Читать книгу Cuando íbamos a ser libres - Andrés Estefane - Страница 16
ОглавлениеARTICULISTAS CALUMNIOSOS, LIBELIST AS INFAMANTES, ESCRITORES DE TABERNA
Las acusaciones por abusos de la libertad de imprenta fueron recurrentes durante la década de 1820; si bien se emplearon para definir las fronteras de la tolerancia discursiva, también se utilizaron para neutralizar adversarios políticos, todo en medio de la proliferación de periódicos y la autonomización de vocerías. El argumento frecuente era que esta práctica banalizaba un derecho indispensable, fortaleciendo las posiciones de quienes recelaban de las libertades. Pero el problema no se agotaba ahí. Esta transgresión —decían los críticos— también ponía en cuestión un elemento indispensable para la convivencia política: el honor de los individuos. Si bien el honor no era una invención reciente, sí lo fue la forma en que la tradición liberal lo asoció a su modelo de ciudadanía, convirtiéndolo en un derecho del que incluso dependía la estabilidad del orden político. No era una operación fácil, sobre todo por la necesidad de depurarlo de sus reminiscencias estamentales (el honor como sostén de la jerarquía) y por su estrecha dependencia de la delimitación burguesa entre lo público y lo privado.
Libertad de imprenta
Clamor de la Patria, Santiago, 24 de mayo de 1823, Núm. 6, pp. 5-7
Al oír a muchos papagayos hablar de sus ventajas se creerá, que se han formado una idea filosófica de ella, porque a la verdad pronuncian muchos nombres, y caracteres que sin duda le corresponden por la razón general de ser un bien. Pero si es preciso demarcar sus límites o hacer sus aplicaciones descubren prontamente que ellos pronuncian libertad sin saber que esta acaba donde comienza la ajena, y que traspasar estos límites es despotizar cruelmente sobre el ciudadano, es usurpar lo ajeno y contrariar el mismo objeto de ella. Mas todo esto es en su juicio una algarabía despreciable. Lo que quieren es libertad en el sentido que la conciben, y lo demás es gobierno despótico. A la manera de aquellos patriotas que gritaban mueran los españoles, sin tomarse el trabajo de averiguar si eran o no culpables. Esto prueba que las mejores instituciones no son para todos los países. En Estados Unidos no hay límites a la imprenta porque los pone la civilización y moralidad del pueblo. El artículo que la declara dice así: “La libertad de la prensa es uno de los más fuertes baluartes de la libertad pública, y no puede ser restringida sino en los gobiernos despóticos”.
Semejante artículo (glosa un político), que da una libertad indefinida a la prensa hace el honor debido a las costumbres de los americanos. Él prueba, que no existe entre ellos ese linaje de hombres que saca su subsistencia de la calumnia, que se hace un oficio de la mentira, que ponen diariamente un impuesto sobre la credulidad del pueblo, que espantan la imaginación con fantasmas, que celosos de todas las plazas, de todas las dignidades a que no pueden aspirar difaman a los hombres que las llenan de honor.
¿Estamos nosotros en este estado? Mas no se crea por esto que opinamos por su abolición. Somos sus mayores sectarios, y conocemos que sin esta centinela la libertad peligra. ¿Pero qué sucede cuando un centinela, abusando de la inviolabilidad de su puesto se pone a tirotear a cuantos pasan? ¿Qué diríamos de la guardia de un gran personaje que abusare igualmente de su destino? Concitaría la execración pública, y envolvería en ella al mismo personaje aunque antes arrastrase la aura popular. Tal es el daño que hacéis articulistas calumniosos, libelistas infamantes, escritores de taberna, cuando abusáis de la arma que la libertad os ha confiado, convirtiéndola contra el honor del ciudadano; de ese honor que para vosotros es insignificante porque jamás habéis conocido su valor; pero que es la vida del ciudadano que ha nacido con él. Vosotros sois los verdaderos enemigos de la libertad, y si pronunciáis su nombre con placer es por creer que ella os da derecho para cebaros en los patriotas que os hacen sombra por sus virtudes. Vuestro envejecido hábito en el vicio, os hace entrar en el cálculo de generalizarlo para confundiros en la multitud, o para hacer vuestra posición menos despreciable. Vosotros sois los que desacreditáis el país, porque vuestras venenosas y repetidas injurias mandan la idea, o de que no hay gobierno que os reprima, o que no hay ciudadano con honra. Por lo que a nosotros toca, os juramos que sabremos defenderla, hasta sacaros a plaza para que todos conozcan a su calumniador, o nuestros esfuerzos probarán si son desatendidos que no hay en el país protección para el honor.