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FASE CRISÁLIDA

Si como hemos visto antes, la inconsciencia es el territorio de la oruga, en la etapa de crisálida existe una crecida de consciencia, una desaparición de la incapacidad y se adquiere un propósito y un conocimiento, no sólo de las circunstancias sino de cómo se están viviendo. Esta es la fase de los descubrimientos, altamente necesarios para la construcción que va a permitir finalmente que la mariposa nazca y emprenda su vuelo, acabando con el proceso de duelo y emprendiendo una nueva y más completa forma de relacionarse con el ser querido.

Primero existe una consciencia de lo que se está viviendo y la certeza de ser el principal arquitecto del día a día. En vez de dejarse llevar por las circunstancias, se empieza a dirigirlas y dominar lo que pasa y cómo se va a pasar. La depresión cesa ya que ha habido una conquista del entorno con sus nuevas fuentes de nutrición y motivación. Se han alcanzado profundidades que permiten una comunicación más auténtica con otras personas que hablan el mismo lenguaje.

En esta fase la oportunidad que ofrecen los grupos de apoyo para relacionarse a través de compartir y comprender, ser comprendidos y apoyarse es llevada a su máxima expresión. La primera fase ya se ha cumplido y el acompañamiento es ahora más completo. Existe una necesidad de desarrollar las nuevas capacidades y una búsqueda de algo más. También puede haber el deseo de volver a disfrutar y ser felices, pero no retornando a lo que se hacía antes sino incorporando a amigos que han tenido experiencias similares.

Hay una profundidad mayor de sentimiento y pensamiento. Posiblemente, desde fuera no se note ningún cambio ya que muchas veces se harán las mismas cosas, pero lo que estará variando será la forma de hacerlas. Por ejemplo, el llanto seguirá presente para los que necesitan llorar, pero será un llanto vivido y sentido y no una descarga incontrolada, imparable que no parece tener fin.

Hay una aceptación generalizada de todo lo que está ocurriendo no por resignación sino como el paso necesario para ponerle remedio. Se acepta el hecho de estar mal y se acepta que se pueda estar menos mal. La aceptación en esta fase, permite hacerse cargo de la realidad para poder cambiar lo que se tiene que cambiar. Pero y esto es importante, jamás se va a aceptar la muerte de ese ser, no de forma directa. En esta fase empieza un desapego hacia la necesidad de tenerlo de forma física, pero no se aceptará su muerte, ya que con el tiempo se ha ido descubriendo que esa persona no ha muerto, sino que vive. Vive y quizás de una forma más real y con una presencia más consolidada que cuando estaba físicamente presente. De hecho, ahora el acompañamiento es total y no, como muchas veces en el pasado que incluía la presencia física de la persona.

La aceptación entonces se torna en herramienta por excelencia para corregir lo que hace falta y salir de los estados que aún hacen daño. Se acepta para dejar marchar. Sin aceptación no hay reconocimiento y sin reconocimiento lo que se enfrenta es un vacío inidentificable que duele, pero sin saber lo que realmente es. Reconocer la tristeza es significarla y saber hasta que punto aún es necesaria y que papel juega en el momento preciso que se está viviendo. De esta manera se vivirá cuando toca y se expresará como se quiera y necesite. Se acepta para conocer.

Si no se acepta estar mal no se podrá saber en que se está traduciendo ese malestar. Se acepta que ya no se podrá hacer lo que se hacía antes para crear y encontrar nuevas actividades, se acepta que los amigos de antes han cambiado y entonces se abre la puerta a nuevas amistades. Y sobre todo se acepta el cambio en todas sus acepciones para descubrir las nuevas capacidades y recursos. Y así poco a poco a través de la aceptación empieza un auto reconocimiento para poder vivirse auténticamente.

Cuando se ha aceptado lo que no está funcionando y se le ha puesto remedio y transformado, finalmente la persona que está en plena construcción va a poder aceptar el giro que ha tomado su vida y reconocer las nuevas posibilidades que están a su disposición y que probablemente han estado desde el primerísimo momento. La vivencia, tan descomunal y tremenda de la muerte de un ser querido, precipita por su magnitud, cambios igualmente importantes pero imposibles de identificar hasta mucho después. Reconocerlos y reconocerse va a ser una tarea importantísima para que esa persona pueda entrar en las frecuencias de la autoestima, muy necesarias especialmente porque como decíamos antes, una de las fuentes de valoración y aprecio ya no está.

De oruga a mariposa. 2ª ed

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