridad; pero esta seguridad no ha de confundirse con aquella abstracción absoluta a que apelan los hombres indolentes para no pertenecer a partido alguno, juzgándose seguros en todos. La cuenta les sale errada, porque haciéndolos sospechosos la indolencia, son el objeto de la persecución en cualquier sistema de gobierno. ¡Digno estatuto el de Solón, que en las revoluciones prescribía declararse precisamente por uno de los partidos! El de la patria es el solo que puede consultar la seguridad en la lucha sangrienta de Sud América con sus obstinados opresores. ¡Qué más quisieran estos que vernos interpretar la seguridad como una salvaguardia contra el imperio de la ley! No, ella nos impone la necesidad de no faltar a su obediencia, si queremos gozar de su garantía, porque, como dice un político, no hay derechos sin obligaciones; y las obligaciones son la medida de los derechos. El que entienda por seguridad un escudo impenetrable a cuyo través puedan cometerse los crímenes impunemente; es necesario que haya robado el derecho de los demás hombres, o que se haya vestido de la púrpura de un rey de España que no teme un juzgador en la tierra. ¡Infeliz el pueblo que deriva su prosperidad de la sola virtud personal, pero contingente del que le rige! La seguridad de la ley es la del que gobierna, y la del que la obedece.
La igualdad es el derecho de invocar la ley en su favor lo mismo el rico que el pobre, el grande que el pequeño. No es esto decir que todos tengan unas mismas leyes. Son y deben ser diversas las que reglamenten al clérigo, al militar, al simple ciudadano, al pupilo, al mayor de edad, etc., etc. La igualdad está en la acción. Todos la tienen para llamar en su socorro la ley vigente en su clase, para que el vicio se castigue, y la virtud se premie. Las diversas jerarquías de la sociedad no se oponen a esta igualdad legal; lejos de eso, la conservan, porque no pudiendo haber orden sin ellas, ni pudiendo haber sociedad sin orden, es una consecuencia que aquellas precedan a la igualdad de la ley. Para que yo sea igualmente libre en todo mi cuerpo, ¿será preciso que la cabeza tenga el mismo ministerio que las manos? Yo pienso que aun ciertas desigualdades que en el fondo de la naturaleza son efectivamente una quimera, deben respetarse en lo político, si no se quiere que descorrido el velo se desaten las pasiones impulsadas por la ignorancia y falta de educación (vicios que siempre están en la pluralidad) y lo asolen todo en un momento de anarquía. Dejemos que exista esa desigualdad: pero que ella desaparezca, cuando la ley pronuncia contra el delincuente. Yo vi reír con un exceso de admiración a cierto ciudadano que casualmente leyó aquella ley de partida que condena a muerte al incendiario plebeyo, y a solo destierro al noble; como si hubiera alguna distinción en el crimen, o muy poca diferencia entre el ser y la nada. Tales eran las leyes españolas. ¡Qué lástima que todavía no entremos en el trabajo de reformarlas para que en el derecho privado no puedan alegarse las que contradicen a los fundamentales que hemos proclamado, libertad, propiedad, seguridad e igualdad!