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«Después de los Andes: amo profundamente la vida»

El viernes 12 de octubre de 1972, el avión que llevaba el equipo de rugby de Uruguay, los Old Christians, jóvenes de la clase alta uruguaya, a jugar un partido a Santiago de Chile, se estrelló en la cordillera de los Andes. De los 45 pasajeros se salvaron 16, que superaron 72 días a 40 grados bajo cero. Veintiuno murieron en el impacto o en las horas siguientes. El resto improvisó un refugio con los restos de la cabina. A los pocos días, una avalancha mató a ocho más. A los diez días del accidente se enteraron a través de la radio de que el operativo de rescate se había suspendido.

Fue, entonces, cuando el estudiante de Medicina Roberto Canessa dijo que para sobrevivir deberían alimentarse de los cadáveres de parientes y amigos. Dos meses y medio después, Roberto Canessa y Fernando Parrado decidieron salir en busca de ayuda. Su travesía de once días por los Andes sin equipo y sin ropa de abrigo está considerada por los mejores alpinistas del mundo una hazaña imposible. Parrado superó la muerte de su madre y de su hermana, que le acompañaban en el viaje, un coma 4, fractura de cráneo, el alud y una caída en picado de 60 metros durante la expedición: «Me dieron la oportunidad de vivir otra vez y amo profundamente la vida. La capacidad de emocionarse es lo más valioso del ser humano».

Fernando Parrado tiene ahora 55 años. Vive en Montevideo. Está felizmente casado y completamente enamorado desde hace 28 años. Tiene dos hijas y una productora de televisión a medias. Sólo le interesa la política que prioriza al ser humano. «Creo que en los Andes encontré a Dios», ha declarado solemnemente en diversas entrevistas.

Durante aquellos diez días de búsqueda, hubo un momento de desánimo en el que le dijo a su compañero: «No me voy a morir mirándote a los ojos, Roberto. Voy a seguir peleando con estas montañas hasta que mi cara choque contra la nieve». «Bueno, vamos –dijo Roberto–. Moriremos juntos». Y siguieron. «Nosotros rezábamos cada uno consigo mismo, una avemaría detrás de otra. También pensaba mucho en mi padre. Me decía: Cada paso que doy estoy más cerca de mi padre». ¡Cuánto le enseñó los Andes! «A ser más paciente, a valorar lo bueno».

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