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¿Y si encendemos una lámpara?

En una Universidad católica de Madrid convocaron hace unos meses un concurso de cortometrajes entre sus alumnos. El tema era el sentido de la vida, y muchos estudiantes, que apenas habían cumplido la veintena, se presentaron al certamen. «Fue sorprendente el resultado. La mayoría de los cortos trataban sobre el suicidio, las drogas, la locura y el absurdo de vivir», comentaba uno de los profesores.

Sorprendente y preocupante. Que a un grupo de jóvenes se les proponga abordar el sentido de la vida y recurran al suicidio como si fuese la explicación más lógica, es para hacer saltar todas las alarmas. Pero es que si nos fijamos en muchas de las películas actuales comprobamos que ocurre exactamente lo mismo: o están cargadas de nubarrones negros de pesimismo y angustia o huyen por la superficialidad y la chabacanería, que son los disfraces que se suelen poner al sinsentido.

Y algo parecido ocurre con la pintura, la música y, especialmente, la literatura. Parecería que todos los artistas se hubiesen puesto de acuerdo para hacernos creer que lo mejor es encerrarse en casa y echarse a llorar o, en todo caso, dejarse resbalar por la rampa de los placeres.

Por eso me ha encantado la actitud de una monja sencilla y pintora extraordinaria: sor Isabel Guerra. En una entrevista que le hace el periodista Amilibia, le señala que con su pintura trata de sugerir paz y serenidad, pero que el mundo está lleno de guerras y tensiones.

Respeto a los artistas que dan testimonio de ese mundo, pero yo prefiero sugerir la paz, la luz, la serenidad.

Me parece una actitud muy cristiana. En vez de lamentarse por lo que hacen otros colegas suyos, sor Isabel Guerra se retira a la quietud y a la serenidad de su claustro para proponer al mundo la belleza y la paz que invaden su vida. A los jóvenes que confunden el sentido de la vida con el suicidio y la locura, más que recriminárselo, habrá que enseñarles la maravilla que es vivir en clave cristiana. Encender, como reza el epigrama, una lámpara, en vez de maldecir la oscuridad.

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