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EL PROCESO DE DUELO

El duelo comprende todo el espacio, tiempo y actividad que se va a necesitar para transformar y superar el vacío, el sufrimiento y el desequilibrio causados por la muerte de ese ser tan necesitado para seguir haciendo vida.

El espacio comprende todos los lugares en donde se podrá expresar el dolor, llorar el vacío y reponerse de la pérdida. El tiempo marca la duración del proceso que será únicamente delimitado por la propia persona. Al principio el espacio abarcará casi todo lugar, pero paulatinamente se restringirá a ámbitos cada vez más íntimos y lugares en donde se podrá sentir cómodo y arropado. La duración, que al principio parece imposible que tenga final, será totalmente personal, ya que el ritmo de cada persona es único. Quizás para muchos se irá acortando, pero casi nunca de forma consciente. Y sorprenderán periodos cada vez más largos de ausencia de dolor y malestar. Pero sean los que sean, jamás podrán ser definidos ni controlados por nadie que no sea la propia persona.

La actividad comprende todo lo que se va a necesitar hacer para que se pueda volver a compartir la vida con los familiares y amigos y dedicarse una vez más de forma positiva y útil a la profesión o las tareas cotidianas.

Es imposible que desde fuera se pueda interpretar y controlar un proceso enteramente personal que además no se puede expresar en palabras. No parecen existir parámetros compartibles excepto en el caso de pérdidas similares, donde la empatía puede jugar un papel importante y las actitudes compartirse. Entonces el acercamiento es incondicional y los límites desaparecen.

Aquí quiero mencionar la casi inexistencia de lo que, en muchos casos se está definiendo como duelo patológico y que trataré más adelante en profundidad. A veces, sólo por el hecho de que el proceso tenga una duración más allá de los límites escogidos de forma generalizada, se está empleando este término para calificar el duelo. Estos límites no siempre son los mismos y algunos manuales de duelo dictan la duración de forma generalizada y siempre a priori, sin profundizar en el caso específico. Unos marcan un tiempo “normal” de seis meses, otros de un año o más. El empleo del término patológico puede ser no sólo dañino sino dificultar aún más la falta de entendimiento del propio proceso, que ya en sí es difícil tanto para la persona que lo está sufriendo, como para los seres cercanos que comparten su tiempo y espacio.

De oruga a mariposa. 2ª ed

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