Читать книгу En el abismo - Arnaldur Indridason - Страница 12

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Hermann prefería no citarse con Sigurður Óli en el trabajo. Dirigía una empresa mayorista que vendía aparatos y herramientas de construcción. Acordaron verse en la misma cafetería que el día anterior, donde Patrekur los había presentado. Sigurður Óli entendía perfectamente que Hermann quisiera extremar las precauciones, pero tampoco tenía la intención de tratarlo con guantes de seda. Si Hermann sabía algo sobre la agresión a Lína, debía sonsacárselo.

El estado de Lína no mostraba progresos. Seguía inconsciente en la UCI y los médicos no se mostraban optimistas respecto a su evolución. Ebeneser había aparecido por fin. Al regresar a su casa aquella noche se había encontrado con un equipo de policías que trabajaban en su domicilio. Consternado al oír lo que había ocurrido, lo habían acompañado al hospital, donde seguía aún, junto a la camilla de Lína. Finnur había comenzado a interrogarlo, y había obtenido alguna información: Ebbi trabajaba como guía de montaña y aquel día había estado con un pequeño grupo de turistas franceses en el interior, en Landmannalaugar. Uno de sus compañeros lo había relevado en el Hotel Rangá por la noche y Ebbi había vuelto a Reikiavik. Finnur verificó la coartada. Ebbi declaró no saber por qué podrían haber agredido a Lína ni quién podría haber sido el agresor. Pensó que debía de tratarse de algún robo. Dado el estado de conmoción de Ebeneser, se decidió posponer el interrogatorio.

Eran las once y cuarto de la mañana cuando Hermann entró en la cafetería y se sentó junto a Sigurður Óli. Habían quedado a las once.

—¿Crees que no tengo otra cosa mejor que hacer que esperarte en una cafetería del centro? —le preguntó Sigurður Óli mientras miraba la hora, irritado.

—Tenía que terminar unas cosas —respondió Hermann—. ¿Qué quieres?

—Ha faltado esto —dijo Sigurður Óli acercando el índice y el pulgar— para que esta noche perdiera la vida la mujer que os intentaba sacar dinero. Podría fallecer hoy. Si sobrevive, lo más seguro es que no recupere todas sus facultades. Alguien le ha hecho pedazos el cráneo.

—¿Es la agresión que ha salido esta mañana en los periódicos?

—Sí.

—¿Han agredido a Lína? Lo he visto solo en las noticias. No mencionaban ningún nombre. Se hablaba de un matón.

—Sí, pensamos que el agresor ha sido un matón.

—¿Y?

—¿Conoces a alguien que haga ese tipo de encargos?

—¿Yo?

—Sí, tú.

—¿Es que piensas que he sido yo quien lo ha hecho?

—No conozco a nadie con mejores razones que tú.

—Vamos a ver, ocurrió ayer por la noche, el mismo día en que hablé contigo. ¿De verdad piensas que la voy a agredir el mismo día en que te pido ayuda para solucionar el problema?

Sigurður Óli lo miró en silencio. Por la mañana había llevado a la tintorería su chaqueta de verano, que seguramente ya no podría volverse a poner después de haber rodado por el suelo durante la persecución de la noche anterior.

—Lo mejor en tu situación —aclaró Sigurður Óli— es responder sin rodeos y no salirse por la tangente. Me importa una mierda lo que creas que pienso o dejo de pensar. Me la traéis floja tú, tu mujer y vuestros intereses sexuales. Responde a lo que te pregunto si no quieres que te mande al trullo directamente.

Hermann se enderezó en su asiento.

—Yo no le he hecho nada a esa mujer —afirmó—. Lo juro.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?

—Me llamó hace tres días y me dijo que ya no esperaba más, que tenía que darle el dinero. Me amenazó con hacer públicas las fotos. Le pedí más tiempo y me concedió dos días más, aclarando que no me llamaría otra vez y que más me valía ir a su casa con el dinero. De lo contrario, colgaría las fotos en páginas porno del mundo entero.

—¿O sea, que tenía intención de colgarlas ayer, justo el día en que la agredieron?

—No enviamos a nadie a casa de esa hija de perra —aseguró Hermann—. ¿Cómo hace uno para contactar con un matón? ¿Es que se anuncian en algún sitio? No sabría cómo hacerlo.

—¿Hablaste alguna vez con Ebbi?

—No, solo con Lína.

—¿Sabes si sois las únicas víctimas?

—No, no lo sé. Pero ¿no te parece improbable que fuéramos los únicos?

—Entonces, tú solo tenías que presentarte en su casa con el dinero, coger las fotos y listo, ¿no es así?

—Sí, nada más complicado que eso. No son gente complicada. Están pirados.

—Pero tú no tenías intención de pagar, ¿verdad?

—Se supone que tú tenías que solucionar el problema —reparó Hermann—. ¿Encontraste las fotos en su casa?

Sigurður Óli no había podido buscar bien debido a la presencia de otros policías en el lugar de los hechos. No había encontrado nada, ni siquiera una videocámara.

—¿Estabais en su casa cuando hicieron las fotos? —preguntó.

—Sí. Hace unos dos años.

—¿Fue la única vez?

—No, dos veces.

—¿Y se han esperado hasta ahora para chantajearos?

—Sí.

—¿Quizá porque tu mujer sale ahora en los medios y está haciendo carrera política?

—Es la única explicación.

—Qué elegancia —dijo Sigurður Óli—. Una gente con clase.

Cuando Sigurður Óli llegó a la UCI para hablar con Ebeneser, se lo encontró sentado en el borde de la cama de su mujer. Finnur, que dirigía la investigación, quería interrogarlo más a fondo, pero Sigurður Óli se había ofrecido a hacerlo él para ahorrarle el esfuerzo, cosa que Finnur le agradeció, ya que tenía bastantes cosas de las que ocuparse. Ebeneser era un hombre de estatura media, delgado y despierto, con la cara curtida y barba de tres días. Como buen guía de montaña, llevaba puestas unas botas de suela gruesa. Cuando Sigurður Óli entró en la habitación, se levantó y lo saludó con la mirada esquiva dándole un seco apretón de manos. Lína yacía en la cama, conectada a toda clase de aparatos y goteros, con la cabeza envuelta en un voluminoso vendaje. La pareja tendría alrededor de treinta años, unos diez menos que Hermann y su mujer.Ambos parecían atractivos, aunque a Sigurður Óli le costaba afirmarlo de Lína debido a su estado. ¿Puede que fuera su juventud lo que había atraído a Hermann y su mujer?

—¿Te vas otra vez a la montaña? —preguntó Sigurður Óli mirándole el calzado mientras tomaban asiento en la sala de espera.

Tenía intención de mostrarle empatía y comprensión, dadas las duras circunstancias, aunque no estaba seguro de que Lína y Ebbi lo merecieran en realidad.

—¿Qué? No, de momento no. Me gusta llevar botas también por ciudad.

—Nos han confirmado que regresabas del interior cuando agredieron a tu mujer —dijo Sigurður Óli.

—Me parece extraño que hayáis podido pensar que he sido yo —observó Ebeneser.

—La palabra «extraño» no significa nada para nosotros. ¿Tenéis muchas deudas, tu mujer y tú?

—Como todo hijo de vecino. Y no estamos casados. Vivimos juntos.

—¿Tenéis hijos?

—No, ninguno.

—¿Debéis dinero a personas susceptibles de recurrir a un método violento para recaudarlo, como los matones y demás gente de ese tipo?

—No —respondió Ebeneser.

—¿Pasáis dificultades financieras?

—No.

—¿Habíais tenido antes algún problema con matones?

—No. No conozco a ninguno y no sé de nadie que conozca a uno. ¿No ha sido simplemente un ladrón?

—¿Han robado algo?

—Tengo entendido que un poli lo pilló in fraganti.

—Nunca he oído hablar de un ladrón que comience por destrozar la casa que quiere robar, y por golpear al dueño con un bate de béisbol —explicó Sigurður Óli—. Puede que haya ocurrido en algún sitio y en algún momento, pero a mí no me consta.

Ebeneser permaneció en silencio.

—¿Sabía alguien que no estarías anoche en Reikiavik?

—Sí, mucha gente. Pero los conozco a todos y ninguno haría una cosa así, si es eso lo que estás insinuando.

—¿No tenéis apuros económicos?

—No.

—¿Seguro?

—Sí, ¿cómo no lo voy a estar?

—¿Y vuestras relaciones sexuales? ¿Son buenas?

Ebeneser estaba sentado frente a él en la sala de espera y hasta ese momento había respondido a las preguntas de Sigurður Óli con cierto desinterés, con las piernas cruzadas y balanceando el pie que apoyaba sobre la rodilla. De pronto dejó de moverlo, se incorporó en su asiento y se inclinó hacia delante.

—¿Nuestras relaciones sexuales? —repitió.

—Vuestros encuentros sexuales con otras personas —concretó Sigurður Óli.

Ebeneser le sostuvo la mirada un largo rato.

—¿Qué? ¿Estás de broma?

—No —respondió Sigurður Óli.

—¿Encuentros sexuales con otras personas?

—Permíteme que te lo aclare. ¿Crees que el sexo que practicabais con terceros tiene algo que ver con la agresión que ha sufrido tu mujer?

Ebeneser lo miró desconcertado.

—No sé de qué me hablas.

—No, claro —ironizó Sigurður Óli—. Entonces ¿tampoco has oído hablar nunca de las fiestas de swingers?

Ebeneser negó con la cabeza.

—Lo que viene a ser otra manera de decir «intercambio de parejas».

—No he oído hablar nunca de nada parecido —aseguró Ebeneser.

—¿Nunca has hecho intercambio de pareja con Lína?

—Pero ¿qué grosería es esta? —preguntó Ebeneser—. Nunca hemos hecho una cosa así. ¿De qué coño vas?

—Te propongo un trato —sugirió Sigurður Óli—. Tú me entregas las fotos que os habéis hecho manteniendo relaciones sexuales con otros, y yo hago como que no he oído hablar nunca de este tema.

Ebeneser no respondió.

—Un momento... ¿Sexo con otros? —continuó Sigurður Óli como si se le hubiera ocurrido una idea de repente—. ¿Quiénes son esos otros? Yo solo sé de una pareja, pero me figuro que chantajearéis a más personas por toda Reikiavik, ¿o no?

Ebeneser le clavó la mirada.

—Alguien se ha cansado de vuestras tonterías y os ha querido asustar con un matón. ¿No es así, Ebbi?

Ebeneser consideró que ya había escuchado suficiente y se levantó.

—No sé de qué me estás hablando —volvió a decir mientras salía al pasillo para regresar a la habitación de Lína.

Sigurður Óli lo siguió con la vista. Ebeneser necesitaba tiempo para entender y evaluar la propuesta que le acababa de hacer. Sigurður Óli sonrió para sus adentros. Tenía cierta experiencia como policía y no recordaba haberse cruzado con un mentiroso más descarado que Ebbi. O con alguien más hábil para meterse en problemas.

En el abismo

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