Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 12
ОглавлениеLousen se encontraba en el almacén, observando la escalera. Él sabía que los chicos iban ahí a ocultarse, a pasar un tiempo lejos te todo lo que los atormentaba, y eso no estaba mal. El sargento sabía por todo lo que esos chicos pasaban, por eso no los había delatado.
Pero alguien los había descubierto, y ese mismo alguien había cortado los peldaños de la escalera de metal, para que el siguiente en tratar de usarla cayera. Ese desafortunado ser resultó ser Dylan. Nefertari había venido hacia Lousen para decirle que Dylan estaba desaparecido, que no lo encontraba dentro del complejo. Lousen creyó que el chico al fin había tenido el valor de escapar, pero algo no estaba bien: Cheslay se había quedado. Fue cuando llegó a la conclusión que lo llevo a investigar los últimos pasos del chico; se lo habían llevado.
Lousen tenía una ligera idea de quién pudo haber sido, aquel mismo ser que le había tendido la trampa. Sabía quién era y quería desenmascarar todos sus trucos, pero para eso necesitaría ayuda.
El sargento tomó una respiración profunda antes de llamar a la puerta. No podía llegar y culpar a la Mayor Khoury con el General, así como así, necesitaba pruebas, pero primero debía medir la situación, saber qué posibilidades tenía de ganar. Puede que la vida de Dylan dependiera de ello. Tocó dos veces la puerta y desde dentro, con una voz profunda el General le concedió el permiso de entrar.
Era el edificio central del complejo militar. Una estructura en forma de rectángulo, con siete pisos de analistas y militares. Dos simples salidas, incluso las ventanas estaban contadas, era una fortaleza. La oficina del General estaba separada del resto por una puerta de metal con una muy buena imitación de madera, la puerta era tan gruesa que no se podían escuchar los sonidos del exterior.
Lousen entró y cerró la puerta a su espalda. Frente a él se exhibía la oficina, con un escritorio de madera gruesa y oscura. Los estantes tenían amontonados libros de estrategias militares, además de algunos sobre física cuántica que era un tema que tanto Lousen como el General disfrutaban. Había una pequeña ventana al fondo con el cristal abierto, ya que el General Lanhart estaba fumando uno de sus apestosos puros. El lugar era de color café apagado, parecía que nadie pasaba tiempo ahí, pues el hombre era demasiado ordenado y perfeccionista.
—Señor —dijo Lousen a modo de saludo, mientras se quitaba la gorra.
Era muy extraño que él vistiera con su uniforme completo, pero la visita lo requería. Llevaba la casaca de color azul oscuro, las hombreras doradas y todas sus medallas ganadas en batalla. El uniforme estaba pulcro y limpio. Lousen se irguió para demostrar respeto.
—Siempre tan formal, Raphael —se quejó el General, pero respondió al saludo del sargento.
El General Lanhart era un hombre imponente. Su cabello negro, los ojos de un profundo y a veces frío color verde. Sabía cómo callar a las personas con una mirada, cómo sobreponerse a las situaciones y a las personas. Media alrededor de un metro con noventa, su complexión era la de un soldado. Una mandíbula fuerte y un rostro que casi siempre lucía una sonrisa, pero eso no significaba que fuera amigable con cualquiera; en pocas palabras, era una persona muy difícil de leer, y eso era decir mucho, ya que para Lousen el leer a las personas era algo sumamente sencillo. Lousen entró y tomó asiento.
—Tengo que hablar con usted de algo importante —anuncio.
El General se llevó el puro a los labios y exhaló una gran bocanada de humo. Se dejó caer en su sillón, con los pies arriba del escritorio.
Lousen luchó por contener su ira. El General había bebido, se notaba a simple vista, cualquier persona que se atreviera a maltratar de una forma u otra su espacio… el General le arrancaría la cabeza. Pero ahora él lo hacía, estaba ebrio, esa era la única explicación lógica que Lousen encontraba para su comportamiento.
—Quizá deba venir en otra…
—¿Se trata de los prototipos? —preguntó el General Lanhart.
—Sí. Se han llevado a Dylan.
—¿Dylan es el chico o la chica? —preguntó frunciendo el ceño.
Lousen apretó las manos sobre las agarraderas de la silla. Usualmente le tenía más paciencia, pero tenía el tiempo encima. El sargento y el general habían sido amigos desde la academia. Aún antes del virus, de todas estas cosas, ellos eran muy buenos amigos. Sabían que podían contar el uno con el otro, todo eso antes de que les dieran sus respectivos títulos. Ellos habían peleado juntos en las batallas contra la primera Alianza. Fue en la última batalla, antes de que se firmara un tratado de alto al fuego, donde Lousen había resultado herido, quedó atrapado en su traje de Ciborg. Fue Magnus, ahora el General Lanhart quien lo rescató.
Antes de todo eso, ellos podían simplemente beber cerveza y reír hasta caer rendidos. Esa había sido su amistad, hasta que el destino intervino y le dieron el cargo de General a Magnus y Lousen se quedó como sargento por decisión propia. Él podía haber elegido un puesto más alto, pero cuando le explicaron el proyecto de «La Cura» decidió encomendar su tiempo a esos niños que pasaban por duras pruebas.
—El chico —respondió Raphael Lousen—. Es el muchacho.
—¿Y tienes idea de quién se lo pudo haber llevado?
El sargento iba a responder, pero tres golpes en la puerta lo interrumpieron.
—¡Ahora qué! —exclamó el hombre molesto—. ¿Quién es? —gritó.
—Mayor Khoury presentándose, Señor —respondió la hosca voz del otro lado del micrófono.
—¿Tienes que recibirla ahora? —preguntó Lousen.
—Eres mi mejor amigo, Raphael. Te debo la vida, pero ella…
Lousen se llevó los dedos a la frente y la frotó un par de veces.
—Lo que tengo que decirte no te quitará más de cinco minutos, y tengo razones para creer que el chico está siendo sometido a un interrogatorio poco amigable.
El semblante de Magnus se endureció.
—¿Torturado? —preguntó con voz fría. Su borrachera se había bajado en unos segundos—. ¿Qué edad tiene? ¿Diez? ¿Once?
—Cumplirá catorce —respondió.
Magnus asintió.
—No tiene la edad para ser un soldado… Hablaré con el encargado —prometió.
La puerta se abrió sin dar tiempo de que intercambiaran más palabras. Ella ni siquiera esperó que le concedieran el permiso.
—¿Pensabas dejarme fuera todo el día? —inquirió la mujer. Como siempre, la Mayor iba vestida con su uniforme, las medallas y toda la faramalla que la caracterizaba.
—Dame un respiro, Charlotte —gruñó Magnus al tiempo que se pasaba una mano por el cabello.
—Ese es el problema, General —dijo Lousen—. Tiene a la encargada justo frente a usted.
La Mayor miró a Raphael con ojos fríos, en ese momento lo quiso hacer sentir como un insecto, pero Lousen apenas la toleraba, así que no dejaría que lo intimidara, nunca.
Eran dos cosas las que le impedían meterle un tiro justo en medio de los ojos.
Una: Era la Mayor Khoury, era respetada y temida, por alguna razón se ganó ese rango, que era más alto que el suyo.
Dos: Era la esposa del General Magnus Lanhart.
—¿Debo estar enterada de algo? —preguntó Khoury.
—¿Dónde tienes al muchacho? —inquirió Magnus. Ya no estaba en su porte de amigo, tampoco en la de esposo, mucho menos en la de un general, ya que siempre que había un encuentro entre Lousen y Khoury, Magnus siempre estaba de mediador.
—El sujeto uno estaba moviéndose por la red de túneles. Llevo bastante tiempo tratando de atraparlos, pero se mueven como ratas, sé que el sujeto dos también está involucrada, solo que el sujeto uno no ha cedido al interrogatorio.
—Libéralo —exigió Lousen.
—Está hablando con un oficial mayor, soldado —espetó ella.
—¡Por todos los dioses! —gritó Magnus—. ¡Compórtense como lo que son! Estoy harto y cansado, he tenido un día de mierda y lo que querría hacer sería relajarme con mi mejor amigo y mi linda esposa, pero no, claro que no, porque ustedes se llevan como perros y gatos.
—Espero quedarme con el título del perro —murmuró Lousen por lo bajo. Solo Magnus lo escuchó y le regaló una media sonrisa. Ese era su amigo y por el momento estaba de su parte.
—No te lo estoy pidiendo, Charlotte, es una orden oficial. Libera al muchacho y entrégalo a sus padres. Esa área no te pertenece, si el chico se ve dañado en el interrogatorio, tendremos problemas con el laboratorio.
La Mayor Khoury se irguió y asintió. Se dio la vuelta, no sin antes mirar a Lousen con odio y rencor, y salió de la oficina.
Magnus esperó a que la puerta se cerrara, se dirigió al mini bar y sacó dos vasos pequeños.
—¿Whisky? —preguntó.
—Un vaso más grande —respondió Raphael.
Magnus sonrió y le entregó la botella. Era la última que compartirían.
Lousen salió de la oficina del general cuando el sol se estaba ocultando. Hacía mucho tiempo que no bebía tanto. Se tambaleó un par de veces, pero pudo llegar al hospital del complejo militar, que era a donde habían llevado a Dylan después de haberlo liberado.
Raphael entró en la clínica y la enfermera rápidamente le dio los datos del cuarto. Lousen subió por el ascensor y llegó a la habitación 103. Tomó una respiración profunda antes de abrir la puerta.
Había algo sobre los hospitales que no le gustaba. Cuando era más joven, y había resultado herido, fue trasladado a un país neutral en la guerra, donde atendieron sus heridas de la mejor manera posible. En ese lugar conoció a una linda enfermera llamada Katrina, y años después se convirtió en su esposa. Aunque claro, nadie lo sabía, se había visto obligado a ocultar su matrimonio y su familia, debido a que el país se unió a la Primera Alianza y ahora debían ser enemigos. Pero la familia de Lousen vivía en ese lugar.
Sacudió la cabeza para volver al presente. La habitación de Dylan era de un blanco inmaculado, las cortinas, las paredes, la cama, todo de ese color.
Y el chico estaba ahí; tenía hematomas, cortes, entre la uña y el dedo había marcas purpuras.
«Agujas» pensó Lousen «Esos malditos utilizaron agujas»
Dylan abrió los ojos al sentir la presencia del sargento. Sonrió ligeramente, todo lo que sus heridas le permitían.
—Estoy sedado —dijo Dylan— Cuando eres una rata de laboratorio, aprendes a distinguir los sedantes, pero nunca me habían administrado morfina… Se siente extraño… Creo que estoy drogado. —Volvió a sonreír—. Y ni siquiera sé lo que es estarlo, tal vez solo estoy delirando. ——Su cabeza estaba recargada sobre la almohada, y una fina sabana cubría su cuerpo.
—¿Me responderás algunas preguntas? —dijo Lousen con precaución.
—¿Al sargento o a mi amigo? —preguntó Dylan.
—Por el momento necesito ser el sargento.
—Bien.
Raphael tomó una respiración profunda antes de preguntar.
—¿Qué fue lo que te hicieron?
Y Dylan entró en una detallada explicación de cada tortura. De cómo la Mayor lo golpeó hasta dejarlo aturdido, y luego lo llevaron hacia una celda, donde ella le hizo preguntas y él le escupía en su bonito uniforme, hasta se tomó la molestia de agregar que él quería uno de esos uniformes. También le contó cómo metieron agujas en sus uñas para evitar que doblara los dedos a causa del dolor; le habían colocado una cosa en la boca para que no se escucharan sus gritos, pero Dylan agregó, orgullosamente, que él nunca había gritado.
Lousen tragó saliva cuando el muchacho terminó con su relato. Se puso de pie.
—Hablaré con los médicos para saber cuándo puedes volver a casa —dijo.
—¿Puede venir Cheslay? —preguntó Dylan con ojos llenos de esperanza. Raphael Lousen sonrió.
—Haré lo posible —respondió.
Salió del hospital, solo para darse cuenta de que ya había oscurecido. No pasaba de la media noche, pero aun así no le parecía propio el llegar a casa de los Aksana para decir que llevaría a Cheslay al hospital para ver a Dylan. En su lugar fue a casa de los Farmigan para avisar a Nefertari de que su hijo ya estaba a salvo.
Cuando entró por la puerta, unos pequeños brazos se enredaron en su cintura. Lousen miró hacia abajo, solo para ver como Cheslay enterraba la cabeza en su estómago y lloraba. Ella estaba ahí. Por supuesto que lo estaba.
Raphael se inclinó par quedar a la altura de la chica.
—Ya todo está bien —prometió.
—¿D-dónde está? —preguntó con voz rota.
—En el hospital. Ya pasó todo. Él no querrá verte llorar ¿Cuántas veces me lo has dicho?
—Más de cien —respondió Cheslay y se limpió las lágrimas.
—¿Puedes repetirlo para que te escuche? —pidió Lousen.
—Yo soy más fuerte que todo esto —dijo con voz firme.
—Bien. Ve a calmarte un poco, necesito hablar con Nefertari.
Cheslay asintió, pero antes le regaló una mirada con esos grandes y llorosos ojos azules. Y el sargento pudo verlo, solo fue una fracción de segundo, pero pudo ver el terror que sentía esa niña en su interior, y el miedo solo era el principio de aquello que alimentaria a un monstruo.
Después de hablar con Nefertari, Lousen llevó a ambas al hospital, donde Dylan los esperaba.
El chico no se había quedado dormido, él peleaba contra los efectos de la morfina.
Cuando vio entrar a su madre le regaló una ligera sonrisa, acompañada de un: Estoy bien. Pero aun así, Nefertari rompió en llanto, estaba llorando tanto que pronto tuvo que salir de la habitación.
—No me desmayé, Cheslay, no me desmaye —dijo Dylan con euforia—. La hubieras visto, estaba muy enfadada porque no grité, porque no me había desmayado… Soy más resistente de lo que esa bruja creía.
—Quiero matarla —dijo Cheslay con una seguridad que hizo que Lousen sintiera escalofríos—. Quiero que muera, y no de una forma rápida…
—Basta ya —pidió Dylan—. ¿Acaso estabas preocupada por mí? —bromeó.
Logró que Cheslay centrara su mirada en él y Raphael vio cómo el odio desaparecía de la mirada de la chica y era sustituido por un sentimiento más puro; Amor, simple y sencillamente amor.
—Sigue soñando —respondió la chica y se sentó junto a Dylan en la camilla.
—¿Tienes lo que te pedí? —le preguntó Dylan al sargento.
Lousen sacudió la cabeza y le entregó al chico el pequeño rectángulo envuelto en papel. El regalo de Cheslay.
—Los dejaré solos —anunció y se despidió de ambos diciendo que esperaba a Cheslay para entrenar al día siguiente y a Dylan que se recuperara rápido.
Lousen salió del hospital por segunda vez en ese día. Su reloj ya marcaba las 11:57 pm. Sabía que la Mayor Khoury querría tomar represalias contra él. Solo esperaba que no se desquitara con los chicos.
Salió de ese lugar, despidiéndose de sus estudiantes. Se fue sin decir una palabra de aliento, sin pedir nada más. Se marchó sin darse cuenta de que esas serían las últimas palabras que les ofrecería.