Читать книгу En el abismo - Arnaldur Indridason - Страница 10
7
ОглавлениеDe camino a su apartamento en Framnesvegur, Sigurður Óli se pasó por la comisaría. Hacía un buen rato que Elínborg se había marchado a casa. En un banco del pasillo estaba sentado un muchacho que siempre andaba metido en problemas por su tendencia a las peleas y a los delitos menores. Se había criado en circunstancias penosas, en una familia desestructurada, con un padre en prisión y una madre alcohólica. Reikiavik estaba repleta de cuadros similares. El chico tenía dieciocho años cuando Sigurður Óli se cruzó en su camino por primera vez. Fue a causa de un robo en una tienda de aparatos eléctricos. En aquel entonces ya presentaba cierta trayectoria criminal, y de eso hacía ya algunos años.
Sigurður Óli todavía no se había perdonado haber dejado escapar al matón. De camino a su despacho, se detuvo para hablar con el chico. Se acercó al banco y se sentó a su lado.
—¿Qué ha sido ahora? —preguntó Sigurður Óli.
—Nada —respondió el chico.
—¿Un robo? —preguntó Sigurður Óli.
—¡A ti qué te importa!
—¿Le has pegado a alguien?
—¿Dónde está el gilipollas que me tiene que interrogar?
—Estás hecho un imbécil.
—¡Cállate!
—Ya sabes bien lo que eres.
—¡Que te calles la boca!
—Es bien fácil de entender —dijo Sigurður Óli—. Hasta para un necio como tú.
El chico no le respondió.
—No eres más que un mierda.
—Mira quién habla.
—Nunca vas a ser otra cosa. Y lo sabes.
Esposado al banco, con los hombros caídos y la cabeza inclinada hacia el pecho, miraba al suelo esperando entrar cuanto antes al interrogatorio y poder marcharse una vez terminado. Los agentes como Sigurður Óli sabían que el chico no era el único que se aprovechaba de un sistema que consistía en dejar libre al delincuente en cuanto el caso se consideraba aclarado, lo que implicaba que el criminal simplemente confesaba sus acciones, lo dejaban en libertad y podía seguir delinquiendo. Con el tiempo le dictarían una sentencia de prisión condicional. Si acumulaba demasiados delitos en un periodo corto de tiempo, lo meterían como mucho unos meses en la cárcel de Litla-Hraun, de los cuales solo cumpliría la mitad porque las autoridades penitenciarias también contribuían a «mimar a los delincuentes», como decía Sigurður Óli. Probablemente aquel chico y sus amigotes se sabían un sinfín de chistes sobre jueces y la buena vida de la que gozaban por gentileza de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.
—Seguro que no te lo había dicho nadie —continuó Sigurður Óli—. Lo de que eres un mierda, digo. ¿A que no te lo habían dicho tal cual?
El chico no se inmutó.
—Seguro que a veces tú también te das cuenta de lo miserable que eres —prosiguió Sigurður Óli—. Pero sé que tú no te echarás ninguna culpa. Todos hacéis lo mismo: os hacéis las víctimas y culpáis a los demás. Seguro que tu madre es la primera de la lista, y tu padre también, dos desgraciados que dependen de los servicios sociales, como tú. Los amigos. El sistema educativo. Todas las instituciones que se han ocupado de ti. Tienes a tu alcance un millón de excusas y seguro que ya las has usado todas. Evitas pensar en los chicos que se encuentran en situaciones mucho peores que la tuya, en los que viven realmente hundidos en la miseria y, sin embargo, no se compadecen de sí mismos, como tú. Hay algo en su interior que los ayuda a afrontar las circunstancias y a ser unos hombres hechos y derechos y no unos perdedores, ¿entiendes? Tienen una pizca de inteligencia. No son unos cabezas huecas.
El chico fingía no estar escuchando las palabras de Sigurður Óli. Miraba fijamente hacia el pasillo con la esperanza de que el interrogatorio comenzara pronto y pudiera marcharse tras haberse aclarado un nuevo caso.
Sigurður Óli se levantó.
—Solo quería asegurarme de que por una vez escuchabas la verdad de parte de alguien que tiene que tratar con escoria como tú. Aunque solo fuera por una vez.
El chico lo siguió con la mirada mientras entraba en su despacho.
—Gilipollas —murmuró agachando de nuevo la cabeza.
Sigurður Óli llamó a Patrekur por teléfono. La agresión a Lína había sido la noticia principal en el telediario de la tarde y en Internet. Patrekur había visto las noticias, pero desconocía la identidad de la víctima, y Sigurður Óli se lo tuvo que explicar tres veces.
—¿Es ella?
—Sí, es Lína —insistió Sigurður Óli.
—¿Y... está... la han matado?
—Sigue con vida, pero no saben cómo va a evolucionar. No os he mencionado ni a ti ni a tu cuñado, ni tampoco a Súsanna ni a su hermana. No sé cuánto podré seguir con este juego. Yo me encontraba en el lugar de los hechos cuando se cometió la agresión, había ido para hablar con Lína de vuestra parte y tuve que justificar mi presencia en la casa, así que ahora estoy metido en la misma mierda que vosotros, Patrekur.
Su amigo guardó silencio al teléfono.
—No quería meterte en esto —dijo finalmente—. Pensé que igual podías sacar algo, aunque la verdad es que no sé en qué estaba pensando.
—¿Qué clase de tío es ese Hermann?
—¿Qué clase de tío?
—¿Está en contacto con matones? ¿Podría haberles enviado uno a Lína y a Ebbi?
—No creo —dijo Patrekur pensativo—. Me cuesta imaginármelo. No me consta que conociera a ningún matón.
—Sé que tú no serías capaz de cometer semejante estupidez.
—¿Yo?
—Y que tampoco lo habríais hecho los dos juntos.
—Yo solo os he presentado. Fin de la historia. Tienes que creerme. Lo mejor será que me dejes al margen, que a partir de ahora te dirijas directamente a Hermann si tienes algo que decirle. No quiero que esto me salpique. No es mi problema.
—¿Hay alguna razón en especial para proteger a Hermann?
—Hazlo como tú veas. No quiero influir en ninguna decisión que tomes.
—Muy bien —dijo Sigurður Óli—. ¿Sabes algo más aparte de lo que nos contó Hermann? ¿Algo que no sepa yo?
—No, nada. Tan solo se me ocurrió acudir a ti. Solo soy el mediador. ¿Era un matón quien la agredió?
—No lo sabemos —respondió Sigurður Óli, que quería dar la menor información posible—. ¿Qué andaban buscando tu cuñado y su mujer? ¿Sexo morboso con desconocidos? ¿De qué va esa historia?
—No lo sé. Súsanna y yo nos enteramos de sus juegos hará cosa de dos años. Su hermana nos lo insinuaba. Para ellos era como un entretenimiento. No sé de qué va, ni tampoco lo entiendo. Nunca había hablado del tema con ellos. No es asunto mío.
—¿Y Súsanna?
—Se encuentra trastornada, evidentemente.
—¿Cómo hicieron Lína y Ebbi para ponerse en contacto con Hermann cuando los amenazaron con lo de las fotos?
—Creo que Lína llamó a Hermann. Pero no estoy seguro.
—¿Crees que si revisamos el registro de llamadas de Lína y Ebbi hallaremos el número de Hermann?
—Posiblemente.
—De acuerdo. Ya te llamaré.
Antes de ir a casa, Sigurður Óli se pasó por la UCI del Hospital Nacional de Fossvogur. Un agente hacía guardia frente a la habitación de Lína. Sentados en una pequeña sala de espera, sus padres y su hermano esperaban noticias.Aún no se sabía nada de Ebbi, ni tampoco se había puesto en contacto con la policía. El médico le explicó a Sigurður Óli que Lína todavía no había recuperado el conocimiento y que su pronóstico era muy incierto. Había recibido dos fuertes golpes en la cabeza: el primero le había fracturado el cráneo y el segundo se lo había machacado y le había causado una hemorragia cerebral. Solo habían detectado más lesiones en el antebrazo derecho, con el que seguramente había intentado protegerse.
La búsqueda del agresor no había dado ningún fruto, ni en el hospital de Kleppur, en los alrededores de la compañía marítima Eimskip, ni más al sur, en la zona de Elliðavogur o en los barrios situados por encima de Sæbraut. El hombre había desaparecido sin dejar ningún rastro en casa de Lína que pudiese facilitar su identificación.
Sigurður Óli se quedó un rato en el sofá viendo el partido de béisbol antes de ir a dormir. Pensó en las fotografías que escondían Lína y Ebbi en su casa. Tal vez el agresor había ido a buscarlas, pero, a juzgar por el violento tratamiento recibido por Lína, estaba claro que esta se había negado a revelar su ubicación. Por tanto, o bien las fotografías seguían en su casa o bien estaban en otro lugar secreto que Ebbi conociera.
Justo antes de quedarse dormido, Sigurður Óli pensó en el hombre que, según le habían informado, había vuelto a preguntar por él en comisaría. Había aparecido sobre la hora de cenar y el agente de turno lo había reconocido, aunque el hombre se había negado a dar su nombre y a explicar los motivos de su visita. El policía le había contado a Sigurður Óli que el hombre se llamaba Andrés; durante un tiempo había sido vagabundo en Reikiavik y lo habían juzgado en varias ocasiones por robo y agresión.