Читать книгу El cazador - Angélica Hernández - Страница 7

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Oscuridad. Fue su primer pensamiento.

Podía ver los pies de Cheslay frente a él gracias a la luz de su linterna. La niña avanzaba lentamente, no sabía si era para esperarlo o porque tenía miedo de avanzar.

Dylan comprendería, años más tarde, que Cheslay nunca tenía miedo de avanzar y que siempre se detendría a esperarlo; no importaba cuanto tiempo pasara, ella siempre esperaría por él.

Dylan tomó una respiración profunda. Fue un pequeño error, ya que polvo entró en su garganta.

—Cheslay —susurró después de un pequeño ataque de tos—. Deberíamos volver…

—Pero ya casi llegamos.

—¿Cómo lo sabes?

—Solo lo sé —respondió.

—¿Es uno de esos enigmas tuyos? ¿Cómo lo del agua? —preguntó. Ya estaba un poco más tranquilo, el escucharla hablar lo ayudaba.

Ambos iban a rastras por el camino. Había paredes de roca a sus lados y el techo era demasiado bajo, incluso para unos niños.

—Sí —contestó—. Puedo ver cómo el camino se hace más amplio al frente…

Y tenía razón. A unos cuantos metros más, Dylan y Cheslay pudieron ponerse de pie. Él se frotaba el cuello que había quedado dolorido después de gatear tanto tiempo. La niña no se tomó esos segundos para recuperarse, sino que siguió caminando con la linterna alumbrando su camino.

Dylan sacó una botella con agua y se la pasó, para después beber él. Comenzó a rayar las paredes con tiza blanca cuando se dio cuenta de que había varios túneles por seleccionar.

—¿Cuál llevara al almacén? —preguntó la niña.

—No lo sé, supongo que debemos entrar en todos.

—Bien, son siete ¿Nos separamos? —interrogó mirándolo. Dylan solo pudo tragar saliva como por milésima vez y mirarla fijamente. Cheslay sonrió—. De acuerdo, sin separarnos. Pero eso significa que no nos alcanzará con una sola noche, tendremos que bajar aquí más veces si queremos conocerlo todo.

—No quiero conocerlo todo, solo quiero el almacén. ¿No te dijo tu padre para qué querían todos estos túneles?

—No, no hablé con él. Casi no está en casa, yo solo robé el mapa.

—De acuerdo.

Ambos se decidieron por el primer túnel. Dylan no despegó la mano de la pared. En algún momento Cheslay le dijo que guardara su linterna, ya que debían ahorrar las baterías. Él obedeció y se sintió presionado por la oscuridad. Su respiración se volvía agitada debido a lo angosto del espacio y ella, como si sintiera su miedo, entrelazó su mano con la de él. Así, de esa forma fue que se sintió seguro.

Llegaron al final del túnel, solo para quedar un poco decepcionados. Estaba cerrado por rocas. Tenía una final, y no venía viento desde ahí. Cheslay hizo un puchero de aburrimiento y Dylan soltó un suspiro de alivio.

Ambos dieron la vuelta y se internaron en el segundo túnel…

***

Dylan abrió los ojos solo para encontrarse con más oscuridad, y no solo la del ambiente, si no con la niebla que nublaba su mente. Miró sus manos frente a él, y ya no eran las manos de un niño, eran las de un hombre que todo lo había perdido.

Suspiró profundamente y se dio cuenta de que reinaba un olor a humedad. Seguía siendo el prisionero del tres. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero tampoco le importaba, el suelo no exhibía huellas nuevas, más bien las del tres de antes.

La puerta hizo el sonido característico de bisagras sin aceite al abrirse. Entró una chica morena, con el cabello muy corto, tenía grandes ojos, pero una horrible cicatriz le atravesaba la cara.

—Estás despierto —susurró.

—Una interesante observación —respondió cortésmente. Si quería sacar a Cheslay de este sitio por la paz, debía establecer unas buenas relaciones.

—Te traje algo de comer —dijo la chica y dejó la bandeja a su lado.

—Soy Dylan. —Se presentó.

—Olivia —contestó secamente.

Ella recogió la bandeja anterior y se dispuso a salir del lugar.

—No quiero ser grosero, pero… ¿Qué te sucedió en la cara?

—Es una larga historia— dijo tristemente deteniéndose en seco antes de atravesar de nuevo la puerta para irse.

—Bueno. Al parecer tu pequeño líder decidió que tengo todo el tiempo del mundo. Tanto como para usarlo en esta celda —expuso.

Ella respiraba muy fuerte. Fue una de las primeras cosas que Dylan notó. No tenía demasiado musculo, más bien parecía delgada, desnutrida. No era una dos, tampoco una tres. Por un segundo pareció que iba a responderle.

—No hagas enfadar a Sander —fue todo lo que dijo.

—Parecen estar sometidos por el chico rubio ¿Qué hace si se rebelan? ¿Los mata?

—No, aquí no hay nadie en contra de su voluntad, todos somos refugiados. A excepción de ti, claro, pero nos atacaste primero.

—A mí me parece que los ayudé.

—¿Cómo dieron con el lugar? —preguntó ella.

—Solo le responderé a una sola persona— espetó Dylan.

Al parecer ni la chica ni él estaban dispuestos a ceder, pero tampoco quería que se fuera. Había estado demasiado tiempo siendo acosado por los fantasmas de su pasado y necesitaba una distracción.

—Bien. Como los genios de los cuentos, concédeme tres deseos, aunque en este caso serán solo respuestas —pidió.

—¿Por qué habría de responderte? —rebatió Olivia.

—Porque tú también necesitas respuestas, te diré tres cosas sobre la chica a la que llaman Azul.

Olivia se dio la vuelta, dejó las cosas en el suelo y se sentó, recargando su espalda en la pared.

—Te escucho —dijo.

—Pregunta una cosa y luego yo preguntaré otra y así sucesivamente hasta acabar con nuestros tres deseos.

La chica asintió.

—¿De dónde viene Azul? —preguntó la morena.

—Es rusa, bueno, sus padres lo son.

Olivia asintió.

—¿Por qué llevas el cabello tan corto? —preguntó Dylan.

—¿Vas a desperdiciar tus preguntas en algo tan bobo?

—No me parece bobo. Y si no quieres responder, igual que con la cicatriz, me arriesgaré a sacar conclusiones. Veamos… Llevas el cabello demasiado corto, y durante el ataque me di cuenta de que la mayoría lo lleva así, a excepción de unos cuantos; así que me atrevo a sugerir que hubo una epidemia ¿Piojos tal vez? Eso significa que sois vulnerables a las plagas y enfermedades del exterior. También pude notar que la mayoría lleva un moretón sobre el brazo izquierdo y, curiosamente, es en esa zona en la que se aplica la vacuna contra el virus ¿Me equivoco? Detenme cuando creas que estoy hablando de más.

—No sé para qué quieres respuestas si ya pareces tenerlas todas —espetó la chica.

Dylan sintió una punzada de familiaridad. Cheslay solía decirle lo mismo.

—Ahora pregunta —pidió él.

—No te he respondido nada.

—No con palabras. Tus ojos me dicen muchas cosas, al igual que tu postura.

—Eres demasiado listo.

—No, solo soy observador —replicó.

—Bien ¿Cómo la conociste? —preguntó Olivia.

Dylan se pasó la lengua por los labios, los tenía resecos, se estiró para legar al vaso de agua, pero su movimiento provocó que la chica se asustara, pues Olivia se puso de pie rápidamente para salir de ese lugar. No era una peleadora, no sabía defenderse. Dio un gran tragó de agua y fingió que no se percató de la reacción de la joven.

—Éramos niños cuando la conocí. Yo jugaba a la pelota y ella lloraba.

Olivia asintió, pero no volvió a sentarse.

—¿Cuál es tu categoría? —preguntó Dylan.

—Soy una tres —respondió.

—¿Una tres? No parece que sepas cómo pelear.

—Hay diferentes maneras de controlar la energía.

—¡Oh! Ya veo —exclamó—. Eres una curandera, debes disculparme, pero nunca había conocido a uno de estos. Creí que eran un mito.

—Y yo creí que los unos estaban extintos.

—Jaque mate —ironizó Dylan.

—¿Por qué estás aquí?— preguntó la joven.

—Por ella —contestó simplemente.

—¿Solo eso? ¿No hay más? ¿Otra razón?

—Esas ya son más de tres preguntas —respondió.

Olivia asintió, cogió de nuevo las cosas y le dio la espalda. La chica estaba tensa, sus hombros sobresalían un poco y estaba completamente rígida.

—Me debes la historia de la cicatriz —dijo Dylan a su espalda.

—Tal vez algún día —susurró.

—Ella también tiene una. Cheslay tiene una cicatriz justo en la nuca, su cabello la cubre, pero sé que está ahí —dijo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó girándose de nuevo hacia él.

—Porque tengo una exactamente igual.

La joven morena salió de la celda y cerró la perta detrás de ella dejando a Dylan solo con sus recuerdos.

El cazador

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