Читать книгу En el abismo - Arnaldur Indridason - Страница 9

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Comprobó si todavía presentaba signos de vida, pero no fue el caso. Sin embargo, al no considerarse un experto en el tema, llamó a una ambulancia. Lo hizo sin caer en la cuenta de que debía justificar de alguna manera su presencia en la casa. Se planteó contar una mentira medianamente creíble, como que habían recibido una llamada anónima en comisaría, pero al final decidió contar la verdad, que unos amigos suyos lo habían enviado allí a causa de un estúpido intento de chantaje. Aunque sabía que sería difícil, prefería dejar al margen a Patrekur, a Súsanna y a la hermana de esta. En cuanto comenzara la investigación del caso saldría a la luz la relación de todos ellos con Lína y Ebbi. Además, tenía otra cosa igualmente clara: en el momento en que Sigurður Óli explicara quién lo había enviado, lo alejarían del caso.

Todas esas ideas se arremolinaban en su cabeza mientras esperaba la llegada de la ambulancia y la policía. A primera vista no había indicios de que hubieran entrado por la fuerza. El agresor parecía haber entrado y salido por la puerta principal sin siquiera haberse molestado en cerrarla bien al marcharse. Los inquilinos de las casas vecinas debían de haberse percatado de algo, de la presencia de un vehículo o de una persona con aspecto de querer agredir a Lína y destrozar su apartamento.

Estaba a punto de agacharse otra vez hacia Lína cuando escuchó un ruido y percibió un movimiento en la oscuridad del salón. En un instante vio lo que le pareció un bate de béisbol dirigiéndose hacia su cabeza. La apartó por instinto, y un golpe en el hombro lo tiró al suelo. Al levantarse, vio que el agresor se había escapado por la puerta, que seguía abierta.

Sigurður Óli salió corriendo a la calle y divisó al hombre, que huía hacia el este. Sacó el móvil y pidió refuerzos sin dejar de correr. El agresor era especialmente rápido y le llevaba una buena delantera. Se lanzó al interior de un jardín y desapareció. Sigurður Óli lo siguió a toda velocidad, saltó la valla del jardín, dobló la esquina, saltó una nueva valla, cruzó la calle y se metió en otro jardín. Allí cayó sobre unos setos al tropezar con una carretilla y rodó por el suelo con su chaqueta de verano nueva. Se levantó y tardó unos segundos en orientarse antes de continuar con la persecución. Se dio cuenta de que el hombre le había sacado una ventaja considerable. Lo vio cruzar como una bala la calle Kleppsvegur y después Sæbraut para luego bajar hacia el barrio de Vatnagarðar en dirección al hospital psiquiátrico de Kleppur.

Sigurður Óli hizo acopio de todas sus fuerzas y se lanzó entre el tráfico de Sæbraut. Los conductores frenaban y le pitaban enfurecidos. Le sonó el móvil, pero no se podía permitir bajar el ritmo para responder. Vio que el hombre giraba hacia el hospital y desaparecía detrás de una pequeña colina. El edificio estaba iluminado, pero los alrededores quedaban en penumbra. No vio por ninguna parte los refuerzos que había pedido al inicio de la persecución y ralentizó la marcha al acercarse al hospital. Paró para responder el teléfono. Era la llamada de un compañero que había recibido mal las indicaciones y lo estaba buscando en la casa de cuidados Hrafnista. Sigurður Óli le pidió que se dirigiera a Kleppur y que enviaran hombres con perros policía. Corrió en dirección a la bahía Kleppsvík, que estaba sumida en la más absoluta oscuridad. Se detuvo y miró atentamente hacia el sur, en dirección a la zona industrial de Holtagarðar y la ensenada Elliðavogur. Inmóvil, aguzó el oído, pero no escuchó ningún ruido ni detectó ningún movimiento. El hombre había desaparecido en las tinieblas.

Sigurður Óli corrió al hospital, adonde estaban llegando dos coches patrulla. Les indicó a los agentes la zona de Holtagarðar y Elliðavogur y les dio una breve descripción del sujeto: mediana estatura, chaqueta de cuero, vaqueros y bate de béisbol. Sigurður Óli se había fijado bien y parecía estar bastante seguro de que el agresor todavía llevaba el arma antes de que lo perdiera de vista en la oscuridad.

Los hombres se distribuyeron por la zona siguiendo sus indicaciones. Llamó a más agentes y enseguida acudió también la brigada especial. El radio de búsqueda se amplió considerablemente y rastrearon todo el sector comprendido entre Sæbraut y el final de la ensenada Elliðavogur.

Sigurður Óli tomó prestado uno de los coches que habían llegado al hospital y regresó a casa de Lína. Hacía ya un tiempo que se la habían llevado en ambulancia, y le habían comunicado que aún daba señales de vida. La calle estaba atestada de coches patrulla, tanto uniformados como camuflados, y los técnicos de la Policía Judicial ya habían comenzado su trabajo.

—¿De qué conoces tú a esa gente? —le preguntó su compañero Finnur, que esperaba delante de la casa.

Se había enterado de la llamada de emergencia de Sigurður Óli.

—¿Sabéis algo de su marido? —preguntó Sigurður Óli, que ya no estaba tan seguro de si debía confesar toda la verdad.

—Se llama Ebeneser —respondió Finnur.

—Eso. ¿Qué clase de nombre es ese?

—No sabemos dónde está. ¿Quién era el hombre al que perseguías?

—Probablemente el que agredió a la mujer —explicó Sigurður Óli—. Supongo que la golpeó en la cabeza con un bate de béisbol. A mí me dio un golpe en el hombro, el muy cabrón. Me dejó descolocado.

—¿Estabas ahí, en casa de la mujer?

—Había ido a hablar con ella. Me acerqué al encontrarla tirada en el suelo y ese cabrón me saltó encima.

—¿Crees que era un ladrón? No hemos hallado indicios de que forzara nada. Entró por la puerta principal. Lo más seguro es que ella le abriera.

—La puerta estaba abierta cuando llegué. El cabrón debió de llamar al timbre y luego la agredió. Va más allá de un simple allanamiento de morada. No creo que haya robado nada. Destrozó el piso y le dio un golpe en la cabeza, quizá sepamos pronto si le golpeó más.

—Así que...

—Más bien creo que era un matón, un recaudador de deudas. Deberíamos reunir a unos cuantos. A este no lo conocía, aunque tampoco lo pude ver muy bien. Nunca he perseguido a alguien que corriera tanto.

—Suena bastante plausible, dada su descripción, por lo del bate y todo eso —dijo Finnur—. Seguramente había ido a cobrar lo que fuera.

Sigurður Óli lo acompañó al interior de la casa.

—¿Crees que iba solo? —preguntó Finnur.

—Lo más seguro.

—¿Qué hacías tú ahí? ¿De qué conoces a esa pareja?

Sigurður Óli había abandonado la idea de contar la verdad. De hecho, aunque quisiera, tampoco podría mantener oculto durante mucho tiempo que seguramente aquella agresión guardaba relación con el absurdo intento de Ebbi de hacer chantaje. También cabía la posibilidad de que Hermann hubiera mandado a aquel cabrón; dudaba mucho que fuera un envío de Patrekur. Decidió no dar ningún nombre por el momento y dijo que había ido a verificar unas informaciones que habían recibido en comisaría acerca de un supuesto tráfico de fotografías que Lína y Ebbi podrían traerse entre manos.

—¿Pornografía?

—Algo así.

—¿Infantil?

—Podría ser. En cualquier caso, algo hay de infantil en todo esto.

—No me suenan de nada esas informaciones —observó Finnur.

—Claro —replicó Sigurður Óli—, llegaron hoy. Seguramente se trate de un caso de chantaje, lo que explicaría la intervención de un matón. Suponiendo que ese hombre fuera un matón dispuesto a recaudar una deuda.

Finnur lo miró sin estar del todo convencido.

—¿E ibas a preguntarles qué tenían que decir al respecto? No sé si lo entiendo muy bien, Siggi.

—No, la investigación acaba de comenzar.

—Ya, pero...

—Tenemos que encontrar a ese tal... Ebenezer Scrooge —dijo Sigurður Óli contundentemente, como si con ello quisiera dejar zanjada la conversación.

—¿Ebenezer? ¿Scrooge?

—O como se llame su marido. Y no me llames Siggi.

En el abismo

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