Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 15

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Más niños. Estaban llevando más niños al complejo.

Cheslay lo notó porque la despertó el llanto de un bebe. ¿Qué hacía un bebe en el complejo militar de mayor seguridad en el mundo? La joven se incorporó sobre su cama.

La semana anterior había sido el percance de Dylan, cuando les avisaron de la muerte de Lousen. Cheslay se encogió al recordar la sensación de ese momento cuando le anunciaron que su mentor estaba muerto, que se había ido para siempre. Ahora lo único que tenía era a Dylan, la única persona por la que valía la pena dar su vida si era necesario.

Él fue trasladado a otro lugar, donde le hicieron pruebas durante toda la semana. Y cuando volvió, sus padres ya estaban en una nueva casa dentro del complejo, ahora Dylan y Cheslay no eran vecinos, él ya vivía más alejado, y ahora estaban rodeados de otros niños, iban desde uno hasta trece años. Habían llevado tantos que le era imposible contarlos, quizá serían trescientos o más. Todos ellos desaparecían durante un día o dos y luego regresaban con la herida sobre su cuello. La primera cirugía a la que eran sometidos.

Miró por la ventana, no podía pasar de media noche, la luna brillaba sobre el cielo de una forma tan pura, que incluso por un momento, creyó que el mundo podía tener solución. Suspiró profundamente y caminó hacia su cama, ya no podría conciliar el sueño, mucho menos con ese niño que no paraba de llorar, quería ir a la casa del niño y poner una almohada sobre su rostro hasta que este se callara o muriera, no le importaba cual sucediera primero.

Algo sonó en la parte de afuera, le tomó solo unos segundos darse cuenta de que eran pequeñas rocas que golpeaban la ventana. Cheslay sonrió y se dirigió hacia ese lugar, miró a través del cristal y vio cómo Dylan tenía varias piedras flotando sobre su mano, estas salían despedidas hacia la ventana con una velocidad practicada.

La joven abrió la ventana y sacó la cabeza para ver al chico.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

Dylan frunció el ceño.

—Amm ¿Una visita nocturna? —respondió— ¿Puedo entrar?

Cheslay asintió y se retiró de la ventana. La habían cambiado de habitación. Ahora estaba en el segundo piso, su padre había mandado quitar las enredaderas, así que, si Dylan subía, tenía que ser por el árbol que estaba frente a la casa y para poder entrar, debía saltar como tres metros hasta su alfeizar.

Cheslay observó como él cogió impulso, las rocas que antes flotaban cayeron sobre el suelo con un sonido hueco. Dylan llegó a las primeras ramas del árbol y lo trepó con suma facilidad, para luego llegar a la ventana y entrar con un sigilo digno de un ladrón.

—Vaya —comentó ella con una media sonrisa.

—Esto se vuelve cada vez mejor —dijo él.

Ella lo miró de abajo hacia arriba, cerciorándose de que él estuviera completamente sano, sin heridas a la vista, sin otros experimentos. Quería asegurarse de que seguía siendo su Dylan.

—No pareces herido —comentó.

—No lo estoy. Me llevaron después de lo de la casa… Solo tomaron muestras de sangre, me pidieron que levantara algunas cosas sin tocarlas, me hicieron pruebas no tan dolorosas. No sé, como que solo quieren saber cómo funciona esto —dijo y levantó su mano.

Cheslay asintió. Comprendía todo, o bueno, casi todo. Trataba de entender las cosas, atar cabos sueltos, pero sentía que mucha información se le escapaba. Ella quería huir de ese sitio, dejar todo ese sufrimiento y dolor atrás, pero no podía irse sin respuestas, las quería todas para poder tener una solución. Y sabía que Dylan la seguiría sin importar nada.

—Lamento lo de Lousen —dijo y bajó la mirada al suelo.

Dylan dejó caer los hombros, pero luego levantó las manos y envolvió las de Cheslay con las suyas. La piel de la joven estaba tibia, como la de quien acaba de levantarse de su lecho y la de él permanecía fría, como la de quien acababa de recorrer algunas calles con el frío natural del desierto.

Ella levantó la mirada y lo observó con esos grandes ojos azules que parecían leerle el alma. Dylan sabía que no podía leer su alma, pero hacia algo parecido leyendo su mente, y sus pensamientos traidores que decían cuanto la quería. Se quedaron así, diciéndose con los ojos todo aquello que no podían con palabras. Cheslay sonrió, con los ojos empañados por las lágrimas.

Él bebé de la casa de al lado volvió a llorar muy fuerte, sacándolos a ambos de su ensoñación.

—Juro que voy a asfixiarlo mientras duerme —espetó la chica.

—No —dijo Dylan con una media sonrisa—. No lo harás, tú quieres hacerlo ahora porque no te deja dormir, pero en cuanto lo tengas enfrente solo querrás protegerlo. —Acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja. Cheslay apretó la mano de Dylan contra su mejilla.

—Cuando la casa se derrumbó… —dijo con los ojos cerrados—. Y la Mayor te llevó con ella… Creí que no te volvería a ver. Pensé… Estaba aterrada. Tuvieron que sedarme para traerme a casa… y luego te llevaron a un lugar al cual no sé cómo llegar —ella reprimió las lágrimas y envolvió sus brazos en la cintura de Dylan, atrapándolo en un abrazo.

Él simplemente recargó la barbilla sobre su cabeza y correspondió al contacto que desde hace mucho tiempo su cuerpo anhelaba.

—¿Lloras por mí? —trató de bromear.

—Siempre lloro por ti. Incluso cuando nos llevan a las pruebas. No lloro por el daño que me ocasionan, lloro porque lo hacen contigo —dijo sin apartar la cara del pecho del muchacho—. Nunca vuelvas a dejarme. Por favor, prométeme que nunca me vas a dejar.

Dylan acarició su cabello un par de veces, antes de responder.

—Lo prometo.

Pasaron las horas, mientras ellos hablaban de sus vidas, de sus temores, del día que se conocieron, incluso se atrevieron a hablar de Lousen y de sus nuevas habilidades, así como se sintieron intrépidos al imaginar una vida fuera de ese lugar, donde solo ellos dos pudieran estar. Sin laboratorios, sin padres, sin niños llorones, sin amigos muertos. Así, todo sonaba perfecto.

Esa fue la primera y la última vez que Cheslay se atrevió a mostrarse vulnerable con él. Fue la última vez que él la vio como lo que realmente era y no como quien se comporta fuerte para no hacer daño. Esa era la chica de la que estaba perdidamente enamorado.

—Será mejor que me vaya antes de que amanezca —dijo Dylan.

Ella lo sostuvo por la muñeca.

—No te vayas. Quédate… Quédate conmigo —pidió con ojos vidriosos por el sueño.

Él sonrió y asintió. No era la primera vez que dormían en el mismo sitio, no era la primera vez que ella le pedía que se quedara. Solo que esta vez se sintió completo al verla dormir entre sus brazos.

***

Dylan se despertó con un fuerte estremecimiento. No estaba en el suelo de una celda, tampoco en alguna casa abandonada a las afueras de alguna ciudad. No, estaba en los túneles, con los niños refugiados y…, en su habitación temporal.

Sacudió la cabeza y se sentó sobre la cama para poder aclararse un poco.

Ese sueño había sido lo mejor que había tenido desde hace mucho tiempo, pero no por eso dejaba de ser perturbador. El recordar algo que no podría volver a tener. Porque alguien más ocupaba el cuerpo de la chica del sueño. Y ese nuevo alguien estaba perdidamente enamorada de Sander, el tres de los túneles.

Si bien Dylan no podía llevársela de ahí por su propia voluntad. Por lo menos podía averiguar qué rayos le había pasado, hablar con la niña que leía mentes y aclarar las cosas. Necesitaba saber si podía recuperar a Cheslay, el darse por vencido no era una opción, porque si le quitaban a ella, le arrebataban todo, incluso su humanidad.

Respiró profundo varias veces, inhalando el aroma a humedad y metal oxidado que reinaba en los túneles. La puerta sonó cuando la abrieron con llave desde el otro lado.

—Bonita mañana para comenzar una nueva vida ¿No es así? —ironizó Sander. Dylan se encogió de hombros.

—No tienes tantas ganas de hablar como ayer ¿Eh?

—Las nuevas oportunidades apestan, sobre todo cuando los fantasmas del pasado no te dejan en paz —espetó Dylan. Sander soltó un silbido.

—Será mejor asignarte a un área donde no contagies del mal humor a nadie más —dijo.

Cuando Dylan estuvo listo, recorrieron la mayor parte de los túneles en silencio, mientras él recordaba a la Cheslay del sueño, la fuerte y decidida chica que sabía lo que quería y como lo obtendría, no quería pensar en el cachorro asustado que tenían en este sitio, aunque tuvieran el mismo rostro.

Se detuvieron al llegar a una especie de cueva. Parecía un gigantesco panal de abejas, las personas iban de un lugar a otro entre los agujeros que estaban sobre las paredes. Aquí olía a humanidad junto con mucha más humedad, había algunas goteras sobre el techo. Dylan se preguntó si era agua de lluvia o suciedad del drenaje. Por la forma en la que todos las evitaban, supuso que era lo segundo. Nadie le prestaba atención, pero pudo captar algunas miradas curiosas y otras enfadadas. Lo odiaban y no los culpaba por ello. Él había invadido su hogar junto con otro grupo de cazadores, les había dicho que los túneles no eran tan seguros como todos ellos creían. Les estaba diciendo que podían morir en un parpadeo si él se lo proponía.

—¡Sander! —saludó un chico de estatura promedio. Ojos rasgados, quizá de ascendencia asiática, cabello negro y lacio, algo corto, y piel pálida. Estaba bastante más musculado que cualquiera dentro de los túneles. Era el único que no parecía mal nutrido.

—Andy —contestó Sander—. Ya era hora. Voy a encomendar al uno a tu cuidado.

—Dylan —interrumpió él—. No me llames «uno», no soy una cosa. Mi nombre es Dylan.

—¿No le has dado un apodo? —preguntó Andy con diversión mientras lo recorría con la mirada.

—No, no somos amigos. Él está aquí para probar que es útil y para saber si podemos confiar en él, solo eso. Pero podríamos llamarlo… ¿El cazador?

—¿Eres idiota? —inquirió Dylan. Andy sonrió.

—No es el primero que se lo pregunta —ríe un poco el otro chico—. Pero no, no es idiota, solo le gusta actuar como uno.

Dylan frunció el ceño. ¿Por qué le hablaba con esa naturalidad? ¿Qué demonios era este sitio? ¿El país de los caramelos eternos? Sacudió la cabeza y siguió al chico asiático.

Sander se ocupó de otras cosas, mientras ellos dos caminaban hacia uno de los huecos en la pared del panal de abejas.

—Iremos a cortar madera. No es una de las mejores tareas, pero alguien tiene que hacerla. Además de que la necesitan en la cocina para encender las estufas de leña, nos ayuda con la caldera para los baños. Es horrible bañarte con agua fría en esta época.

—¿De dónde sacáis todas esas cosas? —preguntó sin interés con voz monótona.

—Las robamos. Es fácil, considerando que ya nadie las necesita, nadie las usa. Y se necesita de un lugar con muchas personas para que algo así funcione. Incluso las luces en este lugar, las hacemos funcionar con paneles solares —Andy parecía emocionado hablando de todo lo que había conseguido para este lugar.

—¿No teméis que yo trate de arruinar todo esto?

El chico negó con la cabeza.

—Eres una persona sin hogar, igual que nosotros. No creo que trates de arruinarnos, si quisieras hacer algo como matarnos o delatarnos, ya lo habrías hecho, Sander y Olivia piensan lo mismo.

—No sé si son ingenuos o estúpidos. Quizá ambos.

Andy se detuvo y lo miró por un momento, para luego reanudar la marcha por el oscuro túnel.

—Podrías hacer de este sitio tu hogar, igual que todos —dijo por fin.

—Mi hogar es una persona, no un sitio.

—Azul —dijo Andy.

—Ese no es su nombre.

—Aquí se llama así, ella se dio una oportunidad de aceptar este lugar y nosotros se la dimos a ella. Deberías tratar de hacerlo. —Andy se rascó la cabeza, un tanto incomodo—. No soy bueno para decir estas cosas, Dany lo era, yo no.

—¿Dany? —preguntó Dylan, ahora sí había un poco de curiosidad, ya que el tono con el que lo dijo fue de nostalgia y tristeza.

—Sí, era mi mejor amigo.

—¿Qué le pasó? —indagó.

Andy le regaló una mirada de reproche.

—Lo mataron los cazadores —espetó—. Nos hubieran matado a todos, de no ser por Azul que…

—Espera ¿Qué? ¿Azul os salvó? ¿Cómo?

—No lo sé. —Andy se encogió de hombros—. Samantha dijo que ella sola había terminado con nueve de esos tipos, que había usado sus poderes mentales y movimientos de pelea o algo así. No recuerdo bien.

—Utilizó entrenamiento militar —concluyó Dylan.

—Sí, algo así —dijo el muchacho, y continuó caminando sin darse cuenta de lo que había dicho.

Sintió algo que creyó que ya estaba muerto para él. Su pecho se inundó con esperanza. Las emociones se peleaban por salir. Ella seguía presente, ella estaba ahí, tal y como Sam había dicho. Cheslay aún estaba presente en Azul. ¿Qué rayos había pasado? Ya era momento de averiguarlo, no podían quedarse en ese lugar para siempre. Solo debía encontrar la manera en que ella volviera y que Azul se fuera. Y así llevarla a un lugar donde pudieran estar seguros, solo eran rumores lo que escuchaba, pero Dylan se iba a dirigir a la Resistencia del Norte, aquella que le había dado más problemas al gobierno que cualquier otro grupo de rebeldes.

Llegaron al fondo del túnel, donde podía ver una puerta redonda, con una manija para abrirse hacia afuera. A un lado de la puerta había colgados un par de abrigos. Andy cogió uno y se lo colocó para después abrocharlo detenidamente. Dylan cogió el otro e hizo lo mismo.

—Hace demasiado frío afuera —explicó Andy.

—Sí, lo supuse por toda tu charla de la madera —respondió.

El chico puso los ojos en blanco y juntos salieron. No eran las calles, tampoco seguían los túneles. No, esto parecía una de esas ciudades abandonadas hacía casi quince años, desde que se inició el virus. El suelo estaba cubierto por nieve, algodonosa y fría nieve que caía del cielo gris. Había edificios en ruinas que se cubrían por esa escarcha blanca, las plantas parecían congeladas, al igual que algunos nidos de aves a las que el invierno cogió por sorpresa.

Juntos anduvieron hasta uno de los edificios abandonados. Dylan podía ver los viejos letreros que antes marcaban calles y ahora no significaban nada. Andy lo dirigió hacia la entrada del lugar, donde había un montón de cosas envueltas en una manta de color café, parecía estar llena de aceite o de sangre. Conociendo los tiempos en los que vivían, era más probable que fuera sangre, ya que el aceite era escaso y la muerte era diaria.

Andy levantó la manta y adentro había un par de hachas para madera. Dylan cogió una, sorprendiéndose del peso de ella, y pensando que las dos juntas eran más pesadas. Estaba haciendo sus conclusiones respecto a Andy.

Anduvieron un poco lejos del edificio, hasta internarse en lo que parecía un bosque, pero antes era una universidad, Dylan la había visto en los mapas que revisó antes de viajar ahí.

Andy comenzó a cortar el primer árbol y Dylan lo ayudó, pronto encontraron un ritmo y la madera caía sobre el suelo nevado a una gran velocidad, a este paso acabarían antes de mediodía.

Dylan se limpió el sudor de la frente, el trabajo lo estaba haciendo sudar, además de cansarse, pero no de una mala manera. Dejó el hacha sobre el suelo y se sentó un momento sobre un montón de madera. Andy hizo lo mismo, sacó una botella con agua, bebió de ella y se la pasó a Dylan.

—Desde que llegué a este lugar, he estado observándolo todo. Me he dado cuenta de que habéis tenido epidemias, plagas, etc. He descubierto las habilidades de algunos por medio de su comportamiento. Así que me arriesgaré a suponer que tu categoría es seis, concretamente alguna clasificación animal, más que nada por tu superfuerza y resistencia —dijo y lo miró.

—Vaya ¿Eres una especie de genio o algo así? —Andy parecía sorprendido.

Dylan sonrió.

—No, solo soy observador. —Le dio la misma respuesta que a Olivia—. Yo vi cómo los creaban. Vi cada experimento que hicieron con los primeros niños. No fue agradable, créeme cuando te digo que fuiste afortunado al ser contagiado por medio del virus. De todos los niños que conocí, que fueron de los primeros experimentos, solo Cheslay y yo quedamos vivos. Los demás fueron contagiados por el virus que mataba a los adultos, algo se mezcló con él y con las modificaciones genéticas que nos hicieron. Cortaron una parte de nuestros cerebros, a partir de aquí… —dijo y se inclinó para que Andy pudiera ver la cicatriz en su nuca—. Extrajeron tejido cerebral he insertaron otras cosas ahí, no estoy seguro de lo que es ni por qué se mezcló con el virus ya existente, tampoco sé por qué no nos mató al igual que a muchos.

—¿P-por qué me dices todo esto? —tartamudeó Andy.

Dylan medio sonrió.

—Porque tú me has dado más información que cualquiera de aquí, y ni siquiera te has dado cuenta, solo te estoy dando algo a cambio.

El chico frunció el ceño y tragó saliva.

—N-no te d-dije nada —respondió.

Dylan negó con la cabeza.

—Olvídalo.

Ambos estuvieron en silencio durante un momento. El aliento saliendo de sus bocas y mezclándose con el frío viento, la temperatura había ido disminuyendo mientras más avanzaba el día. Mientras cortaban la madera, Andy había sacado dos pares de guantes de su mochila, ahora estos le estorbaban a Dylan, al tratar de frotar sus brazos para entrar en calor. El abrigo café que había recogido de la salida del túnel no le era suficiente. Sentía pinchazos en las manos y en la cara, sus orejas y nariz se sentían frías y sabía que estaban rojas, pero no le importaba. El frío se colaba por la tela de su ropa, incluso sus pies estaban mojados debido a la nieve. Andy tenía un aspecto similar.

El muchacho sacó un termo de su mochila y llenó dos pequeñas tazas con el líquido que cargaba. A Dylan se le hizo agua la boca; era chocolate caliente, hacía años que no probaba el chocolate. Le dio un sorbo y se sintió como cuando era niño otra vez, con Nefertari sirviéndole el desayuno.

—¿Y? —preguntó Dylan para evitar pensar en el pasado—. ¿Cuál es tu historia?

Andy lo miró y se encogió de hombros a la vez que bajaba la taza de sus labios.

—No es muy interesante, al menos no como la tuya —repuso.

—Quiero escucharla —replicó.

—Vivía con mis padres, antes de que todo esto comenzara, yo tenía cinco años. —Sonrió para sí mismo al recordar—. Era un lugar bastante poblado, ubicado en Corea del Sur, lo he investigado, Dexter me ayudó a hacerlo. En fin, el lugar se llamaba Seúl, antes de las guerras. Cuando el concepto de ciudad o país aún tenía algún significado.

»El virus azotó con fuerza ese lugar, y por las bombas, el clima se salió de control, había terremotos… Muchas cosas que mataban a personas. Veía cómo caían, una tras otra, hasta que fue el turno de mis padres.

»Viví mucho tiempo yo solo robando comida de las casas, encontrándome con personas que querían huir, hasta que un día caí enfermo, tenía fiebre y alucinaciones. Un grupo de refugiados me recogió, ellos decían que los dejarían ir a la Ciudadela si entregaban a un niño a cambio, y como ellos no tenían hijos, bueno… —Se encogió de hombros—. Fui su mejor opción. Los refugiados llegaron lejos, casi hasta la ciudadela, cuando su camión fue atacado por un grupo de rebeldes. Escapé, no sabía quién era amigo y quién enemigo; así que, simplemente corrí, lejos de todo, no sabía dónde me encontraba.

»Llevaba mucho tiempo sin comer o sin dormir, podía correr durante horas o defenderme a golpes de aquellos que querían algo de mí. Me di cuenta de que había cambiado, pero no solo era yo, eran todos los niños con los que me encontraba. Yo era más resistente y más fuerte, pero algunos de ellos incluso podían hablar dentro de mi mente, eso es algo que llegué a odiar.

»Al principio tenía problemas con acercarme a Azul, porque creí que ella me haría lo mismo, pero nunca lo ha hecho. Estuve más de un año en las calles, hasta que un día conocí a un chico que me presentó a otro grupo de niños, todos con habilidades, ninguno era un dos o un uno y fue cuando nos llegó la noticia; Los estaban exterminando.

»El chico que me ayudó se llamaba Dany, era mi mejor amigo. Vivíamos en las calles, robando comida y otras cosas, refugiándonos en edificios abandonados, nos confiamos demasiado. Un día, dos cazadores entraron, para nosotros eran criaturas de pesadilla. No pudimos con ellos, mataron a muchos de los nuestros, y cuando estaba por acabar con nosotros, otro grupo de evolucionados apareció, ellos nos salvaron; Sander era su líder. Y desde entonces estoy en los túneles tratando de ayudar a los demás y de mantenerme vivo. —Finalizó con otro encogimiento de hombros.

Dylan sacudió la cabeza para volver a la realidad. ¿Acaso se había convertido en algo así como un coleccionista de historias? Estas personas no deberían importarle ¿Entonces por qué se sentía mal por ellos? ¿Por qué se sentía triste por la muerte de un sujeto que ni siquiera conoció? Primero Olivia, y ahora Andy. ¿Acaso tenía cara de sacerdote? Pero él había pedido esas historias. Quería distraerse de la suya propia y lo único que logró fue preocuparse por esas personas, eso estaba mal. No debía tener ese tipo de ataduras.

Ambos terminaron de cortar los troncos y volvieron al túnel cuando la luz del día menguaba. Se detuvieron a borrar sus huellas, solo por precaución.

Habían hablado sobre otras cosas, Andy le preguntó por su historia, pero Dylan se limitó a decirle que era una rata de laboratorio, que el virus comenzó con él. Andy no volvió a preguntar. Llevaban los brazos llenos de pequeños troncos, a Dylan le avergonzó un poco saber que ese chico menudo cargaba mucho más que él.

Terminaron de cruzar el oscuro corredizo, dejaron sus abrigos donde los habían encontrado y se dirigieron a la cocina para dejar las cosas. Las personas lo miraban con desconfianza, pero aun así se acercaban a saludar a Andy. Él lo presentaba como si de un viejo amigo se tratara ¿Qué les pasaba a las personas aquí? ¿Por qué aceptarlo tan fácilmente? ¿Acaso estaban drogadas? Sacudió la cabeza.

—¿Es él? —preguntó alguien a su espalda. El tono de voz lo hizo volverse, pero al momento de hacerlo, un puño se estrelló en su cara ¿Qué demonios había pasado? ¿Por qué bajó la guardia? En otro tiempo, el atacante ya estaría muerto.

Miró al agresor. Era una chica, no podía tener más de veinte años, su cabello era castaño y muy corto. Ella estaba pálida y tenía ojeras bajo sus ojos, también las manchas en la piel que indican desnutrición, y su cuerpo delgado, como si fuera a resquebrajarse en cualquier momento.

—Amanda, no —pidió Andy, pero la chica ya estaba saltando sobre Dylan.

Él no la atacaría de vuelta, tampoco se defendería; solo la evadiría, no dejaría que lo golpeara, alguno de los dos debía ser el sensato, y tenía que ser él; ya que, si golpeaba o mataba a esa chica, perdería la confianza de esa gente, y los necesitaba para recuperar a Cheslay.

Amanda se movió a una velocidad que no era normal para una persona, pero aun así, Dylan no tuvo problema en prever el ataque y moverse hacia la derecha. Los troncos estaban tirados por todo el suelo, eran los que él cargaba, y ahora estaban desparramados porque la chica había decidido atacarlo. La chica no parecía rendirse, ya que siempre que él la evadía, ella caía y luego se levantaba para tratar de golpearlo. Dylan no la tocaría, no le haría daño.

—¡Defiéndete! ¡Haz algo! —gritó furiosa. Ella cogió impulso para saltar, pero algo la detuvo.

Una figura delgada estaba entre ambos.

Amanda se detuvo. Andy se acercó a ella y la ayudó a salir del lugar. Dylan no podía apartar la mirada de quien había detenido la pelea. A pesar de que la cocina estaba llena de personas que deseaban ver el espectáculo, a pesar de que Olivia lo llamaba para llevarlo a otra parte… A pesar de todo. La persona que había detenido la pelea era Cheslay… Azul. Esto era demasiado ¿Por qué lo hizo? La última vez que la vio, no parecía importarle mucho lo que sucediera con él ¿Por qué ahora sí?

Dylan no pensó en lo que hacía, simplemente se acercó a ella y puso su mano sobre su rostro, ella no retrocedió, se quedó dónde estaba y cerró los ojos.

—Dylan —pudo escuchar su voz, clara y concisa en su mente. Era ella, Cheslay aún estaba presente y sabía quién era él.

La chica dio dos pasos hacia atrás justo cuando Sander entraba al lugar; pero no fue lo suficientemente rápida como para que el tres no la viera. Él simplemente frunció el ceño y se interpuso entre los dos.

—¿Qué pasó? —exigió saber.

—Amanda lo atacó —dijo Andy, quien había regresado.

—Creo que nunca lo superará. —Sander cerró los ojos y negó con la cabeza. Dylan sacudió la cabeza.

—¿Algo que deba saber? ¿Me encontraré con un enemigo en cada lugar? Porque eso no será nada nuevo —dijo sin dejar de mirar a Cheslay.

—Nadie aquí es tu enemigo —contestó una chica que había estado en la cocina desde el principio.

—¿Recuerdas a Dany? —preguntó Andy. Dylan asintió—. Bien, la chica que te atacó era su novia… Y odia a los cazadores.

Dylan puso los ojos en blanco y se dio la vuelta para salir. La voz de Cheslay no podía salir de su cabeza, ella se comunicó con él, lo defendió, trató de protegerlo, justo como antes.

Sander pidió una explicación con lujo de detalles, y Andy le contó todo, incluso la chica intervino, la de la cocina, Dylan averiguó que su nombre era Sayuri, y que habían llevado a Amanda con Olivia.

Él se dio cuenta de que Cheslay se llevó la mano a la espalda, donde la misma goteaba sangre. El golpe de Amanda la había alcanzado.

—Estas sangrando —dijo y se acercó dos pasos, pero Sander llegó primero a donde estaba. Dylan retrocedió.

El tres la cogió de la mano para examinarla y ella solo negó con la cabeza para restarle importancia.

— ¿Sayuri? —llamó el líder—. ¿Puedes llevarla con Olivia? Creo que necesita puntos.

Ambas salieron de la cocina y Dylan se quedó solo con Sander. Intercambiaron miradas, un duelo que ninguno de los dos perdería, ya que, si bien no le gustaba admitirlo, su terquedad venia en un paquete similar.

—Amanda es una seis. Agradece que Azul interviniera o hubieras acabado con la garganta rebanada. ¿Por qué no te defendiste? Dylan frunció el ceño y le dio la espalda para salir del lugar.

—Tengo mis motivos —respondió y avanzó con paso firme.

Sander se quedó con el ceño fruncido y la expresión de alguien que quiere comprender un gran enigma. No parecía enfadado, solo confundido, como si fuera a dejar que ella eligiera, pero Dylan sabía que eran dos personas diferentes ¿Acaso el tres no tenía ni la menor idea de lo que sucedía? Estaba demasiado atrapado en su mundo de sueños rotos como para prestar atención a lo que sucedía alrededor. No se daba cuenta de que el mundo estaba muy dañado y que las personas estaban aún peor.

Cruzó la puerta y fue directo a su lugar para dormir, necesitaba pensar, entrenar, hacer lo que fuera para mantener la mente ocupada. No se dio cuenta de que alguien lo esperaba hasta que un carraspeo lo hizo mirar a la niña. Samantha.

—No estoy de humor —dijo Dylan.

—Por lo menos deberías darme las gracias. Ayudé a convencer a Sander de que te dejaran salir de tu celda.

—Gracias —espetó Dylan y entró en su habitación, Samantha lo siguió.

Ella se sentó sobre su cama, meciéndose hacia los lados. Realmente parecía una niña pequeña, trece, quizá catorce años.

—¿Qué es lo que quieres?

—Creí que nunca lo preguntarías —respondió y sonrió—. Te llevaré a ver a Azul.

El cazador

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