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UN ESTADO COLONIAL DIFERENTE

“… un estado colonial diferente, pero acaso tan duro como el que acabamos de sacudir”. Con estos para nada equívocos términos, el Tribunal del Consulado evaluaba en 1826 los efectos de la apertura comercial en la producción local de manufacturas y la economía en su conjunto. Respaldando una solicitud de restricción a las importaciones presentada por un vocero de la industria del cuero (que efectivamente fue uno de los rubros más afectados por la política arancelaria post-independencia), el Tribunal elaboró una crítica implacable a lo que se consideraban políticas inspiradas en teorías favorables a las naciones que habían desarrollado su industria, pero que solo perpetuaban “la dependencia e inercia” de las que no. Conviene tener a la vista la historia de este organismo, establecido en los últimos años del siglo xviii para resolver conflictos comerciales y proponer políticas de fomento. Sabemos que las instituciones coloniales se transformaron lentamente, y también fue así con las ideas. De ahí las coincidencias entre este balance y las propuestas económicas de los ilustrados criollos que circularon en las últimas décadas de dominación colonial. Si la postración material se explicaba antes por las restricciones imperiales, ahora se atribuía al excesivo liberalismo de las autoridades republicanas.


Sobre la protección de industria y comercio del país

Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, Sesión de 16 de octubre de 1826 (Santiago: Imprenta Cervantes, 1890), tomo xiii, pp. 177-183 [fragmento]

El ciudadano don José Joaquín Díaz, a nombre de los curtidores y zapateros y demás que manufacturan las pieles, representó a la Suprema Autoridad pidiendo se prohibiese la introducción de estas especies en la república, como está prevenido en el reglamento para la permisión del libre comercio llamado del año 13, y como el informe del Tribunal del Consulado recapitula apoyando las fuertes razones que Díaz expone en su escrito citado para fundar su solicitud y otros que del mismo modo se han emitido, evitamos insertar aquel, haciéndolo solo de este para ocuparnos en los números siguientes de esta materia. El informe es como sigue:

“Excmo. Señor:

La solicitud de los que trabajan en preparar las pieles y en sus varias aplicaciones, es la misma de todos los que quieren ocuparse y que antes se empleaban en diferentes ramos de industria, es la propia que repetidas veces ha instaurado este Cuerpo encargado inmediatamente de su protección y fomento y continuo espectador de la miseria y sus consecuencias a que está reducida la mayor parte de los hombres y el total de mujeres y niños a quienes despoja violentamente del único y natural arbitrio de subsistir, de multiplicarse, de ser virtuosos y felices, una repentina concurrencia, una imprudente libertad y otras intempestivas máximas que hacen todo el daño de que son origen principios falsos o mal aplicados. Entre muchas y reiteradas representaciones que ha hecho el Consulado, es una la que corre impresa en el reglamento de aduanas del año 1822, que ahora repite y tiene el honor de elevar de nuevo a la consideración de V.E., con las circunstancias de que si en aquel tiempo no eran tan sensibles los males y el remedio tal vez inoportuno, en el día son intolerables los inconvenientes y han cesado los que podrían demorar o impedir su remoción.

No se pretende que el gobierno preste la dirección tan impropia de la autoridad ni los auxilios que le estorban atenciones más urgentes, sí sola la mera protección, que consiste en el amparo contra los embargos, que pugnan con la natural tendencia hacia la prosperidad, que perturban el derecho que todos tienen para subsistir de sus labores y que estorban el deber de vivir cada uno del sudor de su frente; aquellas trabas que, ligando los naturales esfuerzos, sumen al pueblo en la inercia y en una existencia estúpida, que compele a distraerla por excesos en que, al parecer, buscan remedios al mal de vivir, o a conservarla a costa de los demás. No se trata de aquellos pocos seres inculpablemente desgraciados, que en otros países sostiene la caridad pública o los fondos del Estado, sino de los que, a pesar de su aptitud, yacen en tan horrorosa situación y componen los dos tercios de los habitantes del suelo más fértil, sano y yermo del mundo conocido. Comprueba este compuesto la simple vista de la porción de mujeres, mozos y niños que amanecen cada día sin saber dónde ni qué comerán, muchos que ignoran en qué parte dormirán y todos en qué ocuparán sus brazos, exceptuándose unos pocos que emplean momentáneamente los temporales trabajos de la agricultura, minas y otros contingentes entretenimientos que se interrumpen por accidentes o cesan del todo en las estaciones muertas.

En vano aspiran a cerrarse los ojos y endurecer el corazón sobre esta triste perspectiva los que, después de la precitada lectura de economistas sistemáticos o parciales, sostienen que esta plaga es efecto del clima o de causas misteriosas, que puede disiparla una plena franquicia; que el hombre mientras más miserable es, más activo y diligente; que lo hacen tal las nuevas necesidades y el goce de artículos desconocidos, con otros apotegmas que, amontonados indiscretamente y adoptados sin discernimiento, son bastantes para sofocar las mejores disposiciones y las proporciones que, conducidas con meditación, podrían hacer un pueblo dichoso, como son los mismos donde se escriben aquellos discursos y se practica todo lo contrario. En ellos nada es más común y escrupulosamente observado, que esas mismas restricciones que detestan en teoría y que sirven de diques a la industria que, así, florece a la sombra de estudiados vehículos, no de atolondradas libertades.

Así dan todo su precio a las primeras materias indígenas y retornan manufacturadas las extrañas al propio suelo que las produjo, y así las artes fabriles llenan los inmensos vacíos que dejan los de rigurosa necesidad a que nos circunscribe ahora nuestra credulidad y apatía.

Para decidir con acierto, importa fijarse en estas verdades de sentido:

1º. Los pueblos más numerosos, pacíficos, morales y contentos son los que poseen medios fáciles de emplear continuamente y con provecho su tiempo, facultades y producciones propias para su comodidad y dar lo sobrante en cambio de los que no pueden proporcionarse de otro modo justo.

2º. Chile, en medio de todas las ventajas naturales, carece de arbitrios para ocupar una gran parte de sus individuos, quienes, a pesar de su idoneidad, vegetan en la indolente inacción que resulta de la facilidad de sustentarse y la dificultad de trabajar.

3º. La agricultura y las minas no alcanzan a reparar este gran defecto, pues la primera, limitada al consumo y sus labores a temporadas, restituyen al ocio a los pocos que necesitaron pasajeramente; y la segunda, sirviéndose solo de hombres vigorosos, desecha a los débiles, a los niños y mujeres.

4º. La industria y ella únicamente puede cubrir los innumerables huecos que dejan en el tiempo, fuerzas y anhelos por trabajar, las mezquinas manufacturas que sucesivamente desaparecen por la concurrencia de mejores y más baratos artefactos, cuyo expendio va también disminuyéndose al paso que la moneda, con mengua de los importadores y compradores.

5º. Esta influencia nociva debe, pues, moderarse estableciendo una sociedad igualmente útil a todos y limitando la facultad u ocasión de dañarse recíprocamente; y esto, no con el uso de los vulgares tópicos que alimentan las dolencias que se pretenden curar; cual es, recargo de derechos que fomentan el contrabando en pro de los defraudadores y ruina de los provectos, sino con la absoluta prohibición.

No desistirá el Consulado de repetir a V.E. los justos clamores de la porción más numerosa, útil e indigente de un pueblo que aspira a que no se le vede el ser virtuoso, esto es, laborioso. No duda de alcanzarlo, porque coinciden con su anhelo, motivos de la última importancia en buena economía y en política.

La industria es el criadero de aquellos ciudadanos honrados que, profesando una ocupación sedentaria y perenne, seguros de transmitirla a sus hijos, los educan en el amor al orden y al gobierno que los conserva; su prole no es una carga sin ayuda, de que resulta una masa de defensores de la patria en que tienen interés, prontos a tomar las armas sin hacerle las faltas de los labradores, cuyas faenas no interrumpe la guerra sin nuevo detrimento.

Ella aclimata y domicilia las artes desconocidas, en que los extranjeros llevan la ventaja de tiempo y conocimientos. Ella destierra la impudente mendiguez habitual que deshonra al país y envilece los ánimos. Fomenta el cultivo, no solo de las primeras materias a que da forma y valor sino de las que consumen y que no producen sus empleados. Para la elaboración de las que constituyen la industria popular, no necesitamos de maestros, modelos ni artículos extraños, ni demás estímulos que el consumo inconciliable con la rivalidad que desalienta y sofoca en la cuna los primeros progresos. La inexcusable necesidad de servirse de sus productos, asegura su incremento, y como no hay un punto del país donde no pueda hacerse lo mismo, se disipa el fantasma del monopolio con que se sostiene la introducción de manufacturas, que nos retienen en un estado colonial diferente, pero acaso tan duro como el que acabamos de sacudir. Manteniéndose la inacción y creciendo progresivamente el número de holgazanes y miserables, se multiplica el de los que, desesperados, se ligan a las facciones y partidos que perturban la sociedad; consideración que merecen las circunstancias de un pueblo naciente, en que las autoridades carecen aún de aquella sanción que solo da el tiempo y la habitud de respetar los términos y prerrogativas que les fijan las leyes.

Cuanto se expone en la representación que motiva este informe, conviene con todos los ramos comprendidos en los artículos 216 y siguientes del reglamento de 1813, de cuya exacta observancia es llegado el caso; pues han cesado los accidentes que suspendieron tan sabia y benéfica providencia y han desaparecido hasta los motivos especiosos que entretienen el abuso, cual era la falta de modelos, de artesanos y de emulación. Sobre todo, porque ya es palpable e imperiosa la necesidad de su ejecución, tan útil a los habitantes del país como a los mismos negociantes extranjeros, que solo así encontrarán compradores que tengan numerario o especies con que permutar manufacturas que no pueden imitar, y las producciones peculiares de otros climas, que siempre serán exclusivas de una vasta importancia y pingüe campo de inmensas especulaciones de todas clases.

Un párroco recomendable por su piedad, ilustrado por sus principios y carrera, enseñado por su varia suerte y viajes, elegido por sus feligreses para diputado en el Congreso, hizo una moción para que se decretase la observancia del reglamento del comercio del año de 1813, que prohíbe la introducción de las manufacturas groseras, que antes ocupaban y pueden emplear las manos que hoy gimen en la miseria, por falta de arbitrios para subsistir honestamente. Esta proposición ha sido calificada pasto de una imaginación extremadamente exaltada y rancia, en el Correo Mercantil, números 58 y 59. Bien puede ser, y el autor se conforma, porque no aspira a la celebridad ni a la infalibilidad, sosteniendo opiniones que acaso sean erróneas; solo protesta que la intención que le dictó su moción no lo hace acreedor a invectivas sino a convencimiento; y para merecer la indulgencia de su impugnador, ha tenido la paciencia de imponerme las razones que le impelieron a una solicitud en que coinciden sus sentimientos con su deber y experiencia, con el interés que toma por el bien de su feligreses, de sus paisanos y de la parte más numerosa, útil y desvalida de la humanidad. Sus discursos parten de los principios siguientes:

1º. La ocupación, esto es, el ejercicio de las facultades concedidas al hombre para satisfacer la necesidad de existir, el instinto de tener comodidad y la propensión a distinguirse, es el antídoto de los vicios y el fomes de la población que, si no es en sí misma el constitutivo de la prosperidad de un país, es sin duda un signo de ella porque ninguna especie o ser animado inmigra, se radica ni propaga, sino donde encuentra los elementos de un bienestar permanente, que puede transmitir a su posteridad.

2º. El hombre busca generalmente estos recursos en la agricultura, comercio, navegación y sobre todo en las artes; porque las ciencias, la guerra, la iglesia, las minas, el pastoreo, a más de entretener un número determinado y corto de individuos hábiles, no pasan a los hijos, excluyen la excedente porción compuesta de las mujeres, niños y ancianos.

3º. El proporcionar tales recursos incumbe a los que presiden a los pueblos, en cuyo bien inmediato deben emplear su ilustración y el poder que les confían, combinando todos los accidentes, como la situación local, las producciones, las necesidades, la población, su índole, sus relaciones, el estado de sus conocimientos; empezando por lo más fácil y urgente, por lo que más prontamente puede radicarse, dilatarse y preparar los sucesivos progresos de los demás medios de hacer útiles el tiempo, más ingenios de los actuales y futuros habitantes.

4º. Si el ejemplo y exhortaciones fuesen suficientes, no debía pasarse de ellas; si se necesitan auxilios y son posibles, han de franquearse, y si no, es preciso ocurrir a los arbitrios que enseña la experiencia y que se practican en otras partes con buen suceso.

5º. El estímulo reconocido para excitar a todo trabajo es la recompensa segura y la esperanza de que su incremento será proporcionado a la fatiga, y este consiste en el pronto expendio y en la certeza de que a la mejora de las producciones seguirá la de su precio.

6º. Estos atractivos del trabajo son insuficientes y propiamente no existen si no florecen las manufacturas, porque necesitan de ellas los que se dedican a las otras atenciones, ya para su comodidad, ya para auxilio de sus profesores, y sobre todo, porque dan una nueva forma y valor a sus producciones, y crían unos compradores de las materias que las artes no producen y necesitan.

7º. La agricultura, primera y la más natural ocupación del hombre, tiene una medida fija, determinada por el círculo del consumo, que si no lo llena, sigue la escasez, y si el recelo de esta hace traspasarlo, viene la superabundancia, el abatimiento y la miseria. De aquí proviene la negligencia de los que, por habitud, por defecto de otros recursos o mero entretenimiento, dedican una corta parte del año a labrar la tierra, los brazos que yacen en la inercia todo el tiempo que las estaciones muertas los reducen a mirar a su rededor; su tierna familia agobiada del hambre y desnudez cuando, lejos de estarle a cargo, debería ayudarle si las labores propias del sexo y edad débil les ofreciesen una compensación, un distraimiento que las sostuviesen sin la desdicha a que la arrastran las urgencias de malbaratar el fruto de sus fatigas rurales, porque el de las domésticas nada vale.

8º. El comercio, que en todo el mundo es el canje de lo sobrante por lo necesario, es en Chile el mero trueque de lo único valioso por lo superfluo. La importación pertenece exclusivamente a los extranjeros, y el menudeo y tráfico interior a agentes; la exportación es casi nula; la navegación apenas empieza.

9º. La ganadería, como en todas partes, solo es de los dueños de los grandes terrenos, y aquí únicamente es productiva en fuerza de la extensión; por consiguiente, la clase numerosa solo disfruta el precio de los servicios que presta y de las gracias que por estos les dispensan los propietarios.

10º. Las minas, signo ominoso, prestigio de una efímera opulencia que, preocupando con ilusiones y esperanzas inmensas, inspira un desdén orgulloso hacia las demás ocupaciones, que demandan contracción y asiduidad y que ofrecen recompensas menores, aunque ciertas. Nos lisonjea en vano el entusiasmo que la revolución de ideas ha revivido en pro de este medio de arribar rápidamente a la fortuna; pasará el calor luego que se palpe que nada puede hacerle mudar su naturaleza de incierto, precario y mortífero. A excepción de alguna anomalía, seguirán la marcha que tuvieron bajo un gobierno que prestaba una protección casi exclusiva en que la ignorancia no era cual se vocifera; pues vemos traducido con aprecio al cura Barba y otros escritores americanos, en los propios países de donde se nos envían ahora las luces. No era tal la falta de fondos para la elaboración, pues jamás escasean a empresas tan pingües. Pero, sea lo que fuere, el resultado es que nunca ocupan sino brazos varoniles, pocos y en temporadas.

11º. Igual coto circuye a los que abrazan los demás medios de vivir actuales, ya sean por sí mismos, ya dependientes de otros; en todo se advierte incertidumbre, mezquindad y continuas interrupciones. De modo que, calculados los períodos de inacción involuntaria exceden a los de ocupación, en más de la mitad del tiempo útil, y añadiendo a este el de los que absolutamente nada trabajan, resulta un vacío de ociosidad, desesperación y vicio en que están sumergidos cuando menos, los nueve decimos de un millón de vivientes racionales, criados y aptos para el trabajo y que lo quieren. Esta es una forzosa verdad de sentido, sujeta a demostraciones de la misma fuerza que las de geometría. He aquí las más sencillas.

El Perú y provincias limítrofes están plagadas de chilenos que buscan trabajo; no hay un buque procedente de nuestros puertos que no lleve a las costas extrañas jóvenes de todas clases, ni pasa un día sin que trasmonten la cordillera miserables que huyen del ocio y que rarísima vez vuelven.

Los delitos originados del hambre son excesivos y notoriamente más y mayores en el invierno, en que cesan las labores, y basta a manifestar la diferencia la simple inspección de las cárceles y listas de sentenciados.

Entre los documentos de esta clase hay uno en la Contaduría Mayor que merece consideración por su autenticidad. En la construcción de los diques de este río se observó una notable afluencia de jornaleros, y para no despedirlos con dureza, se les propuso el diario de un real o los dos tercios del jornal de aquel tiempo y a los niños el de medio real, adoptando este arbitrio de dilatar el auxilio que mendigaban y único que permitían los fondos. Ocurrían a centenares, no encontrando dónde emplearse. Esto sucedía cuando había algunos recursos, aunque mínimos y difíciles, pero que alcanzaban a embotar las ansias y necesidades de trabajar; pero estos últimamente han desaparecido sin ser reemplazados.

Una mirada detenida en las calles, suburbios y campañas, ofrece un melancólico comprobante de esta triste verdad; enjambres de hombres y mujeres que mendigan ocupación, y millares de muchachos criándose en la holgazanería y naturalizándose con la repugnancia a la actividad y a la virtud.

Los pocos que, sin estimar su tiempo y facultades, consiguen concluir algún miserable artefacto, reciben su precio como limosna y su estipendio como un hallazgo. De aquí nace aquella desidia habitual que se nota en muchos y la aversión a ocupaciones eventuales que, por una cruel indolencia e irreflexión, se atribuye a la índole de los naturales o influjo del clima, prevención que basta a disipar la vista de los fragmentos de tantos talleres desiertos y de los artífices sumidos en una miseria espantosa, que crece al paso que encarecen los artículos de subsistencia, progresa el lujo y las necesidades ficticias. Su situación es más angustiada que cuando estas eran menos conocidas, cuando la política colonial, impidiendo la fabricación de las manufacturas que nos enviaba, dejaba labrar las que no les costeaban, especialmente cuando la guerra cortaba su navegación y nuestra tosca industria suplía la falta de importación.

Tan evidente que en Chile falta ocupación para sus habitantes, como que es necesario el proporciónarsela y no podrán contradecirlo los que saben que esto mismo se procura incesantemente, aun en países más adelantados, que es el clamor de cuantos escriben sin preocupación. En el hecho convienen todos y solo discordan en los medios. Hallarlos entre los objetos designados, antes es impracticable, y siguiendo las huellas trilladas del resto del mundo conocido, debemos considerar la industria como únicamente capaz de llenar el hueco inmenso que aquellos dejan en el tiempo, facultades e indigencia de estos pueblos. Aun cuando la buena política no prescribiese este modo de distraer el espíritu de facciones a que se prestan fácilmente los que no tienen de qué vivir ni qué perder y convertirlos en ciudadanos interesados en la conservación de la patria, aun cuando la moral y policía no exigiesen en las ocupaciones populares el remedio de los vicios y del desorden, aun cuando la humanidad no compeliese a fomentar el solo antídoto de la miseria, bastaría a procurarlo el anhelo de la riqueza y de dar celeridad al giro interior que estiman los economistas tanto o más que la extensión del Eterno, porque, haciendo volver al común el numerario de los pudientes, habilita nuevos consumidores y contribuyentes. De ellos se forman compradores de terrenos que realizan la división que, de cualquiera otra manera, es ideal, efímera y el estandarte de la turbulencia, se hacen capaces de pagar gustosos los derechos parroquiales, y no necesitarán de excepciones nominales y gracias que no tienen sobre qué recaer.

Pero este bien tan grande, tan urgente, ¿cómo se conseguirá? Permitiendo, dicen, la franca introducción de manufacturas extranjeras que, sirviendo de modelos y su concurrencia de estímulos, exciten a su imitación…

Muy bien, ¿cuánto tardaremos para llegar a igualarlos en bondad y precio? ¿Llegaremos alguna vez? Para ello es preciso que pasen antes siglos y que mientras tanto perezcamos. A más, es necesario que, en este intermedio, trabajemos con las pérdidas inseparables de toda empresa nueva y que vendamos nuestras manufacturas a precios muy inferiores a las extranjeras para poderlas excluir, porque precisamente han de ser inferiores por largo tiempo y tendrán contra sí la general prevención que hay a favor de lo que viene de fuera. Ahora, pues, ¿quién sostiene estas incalculables anticipaciones? No el gobierno, que no puede ni debe hacerlo; ningún empresario, porque no hay caudales suficientes, ni se expondrán a sacrificios tan enormes como lejanos de compensación; no los políticos, que escriben porque… ya se ve… Con que lo más seguro es que jamás llegaremos a igualar en una carrera, en que nos llevan la ventaja, que siempre conservará la misma distancia y nos constituirá eternamente sus colonos. Para excusar este inconveniente, ¿no será más justo y racional seguir las sendas trilladas por las naciones que más han prosperado? La prudencia recomienda esta conducta y el ejemplo nos autoriza a la imitación.

No hay una, sin excepción, que no haya prohibido la salida absoluta o condicional de alguno de sus productos o la internación de varios artículos extranjeros, para dar valor a las materias propias y ocupación a los habitantes, haciéndolos así más independientes y en partes superiores a otros. Esta práctica se halla sancionada en todos los tratados de comercio y en los reglamentos, vedándolos del todo o gravándolos tanto que indirectamente los excluyen.

La Inglaterra, país clásico de la libertad, economía e industria, prohíbe en sus islas la entrada de toda manufactura que puede labrarse en ellas, sin embargo de que, pudiendo ser canje a inmensas producciones de sus talleres, ayudarían a su expendio. El velamen y jarcia, cuyas primeras materias compra a sus rivales, y de que hace un consumo asombroso, han de ser precisamente hechas en su territorio. El ron para el uso de su tripulación, se gasta necesariamente y a veces más caro, con tal que sea de Jamaica o de otra de sus posesiones. Los vinos, de que enteramente carece, sufren unos excesivos derechos equivalentes a un declarado entredicho, para obligar al uso de bebidas fermentadas de sus granos y licores espirituosos extraídos de ellos. La famosa acta de navegación, sus tratados de comercio, sobre todo la vigilancia para impedir la salida de sus máquinas y artistas, son unas prácticas diametralmente opuestas a las teorías de sus escritores, que se explican así, o porque es conforme a las ideas singulares de cada autor, o para mantener la ilusión de las demás naciones, o porque no hay cosa ni ocurrencia sobre que no se escriba. Es tan natural que se hable así en un país manufacturero contra las restricciones con que pueden perjudicarle los que no lo son, como es extraño que en estos tengan apoyo aquellas máximas; allá nada influyen y aquí sirven a perpetuar la dependencia e inercia.

La Francia fue elevada al grado de esplendor a que la condujeron las restricciones de Napoleón, y cuando no admite el menor artefacto extranjero, nos inunda y obstruye con los mismos que podríamos enviarle, sin descubrirse otro origen a tal desigualdad que nuestra irreflexión y pereza. El día que renuncie a este sistema, volverá a la decadencia de que estuvo amagada.

Su ejemplo y el de todas las naciones antiguas ha sido imitado por las que se forman en el Nuevo Mundo, y si Chile permanece estacionario y aguarda a seguirlas cuando le hayan tomado la superioridad, será siempre la última. De modo que, aun cuando su conducta no sea para nosotros una prueba de acierto, será a lo menos de la necesidad de precaver nuestra desventaja, traduciendo de la misma manera que ellas han entendido los propios principios de la libertad, igualdad y seguridad, esto es, agregándoles las modificaciones y prudentes limitaciones que los alejan de los abusos y de la exaltación de ideas impracticables, a las que sigue el necesario desengaño que trae consigo el abatimiento. Este es el orden constante en economía como en política, y si la cordura no preside a nuestros deseos, los más sanos se convertirán en detrimento, como se ve actualmente hasta en la misma perfección a que han llegado las artes en los países que las han protegido con indiscreta preferencia, así como el atraso en los que olvidaron su fomento. Los dos extremos nos presentan a un tiempo lecciones que nos sirven de advertencia y nos guían en la senda nueva, plagada de vanas teorías, que nos alucinan. La Inglaterra, elevando la industria al ápice y los medios de ocupación hasta el punto que puede llevarlos la ciencia de multiplicar el movimiento y ahorrar el tiempo, ha incidido en el punto opuesto, reduciendo al ocio a millares de vivientes que estudia en alejar de sí, y que verosímilmente buscarán nuestro asilo. La España, privada de aquel manantial de opulencia y holgazanería de sus colonias, vuelta en sí de su marasmo, empieza a revivir sus antiguos sólidos recursos, y el primer paso es cerrar la extracción de las materias que retornaban manufacturadas por triple precio del que dejaban a su salida, como se ejecuta aquí en el día escandalosamente y con el fin directo de minar la miserable industria de nuestras campañas.

Aunque la conducta de aquellas naciones maestras, se dirige exclusivamente a su propia prosperidad, pero su imitación conciliaría nuestra dicha con la suya; lo demás no hará sino verificar el apólogo de la gallina que ponía huevos de oro y repetirse la horrible catástrofe de la conquista, que en lugar de asolar la América, pudo hacer dichosos a sus invasores y sus indígenas con solo darles la doctrina suficiente para que se vistiesen y calzasen. Nuestra consunción traerá la de nuestros proveedores. Hay un inmenso espacio entre las labores de que somos capaces y las que les compraremos con el producto de nuestros trabajos; lejos de chocarse, se fomentarán recíprocamente. Vendrán a verificarlos los que no pueden practicarlos en sus países, de donde no costea la conducción, y retornarán a ellos ricos, reemplazándose por los que son a cargo en el suelo natal, donde ya no encuentran destino; serán unas verdaderas colonias mantenidas en nuestro suelo, interesados inmediatamente en los progresos de sus artes; los mejorarán, enseñarán y serán estimulados por la concurrencia que ellos mismos formarán sobre los modelos que ya tenemos. Se desvanecerán los fantasmas que la malicia engendra y que la reflexión, su eco repite con tono fatídico y misteriosamente profundo, pronosticando monopolios, estancos, privilegios, contrarios al espíritu liberal, incompatibles con la ilustración y otros tragos, que, como los vampiros, siempre se anuncian y nadie los ve. Lugares preciosos para una declamación demagógica, para una disertación académica, sobre todo para perpetuar la inacción, la inmoralidad y la vergonzosa dependencia. ¿Qué concurrencia ni emulación, qué modelos necesita la zapatería para mejorarse? ¿Ni qué nos importa la última perfección de este arte? ¿Qué monopolio podrá recelarse en las costuras de la ropa hecha? La galleta, la harina, la carne, la manteca, las velas, los tejidos bastos de lana, algodón, cáñamo, materias que se producen por todo, en medio de millares de manos ociosas, ¿podrán jamás estancarse? Solo podrán realizarse estos males por los caminos mismos por donde se afecta evitarlos. La afluencia de los artefactos extranjeros arruinará los propios o los reducirá a un punto capaz de sufrir tales extorsiones, a que fácilmente los sujetará cualquiera que intente abarcarlos, excitado por su pequeñez, como lo vemos cada día.

Nos alucinamos con la aparente injusticia que resultaría de obligar por tales restricciones a pagar por un precio más alto lo que podríamos adquirir de fuera a menos costo. La amplia compensación que tendrían los compradores excede exorbitantemente al gravamen que los cultivadores de primeras materias la tendrán en el mayor expendio; los artesanos, en la segura y perenne ocupación; el sexo débil y ocioso, en los medios de vivir con decencia, y todos generalmente en el consumo de sus labores y frutos y en la rápida circulación que retendrá el numerario, con que podrán canjear los efectos extranjeros, cuya introducción solo puede sostenerse así. De modo que, aunque no existiesen motivos de alta consideración, por todos respectos bastaría el interés general y el individual de los mismos que hoy se oponen, y aun cuando se resistiese al bien inmediato o el aparente, sacaría el del público efectivas ventajas, que han de procurarse a toda costa. Considérese, enhorabuena, como una contribución indirecta en favor de hombres laboriosos, será igualmente justa y benéfica que la que se exige en Inglaterra para socorrer mendigos, en cuya clase a bien librar estarían aquellos sin este auxilio. Mírese como una traba al adelantamiento de la industria; será un verdadero fomento semejante al que dan los circunspectos y juiciosos suizos, impidiendo el uso de los tornos y máquinas de hilar para que esta ocupación se dilate a mayor número de manos. Toda, es cierto, providencias chocantes a las brillantes teorías, pero útiles y sabias en la sana práctica; no se conforman con la perfección ideal, pero son precisas en el mundo real y más que todo en el nuevo, donde la sonora libertad, la decantada concurrencia, son alimentos demasiado sólidos para estómagos débiles y para pueblos que es necesario llevar por la mano hacia el bien hasta habituarlos a él con dulzura, prudencia y constancia, hasta hacerlo conocer, desear y ponerse en aptitud de resistir los ataques de la competencia”.

Cuando íbamos a ser libres

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