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Cuando Konráð regresó a su casa por la tarde puso un disco de grandes éxitos islandeses de los años sesenta, abrió una botella de The Dead Arm, un vino tinto que era de su agrado, y se sentó junto a la mesa de la cocina. La estancia estaba orientada hacia el oeste y por la ventana se filtraba el arrebol de la tarde. Solía escuchar con frecuencia viejos éxitos, se los sabía de memoria, asaltaban su pensamiento inesperadamente y los asociaba con recuerdos que le complacía evocar a través de la música, como cada vez que escuchaba a Ingimar Eydal y su banda tocar el inicio de La primavera en Vaglaskógur y su memoria se remontaba al verano de 1966, cuando se escuchó por primera vez esa canción. El teléfono del salón interrumpió sus recuerdos y salió de la cocina para contestar. Acababan de dar las doce y pensó que solo podía tratarse de Marta, era capaz de llamar a cualquier hora del día por la cuestión más insignificante, a menudo únicamente para hablar. Se sentía sola desde la marcha de la mujer de las islas Vestmann.

—¿Estabas en la cama? —preguntó ella, en efecto, sin que se detectara en su voz la más mínima preocupación por si así hubiera sido.

—No.

—¿Qué haces?

—Nada. ¿Alguna noticia sobre el caso del anciano?

—Hemos terminado de registrar su apartamento. No hemos encontrado nada. Vivía solo y aún no hemos averiguado si tiene algún pariente vivo. No hay ni fotos de familia en las paredes ni ningún álbum. Solo guardaba la foto de un joven en un cajón, junto a la cama. Tenía algunos libros pero, aparte de eso, no atesoraba muchos objetos personales. Lo único relevante que hemos encontrado son unos recortes de periódico que debe de haber guardado durante bastante tiempo.

—¿Y eso?

—No dicen mucho y, de hecho, no recuerdo haber oído hablar del caso.

—¿Qué caso?

—El que citan los recortes. Son tres, probablemente del mismo periódico, pero están sin fechar. No hay manera de saber si el caso se resolvió o si pasó a manos del ejército norteamericano. La última noticia hace referencia a los progresos de la investigación y a que la policía no lograba avanzar gran cosa.

—¿De qué estás hablando? ¿El ejército norteamericano?

—Los artículos dan cuenta de la investigación de un homicidio —aclaró Marta—. Durante la Segunda Guerra Mundial. Una muchacha fue hallada estrangulada detrás del Teatro Nacional en 1944. ¿No es el año en que naciste?

—Sí.

—Es como si el caso se hubiera desvanecido —continuó Marta—. No he encontrado nada sobre él en nuestros archivos.

—¿El cadáver de una muchacha detrás del Teatro Nacional?

—Sí, ¿te suena?

Konráð dudó un momento.

—No, no sé —respondió.

—¿Qué pasa? ¿A qué viene tanto misterio?

—Nada. Tengo sueño —contestó distraído—. Es de mala educación llamar a la gente tan tarde. Será mejor que dejemos la conversación para otro momento.

Se despidió de su amiga, terminó la botella y se preparó para dormir. No podía conciliar el sueño. Los recuerdos de su padre y la muchacha del Teatro Nacional lo mantuvieron despierto hasta bien entrada la noche. Tuvo la duda de si contárselo o no a Marta; pero conocía el caso porque guardaba relación con su padre. A Konráð no le gustaba hablar de él. La joven falleció el año en que nació Konráð y existía un extraño nexo entre aquel asunto y su padre, que en aquella época flirteaba con temas esotéricos y estaba en contacto con videntes que no gozaban de muy buena fama. Un día, los padres de la joven acudieron a un médium y le preguntaron si podía organizar una sesión de espiritismo para contactar con su difunta hija. El padre de Konráð era el ayudante del vidente, y lo sucedido en aquella sesión causó gran revuelo en la prensa.

Konráð se acarició el brazo izquierdo y se preguntó si debía hacerle una visita a Marta o pasar todo aquello por alto. Sufría una atrofia muscular en el brazo, era un defecto de nacimiento que casi nunca le molestaba y del que los demás apenas se percataban a pesar de tener el brazo izquierdo más pequeño que el derecho y de que su mano izquierda era más débil. Se dio la vuelta en la cama y, desde el vacío que separa la vigilia del sopor, las notas de La primavera en Vaglaskógur poblaron su mente y se sumergió en el sueño. Se vio envuelto en bonitos recuerdos sobre la arena dorada de la playa de Nauthólsvík. Unos niños jugaban en la orilla. Sintió un beso perfumado de flores.

Pasaje de las sombras

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