Читать книгу Pasaje de las sombras - Arnaldur Indridason - Страница 10

6

Оглавление

Agradecieron poder quitarse los abrigos, que dejaron apoyados sobre el respaldo de una silla del salón. Flóvent se acomodó después de que Ingiborg hubiera tomado asiento, en tanto Thorson permanecía de pie, detrás de su compañero. Apenas dos horas antes Flóvent había recibido un aviso sobre el hallazgo de un cadáver: una mujer que paseaba por el barrio de las Sombras decía haber encontrado el cuerpo de una joven en la parte trasera del Teatro Nacional. Flóvent se puso en contacto con Thorson en cuanto supo que la mujer pudo distinguir a dos personas que salían corriendo de allí y se dirigían a toda prisa hacia Arnarhóll y que una de ellas era, sin lugar a dudas, un soldado norteamericano. No era la primera vez que colaboraban en casos que competían tanto a la policía islandesa como a las tropas norteamericanas.

Thorson tomó la decisión de alistarse en el servicio militar en Canadá al estallar la guerra y enseguida fue destinado a Islandia como intérprete tras la ocupación británica del país. Trabajó para su Policía Militar y, más adelante, cuando el ejército estadounidense desembarcó en la isla, para la norteamericana. Debido a su origen, hablaba islandés con fluidez y servía de enlace entre la policía de las tropas de ocupación y las nativas y, a pesar de que contaba con poca experiencia en asuntos policiales, mostraba un gran interés por ellos. Por esa razón, él y Flóvent colaboraban en todos los casos de importancia que concernían tanto a las tropas como a los ciudadanos. Ambos congeniaban muy bien y se preocupaban de realizar sus pesquisas sin complicarlas con trámites burocráticos o con procedimientos oficiales que pudieran retrasarlos.

Cuando se le comunicó el hallazgo del cadáver, Flóvent estaba solo en la oficina de la Policía Judicial, en la mansión de Fríkirkjuvegur, 11. A Flóvent le agradaba trabajar allí. La casa parecía una villa italiana: situada cerca del lago Tjörnin; antiguamente fue propiedad de la familia más acaudalada del país y estaba adornada con columnas jónicas y un tejado con balcón. La Asociación de Abstemios pudo adquirirla antes de la guerra y ahora alquilaba sus oficinas a la Policía Judicial, entre otros, que apenas contaba con casos asignados, ya que la mayoría de los investigadores estaban ocupados con otras tareas más urgentes relacionadas con la contienda.

Cuando sonó el teléfono, acababa de regresar de visitar a su padre y tenía intención de dedicarle un tiempo al archivo de huellas dactilares. Una vez más, volvieron a hablar sobre la fosa común del cementerio de Suðurgata. Flóvent se mostraba reticente ante la idea de su padre de que indagara cuanto pudiera acerca del paradero de los restos de su madre y su hermana para trasladarlos a un nuevo sepulcro del que ellos también podrían hacer uso cuando llegara la hora. A Flóvent le parecía mejor dejar las cosas como estaban, pero prometió, a regañadientes, estudiar la posibilidad de abrir la fosa, excavada en 1918 durante el brote más virulento de gripe española.

Tras el aviso, Flóvent caminó con paso vivo por la desierta calle Lækjargata, bajo el gélido viento del norte, y pasó por delante de la estatua de Jónas Hallgrímsson. Tenía por costumbre saludar a Jónas cada vez que pasaba por delante. Con el tiempo había adquirido la manía de saludarlo levantando la mano o, en su defecto, recitar mentalmente unos versos del poeta, como si no hacerlo pudiera traerle mala suerte: «Nadie llora a un islandés, muerto en soledad...».

En la parte trasera del Teatro Nacional se congregaba un reducido grupo de personas: la mujer que descubrió el cadáver, dos o tres transeúntes y los guardas del refugio, a los que al fin no les quedó más opción que salir.

Por su parte Thorson recibió la llamada que le comunicaba el hallazgo cuando se encontraba en el barrio de barracas perteneciente a las fuerzas aéreas de la armada estadounidense, al sur de Nauthólsvík. Disponía de un jeep militar que condujo rápidamente hasta el centro. Llegó justo cuando iban a trasladar el cuerpo de la joven. Saludó a Flóvent y se arrodilló junto al cadáver.

—¿Esto no son contusiones en el cuello? —preguntó.

—Sí, todo apunta a que ha sido estrangulada —respondió Flóvent.

A juzgar por la ropa ligera de la víctima, dedujeron que el fallecimiento habría tenido lugar en otra parte y luego alguien la trasladó hasta aquel rincón. Con tan mal tiempo difícilmente la muchacha se habría aventurado a salir con solo aquel vestido corto y fino. Además, parecía como si hubieran intentado ocultar el cadáver entre los cartones y la basura.

—No es un escondite muy bueno, que digamos —comentó Thorson alzando la vista hacia el siniestro edificio del teatro.

—No, en absoluto.

—Hay guardas cerca, en el refugio.

—Se puede acceder en coche a la parte trasera, donde deshacerse del cadáver no supone ninguna dificultad.

—Pero ¿por qué el Teatro Nacional?

Flóvent, sin respuesta, se encogió de hombros.

—Tal vez el asesino lo encontrara teatral —apuntó Thorson—. Me refiero al hecho de dejarla aquí.

—¿Y los militares del centro de aprovisionamiento? —preguntó Flóvent—. ¿Estuvo ella dentro? ¿Conocería a alguien que trabajara en él?

—Tendremos que comprobarlo —sugirió Thorson y luego, mirando a la mujer que dio el aviso, que se hallaba junto a dos agentes de policía y protestaba porque ya no podía perder más tiempo y debía irse a casa, preguntó—: ¿Por qué cree que el hombre que huía era norteamericano? Todavía quedan algunos soldados británicos. Y canadienses. Y noruegos.

—Dice que está completamente segura. Y también conocía a la joven que iba con él. Es profesora en un instituto de secundaria. Dice que le ha dado clases.

—No es un trabajo muy duro —comentó Thorson ajustándose el abrigo para protegerse del frío.

—¿A qué te refieres?

—A ser policía en Reikiavik.

—Probablemente no —admitió Flóvent—. Voy a ordenar que venga un fotógrafo. Necesitamos imágenes del lugar de los hechos.

Sentada en su silla, cabizbaja, Ingiborg se sentía acobardada y pensaba en su padre, que aguardaba tras la puerta. Thorson y Flóvent comprendieron que debían ser cuidadosos si no querían que se viniera abajo.

—Usted no es la única que se ve con militares a escondidas —comenzó Thorson amistosamente—. Ni la primera ni la última.

Ella esbozó una sonrisa.

—¿Cómo se llama? —quiso saber Flóvent—. Me refiero al militar con el que se encontraba.

—¿No nos podríamos tutear? —pidió ella.

—Naturalmente.

—Se llama Frank —respondió ella entonces—. ¿Habéis hablado con él?

—No. Frank... ¿Qué más? ¿Sabes su apellido? —preguntó Thorson.

—Por supuesto, Frank Carroll. Es sergeant. ¿Cómo habéis averiguado que yo estaba allí? ¿Me vio alguien?

—Esta es una ciudad muy pequeña —le recordó Thorson.

—Os vio una mujer que te conoce —aclaró Flóvent—. Su identidad es lo de menos, pero presenció cómo tú y un militar norteamericano salíais corriendo y pensó que huíais del lugar tras agredir a la víctima. ¿Es eso cierto? ¿Fue lo que pasó?

—¡No! —exclamó Ingiborg—. No había visto nunca a aquella muchacha. Nunca. Frank y yo estábamos... Fuimos ahí solo para... Ya sabéis...

—¿Hacer manitas? —preguntó Thorson.

—Mi padre no quiere que me vea con él, ya lo habéis oído. Me prohibió encontrarme con Frank, y tenemos tan pocas opciones... No quiero ir donde los militares, y tampoco quiero pedirle a mi amiga que me eche una mano y me deje su habitación, así que no nos queda otra que estar a la intemperie. Era la segunda vez que íbamos allí.

—¿A qué unidad pertenece Frank? ¿Infantería? ¿Artillería?

—Sé que es sergeant, pero no hablamos mucho del ejército. Se aburre siendo militar, y le da miedo que lo envíen a Europa.

—¿Dónde os conocisteis?

—En la sala de baile del hotel Borg. Fue durante el otoño pasado, o más bien a comienzos del invierno. Es un hombre adorable. Educado, atento.

—Entonces, os conocisteis bailando, ¿no?

—Sí. Él es... Baila muy bien.

—¿Te divierte bailar con él? —preguntó Thorson tratando de distender un poco el ambiente.

—Sí.

—¿Y qué más sabes de él?

—Es de Illinois y tiene cinco años más que yo. Cuando se libre del ejército va a comprar un concesionario de coches. En América todos van en coche. Le gusta ir al cine, pero yo no he querido ir con él después de que mi padre me prohibiera verlo. Tiene dos hermanos y vive con su madre; su padre murió.

—¿Estranguló a la joven del portal del Teatro Nacional? —preguntó Flóvent bruscamente.

Ingiborg dio un respingo. La pregunta la había cogido desprevenida.

—¡Dios mío, no! No le hizo nada, no sé quién era esa chica. Por el amor de Dios, no digas eso. ¿Fue estrangulada?

—¿Viste cómo lo hacía?

—¿Yo? No, yo... No, eso no es verdad.

—Y luego os la llevasteis y la tirasteis como si fuera basura detrás del Teatro Nacional.

—Virgen santa..., no digas eso... —comenzó a sollozar en voz baja.

—¿Por qué salisteis corriendo?

—Porque eso es lo que él me pidió que hiciéramos. Frank creía que era lo más sensato. Dijo que no era nuestro business. Y... era cierto. No teníamos nada que ver con ella. Nada. Es algo horrible. Espantoso. Por supuesto que no debimos huir, pero...

—¿Frank sabe que tu padre es un alto cargo del Consejo de Ministros, que es el máximo consejero del Gobierno en lo concerniente a la proclamación de la República que tendrá lugar este verano?

—No. —Ingiborg miró a Flóvent—. Lo único que sabe es que mi padre lo desprecia y no quiere tener nada que ver con él.

—¿Estás segura de que no conocías a aquella chica?

—Sí, lo estoy, no tengo ni idea de quién es. ¿Lo sabéis? ¿Sabéis quién es?

—¿Por qué pensó Frank que lo más sensato era salir huyendo de allí? —insistió Thorson sin responderle.

—Porque no nos incumbía —explicó Ingiborg—. Y es toda la verdad, simplemente nos la encontramos. No le hicimos nada. Nada de nada.

—¿Y cómo puedes asegurar que no os incumbía?

—Porque no sé quién era.

—¿Y tu amigo Frank?

—¿Qué pasa con él?

—¿La había visto antes?

—¿Frank? No.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque... porque lo sé. ¿Por qué lo dices? ¿Por qué crees que la conocía?

—Porque salió corriendo —afirmó Thorson—. Eso podría explicar por qué decidió huir. Porque la conocía.

Ingiborg lo miraba con estupor mientras asimilaba sus palabras.

—No, no la conocía de nada —insistió, pero su tono de voz ya no sonaba tan convincente como antes. Realmente, no sabía mucho de su amante, Frank Carroll, de Illinois.

—Muy bien, Ingiborg, creo que de momento ya es suficiente. Tal vez necesitemos hablar contigo de nuevo, probablemente mañana. Si no tienes inconveniente.

Ella asintió.

—Quizá deberías ir a buscar a sus padres —le indicó Thorson y, tras decirlo, vio aparecer una nueva expresión de espanto en el rostro de la muchacha.

Al día siguiente por la tarde, después de que Thorson revisara los registros de todos los soldados del ejército norteamericano en Islandia, realizara varias llamadas para asegurarse y examinara los registros de los otros ejércitos extranjeros, llamó a Fríkirkjuvegur para hablar con Flóvent.

—Miente.

—¿Por qué lo dices?

—Porque no damos con ese sergeant suyo. No hemos encontrado ningún sargento llamado Frank Carroll. Ese nombre no existe.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Entonces tampoco será de Illinois.

—Sí, seguramente eso es también mentira.

Pasaje de las sombras

Подняться наверх