Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 14

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Magnus tomó una respiración profunda antes de llamar a la puerta ¿Cómo les diría a esos niños que Lousen estaba muerto? Él era lo único bueno que tenían.

La puerta de madera hizo un sonido hueco cuando el General la golpeó. Fue Nefertari quien abrió. La mujer llevaba puesto un vestido café y un mandil sobre el mismo. Se secaba las manos en él para poder saludar al General. Ella frunció el ceño ante el semblante lleno de seriedad de Magnus.

—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó con voz temblorosa. Magnus respiró profundo y se quitó la gorra.

—¿Puedo pasar? —interrogó cortésmente. Nefertari se hizo a un lado y lo dejó entrar.

En el suelo había regadas varias cosas, sillas, libros, hojas de papel con muy buenos dibujos en ellas. También galletas a medio comer. Aquello parecía una zona de guerra.

—Lamento el desastre —dijo Nefertari mirando al suelo— Dylan acaba de salir del hospital y tuvimos una pequeña fiesta. Él y Cheslay están arriba, leyendo el nuevo libro de la niña… ¿Busca a mi esposo? —preguntó la mujer un tanto nerviosa, frotaba sus manos.

—No. Vengo a ver a los niños —respondió Magnus.

—No pueden llevárselos, Dylan aún no se ha recuperado del todo de sus heridas…

—No vengo a llevármelos. Tengo una noticia para ellos y me gustaría que tú también estuvieras presente. —Nefertari elevó la vista y se encontró con que el General tenía la mirada perdida ¿Qué pudo haber sido tan horrible?

—Los llamare enseguida —dijo y subió por las escaleras.

Nefertari llegó a la habitación de Dylan, solo para encontrarla vacía. Salió al balcón y vio que los chicos habían saltado hacia el tejado de la casa.

—Dylan. Cheslay —gritó y ambos asomaron sus cabezas— Es hora de entrar, el General Lanhart quiere verlos.

—Estamos ocupados —replicó la niña—. Eponina acaba de decirle a Marius que…

—Eponina y Marius pueden esperar —contestó la mujer con tono firme. —Segundos después vio cómo Cheslay saltaba hacia el balcón y Dylan la seguía. Los dos niños estaban de pie frente a ella—. No deberían hacer estas cosas hasta que estés completamente recuperado— regañó la mujer a su hijo —Dylan se encogió de hombros.

—Me curo rápido. Ya puedo correr y saltar —aseguró con una sonrisa arrogante.

Nefertari quiso responderle, pero era hora de que bajaran, así que mejor los apuró. Ella iba detrás de los niños… No, se corrigió. Ya no eran unos niños. Dylan tenía catorce y Cheslay doce. Estaban entrando en lo que sería una de las etapas más difíciles de sus vidas, y sin embargo seguían comportándose como antes. Cuidando el uno del otro sin que nada los afectara. El mundo podía seguir girando si Cheslay y Dylan estaban bien. Entraron a la sala los tres juntos. Magnus los esperaba de pie junto a la ventana.

—Será mejor que tomen asiento —dijo el General con una seriedad de ultratumba.

Los chicos intercambiaron una mirada y no obedecieron al hombre. Nefertari se quedó de pie al lado de ellos.

—Me parece que así estamos bien —dijeron los chicos al unísono.

Magnus se sorprendió ante la respuesta de ellos. No era el hecho de las palabras, si no el tono y la coordinación con el que las dijeron. El General respiró profundo antes de hablar.

—El día de ayer me fue anunciada la baja del Sargento Raphael Lousen —dijo con tono frío y ceremonioso.

Los tres fruncieron el ceño.

—¿Renunció? —preguntó Dylan— No, él nunca se iría sin nosotros… —Se quedó callado cuando la realidad de las palabras lo golpeó.

Nefertari se llevó las manos a la cara y rompió a llorar. Mientras que Dylan no podía tomar una respiración profunda. Las lágrimas no acudieron a sus ojos, tampoco estaba triste, solo no sabía cómo se sentía, parecía estar vacío, hueco. No le importaba nada.

Cheslay mantuvo la mirada en el suelo, viendo los pies del General. La niña temblaba de los pies a la cabeza. No decía nada, solo miraba hacia abajo, como si el suelo tuviera todas las respuestas.

—Mentiroso —dijo Dylan después de un momento.

Magnus había peleado en muchas guerras. Había conocido a una mujer de la que se enamoró y luego ella resultó ser un monstruo. Él había perdido a su mejor amigo. Magnus había visto y escuchado cosas horribles durante toda su vida, tantas cosas que un día dejó de tener miedo de todo. Pero la mirada de ese chico, los ojos que hasta hace unos minutos brillaban con la diversión de un día normal. Esos ojos ahora lo querían destrozar.

Magnus retrocedió dos pasos. Sintiendo temor de un chico de tan solo catorce años de edad. Las luces de la casa comenzaron a parpadear y todo aquello que no estaba sujeto al piso, estaba flotando. El General no podía apartar la vista del muchacho. Quien no parecía saber lo que ocurría alrededor.

En lo que dura un parpadeo, Dylan se movió de su lugar y cayó sobre el General, tratando de alcanzar el rostro del hombre con sus puños. Magnus se dio cuenta de dos cosas:

Una: El muchacho estaba entrenado.

Dos: Pesaba más que cualquier otra cosa que Magnus hubiera cargado en su vida. Y eso que peleaba contra Ciborgs. Las cosas seguían flotando, estrellándose unas con otras, los cristales de las ventanas vibraban… Magnus tragó saliva y alejó los pensamientos de su mente. No estaba peleando contra un niño, peleaba contra un soldado.

El General logró moverse. Su cuerpo actuaba solo, como aquel que lleva años de entrenamiento. Empujó a Dylan a unos cuantos metros ¿Cómo demonios el chico podía palear así? ¿Mover los objetos? ¿Cómo podía mantenerle el ritmo? Magnus sacudió la cabeza. Se dio cuenta de que lo llevaba armas consigo, aunque tampoco las emplearía en contra de civiles.

Dylan corrió al encuentro con el General, quien lo esperaba en posición de combate. Ambos se enfrascaron en una pelea peligrosa. Magnus debía esquivar los golpes pesados y fuertes del muchacho, además de los muebles de la casa que parecían atrapados en un torbellino sin fin.

Magnus logró atrapar al joven bajó su peso y lo mantuvo de cara al suelo. Vio como Nefertari y Cheslay estaban en una de las esquinas de la sala, juntas y abrazadas, cuidándose. Cheslay le gritaba a Dylan que ya era suficiente, solo que él no podía escuchar a nadie, estaba demasiado cegado por el odio y el enfado.

—Sácala de aquí —le ordenó a Nefertari entre jadeos.

La mujer se puso de pie con mucha dificultad y arrastraba a la chica junto con ella para sacarla de la casa, mientras Cheslay peleaba y gritaba para que la dejara estar con Dylan, ella decía que era la única que podía hacerlo entrar en razón.

Nefertari logró llevarse a Cheslay por el pasillo hacia la calle, a un lugar en el cual solo podían escuchar sus gritos, pero ya no estaban en peligro.

Con las mujeres a salvo, Magnus se dio cuenta de algo; La casa entera estaba temblando. Ya no había ni un solo cuadro en la pared. El agua se escapaba de las llaves reventadas de la cocina y del baño. Las escaleras se venial abajo, al igual que los muebles.

Dylan aprovechó la distracción del hombre y lo empujó lejos. Magnus aterrizó de una manera brusca sobre los restos de los muebles. Al parecer era algo de cristal, ya que se abrió paso por su brazo.

—No soy tu enemigo —le dijo al muchacho.

—Lo dejaste morir —respondió con voz cansada.

Fue cuando el General se tomó la molestia de mirarlo. Dylan respiraba agitadamente. Las venas estaban marcadas sobre su frente. Y la sangre goteaba de su nariz. El chico estaba en su límite.

Magnus reaccionó muy tarde, cuando Dylan levantó los brazos y todo lo que había estado flotando cayó al suelo con un golpe seco. Los ojos del muchacho se pusieron en blanco y se desmayó sobre los restos de los muebles. Sin embargo, la casa no dejaba de temblar.

Magnus tomó al chico en brazos y lo sacó del lugar. Atravesando el pasillo y apenas llegaron a la puerta, el General se lanzó sobre el jardín. La casa se vino abajo, con todo y sus cimientos.

Magnus dejó que Nefertari se hiciera cargo de Dylan, mientras que Cheslay estaba al lado de sus padres. Más de la mitad de las personas que habitaban en el complejo militar habían acudido a ver lo que sucedía. Los soldados lo miraban con sorpresa, miedo e incredulidad.

Los ojos de Magnus se dirigieron hacia el rostro de Charlotte, quien observaba los escombros con una sonrisa triunfante. ¿Qué les habían hecho a esos niños?

***

Dylan abrió los ojos. Ya no se encontraba con la oscuridad. Más bien con lámparas encendidas. Quiso tragar saliva, pero se dio cuenta de que tenía la boca seca y no había vasos con agua a su alrededor.

Sacudió la cabeza y las manos con desesperación. Su movimiento hizo sonar las cadenas que lo tenían atado. Giró las muñecas y la esposa cortaron su piel. No le importaba, el dolor físico era mejor que aquel emocional. La muerte de Lousen era algo que le dolía recordar.

¿Qué le estaba pasando? Dylan se había convertido en una persona que había cortado sus lazos con todo su pasado, con sus seres amados que ahora estaban muertos, con las historias de libros robados, con los entrenamientos para convertirse en soldado. Se había olvidado de todo eso, o al menos eso se decía, eso quería creer.

Aún era prisionero del tres. Estaba en los túneles, esperando que Cheslay lo reconociera. Esperando. Odiaba esperar, siempre que esperaba, las cosas salían mal. Le agradaba más el tener algo que hacer, cuando las cosas estaban bajo su control. Tomó una respiración profunda y recargó la cabeza contra la pared.

Las bisagras de la puerta metálica rechinaron cuando alguien la abrió. Ahí estaba esa chica, la morena de la cicatriz.

—¿Tienes agua? —preguntó Dylan con voz ronca.

—Tengo comida —respondió y dejó la bandeja a un lado.

Olivia se acercó y abrió las cadenas que lo mantenían contra la pared. Dylan flexionó las muñecas y abrió y cerró las manos para que la sangre recirculara. Había marcas rojas sobre sus muñecas.

—¿Me estás liberando porque…?

—Si quisieras matarme ya lo habrías hecho. Antes rompiste las cadenas sin ningún impedimento.

—Me alegra que alguien aquí tenga el cerebro para comprender que no mataré a nadie.

Olivia negó con la cabeza y le hizo un gesto para que se acercara a comer. Dylan se puso de pie con mucha dificultad, ya que sus piernas se sentían como gelatina después de haber estado sentado tanto tiempo.

Percibió el aroma del pan recién horneado y de carne ¿Le estaban dando de comer carne? También había agua y verduras.

—¿Por qué tenéis alimentos perecederos? —preguntó.

—Si te respondo eso ¿Olvidarás que te debo la historia de la cicatriz? —preguntó la chica cruzándose de brazos y sonriendo.

—Ni en sueños —contestó Dylan con la boca llena de comida. Sentía cómo las fuerzas regresaban a su cuerpo.

Olivia se sentó frente a él, con la espalda recargada en la puerta. Preparada para huir si era necesario. El joven terminó su comida y se dejó caer en su pequeño pedazo de suelo oscuro. No quería tomar una respiración profunda, ni que ella lo hiciera, ya que Dylan apestaba, odiaba admitirlo, pero su olor solo podía compararse con el de alguien que se estaba pudriendo en vida.

—Fue cuando escapamos del campamento —dijo Olivia mientras miraba al suelo. Ella se frotaba los brazos, como para entrar en calor. Dylan supuso que era un viejo habito que utilizaba para esconderse de sus propias palabras—. Soy de un lugar que antes llevaba el nombre de México. Aunque claro, ahora no importan mucho los nombres ni las fronteras. —Suspiró profundamente. Dylan asintió.

—He estado ahí —comentó—. No parece un lugar habitable ahora.

La chica negó con la cabeza y se limpió una lágrima.

—Era un lugar hermoso antes de los bombardeos. Primero fue la guerra entre las alianzas, luego firmaron un absurdo tratado de paz, mientras se preparaban en sus respectivas líneas de ataque para tener la guerra ganada. La primera alianza fundó la Ciudadela, con un hombre idiota y manipulable como líder. Ellos dejaron fuera a todas aquellas personas pobres que no podían pagar por una vacuna, mi familia era de esas personas pobres.

» Cuando fue la guerra entre la primera y la segunda alianza, ellos se atacaron con bombas y virus, con cosas que no podían controlar. Luego comenzaron a aparecer personas sanas a las que el virus no les afectaba ¿Y qué hicieron con ellos? No los usaron para obtener una cura. No. Los utilizaron para hacer experimentos, los convirtieron en armas. Y ese cambio genético, esa «vacuna» se juntó con el virus ya existente y comenzó a matar a las personas, a los adultos. Y a los niños los convirtió en criaturas de pesadilla. Niños inestables que podían controlar la gravedad, las mentes, que podían matar personas. La guerra se les salió de las manos.

Y ahí entro yo. Mi familia viajó con un grupo de refugiados, desde México hasta los Ángeles. Mis padres planeaban cambiarnos a mis hermanos y a mí por un sitio en la ciudadela, pero antes de que pudiéramos atravesar la frontera, nos capturó un grupo de cazadores. Mataron a mis padres y a los demás refugiados que no tenían habilidad alguna. Me separaron de mis hermanos, llevándonos a diferentes campamentos. No he vuelto a saber de ellos, espero que se encuentren bien, en alguna resistencia.

» Llegué a un campamento que estaba a las orillas de Colorado. Gracias a los bombardeos y todos los cambios que se dieron en el mundo. El planeta, las estaciones del año… Todo quedó cambiado. En Colorado, durante el día hacía un calor asfixiante y por la noche teníamos que acurrucarnos unos contra otros en busca de un poco de calor. Más de uno murió por las inclemencias del tiempo. Un día, estaba trabajando, ayudando a un par de niñas a curar sus heridas con mi habilidad, me tenían prohibido usarla, ese día llegó al campamento un chico. Tenía el cabello sucio y lleno de sangre, al igual que su rostro. Lo habían golpeado, y solo hacían eso con los que eran poderosos, los golpeaban una vez al año para demostrarles quién mandaba, pero ese chico era nuevo.

» Cuando los guardias lo dejaron, me acerqué para curarlo. Los otros chicos me ayudaron a arrastrarlo hasta el cuchitril donde dormíamos. Pude curar sus heridas, todas eras superficiales. El chico era Sander. Él rápidamente se hizo con confianza de todos y nos ayudó a tener esperanza. Yo me hacía cargo de los heridos y él robaba alimentos y mantas de los guardias. Su habilidad le ayudaba mucho, podía moverse muy rápido. Así estuvimos durante dos años. Hasta que nos enteramos, por medio de un Guardia que no era tan malo, que había más campamentos. Que los evolucionados se estaban saliendo de control y que había un lugar que se llamaba La Resistencia del Norte. Ese lugar era temido por todo aquel que tuviera algo que ver con el gobierno y la ciudadela. Decidimos que había llegado el momento de escapar. Solo que uno de los chicos se acobardó y nos echó de cabeza. Sander y yo seguimos con el plan, ya que, si no lo hacíamos, de igual manera nos matarían por haber intentado algo así. Incendiamos el lugar. Se quemaron guardias, cazadores y… niños, muchos de los niños.

» Yo trataba de ayudar a algunos, pero fui herida por una bala en el brazo. No podía seguir, así que Sander me cargó sobre sus hombros, llevándome a rastras hasta la salida, con un grupo de evolucionados siguiéndonos. Cuando sucedió, nos tenían rodeados, yo creí que íbamos a morir, pero Sander los atacó con una energía muy extraña e inestable. Era de color naranja y salía de sus manos como si fuera agua por una llave abierta. No pude retirarme a tiempo de su lado, y parte de esa cosa me alcanzó. Nunca he sentido nada tan doloroso en toda mi vida y eso que me utilizaban para experimentar.

» Lo último que recuerdo es que desperté en un lugar desconocido. Solo él y yo habíamos sobrevivido. No había tiempo para que me recuperara, así que huimos hacia el norte, pero nos encontrábamos con más niños que necesitaban ayuda, así que lo mejor que pudimos hacer fue internarnos en los túneles y ayudar a todos aquellos que buscaran un refugio —finalizó.

Dylan tragó saliva. Era algo que hacía cuando se sentía nervioso o cansado. Él conocía la historia, la había leído y escuchado de Lousen, pero nunca se imaginó cómo debió de haber sido para los demás. Es decir, él ayudaba a que los campamentos reventaran y los niños escaparan, pero solo porque Cheslay se lo pedía, nunca por iniciativa propia. Eso lo hacía respetar a Sander, pero solo un poco.

—Una historia interesante —dijo al fin.

—Me gustaría escuchar la tuya ahora —contestó la chica.

—Algún día. Lo prometo. Y, antes de que digas algo más, si le preguntas a Cheslay, ella te dirá que yo siempre cumplo mis promesas —replicó y medio sonrió—. Gracias por confiar en mí —agregó.

—No veo por qué no hacerlo. No has matado a ninguno de los nuestros y si aprendo a observarte… Has sufrido tanto como nosotros. —Se puso de pie y levantó la bandeja vacía— ¿Hay algo más que pueda hacer por ti? —preguntó antes de salir.

—Sí. Hay algo y es que realmente, no tienes idea de cuánto me gustaría tomar un baño.

Olivia soltó una risa y asintió.

—Hablaré con Sander a tu favor —respondió y salió del lugar.

Dylan se quedó solo, con los finos rayos de luz que se filtraban por las rendijas en la puerta. No quería quedarse dormido y, al parecer, ya no habían puesto sedantes en su comida, eso era bueno. Por lo menos ya tenía la confianza de la lectora de mentes y de Olivia. Debía ganarse la confianza del tres si lo que quería era recuperar a Cheslay.

La puerta sonó por segunda vez en ese día. ¿Ya era un día? ¿Semanas? Dylan no lo sabía. Levantó la vista, solo para encontrarse con el tres.

—Linda mañana para pasear —ironizó Sander.

—Gracias por aclararme que es temprano por la mañana —replicó Dylan. Era más o menos la primera conversación sensata que planeaba tener con él. Sander negó, pero no se rio de su broma.

—Anda. Levántate, te llevare a que te laves y luego a que comas de nuevo. Después… Ya veré qué hare después contigo.

—¿No vas a matarme? —preguntó mientras se ponía de pie.

—Aún no —respondió y le colocó las esposas. Dylan puso los ojos en blanco.

Sander caminaba al frente con él casi pisándole los talones. Ambos tenían un andar seguro y firme, como quienes saben que pueden atacar y defenderse en cualquier momento. Dylan sabía que si había un ataque justo ahí, quien perdería seria Sander, y no por fuerza o dominio de las habilidades, ya que ambos estaban en un nivel parecido, no, él ganaría porque no le importaban la mayor parte de las personas que vivían en ese lugar y a él sí. Solo esperaba que Cheslay o Azul, le importaba un comino como la llamaran, solo esperaba que ella no interviniera.

—Es un bonito lugar —dijo Dylan— ¿Quién es su decorador de interiores? Me gustaría hablar con él.

Sander lo miró por encima del hombro.

—¿Acaso el señor acaba de hacer una broma?

—Nunca dije que no tuviera sentido del humor —dijo Dylan encogiéndose de hombros.

—Eso sí me parece algo loco ¿Qué sigue? ¿Un apocalipsis zombi?

Dylan guardó silencio, no porque no quisiera responderle, sino porque no sabía lo que era un «zombi». Decidió que lo mejor era saber por dónde lo estaba llevando, para después poder moverse él solo, ya que su sentido de orientación fallaba en ocasiones. Iban por un largo pasillo de color metálico con las luces parpadeando. Podía ver que había bocinas en cada esquina y de ellas salía una música relajante. Veía cómo a partir de ese túnel se podía ir a muchos más, era como un laberinto, pero no era tan difícil, un cazador con un poco de cerebro podía entrar y matarlos mientas dormían. Pasaron por una de las salidas y Dylan pudo escuchar todas las voces de muchas conversaciones entremezcladas. Quiso mirar, pero Sander tiró de las cadenas, provocando dolor en sus manos.

—Auch —se quejó en voz alta.

El rubio no se inmutó.

Llegaron a un largo pasillo, donde había ordenadores y un chico más sucio de lo que él estaba, y eso ya era decir mucho. Era un controlador de máquinas, un chico de categoría siete. No era un peleador, sería muy fácil someterlo. El muchacho estaba perdido en cualquier cosa que estuviera haciendo, y no prestó atención a nadie.

Cruzaron una puerta metálica y Dylan se pudo mirar en un espejo. Su piel estaba muy pálida, había ojeras bajo sus ojos cafés, su cabello estaba revuelto en una mezcla de grasa, tierra y sangre. Tenía un hematoma sobre el pómulo derecho y sangre seca en el cuello y sobre la cara. En pocas palabras, estaba hecho un asco.

—¿Disfrutando de la vista? —preguntó Sander.

—Siempre y cuando el objeto de admiración sea yo, la vista siempre se disfruta —respondió irónicamente.

Sander sonrió ligeramente y lo empujó para que entrara en la siguiente puerta.

—Adentro está todo lo necesario para que te asees. Vendré por ti en… — lo miró de arriba abajo—. Media hora. Más te vale no intentar nada estúpido. —Y con esa amenaza, le quitó las esposas y lo dejó entrar al cuarto de baño.

No era mucho. Aunque tampoco se esperaba esto. Había huecos en el suelo, de los cuales salía despedido vapor. Era agua caliente, y a los lados había jabón, champú y todas esas cosas. Respiró profundo y se quitó la ropa. Algunas partes de la tela se habían quedado pegadas a su cuerpo a causa de las heridas, así que las arranco con un rápido movimiento y una mueca de dolor. No tenía otra ropa que ponerse y ni en sus más horribles sueños, usaría esa que estaba más sucia que el chico de los ordenadores. Se le escapó una risa al preguntarse cuál sería la reacción de Sander y Olivia si él decidía pasearse desnudo por los túneles.

Terminó de asearse antes de la media hora que le habían dado, así que solo se quedó flotando en el estanque de agua tibia.

Alguien llamó a la puerta un par de veces y Dylan salió del agua. Abrió la puerta y se encontró con un pequeño montón de ropa sobre el suelo. La levantó y cerró de nuevo. De seguro el tres no quería verlo pasearse desnudo. Se sintió extraño cuando la risa escapó de su boca.

Se colocó la ropa interior, el pantalón y los zapatos, pero la camiseta no le quedaba bien, así que salió de esa forma del baño. Afuera no había nadie ¿Tan rápido confiaba en él? ¿O es que acaso no le temían? Sacudió la cabeza y avanzó hacia el espejo, ya no estaba tan mal, incluso se sentía más ligero sin toda esa mugre encima. Cruzó la puerta y se encontró con el mugroso de las computadoras. El chico levantó la vista y dejó sus ojos clavados en Dylan.

—¿Te molesto? —preguntó Dylan sintiéndose cohibido ante la mirada del chico.

—P-ponte una camiseta —espetó el cuatro ojos.

—¿Por qué? —replicó.

El chico desvió la vista y la clavó en la pantalla.

—Porque es de mala educación —contestó huraño—. Por eso… Y además…

Dylan entrecerró los ojos.

—Te gusta —dijo al fin y soltó una ligera carcajada.

—¿Qué? —dijo el chico, estaba alterado.

—Te molesta porque te gusta.

—¡Cállate! —interrumpió.

—¿Y si no lo hago qué? —soltó una carcajada y el chico lo miró con odio—. Descuida, no se lo diré a nadie. Déjame adivinar el objeto de ese amor oculto… ¿Sander? Eres demasiado obvio, chico.

El muchacho apretó los puños y una de las pantallas explotó. Dylan soltó un silbido por lo bajo.

—Deberías hacer algo con toda esa ira reprimida, podría darte alguna enfermedad.

El chico se puso de pie y Dylan avanzó dos pasos hacia él. No era muy alto, no le llegaba ni a los hombros, tampoco parecía demasiado, pero no debía dejarse llevar por las apariencias, si lo tenían a cargo de todo el sistema de seguridad era por algo.

La puerta sonó cuando alguien la abrió.

—¿Qué está pasando? —preguntó el tres—. ¿Dex?

—Nada —espetó Dexter y se dio la vuelta para seguir trabajando.

Sander enarcó una ceja hacia Dylan a modo de pregunta, pero él solo se encogió de hombros.

—Necesito otra camiseta —dijo y sonrió.

—¿Qué te parece tan divertido? —preguntó Sander mientras le volvía a colocar las esposas.

—Las personas, ellas son divertidas cuando aprendes a observarlas —contestó y juntos caminaron hacia su celda.

En el camino le entregaron una camiseta de su talla, y siguieron avanzando. Sander lo llevaba por un camino que no le parecía familiar. Llegaron a uno de los muchos huecos en la pared. Cuando Sander abrió la puerta, vio que había una cama con mantas, y algunos cambios de ropa, también otro par de zapatos y sobre una mesa descansaba una bandeja con comida caliente. ¿Por qué le darían una habitación? Sander lo empujó dentro y caminó hacia la puerta.

—Vendré por ti mañana temprano. Nadie está gratis en este lugar, todos trabajamos por algo. Ya se me ocurrirá algo que tú puedas hacer —dijo y cerró la puerta.

Dylan se quedó atónito mirando el lugar por el que el tres había salido. ¿Por qué se preocupaban por él? ¿Acaso Olivia se lo había pedido? Sacudió la cabeza, no estaba bien sentirse así hacia estas personas, eran un grupo demasiado grande y Dylan no podía estar ligado a nada que no fuera Cheslay.

El cazador

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