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LAS ETAPAS DEL DUELO

La primera reacción común a toda noticia concerniente a la muerte de un ser conocido es de sorpresa o incredulidad. Cuando la pérdida es de una persona cercana, como puede ser la pareja, un hijo o un amigo íntimo, se entra en lo que todos universalmente llaman estado de shock. Este se puede considerar la primera fase y consta de una alienación total, donde la persona que lo está viviendo va a sentirse totalmente ajena a su entorno, ajena a las actividades que tiene que desempeñar y a las personas que le rodean. Es un momento altamente irreal y de un distanciamiento casi total que permite no tener que aguantar de golpe, todo el dolor y todo lo que esa muerte realmente implica.

Le sigue el estado de oruga que es un estado carente de energía con una pérdida de ganas y capacidad para participar en la vida de manera mínimamente normal. Al principio, puede haber una falta de toma de consciencia con reacciones casi automáticas, a menudo impensadas y en muchos casos demasiado sentidas.

Esta actitud de abandono hacia uno mismo, también se produce con el entorno y las actividades cotidianas. Además, es un estado que conlleva la sensación de pesadez y territorio delimitado. La imagen de la oruga, ayuda a comprender el fuerte anclaje a la materia y el avance lento a través de una visión confinada y reducida. Podríamos identificar un estado en el que el vacío, las emociones y los pensamientos se apoderan de la persona sin que ésta sea consciente de ello de forma que es vivida desde sus circunstancias en lugar de ser la persona que las viva. Esto puede ser muy normal debido a la renuncia casi total del rumbo de la vida que de pronto se ha apartado de lo previsto y que en la mayoría de los casos esta ocurriendo completamente contra la voluntad de esa persona que intenta en un primer instante sobrevivir ese cambio total.

Le sigue y se vive, por algún tiempo a caballo con la construcción de la crisálida. En esta fase empieza a haber una consciencia y una voluntad, un poner remedio al propio proceso a través de la construcción. De eso depende el desenlace del proceso. Es un estado de actividad y del principio de la utilización de los recursos que han surgido a raíz del trance casi insuperable de la muerte de esa persona que lo era todo. La elaboración de la crisálida entraña la implicación de la oruga con el cambio de actitud preciso y la necesidad de salir del letargo y la inactividad.

El estado de mariposa siempre significa el final del duelo y no forma parte de él a no ser que se vivan momentos altamente breves y fugaces de esperanza, ligereza y bienestar, durante la etapa de crisálida que apunten a la capacidad de sobrevolar las dificultades. Estos momentos no son más que pequeños resquicios que inspiran, regeneran aunque muchas veces proporcionan culpabilidad ante el hecho de poder estar bien cuando aún no toca. Pero normalmente, la mariposa surge al final del duelo cuando la pérdida física deja de ser causa de dolor. Entonces, se entra en unión con el ser querido a través de los lazos de amor.

Las dos primeras etapas se solapan en el sentido de que en cualquier momento de la creación de la crisálida, la oruga puede asomar su cabeza, forzando a volver a la inactividad, con la sensación de que toda construcción ha sido en vano. Estos momentos son los que comúnmente se llaman recaídas y que más adelante, veremos que en realidad no lo son.

De oruga a mariposa. 2ª ed

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