Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 13
ОглавлениеLousen caminaba tranquilamente bajo la luz de la luna. Había dejado a los chicos solos en la habitación del hospital, no le preocupaba, ya que Magnus dijo que se haría cargo de la seguridad de esos niños.
Mientras tanto, él tenía que investigar. Debía llegar a un resultado, lo que fuera ¿Por qué permitir que experimentaran con estos niños? No quería que se hiciera, pero ellos habían nacido inmunes, alguna cosa debería representar.
También estaba el problema de los ejércitos. Cuando la mayor parte de los Ciborgs se fueron del lado de los rebeldes. Cuando decidieron que a las personas que habían perdido alguna parte de su cuerpo debido al virus, debían implantarles prótesis, algunos ya eran más maquinas que humanos. En pocas palabras, todo estaba volteado el revés. Y el único lugar en el que había seres humanos a salvo de todo, de guerras, de enfermedades de experimentos, ese sitio era la Ciudadela.
Raphael Lousen había seguido a la Mayor Khoury por todo el complejo, hasta que ella se internó en casa, fue cuando él pudo seguir su camino hacia la oficina central, necesitaba respuestas. Siguió su camino, hasta que se encontró con la infraestructura de color gris, con aquella fortaleza impenetrable. Al menos eso pensaba en aquella noche.
Subía las escaleras con cuidado de no hacer mucho ruido, ya que cualquier persona dentro de este edificio alertaría a la Mayor o a Magnus de que Lousen había hecho una visita y si a nadie se le ocurría ver las cintas de las cámaras, él se ahorraría las explicaciones. No quería explicar nada, quería que le expusieran la verdad. Él quería saber la verdad, la de los niños, la de las guerras, la de los experimentos, se preguntaba si estaba haciendo lo correcto, si se encontraba con la Alianza que de verdad se preocupaba, o si estaba atrapado dentro del caudal político.
Mientras se cuidaba de no ser descubierto, y se abría paso entre las oficinas hasta el lugar central, pensaba en su familia. En cómo su esposa Katrina estaba embarazada cuando Lousen tuvo que irse, en la mirada que ella le dedicó cuando se marchó. Pero era por el bien de todos, ya que, si lo descubrían sus altos mandos, eran capaces de matar a su esposa y tomar al bebé para las pruebas, así que lo mejor era guardar el secreto. Ni siquiera Magnus lo sabía.
Lousen sacó el paquete con los instrumentos para abrir las puertas sin necesidad de la llave. Una de las primeras cosas que aprendió en el ejército fue a pasar desapercibido, ya que sus misiones antes de la guerra eran de espionaje.
La cerradura hizo «clic» al segundo intento y Raphael empujó la puerta. No había alarmas, eso era extraño. Frunció el ceño y anduvo con más cuidado. Pudo ver las pequeñas esferas de color negro apostadas en cada esquina de la habitación, pero ninguna brillaba. Estaban apagadas ¿Por qué uno de los lugares con más información del mundo estaba sin vigilancia? Él sabía que se podía tratar de una trampa, pero aun así siguió con su investigación, aunque no le sirviera de nada una vez muerto o encarcelado.
La oficina central era uno de sus lugares favoritos, eso se debía al silencio que ahí reinaba, pero hace algunos años, cuando Cheslay llegó al complejo, le prohibieron la entrada a todo aquel personal no autorizado. En pocas palabras, él no era nadie.
Las paredes estaban forradas de madera, o de una muy buena imitación de esta, para evitar a las termitas. Había dos ventanas apostadas a cada lado de la habitación y eso ya era un lujo, solo porque los libros y documentos ahí necesitaban ventilación natural. Había escritorios, tres en total. En algunos había archivos esparcidos y libros abiertos. Estaban los ordenadores al final de la sala, estos eran un conjunto de información. Cada cosa que investigaba, cada detalle que se compartía, cada documento en que pasaba por esas cosas quedaba en la nube, en el sistema del complejo. Era muy difícil que cualquier otra Alianza entrara en su sistema, ya que todo un grupo de analistas se encargaba de resguardarla con códigos y virus. Por eso Lousen confiaba más en los libros, en los documentos escritos, de esa forma, si quemaba los registros, estos desaparecerían, y no podrían infiltrarse y tomarlos sin que antes se tomaran medidas de precaución. Sí, a pesar de su condición, Lousen estaba hecho a la antigua.
Cuando era más joven y accedía a ese lugar, era para leer o informarse de los últimos acontecimientos, de las etapas de la guerra, de todo eso. Pero ahora ignoró cada cosa a su alrededor y se dirigió a los ordenadores para obtener los resultados del laboratorio. Necesitaba esa información. A pesar de que detestara este tipo de aparatos, debía admitir que, a veces, eran útiles y que sabía usarlos a la perfección; después de todo, antes era un espía.
Se dirigió a la más alejada, sabía que las cámaras no estaban activas, pero dudaba que los infrarrojos también estuvieran desactivados. Casi parecía que lo estaban esperando.
Rápidamente conectó su descifrador a la máquina y este le arrojó la clave. Ese era el primer paso. Observó el flujo de información con mucho interés, cómo los datos, las letras y códigos de color blanco iban y venían, y como se pasaban a su portátil. El sistema iba a registrar que había hecho una copia, pero a estas alturas eso no importaba demasiado.
Se volvió rápidamente cuando escuchó pasos en el pasillo. Pudo ver la luz de una linterna, relajó los hombros. Solo era el guardia de seguridad haciendo su recorrido nocturno. El verdadero peligro estaba a unos cuantos kilómetros, la Mayor Khoury debía estar en casa, dormida, soñando con conejos desollados o personas calcinadas, cualquier cosa que pudiera soñar su corrompida mente.
Llevó de nuevo su vista hacia la pantalla. Algo llamó su atención y decidió detenerse ahí: Un correo electrónico. Era del doctor Reidar Aksana, el padre de Cheslay, para la Mayor Khoury.
«17 de julio de 2065.
Los avances son pocos, aún no se han encontrado cambios en los sujetos dos y tres. Tanto Cheslay como Dylan parecen esforzarse por no sobresalir. Tal vez el cautiverio ayude, igual que con el sujeto uno. Deberían separarlos para tener un control en estadísticas.»
¿Sujeto uno? ¿Ese no era Dylan? ¿Quién demonios era el tercero y por qué estaba en cautiverio?
Lousen apretó los puños. Esto era más de lo que podría esperar de estas personas. ¿Tener a alguien en cautiverio para avanzar en sus locos experimentos?
Decidió que calmarse era lo mejor por el momento. Respiró profundo y miró la pantalla. Entró en el almacén de fotografías, solo para encontrarse con las cirugías y experimentos. Los ojos de los pequeños llenos de miedo. Lousen sabía que no sentían temor por lo que pasara con su persona, tenían miedo de lo que podían hacerle al otro. Habían alcanzado un nivel de lealtad y confidencialidad al que ni los militares podían llegar.
Leyó más correos electrónicos, donde se informaba que el sujeto uno (El cual aún no sabía quién era) se salía de control, también había actas de defunción de algunos laboratoristas. Miró las fotografías. Los cráneos de las personas estaban reventados, como si los hubiesen puesto en una prensa. De los que aún conservaban su rostro, los ojos estaban inyectados en sangre…
Sintió un escalofrió solo de mirar eso. El sujeto uno lo había hecho ¿Y qué era lo que esperaban? Habían tenido a esa criatura en cautiverio, igual que un animal. Raphael iba a cerrar todas las ventanas cuando algo llamó su atención; Era una niña, tal vez de la edad de Cheslay. Ella miraba hacia la cámara, sus ojos oscuros como la noche, la piel pálida como la de un muerto y un largo y lacio cabello negro acentuaba sus duras facciones. Y el odio, en su mirada no había nada más que odio.
Dejó de ver la pantalla y cerró todo. Una niña, el sujeto uno era una pequeña niña que había crecido en cautiverio ¿Y sus padres? ¿Quién demonios respondería por eso?
Necesitaba hablar con Magnus. Estos experimentos eran inhumanos y según lo que había encontrado en los archivos, no se había llegado a ningún resultado, a ninguna cura. Lousen se había dado cuenta de algo; el laboratorio, la segunda Alianza, el tratado de paz… Todo era solo un engaño. No estaban buscando una cura, estaban esperando que la enfermedad matara a todos en el exterior, ellos esperaban que el virus mutara y acabara con más personas de la ciudadela, con más humanos de la primera Alianza. Estaban esperando, y a su vez creaban un ejército de superiores, un ejército de evolucionados. Experimentaban con niños que pudieran pelear, que se infiltraran en sus sistemas de comunicación y en sus mentes. Ellos estaban utilizando niños para que, algún día, pudieran pelear. Era una mentira y él era parte de todo eso. Necesitaba saber hasta qué punto Magnus estaba involucrado.
Pero antes necesitaba ir a la Ciudadela y advertir al gobernante en turno. El hombre, aunque era un idiota, necesitaba estar protegido y advertido, ordenarle a los Ciborgs que atacaran a la Segunda Alianza. Unir fuerzas con el norte. A esos dos partidos les convenía unirse contra el ejército de evolucionados que la Segunda Alianza descargaría contra ellos. De Lousen dependía de que los otros niños no sufrieran lo mismo que sus queridos pupilos.
Tomó su pantalla portátil y se dio media vuelta para salir. Algo captó su atención; Las cámaras volvían a estar encendidas, no sabía cuánto tiempo habían estado así. Apretó el paso y terminó de cruzar el pasillo de las computadoras cuando la explosión se escuchó por todo el lugar.
A Lousen le gustaban más los libros que las maquinas porque de ellos se podían deshacer, mientras que los datos de las computadoras quedaban en la nube. Ahora podía ver cómo la biblioteca principal ardía en fuego. El hecho de creer que sus pensamientos estaban hechos a la antigua le resultaba una completa ironía ahora.
Abrió los ojos como por milésima ocasión. Tratando de enfocarse, saber qué había sucedido. Una bomba, esa había sido la trampa. Lo atraparon. Se sintió estúpido, después de tanto tiempo en paz, había dejado a un lado su paranoia.
La explosión lo había dejado aturdido, pero aun así encontró las fuerzas para guardar su pantalla portátil entre la bota y el calcetín. Se levantó con algunos tropezones, y fue entonces cuando pudo verla. Al principio no la distinguió, pero su andar era inconfundible. El traje se adhería a su cuerpo, la espina dorsal estaba conectada para que el traje respondiera a sus estímulos nerviosos. La Mayor avanzaba hacia él con una velocidad peligrosa. Tenía puesto el exoesqueleto. Apenas eran prototipos, pero ella ya los dominaba. Era una mujer brillante, por lo menos debía de reconocerle eso.
El traje le daba más velocidad, más altura, más fuerza… Mientras que él solo estaba en su traje de militar.
Maldijo por lo bajo, y corrió en sentido contrario a la Mayor, para poder ocultarse entre los estantes de la biblioteca. Sabía que sus posibilidades eran pocas, pero decidió arriesgarse.
—No te servirá ocultarte —dijo la Mayor desde el interior de su máscara.
Lousen sabía que era ella. Aunque no podía verle el rostro debido a las sombras y el crepitar del fuego, además la cubría la máscara. Lo que significaba que ella podía ver en la oscuridad gracias a las lentes de visión nocturna y que sabía dónde estaba Lousen exactamente, ya que esa misma mascara en conjunto con el traje, detectaba los latidos del corazón.
«Cálmate, Raphael, cálmate» susurró para sí mismo. Necesitaba un ritmo cardiaco normal si lo que quería era ocultarse.
Escuchó cómo Charlotte Khoury cargó su arma. Y encima una de las armas superdestructivas de los trajes. Esa mujer haría pedazos el complejo entero con tal de matarlo.
Salió de su escondite cuando comprendió que su corazón no se calmaría.
—Por lo menos morirás dando la cara —dijo la mujer con diversión.
—Nunca me imaginé otra forma de morir —respondió. Lousen avanzaba hacia una de las ventanas. No planeaba pelear con ella, pero sí escapar y poner la pantalla en un lugar donde estuviera resguardada, no quería que esa información se perdiera. Y justo ahora no sabía si podía confiar en Magnus.
La Mayor levantó el cañón que portaba en la armadura y disparó hacia Lousen, solo que no contaba con algo; las modificaciones que habían hecho con el hombre años atrás.
El proyectil dio de lleno en la pared de la biblioteca, haciendo volar los muebles, las máquinas y los libros, cada uno de los archivos quedaría reducido a cenizas.
Por primera vez en su vida, Raphael se sintió agradecido de contar con la nube de información. Saltó por la ventana y cayó en el suelo con la gracia de un gato.
La Mayor también saltó, pero ella levantó polvo al caer. El traje era demasiado pesado. La mujer caminó hacia él, sabiendo que ganaría, andaba con la seguridad de saberse victoriosa.
—No me esperaba esto —comentó Charlotte al tiempo que levantaba su arma una segunda vez.
—Yo tampoco esperaba muchas cosas de las que leí ahí arriba ¿Por eso negaste el acceso a todo público? ¿Magnus lo sabe? Porque estoy un 99% seguro de que los nombres que aparecían para los siguientes experimentos eran los de tus hijos.
Si la Mayor se vio afectada por esa información no lo demostró.
—Sabes demasiado —repuso.
Así que sí lo sabía. Lousen rechinó los dientes.
—¿Los entregaste? ¿A tus propios hijos? Estás loca. Siempre pensé que solo querías algo de respeto, pero ahora no comprendo…
—Se deben hacer sacrificios por el bien común —respondió cortante y disparó una segunda vez.
Esta ocasión Lousen no pudo esquivar el disparo por completo, lo recibió en la mitad del cuerpo. No recordaba muy bien lo que era el dolor físico, ya que no lo experimentaba muy a menudo, y se había acostumbrado tanto a no sentir nada en esa parte de su cuerpo, que se sorprendió de ver su reflejo en uno de los cristales rotos. El reflejo le mostraba a la mitad de un hombre… Pero la segunda cara mostraba sus implantes robóticos, aquella parte de él que solo pocas personas conocían, cuatro, en realidad.
Las alarmas comenzaron a sonar por todo el complejo militar. Soltarían a los ciborgs para atraparlo. Eso era en situaciones de emergencia, y si el enemigo lograba vencerlos, entonces el ejército se pondría en marcha y Lousen no quería pelear contra los suyos. Raphael se tronó el cuello de manera audible y se puso de pie.
La Mayor Khoury se quitó la máscara.
—Así que los rumores eran ciertos —espetó.
—Dime qué es lo que escuchaste ¿La primera guerra? ¿La segunda? ¿En la que le salve el trasero a tu esposo? ¿Qué versión quieres escuchar? —inquirió Lousen al tiempo que buscaba una posible salida. Los Ciborgs se acercaban, podía escuchar sus pasos.
—No me interesa. Solo quieres ganar tiempo —dijo y disparó una vez más.
Raphael aprovecho la humareda para escabullirse. Sabía que no podía ocultarse durante mucho tiempo, pero podía dejar la pantalla en un lugar seguro, donde Dylan pudiera encontrarla después. Un lugar que la Mayor ya había revisado sin encontrar nada.
Lousen corrió hacia los túneles. El paisaje era solo una mancha de color gris que a veces se combinaba con el color café de la arena del desierto y el verde de algunos árboles del complejo militar. Corrió tanto que pronto su parte humana se cansó. No podía detenerse a tomar aire, todavía escuchaba los pasos de la Mayor y su ejército de Ciborgs siguiéndola.
Raphael encontró la escotilla y de un rápido movimiento la levantó. Se quedó en la oscuridad cuando entró y la cerró. Siguió el túnel y se encontró con aquel donde había revisado, la última vez que buscaba a Dylan.
Dejó la pantalla oculta entre las rocas, esperando que los chicos la encontraran algún día. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Por ahora debía huir y se sentía culpable por hacerlo sin ellos, pero quien sabe qué le deparaba el destino.
Salió de los túneles, borró sus huellas y corrió hacia un área de entrenamiento. Lo más alejado posible de la población.
Charlotte lo estaba esperando. Los Ciborgs le cerraron el paso.
—Siempre has sido muy predecible, Raphael —dijo con voz fría.
—Me alegra no darte dolores de cabeza —respondió con sarcasmo.
Ella apretó la mandíbula y se lanzó contra él. Raphael estaba herido, cansado, había estado perdiendo sangre. La fatiga lo estaba matando más rápido que esa mujer.
Tomó una respiración profunda, abrió los brazos y esperó el golpe final.
Una alarma general. Los ciborgs habían salido, pero no fueron necesarios. Charlotte había controlado la situación. Ahora ella esperaba que Magnus la atendiera. Llevaba puesto su pulcro uniforme y su cabello estaba peinado en una muy apretada coleta de caballo. Estaba exactamente igual que cuando Magnus la conoció.
Ella dejó el documento sobre el escritorio. Magnus sabía lo que era, estaba triste por ello. No recordaba haber llorado en muchos años, pero ahora había un nudo en su garganta.
Tomó el acta de defunción y la firmó.
«Baja del Sargento Raphael Lousen. Traidor»
Un traidor, así lo catalogaban. Ni siquiera lo habían dejado ver el cuerpo. Sabía que su puesto de general era solo una mentira, una faramalla. Odiaba eso.
Renunciaría a su título después de descubrir lo que se estaba armando en ese maldito lugar. Luego podría tomar a sus hijos y darles una buena vida en la Ciudadela.
—Magnus… —dijo Charlotte.
—Vete, déjame solo.
—Debes saber que actuó como un cobarde —espetó.
—¡Lárgate! —gritó Magnus—. No es una maldita petición. Es una orden. Vete de aquí. Me importa un rábano que lo cataloguen de traidor. Era mi mejor amigo, salvó mi vida en más ocasiones de las que puedo contar. Así que vete, necesito estar solo.
Charlotte le dedicó una mirada de desprecio y salió de la oficina del General. Cuando la puerta estuvo cerrada, Magnus se dejó caer sobre su sofá, mirando directamente el papel que le decía que su amigo estaba muerto.
Un traidor. Su mejor amigo era un traidor.
No quería creer eso. El General se puso de pie y se sirvió un vaso de whisky, para brindar al aire por la caída de un gran hombre.