Читать книгу En el abismo - Arnaldur Indridason - Страница 15

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Como parte de la investigación en torno a la agresión cometida contra Lína, la policía había reunido los números de matrícula de aquellos coches que habían estado aparcados en las proximidades de la casa de la joven. La hipótesis de que el agresor hubiera ido en coche al lugar de los hechos no era descabellada; al contrario, parecía probable. Difícilmente se habría subido a un autobús urbano con un bate bajo el abrigo. Por otra parte, mediante una simple indagación se había descartado que hubiera cogido un taxi. Otra posibilidad era que hubiese ido a pie, en caso de que viviera a escasos kilómetros de distancia. Tal vez alguien lo había llevado en coche y lo había estado esperando, pero había desaparecido al ver que Sigurður Óli entraba en la casa. Sin embargo, Sigurður Óli no se había percatado de ninguna presencia en las inmediaciones de la vivienda. Por último, quedaba la posibilidad de que el agresor hubiera ido en coche pero hubiera aparcado en una bocacalle en vez de hacerlo enfrente de la casa y que hubiera dejado el vehículo abandonado después de que Sigurður Óli lo sorprendiera en plena acción.

La mayoría de las matrículas que había registrado la policía, unas cuantas decenas, se correspondían con los coches del vecindario, pertenecían a padres y madres de familia o a trabajadores que no le habrían hecho daño ni a una mosca y que no conocían de nada a Lína y Ebbi. No obstante, quedaban algunos coches cuyos dueños estaban registrados en otros barrios de la ciudad o incluso en otras regiones del país. Ninguno de ellos presentaba antecedentes penales por agresión.

Sigurður Óli, que al menos conocía la forma de correr del asaltante, se encargó de interrogar a los dueños de los coches que debían investigarse con más detalle. Lína continuaba estable. Ebbi apenas se alejaba de su camilla. Los médicos seguían manteniendo que su pronóstico era incierto. La cita con Bergþóra no había terminado bien. Se estuvieron intercambiando reproches hasta que Bergþóra se levantó y se marchó del restaurante diciendo que no tenía por qué aguantar más.

Sigurður Óli se consideraba perfectamente apto para ocuparse de la investigación a pesar de su implicación personal en el caso. Tras haberlo meditado, había llegado a la conclusión de que nada de lo que sabía perjudicaba al llamado «bien de la investigación». No tenía ningún interés en proteger a Hermann o a su mujer. Patrekur no estaba implicado en el caso. Sigurður Óli no había hecho nada que lo obligara a retirarse de la investigación. Lo único que le llegó a preocupar por un segundo fue su conversación con Ebbi en el hospital acerca de las fotografías. No conocía ni a Lína ni a Ebbi. Cabía la posibilidad de que estuvieran endeudados hasta las cejas por la compra de droga, de un coche o de una casa; o que le debieran dinero a alguien que pudiera haber recurrido a un matón. Era bien sabido que ese tipo de criminales no solo recaudaban deudas relacionadas con el consumo de droga. Sigurður Óli creía que quizá Lína y Ebbi habían ido demasiado lejos en su torpe intento de usar unas fotos de elevado contenido sexual para sacarles dinero a unos idiotas como Hermann y su mujer. Seguramente alguien se había visto entre la espada y la pared y había querido cerrarles la boca haciendo uso de la violencia o amenazándolos con emplearla. De momento no podía saber si ese alguien había sido Hermann. Este lo negaba, pero aún debían esclarecerse los hechos.

Le remordía levemente la conciencia por no haberle contado a Finnur lo de las fotografías y el supuesto chantaje de Lína y Ebbi. Tarde o temprano saldría a la luz y, cuando eso ocurriera, cuando los nombres de Hermann y su mujer aparecieran implicados en el caso, Sigurður Óli tendría que justificarse.

Absorto en esos pensamientos, Sigurður Óli entró en la planta de procesado de carne en busca de un hombre llamado Hafsteinn. Ocupaba el puesto de encargado y se quedó de piedra ante la visita de Sigurður Óli. Como para dar cuenta de su impoluto expediente, aclaró que nunca en su vida había hablado con un agente de la Policía Judicial. Hafsteinn lo invitó a pasar a su despacho y se sentaron. Llevaba una bata blanca y un pequeño gorro, también blanco, que lucía el logotipo de la empresa. Recordaba a un bebedor de cerveza alemán en la Oktoberfest. Por su aspecto recio y jovial y sus enormes mejillas rojas no podría decirse que fuera uno de esos tipos capaces de agredir a una mujer indefensa con un bate de béisbol. Y mucho menos que pudiera correr más de diez metros. Pero eso no disuadió a Sigurður Óli, que prosiguió con su labor como si nada. Tras un breve preámbulo sobre los motivos de su visita, le anunció que quería saber lo que había estado haciendo en el barrio la noche en que Lína fue agredida y si alguien podía corroborar su versión.

El carnicero miró fijamente a Sigurður Óli.

—¿Cómo? ¿Tengo que explicarte qué estaba haciendo allí?

—Tu coche estaba aparcado una calle más abajo.Vives en Hafnarfjörður. ¿Qué hacías en Reikiavik? ¿Conducías tú?

Sigurður Óli pensó que, aunque el hombre no hubiera agredido a Lína, quizá pudiera aportar algún dato. Puede que hubiera llevado al agresor hasta el lugar de los hechos y luego hubiera abandonado el coche allí en un momento de pánico.

—Sí, conducía yo. Estaba de visita en casa de alguien que vive por allí. ¿Quieres saber más?

—Sí.

—¿Qué vas a hacer con la información que te dé?

—Estamos tratando de dar con el agresor.

—¿No estarás pensando que fui yo quien agredí a esa pobre mujer?

—¿Eres cómplice?

—¿Estás chalado o qué?

Sigurður Óli notó que las lustrosas mejillas del encargado habían perdido el color.

—¿Puedo hablar con alguien que pueda confirmar tu declaración?

—¿Vas a hablar con mi mujer? —preguntó Hafsteinn titubeante.

—¿Debería hacerlo? —preguntó Sigurður Óli.

El hombre respiró hondo.

—No hace falta —dijo finalmente—.Yo... tengo una amiga en esa calle. Si te hace falta una confirmación, puedes hablar con ella. No me puedo creer que te esté contando esto.

—¿Una amiga?

El hombre asintió.

—¿Quieres decir una amante?

—Sí.

—¿Y fuiste a hacerle una visita?

—Sí.

—De acuerdo. ¿Te fijaste en la presencia de alguien que pudiera guardar relación con la agresión?

—No. ¿Algo más que quieras saber?

—No, creo que ya está todo —dijo Sigurður Óli.

—¿Vas a hablar con mi mujer?

—¿Podrá confirmar algo de lo que has dicho?

El hombre negó con la cabeza.

—Entonces no tengo ningún interés en hablar con ella —concluyó Sigurður Óli.

Después anotó el número de la amante, se levantó y se despidió.

Más tarde interrogó a un hombre que ignoraba que su coche hubiera estado aparcado cerca de casa de Lína aquella noche. Su hijo lo había cogido prestado. El dueño del coche hizo unas llamadas y comprobó que su hijo y un amigo suyo habían estado en casa de un compañero de clase que vivía al lado de Lína. Habían quedado para ir al cine Laugarásbíó; la película empezaba en el momento en que se produjo la agresión.

El hombre miró fijamente a Sigurður Óli.

—No tienes de qué preocuparte —le aseguró.

—Ah, ¿no?

—Sería incapaz de pegarle a nadie. Le da miedo hasta una mosca.

Por último, Sigurður Óli interrogó a una mujer de unos treinta años que trabajaba como telefonista en una fábrica de refrescos. Sigurður Óli se presentó y le pidió a la joven que buscara a alguien que la sustituyera. Prefería no explicarle los motivos de su visita delante de otras personas, así que se sentó con ella en la salita del café.

—¿Qué ocurre? —preguntó la chica. Morena y de cara ancha, llevaba un piercing en la ceja y un antebrazo tatuado. Sigurður Óli no alcanzaba a ver bien el dibujo, que parecía un gato, aunque también podía ser una serpiente enroscada. Se llamaba Sara.

—Me gustaría saber qué hacías anteayer por la noche en el barrio este, no muy lejos del cine Laugarásbíó.

—¿Anteayer por la noche? —repitió la chica—. ¿Por qué lo quieres saber?

—Tu coche estaba aparcado cerca de una calle donde tuvo lugar una brutal agresión.

—Yo no he agredido a nadie —sentenció.

—No. Pero tu coche estaba en la zona.

Le explicó que la policía estaba investigando a los dueños de todos los coches aparcados cerca de la casa de Lína y Ebbi en el momento de la agresión. Se trataba de un caso grave. También tenían previsto preguntar a los que habían pasado por el barrio si habían visto algo que pudiera ser de ayuda para la investigación. Sigurður Óli se dio cuenta de que su larga explicación aburría a Sara soberanamente.

—Yo no vi nada —aseguró.

—¿Qué hacías en el barrio?

—Fui a ver a una amiga mía. ¿Qué es lo que ocurrió exactamente? He visto algo de un robo en las noticias.

—No tenemos todavía suficiente información —le informó Sigurður Óli—. Necesito el nombre y el número de tu amiga.

Sara se lo facilitó.

—¿Pasaste la noche en su casa?

—¿Me estás espiando o qué? —preguntó.

La puerta de la sala se abrió y un trabajador de la fábrica le hizo un gesto a Sara con la cabeza.

—No. ¿Hay alguna razón para hacerlo? —preguntó Sigurður Óli mientras se levantaba.

Sara sonrió.

—En absoluto.

Sigurður Óli se estaba subiendo al coche cuando sonó el teléfono. Reconoció el número al instante. Era Finnur, quien le comunicó bruscamente que Sigurlína Þorgrímsdóttir había fallecido hacía un cuarto de hora como consecuencia de un traumatismo craneal.

—¿Qué coño hacías en su casa, Siggi? —susurró Finnur antes de colgar.

En el abismo

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