Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 5

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El joven está de pie sobre las rocas del derrumbe que él mismo provocó. Era una lástima el haber tenido que acabar con ese grupo de caza recompensas, en especial con ese chico del cual no recordaba su nombre, era un sujeto agradable; pero lo habían descubierto y no podía darse el lujo de ser arrestado, no ahora. Él debía encontrarla, y luego llevarla a un lugar donde los dos estuvieran a salvo.

Aún era primavera. Podía sentirlo en el aire, podía verlo en las mariposas que volaban de un lugar a otro, en las aves; esas malditas bestias voladoras que se habían encargado de esparcir el virus.

Salió de su trance con un movimiento rápido de cabeza. Debía irse antes de que los cadáveres comenzaran a apestar, y el sol ya los estaba calentando. Podía ver los paneles solares moverse para seguir a la gran luz de un lado a otro, de este a oeste. ¿Por qué no se habían descompuesto ya? Después de tantas cosas que habían pasado con el mundo, y esas porquerías seguían funcionando.

Estaba varado en el lugar que antes había sido llamado México, mucho antes del virus, aun antes de los bombardeos; incluso mucho antes de que la vida se volviera lo que era ahora.

Dylan tomó una respiración profunda de la cual se arrepintió al momento, ya que el aire estaba impregnado del olor a putrefacto, no eran los cazadores muertos, no, esos cuerpos estaban frescos, ese olor provenía de algún animal o, tal vez, del cuerpo de algún nómada que creyó que encontraría la salvación en este lugar.

Caminó alejándose del desastre, con la distancia el olor se disiparía. Pensó en los refugiados, en aquellas personas que vivían bajo tierra ¿Les afectaría el olor? ¿Les haría daño en su enfermedad este tipo de pestes? Esas personas no eran culpables de nada, pero también fueron víctimas de las decisiones de otras personas, de los gobernantes, de aquellos líderes de los laboratorios que plantearon una solución para la sobrepoblación.

El joven apretó los puños y rechinó los dientes. Odiaba todo ese maldito sistema, odiaba al gobierno, a los vigilantes, a los cazadores. Odiaba los tratados entre países. Detestaba que dejaran a los inocentes a su suerte en un mundo podrido y lastimado.

Siguió caminando, esperando no encontrarse con algún nómada o con los refugiados. No quería matar a ninguno de ellos, pero si le presentaban batalla, lo haría, nada debía detenerlo.

Cheslay lo odiaría si supiera cuantas personas inocentes habían muerto por su mano. Él mismo se odiaba a si mismo por haberlo hecho, pero si quería encontrarla debía hacerlo; ella era su prioridad.

Con lo que no contaba, y hasta hace unas horas no lo sabía, era que los vigilantes habían decidido pactar un acuerdo con los cazadores para poder acabar con esta estúpida matanza de los evolucionados.

Ni siquiera sabían que el ultimo de su especie estaba entre ellos, no lo sospechaban, y para Dylan estaba bien así, entre más bajo mantuviera un perfil mejor.

El camino se extendía ante él como una fantasía, como aquellos libros que leía para Cheslay cuando eran niños. Se podía contemplar como el todo y a la vez la nada, lo podía observar como si de un paisaje tranquilo se tratase. Pero no debía engañarse. Ese lugar, que ahora estaba invadido por la naturaleza, era letal; tanto para él como para cualquiera.

Escuchó cómo las llantas raspaban la tierra seca ¿Cómo pudieron conseguir gasolina? Era una de las tareas más difíciles en ese mundo abandonado por Dios.

Su instinto actuó primero. Ya ni siquiera pensaba en hacer las cosas, su cuerpo ya estaba oculto entre las ruinas de algún edificio mientras que su mente apenas lo asimilaba. Estaba cansado, llevaba algunas noches sin poder dormir, aquel grito lo atormentaba, fue el último grito de ayuda que ella le pidió.

La camioneta terminó de pasar dejando estelas de polvo a su paso. Los dejaría ir, aunque necesitaba un sistema de transporte y muy rápido.

De nuevo, todo ocurrió sin que lo pensara. Colocó las manos sobre la inexistente carretera y la tierra empezó a temblar. La camioneta salió de su camino y volcó hacia un lado.

El chico se incorporó. Esa parte era la fácil, lo difícil venia después, cuando se daba cuenta de que en el vehículo iban personas inocentes tratando de escapar de un futuro incierto.

Y en efecto, así lo era. Parecían ser una familia, tal vez era la última que quedaba completa. Todos muertos, después de todo, nadie sobreviviría a un accidente así. No, ni siquiera los niños.

Se tragó la bilis que se había formado en su garganta, sus ojos se tornaron acuosos y su corazón comenzó a palpitar muy rápido. Siempre que un inocente moría él se sentía así.

No tenía nada que ver con su habilidad, la controlaba perfectamente, era el único de su categoría que quedaba, aunque las demás personas los creyeran extintos.

Escuchó como alguien le quitaba el seguro a su arma, estaba justo a su espalda ¿Cómo se acercó tanto? ¿Cómo pudo no escucharla? Dylan sabía perfectamente de quien se trataba, no era la primera vez que se enfrentaba a la mujer del parche. Siempre se llevaba algo de él con ella, la última vez fue Cheslay.

—Debo admitir que te perdí la pista por un momento —gruñó esta.

El chico no respondió, en cambio se movió muy rápido, apoyando las manos contra la tierra árida y giró sobre sí mismo para golpear a la mujer en las piernas y hacerla caer.

La Mayor perdió el equilibrio y su arma se disparó hacia el cielo. Dylan corrió a su encuentro, ella sabía dónde estaba, ella era quién se la había arrebatado. Si necesitaba torturarla para obtener respuestas lo haría.

***

Dylan se despertó con un fuerte estremecimiento. El lugar en el que se encontraba estaba oscuro, no le importaba, ya estaba acostumbrado a moverse entre las tinieblas.

Le dolía la cabeza, tanto que se sentía mareado, sentía cómo sus ojos se cerraban por el cansancio. Pero, aun así, se obligó a mantenerse despierto.

—¿Cómodo? —le preguntó una voz.

Dylan levantó la cabeza para poder mirar al sujeto. Era el tres, el chico rubio que había peleado contra él. Su cabello era un rasgo muy distintivo, sobre todo en la oscuridad.

No respondió, no quería hacerlo. Sus ideas todavía no estaban en orden.

La había encontrado, después de tanto tiempo buscando, después de haber recorrido casi todo el mundo, o lo que quedaba de él. Después de tantas cosas por las que había pasado, la había encontrado y ella, simplemente, lo miró como si fuera un desconocido.

El tres se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.

—Tenemos todo el día… —canturreó el chico—. Si no quieres hablar está bien, pero al menos come algo —dijo y apuntó a un lado de Dylan.

Fue cuando el cazador se dio cuenta de que no estaba atado. No lo habían encadenado a la pared ni tampoco lo dejarían morir de hambre.

—Pareces cansado…

—¿Por qué? —preguntó al fin.

—No comprendo tu pregunta.

—¿Van a matarme?

—Aquí no matamos a nadie. Está prohibido —contestó el rubio levantando las manos en señal de paz.

—No parece un sistema muy efectivo si lo que quieren es permanecer ocultos.

Lo miró, no de una forma grosera o perturbadora, no. Lo vio con lastima, como si fuera un hombre que lo había perdido todo, y tal vez así era.

—Antes de ti, aquí había una prisionera. Era una dos, una chica que vino aquí en busca de refugio y decidió aprovecharse de nuestra hospitalidad, ella comenzó a jugar con las mentes de los refugiados. La atrapamos y durante mucho tiempo estuvo en este lugar alimentada y mantenida en condiciones buenas. No trató de escapar, nunca. Un día, fue utilizada por unos chicos que creía eran mis amigos. Tienes razón, no es un sistema muy efectivo, pero me gusta darles un voto de confianza a las personas.

—La confianza lleva a la traición, y las traiciones destruyen y te llevan a la venganza; si no es que a la muerte.

El rubio silbó por lo bajo.

—Suenas como un anciano.

—Como una persona que ha vivido demasiado —replicó—. ¿Qué pasó con ella?

—¿Con la dos?

Asintió en respuesta.

—Su nombre es Sayuri. Ahora vuelve a vivir entre nosotros. Se le dio una segunda oportunidad. Tiene miedo de actuar, y no la culpo.

—¿Por qué tiene miedo?

—Eres listo —dijo el tres y sonrió. Sonreía demasiado, Dylan no confiaba en las personas que sonreían mucho—. Pero no te daré más información.

—Estas evitando el tema porque sabes que me llevará a ella.

—¿De Azul? ¿Quieres hablar de ella?

—¡Ese no es su nombre! —gritó Dylan—. No crucé el maldito mundo para llegar y encontrarme con un títere. Es Cheslay, la chica de los ojos azules, ese es su nombre. Puede que te cueste trabajo dejarla ir, pero ya ha sido suficiente, estará a salvo conmigo.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el rubio.

El cazador tragó saliva a pesar de que tenía la boca seca y su garganta tan rasposa como una lija.

—Dylan —respondió. Se sentía bien poder decirlo en voz alta y sin mentir.

—Soy Sander.

—No pregunté tu maldito nombre.

—No, tienes razón. Pero no me gusta no saber los nombres de las personas.

—¿Por eso le diste ese estúpido nombre a ella?

—No —contestó Sander negando con la cabeza—. Azul no recordaba nada cuando la encontré. Ni su nombre, ni su edad, ni su historia… Simplemente, ella estaba vacía.

—¿Cuándo la encontraste? —preguntó con amargura—. Hablas de ella como si fuera tu maldito cachorro.

El tres lo miró con una pizca de desagrado y enfado. El resto de sus emociones eran solo tristeza.

—No tiene caso hablar contigo —replicó y se dispuso a salir del lugar.

—Si hay algo que necesites saber… Solo hablaré con ella. Solo con Cheslay y con nadie más, ya es hora de que termine con este juego —espetó.

—Si crees que dejaré que ella esté contigo a solas estás muy equivocado —contestó Sander tras soltar una ligera carcajada.

—Entonces tendrás que soportar mi silencio.

—O quizá, podamos romper la regla y matarte. No eres un refugiado; después de todo, eres un cazador —contestó Sander y salió del lugar.

Dylan se quedó observando la puerta cerrada y la oscuridad absoluta.

La comida que habían llevado para él tenía un delicioso aroma, de esos olores que hacen a tu estomago sonar y a tu boca salivar. Se arrastró hasta donde estaban las cosas y empezó a comer. No lo matarían, o al menos no de una forma tan estúpida como con veneno en los alimentos, ya que estos escaseaban y el poner veneno en ellos solo sería un acto de egoísmo. Por eso sabía que no lo matarían, nadie alimentaba a alguien que pensara matar.

Cuando hubo disfrutado de sus alimentos, se dejó caer sobre el frío suelo y recordó. Aunque hablara con ella en ese mismo instante o dentro de diez años, lo único que quería hacer era recordar.

El cazador

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