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SUFRIMIENTO – NO ES LO MISMO QUE DOLOR

El duelo en la fase de oruga se convierte en el territorio por excelencia del sufrimiento. Sufrimiento no es lo mismo que dolor. Somos seres dolientes, pero cuando somos conscientes de esto y podemos vivir el dolor desde los recursos y defensas, sólo es dolor. Cuando faltan soluciones y el dolor domina, se convierte en sufrimiento. La fase de oruga deja sin respuesta ni herramientas. Entonces habrá sufrimiento.

Sufrimiento que viene no sólo de la pérdida en sí sino de un desborde emocional descontrolado y una movida mental casi obsesiva también incontrolada. Emociones como rabia, desesperación, angustia, odio, fracaso, culpa en todas sus acepciones van a estar agrupadas, convirtiéndose en el centro de la persona que los está viviendo.

Sufrimiento también por la imposibilidad de frenar los pensamientos obsesivos y la necesidad de revivir todo a través de los recuerdos. A nivel mental, esto va a proporcionar aún más dolor a un hecho ya de por sí altamente doloroso. Se revivirá todo lo que podía haber causado el desenlace fatídico, incluso retornando a pasados que no tenían nada que ver directamente, pero que a través de la indagación y las culpabilidades acaban jugando un papel destacado importante y creando aún más sufrimiento. Se recorrerá la gama total de miedos y se descubrirán muchos nuevos que antes de la pérdida eran desconocidos.

Sufrimiento por la desaparición del presente tal y como había sido hasta el momento de la pérdida, desaparición de todos los futuros y desaparición del pasado como fuente de recuerdos apacibles y positivos tornándose en un referente importante de todo lo que se hizo mal o no se hizo, como también de todo lo que ya no va a poder ser.

Sufrimiento por el daño proveniente del vacío que ha dejado la ausencia física del ser querido. El vacío y las pérdidas son tan inclusivos que todo se convierte en causa de dolor.

Las pérdidas se viven desde los cuatro cuadrantes: físico, emocional, mental y espiritual y también afectan a la actividad diaria que se desarrollaba en torno a esa persona.

El cese de las actividades cotidianas que se hacían con o motivados por esa persona que ya no está, pueden significar el cese de toda actividad. Haber vivido con y para la persona de una forma total va a significar una muerte en vida que muchas veces en el caso de parejas que lo han compartido todo, también puede después de algún tiempo, llevar a la muerte de la persona que se queda. Mi madre es un ejemplo ya que estaba totalmente sana, pero el vacío que dejo mi padre al irse la despojó de toda actividad y se quedó perdida sin saber a qué dedicar su vida. Tenía 86 años.

La pérdida del ser querido va a dar lugar a una suspensión de una serie de áreas y actividades:

Cese del intercambio de sentimientos a profundidades que sólo se podían vivir con esa persona y que comprendían toda la gama de emociones que “hacen vida”: odio, amor, alegría, tristeza, rabia, alivio, desconsuelo, inspiración, rechazo, atracción… y muchas, muchas más. La pérdida va a precipitar a la persona que se ha quedado hacia un desierto real sin ninguna posibilidad de ese intercambio que suponía la vida misma. No se puede imaginar una existencia desprovista de toda reciprocidad personal, la sensación es de estar sufriendo un exilio en un lugar desconocido rodeado de desconocidos.

Cese de la actividad mental con y para esa persona que ya no está. La desaparición de quizás la fuente más importante de datos, hechos y conocimientos tanto en el plano vivencial como en el y teórico.

Cese del compañerismo por excelencia, tanto físico, emocional como mental y también en muchos casos espiritual. Si por espiritualidad nos referimos a la dimensión trascendental de la persona, a toda la gama de inquietudes que van más allá de lo puramente intelectual. En toda unión de amor existe ese vínculo espiritual, con todo lo que significa.

Cese de creencias religiosas y/o espirituales que no han ayudado y por esta razón se han descartado. Esto lleva a un vacío trascendental, cuando se están viviendo momentos sumamente trascendentales. Creencias que aunque insuficientes, podrían ser referentes para ubicar la vida en el más allá del ser querido.

Cese de los inputs físicos. Los sentidos dejan de ver, oír, oler y tocar aquello que les proporcionaba placer, familiaridad y un sin fin de emociones. Con el paso del tiempo esta falta producirá un auténtico síndrome de abstinencia con todo lo que eso conlleva. La sensación de estar cada vez peor, se basa parcialmente en este echar de menos físico, con el resultante malestar proveniente de una necesidad que tiene su raíz en los hábitos adquiridos por una vivencia continuada. Cuando el cuerpo se encuentra desprovisto de lo que estaba habituado, los efectos suelen ser desequilibrios o necesidades imperativas. Estos desajustes irán creciendo hasta que la falta continuada se vuelva normal. Entonces, el malestar físico desaparecerá del todo. Las consecuencias ya conocidas de dejar de fumar o no comer las cantidades de antes o incluso eliminar el café de las once pueden ayudarnos a comprender en un grado mucho menos contundente y esencial, lo que está pasando la persona que se ha quedado sin sus habituales y apreciadas sensaciones y percepciones.

Cese de atender a todo lo que se pospuso o que se había programado. La imposibilidad de atender y/o resolver todas las asignaturas pendientes. Todo lo que no hicimos, dijimos, expresamos… va a atormentar a esa persona. Haber dejado para mañana va a pasar una factura dolorosa de pagar.

De oruga a mariposa. 2ª ed

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