Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 10
Оглавление—Cariño. —Escuchó la voz de su madre—. Despierta…
Dylan se levantó de golpe. La pared del frete exhibía un viejo poster de Pokémon, estaba cubierto con una manta de color rojo y algunos dibujos de coches, las cortinas eran iguales y la alfombra tenía una vieja mancha, él había derramado chocolate caliente sobre ella.
Estaba en su habitación ¿Todo había sido un sueño?
Se llevó la mano a la cabeza, justo donde sentía que palpitaba, sus oídos no dejaban de repetir el murmullo de su corazón. «Bum, bum, bum»
Había ardor, y una especie de pequeño bulto. Tenía puesto un vendaje, era una molestia tenerlo puesto. Dylan metió sus deditos entre la gasa y su cabeza. Deseó no haberlo hecho, dolía mucho, pero lo que más lo asustó en ese momento fue darse cuenta de que nada de eso había sido un sueño.
Apartó a su madre de un empujón y se levantó de la cama a tropezones. Se golpeó en la frente con la puerta de su habitación, pero siguió andando. Bajó las escaleras y llegó un punto en el que su visión se vio obstruida por algo, todo se tornó borroso, oscuro… Lo siguiente que supo, es que iba en los brazos de su madre de vuelta a su habitación.
Dylan se movió, pataleo y dio golpes al aire, hasta que su madre lo soltó a causa de uno de sus golpes. El niño se puso de pie y corrió lo más rápido que pudo hacia el despacho de su padre.
El hombre estaba dentro, Dylan podía ver por debajo de la puerta cómo su padre se paseaba de un lado a otro dentro de la habitación.
¿Qué pasaba si entraba sin avisar? ¿Qué ocurría si su padre estaba ocupado? Sacudió la cabeza para deshacerse de esas preguntas, su padre le debía una explicación.
Sintió el coraje subir por su pecho, y algo más, algo tibio que escurría desde la herida hasta la clavícula. Sangre, la herida se había abierto.
Le restó importancia y empujó la puerta del despacho. Lo primero que vio fueron los libros, todos ellos pulcramente acomodados sobre los libreros y estantes, algunos sobre el escritorio al lado de la computadora. La ventana que había sido cubierta con tablones por la paranoia de su padre sobre ser vigilado. También la cámara de la computadora estaba cubierta con cinta adhesiva.
No eran los pies de su padre los que vio por debajo de la puerta. Eran los de la Mayor Khoury. La mujer lo fulminó con la mirada. Él acababa de interrumpir algo importante.
Por primera vez en su corta vida, no le importó el meterse en problemas. Siempre se había comportado bien, como un buen hijo, un buen estudiante, una buena persona, procuraba no hacer las cosas mal. Y aun así le habían hecho daño, un daño que no merecía.
Su padre estaba sentado sobre la silla detrás del escritorio. Se pasaba las manos por el cabello sucio y alborotado. Se notaba que llevaba varios días sin afeitarse, sus ojos estaban inyectados en sangre y lucían cansados y agotados detrás de las gruesas gafas.
Él sabía qué aspecto les ofrecía a esos adultos. No era más que un niño de siete años, muy pálido por la pérdida de sangre, su camiseta gris estaba manchada del rojo de sus heridas. Dylan respiraba agitadamente, estaba a punto de perder el conocimiento.
—Te odio —le dijo a su padre. El hombre no se inmuto.
—Ahora no lo comprenderías —contestó fríamente—. Es algo que debe hacerse, estas pruebas que te hacemos salvaran al mundo…
—¡NO! —lo interrumpió con un grito—. No es por mi ¡Se lo hiciste a ella! ¡Te la llevaste y abriste su cabeza! Ella… Cheslay… Es una buena niña, no se merece algo así.
—¿La niña? ¿Te preocupa ella? —preguntó la Mayor con burla.
Dylan asintió y se tragó las lágrimas.
—Hagan lo que quieran conmigo, pero a ella no le hagan nada. Yo seré la prueba que quieran, pero a Cheslay no… —Se calló cuando escuchó la risa siniestra de la mujer. Dylan apretó los puños. Se estaba burlando de él.
—Me parece muy curioso que ofrezcas esto; Cheslay me ofreció lo mismo hace unos días, cuando tú aún no despertabas —dijo la Mayor y se dejó caer cómodamente sobre el sofá de terciopelo rojo.
Dylan la siguió con la mirada.
—¿La van a dejar en paz? —preguntó.
—No —respondió cortante—. Te doy la misma respuesta que le di a ella. Seguirán pasando por estas pruebas ambos. Sus padres firmaron un permiso y ustedes están bajo la tutela de esta institución. Ve el lado positivo, contra más se esfuercen, más rápido terminarán. Ahora, haz el favor de dejarnos solos —ordenó.
Dylan miró a su padre, pero este tenía la cara oculta por sus manos. El niño bajó la mirada al suelo y salió del despacho. Se sentía humillado, triste, enfadado. En su interior comenzaban a crecer las raíces del odio.
Salió de la casa y fue a la de su pequeña vecina. La madre de Cheslay le dijo que ella estaba indispuesta y lo obligó a volver a su casa, dijo que él también necesitaba descansar. Obedeció, más por inercia que por sumisión. No quería separarse de Cheslay, algo en su interior gritaba que ella lo necesitaba.
Se sentó sobre los escalones de la entrada y miró al frente. No lloró, no suspiró. No había mucho que hacer, más que mirar a la nada y que esta le devolviera la mirada. Su visión se volvía borrosa, y podía sentir cómo el líquido cálido seguía escurriendo de su vendaje. Se sentía cansado, muy cansado.
Su madre se sentó a su lado. Dylan levantó la vista para poder verla. Los ojos de su mamá estaban llenos de lágrimas, al igual que sus mejillas. Dylan odiaba verla llorar.
—Lo lamento —dijo y se cubrió la cara—. Lamento que tengas que pasar por todo esto. Si pudiera impedirlo lo haría… Pero tan solo eres un niño. Confío en que cuando seas mayor lo comprendas, al igual que tu amiga, se cuán importante es ella para ti… —Su madre se limpió las lágrimas.
—¿Por qué? —preguntó el pequeño.
—Porque hay personas malas que quieren dañarnos —respondió.
Dylan no comprendió en ese momento lo que su madre quería decir. No, eso le tomaría muchas preguntas y unos cuantos años más.
Ambos se quedaron mirando al frente, sin nada más que decir. El sol se estaba poniendo, dándole a todo un color anaranjado que antes le habría parecido mágico, pero ahora estaba triste y melancólico.
—Vi el calendario en tu habitación —susurró su madre.
—¿Qué tiene?
—Estabas marcando los días. A finales de este mes es tu cumpleaños.
—Lo sé. Solo que ya no parece importante…
—Lo es. Tu cumpleaños nunca dejará de ser importante para mí. Dormiste durante cinco días, Dylan. Mañana tendrás un año más de vida… —la voz de su madre se rompió.
Un año más. Al día siguiente cumpliría ocho años. Ahora no parecía tan importante como hasta hace una semana lo era.
Su madre lo obligó a levantarse de ese lugar. Entraron a la casa cuando la Mayor se había ido. Mamá le limpio la herida y cambió sus vendajes por unos nuevos. A Dylan le dolió cada roce que hacía contra su carne mutilada. La mujer lo llevó a la cama y lo arropó mientras tarareaba una canción para él. Se quedó dormido mientras lloraba en los brazos de su madre.
No supo cuánto tiempo había pasado. Solo abrió los ojos, y se alegró un poco de encontrarse en su habitación. Ya no le dolía tanto la cabeza.
Salió de la cama y fue a la parte de abajo. Se sorprendió al encontrar un pastel de cumpleaños sobre la mesa de la cocina. Su madre estaba ahí, preparando cosas para la comida.
—Felicidades —dijo su padre a su espalda y le colocó una mano en el hombro.
—No me toques —dijo Dylan entre dientes.
El hombre dejó caer la mano a su costado.
—Hijo…
—No me llames así, y no vuelvas a tocarme. Yo te odio, le hiciste daño a ella… Te odio más de lo que nunca voy a odiar a nadie… —Estaba respirando agitadamente.
—¡Dylan! —lo regañó su madre. Ella se arrodilló a su lado y lo sostuvo por los hombros para obligarlo a mirarla, el pequeño se dejó zarandear. Mientras que su padre observaba todo con la mirada perdida—. El odio es un sentimiento demasiado malo y grande para que un niño bueno y pequeño como tú lo sienta ¿Comprendes? No debes volver a decir algo así ¡Prométemelo! El odio corrompe y te llena de remordimientos. No vuelvas a sentir algo así, y mucho menos por tu padre, él…
—¡Él le hizo daño a Cheslay! —gritó.
Ambos se quedaron atónitos ante el arranque de ira del niño. Ninguno volvió a mencionar nada sobre el tema.
Dylan se dio cuenta de algunas cosas mientras se sentaba a la mesa para soplar las ocho velas del pastel.
Una: los padres no son héroes, también son humanos y cometen errores.
Dos: nunca nadie lo ayudaría. Estaba solo para proteger a Cheslay.
Tres: no importaba cuantas palabras bonitas pudieran decirle, el odio jamás se iría, era algo que ya estaba echando raíces dentro de él.
Sopló sobre las velas y vio cómo la llama se extinguía, igual que su inocencia.
Pasarían muchos cumpleaños como este, donde los experimentos y pruebas se llevaban a cabo una vez cada semana. Donde Cheslay y él se reunían en los túneles a comer golosinas. Donde comprendía cosas de las que sucedían en el mundo del que estaba aislado.
Dylan se llevó las manos a la cara y rompió a llorar.