Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 9
ОглавлениеSupo, sin necesidad de más, que lo primero que llegaría a odiar, seria a su padre. Ese hombre cogió en sus brazos a Cheslay y la separó de él mientras que ella gritaba su nombre. Quería que Dylan la protegiera, pero el pequeño estaba siendo trasladado a otro sitio, junto con la mujer tenebrosa del uniforme perfecto.
Primero ataron sus brazos y piernas a la camilla para que dejara de luchar. Atemorizado. preguntaba qué sucedía y por qué le hacían aquello, pero nadie respondía, solo lo miraban con ojos fríos y lo dejaban seguir llorando.
Dylan comprendió algunas cosas en ese momento; la primera, y más importante, era que no todas las personas son buenas. Debía dejar de esperar que alguien lo rescatara, ya que la única persona en la que podía confiar estaba atada a una cama, igual que él.
Podía escuchar los gritos de desesperación y dolor de Cheslay, pero no podía levantarse a ayudarla, y eso lo hacía sentirse impotente.
Los científicos y militares se paseaban por todo el laboratorio y nadie lo miraba, solo esa mujer, quien torció la boca en una pequeña sonrisa. Dylan quiso saltar sobre ella y golpearla hasta cansarse, cualquier cosa con tal de borrar ese gesto de su rostro.
Y sin previo aviso, el dolor comenzó.
Sintió los espasmos recorrer cada centímetro de su cuerpo, doblegándolo, haciéndolo temblar y gritar de dolor. Escuchaba el pitido en sus oídos, ese que le indicaba que algo estaba mal con su cuerpo, los dientes le dolían de tan fuerte que apretaba la mandíbula.
—El ritmo cardiaco está bajando —dijo alguien.
Dylan no podía ponerle nombre a todas las voces que se escuchaban en ese lugar.
—Déjenlo así. Si es fuerte sobrevivirá —ordenó la Mayor.
Aún con toda esa agonía invadiéndolo, no podía hacer nada más que gritar y escuchar los lloriqueos de la pequeña niña. Cheslay estaba viva, ella lo necesitaría cuando todo esto acabara.
Dylan apretó las manos en pequeños puños y trató de tomar una respiración profunda. A partir de ese momento lo supo, tenía que ser fuerte por los dos. Cheslay nunca lo dejaría solo y él no la abandonaría, y mucho menos con esas personas que los utilizaban.
No supo en qué momento fue que lo giraron en la camilla. No se resistió, su cuerpo colgaba flácido y sin fuerzas.
¿Ya había acabado? ¿Por qué los torturaban así?
Sus ojos se abrieron y ahogó un grito repentino. Algo se abría paso por su nuca. Podía sentir cómo las abrazaderas lo sostenían más fuerte contra la camilla dura y fría. Esas cosas no lo dejaban moverse ni defenderse, estaba desesperado. El pedazo de metal frío se abría paso por alguna parte de su cabeza. Ya no sabía dónde estaba el dolor, quizá en todas partes o en ninguna. Y lo vio. A través del reflejo en el azulejo del suelo. Quien hacía todas esas cosas a su cuerpo, quien le causaba tanto dolor, era su padre.
Un corte más y Dylan dejó que la oscuridad lo reclamara.
***
Abrió los ojos. Se encontraba rodeado de oscuridad, eso no era nuevo. Aún estaba en la celda de los túneles ¿Hasta cuándo pensaban mantenerlo así?
El característico sonido de las bisagras, le avisaron que la puerta de entrada se había abierto. Parecía ser un sonido al que podría acostumbrarse. Ya no había comida a su lado. Alguien debió recoger la bandeja mientras él estaba perdido en alguna parte de su pasado.
Dylan levantó la vista y ahogó una respiración. Era ella. Sus grandes ojos azules brillaban en la oscuridad.
Quiso levantarse, para poder observarla mejor, hablar con ella, abrazarla… Pero algo interrumpió su movimiento. Estaba encadenado a la pared ¿Cuándo lo habían hecho? ¿Acaso se había quedado dormido…? Deseó poner los ojos en blanco y darse un golpe en la cabeza contra la pared. Lo habían sedado, pusieron sedantes en el agua y ni siquiera se dio cuenta. Podía romper las cadenas fácilmente, pero no quería asustarla.
El joven no sabía qué decir. Tragó saliva ¿Qué podía decirle? Habían pasado tres años desde que los separaron.
—Rápido —le apuró una voz desde fuera de la celda—. Sander no tardará en darse cuenta.
Dylan se dio cuenta de tres cosas.
Una: Quien la apresuraba era Olivia, la chica morena de la cicatriz.
Dos: Estaban hablando sin el permiso del líder.
Tres: Había una niña junto a Cheslay. No podía tener más de quince años.
—Pedí hablar con ella a solas —gruñó sin darse cuenta.
—Pues será una verdadera suerte si puedes hacerla hablar —replicó la niña. Tenía un tono bastante petulante, para tratarse de una simple acompañante.
—¿Puedes hablar conmigo? —le preguntó a Cheslay. Ella negó con la cabeza. —¿A qué estás jugando? Creo que ya es hora de que termines con esto. Ya estás a salvo, no es necesario que sigas fingiendo con estas personas… —dejó que sus palabras se perdieran.
La chica frunció el ceño y retrocedió dos pasos.
—Déjame explicarte las cosas —dijo la niña—. Yo soy Samanta, y no, no puedes llamarme Sam. Ella es Azul, no Cheslay, es Azul ¿Lo deletreo para ti? A-Z-U-L. Igual que el cielo. Ella no sabe cómo hablar, así que yo, la más adorable dentro de esta habitación, te dirá lo que ella quiera responderte ¿De acuerdo?
Dylan no sabía si reír o sentirse frustrado ante las palabras de la niña. No, no era una niña, al menos mentalmente no lo era. Parecía que hablaba con una mujer. ¿Qué debía hacer? ¿Recordarle a Cheslay su pasado? ¿Pedirle explicaciones?
—Yo sugiero que empieces por responder unas simples preguntas. No tenemos mucho tiempo —dijo Samanta.
—¿Cuál es tu categoría? —preguntó Dylan.
—Dos. Soy una dos.
—Una lectora de mentes —concluyó él.
Decidió que era mejor permanecer sentado, ya que las cadenas tiraban de sus manos y le lastimaban las muñecas. Se quedó sentado con su espalda recta contra la pared.
Entonces, pasó algo extraño, algo que no sabía cómo explicar. Azul miró a la niña a los ojos. Ambas estuvieron así por unos minutos hasta que Samanta desvió la vista.
—¿Estás segura? —le preguntó. Azul asintió—. Bien —dijo y se encogió de hombros, como si no le importara. Pero Dylan podía ver la lucha interna en los ojos de la niña, como si temiera decir algo imprudente—. Ella quiere que te explique… Mejor dicho, quiere que sepas que Cheslay está viva, aunque hace bastante tiempo que no se comunican.
—¿Qué? No trates de engañarme. Cheslay es ella ¿Cómo puede estar su cuerpo frente a mí y no ser ella?
—Pensé que eras más listo —se quejó Samanta.
Ambos guardaron silencio. Observándose en la oscuridad. Ninguno daría brazo a torcer, nadie revelaría nada sobre cualquier dato importante.
Él no les contaría la historia si Cheslay no hablaba con él.
Fue entonces que decidió mirar fijamente a Cheslay, Azul o como quisieran llamarla. Ella le devolvió la mirada, solo que no lo veía como lo hacía antes, como si estuviera dispuesta a dar la vida por él. La mirada que le regalaba era la que se le da a un desconocido.
Algo en su interior se rompió al contemplarla, al ver que ella guardaba su distancia, al saber que trataba de ocultar a Samanta de él, con su cuerpo.
Esa persona no confiaba en él. Esa persona creía que Dylan era peligroso para ella, temía que les hiciera daño. Esa persona no era Cheslay, solo un pobre cachorro asustado.
Dylan se puso de pie muy lentamente.
—¿A qué te refieres cuando dices que Cheslay sigue aquí? —preguntó.
—A que está aquí. Es complicado. —La niña arrugó la nariz—. Es como si Azul y ella compartieran un cuerpo… Son dos mentes. Es muy complejo leerlas cuando las dos piensan al mismo tiempo.
—¿Por qué no puede responderme ella misma?
Samanta puso los ojos en blanco.
—¿Por qué gastas tus preguntas en cosas inútiles? Ya te lo dije, no sabe cómo hablar. Debiste haberla visto cuando la conocí en ese campamento… Ni siquiera sabía caminar.
—¿Un campamento? ¿Cheslay estuvo en un campamento? —preguntó alarmado.
—Sí. Ahí nos conocimos —respondió Samanta.
Dylan trataba de hacer que las piezas encajaran en su mente, pero eso era complicado, tratar de meter tres años de su vida en un solo instante.
—¡No! —gritó Olivia desde afuera—. No puedes pasar.
—¿Por qué no? —preguntó el tres. Su tono molesto—. No lo hiciste…
—Sí. Azul está ahí —aceptó Olivia.
Sonó un fuerte golpe, tan fuerte que Dylan no lo pensó dos veces y rompió las esposas, para interponerse entre la puerta y las dos mujeres. Trastabilló un par de veces, pero como pudo, conservó el equilibrio.
El tres apareció en la puerta. Su semblante era de verdadero enfadado, uno de sus puños sangraba.
—Creo haber ordenado que no vinieras aquí —le espetó a Azul.
—Sander, déjame explicarte… —pidió Olivia.
—Fuera de aquí —le ordenó a las tres.
—No nos hará daño —escuchó la voz de Samanta en su mente. Dylan no se asustó, no era la primera vez que alguien le hablaba de esa forma. Se hizo a un lado y dejó que Azul y la niña salieran—. Golpeó la pared —le explicó Samanta—. Sander golpeó la pared a causa de su enfado. Él jamás le haría daño a un habitante de los túneles.
Dylan le asintió a la nada y volvió a su esquina de auto exilio. No era por hacer caso de las explicaciones de la niña, tampoco porque tuviera miedo de Sander. No, no fue nada de eso. Fue Cheslay… Azul, quien lo hizo retroceder. Ella le dio esa mirada, la que siempre antecedía a un ataque. Estaba dispuesta a atacarlo o a matarlo si se atrevía a hacerle algo a Sander. Ella pelearía a su lado.
Dylan dejó su mirada en el suelo, no se percató cuando la niña se acercó y lo obligó a levantar la barbilla.
—Cambié de opinión —dijo ella—. Puedes llamarme Sam. —Le regaló una sonrisa y salió de la celda.
Sander le regaló una mirada de irritación, pero no le dijo nada más.
Dylan había pasado por muchas cosas en su vida. La mayoría de ellas muy dolorosas, pero nunca se imaginó que sentiría un dolor más allá de lo inimaginable, un dolor no soportable. Algo que lo hiciera abrazar sus piernas y llorar en la oscuridad.
Era un dolor diferente. Tenía miedo de perder a Cheslay, ya no le tenía miedo al dolor físico, ese pasó a segundo término cuando se acostumbró a él. Pero no estaba preparado, ni cien vidas con sus respectivas muertes pudieron haberlo preparado, para la mirada de odio que ella le regaló; para esa mirada que le decía que si atacaba ella se encargaría de acabar con él.
Sí. Dylan sentía dolor por muchas cosas pequeñas, y tenía miedo de muchas más, pero nunca creyó que su miedo y su dolor pudieran reunirse en una sola persona.