Читать книгу Pasaje de las sombras - Arnaldur Indridason - Страница 12

8

Оглавление

Konráð salió bruscamente de sus cavilaciones al oír que alguien daba tres golpes en la puerta. Se levantó de la silla y se dirigió dubitativo hacia la entrada sin tener muy claro cómo reaccionar. Volvieron a llamar, esta vez con más decisión.

—¿Hola? —Escuchó—. ¿Hay alguien ahí dentro?

Comprendió que debía aclarar la situación y abrió la puerta. Ante él apareció una mujer de mediana edad, más bien alta, con el pelo oscuro y espeso.

—Te he visto entrar. ¿Eres algún familiar de Stefán?

—No —respondió Konráð—, soy de la policía.

—Ah, antes no te vi por aquí.

—No, ya estaba a punto de marcharme —comentó Konráð sin querer dar muchas explicaciones sobre sus entradas y salidas.

—Me llamo Þorbjörg —explicó la mujer—. Vivo justo encima de Stefán. Ya he hablado con vosotros, con una tal Marta.

—La conozco —contestó Konráð.

—¿Sabéis algo más sobre lo que ha pasado? —preguntó, probablemente intrigada por el sorprendente destino de su vecino. La causa de su muerte ya se había publicado en todos los medios del país.

—No —respondió Konráð.

—¿Quién puede ser capaz de agredir de esa manera a un pobre anciano? Ya no le quedaba mucho de vida. ¿Para qué?

—¿Manteníais una relación estrecha?

—No, la verdad es que iba bastante a lo suyo. Llevamos aquí ¿cuánto?... ocho años, pero apenas lo conocía.

—¿Te fijaste si recibía visitas últimamente?

—No, ya me lo preguntaron. No recibía muchas visitas. Pero tampoco es que estuviera muy al tanto.

—¿Quién vive en esta planta, en la puerta de enfrente?

—Birgitta. Es viuda. Quizá lo conociera mejor, lleva más tiempo en el edificio. —La mujer se inclinó hacia Konráð y bajó el tono de voz—: Deberías hablar con ella, me parece que se trataban bastante, sobre todo después de la muerte de su marido, hace unos tres años. No me extrañaría que hubieran sido algo más que amigos. Pero, vaya, no quisiera chismorrear, ya me entiendes. A mí qué más me da.

Poco después Konráð llamó al apartamento de Birgitta. Era baja, de pelo plateado y semblante tranquilo, con un rostro afable teñido de tristeza. No mostró mucho entusiasmo en atenderle; dijo haber hablado ya con la policía y que no se le ocurría mucho más que añadir.

—Perdona si te molesto —se disculpó Konráð intentando convencerla—. Solo serán unos minutos.

—Bueno —aceptó al fin por no parecer desagradable—. ¿Quieres pasar?

Tomaron asiento en el salón y Konráð le preguntó si hacía mucho que conocía a Stefán.

—Desde el mismo día en que llegó, hará unos veinticinco años —explicó—. Venía de Hveragerði, donde vivió mucho tiempo. Mi marido y él se conocían de hablar en el rellano. Charlaban de esto y aquello. Cuando Eyjólfur murió, Stefán fue muy amable, se ofreció a ayudarme con todo y se pasaba a tomar café cuando salía a la tienda de aquí al lado. Solo hacía la compra en la tienda del barrio.

—¿Tenía familia?

—No, no se casó nunca y prefería no hablar mucho del tema.

—¿Podía arreglárselas siendo tan mayor?

—Sí, era muy vital y conservaba una salud de hierro a pesar de haberse hecho tan mayor. Decía que él no pintaba nada en una residencia.

—¿Observaste si últimamente recibía visitas o se encontraba con alguien? Por lo que parece, llevaba una vida bastante solitaria.

—Sí, no frecuentaba a mucha gente, hablaba poco de sus parientes y amigos. No recuerdo que recibiera muchas visitas, pero puede ser que no me hubiera enterado.

—¿A qué se dedicaba? —preguntó Konráð—. Me refiero a antes de jubilarse.

—Era ingeniero, trabajaba en la construcción de puentes por todo el país. Claro que hacía mucho que estaba retirado. ¿Qué creéis que ocurrió?

—Es difícil aventurarlo.

—Dicen que lo asfixiaron, que le pusieron una almohada sobre la cara y él no tuvo fuerza suficiente para oponer resistencia.

—Algo así —contestó Konráð.

—Qué horror —susurró Birgitta como para sí misma.

—¿Y los vecinos? ¿Discutía con ellos?

—¿Con los vecinos? No. ¿Por qué lo preguntas?

—Simple ocurrencia.

—Yo creo que los de la policía ya habéis hablado con todo el mundo y a estas alturas deberíais saber que ningún vecino ha tenido nada que ver con todo esto. Aquí solo vive gente encantadora. Nunca podría ocurrir nada semejante.

La Policía Judicial había interrogado a los inquilinos del inmueble, de tres plantas y ocho apartamentos. Casi todos eran personas mayores que prefirieron no mudarse a una vivienda más pequeña después de que sus hijos se independizaran, ya que, en su mayor parte, los pisos no eran muy grandes. La policía también había hablado con los vecinos de los edificios adyacentes. Casi ninguno sabía de la existencia de Stefán.

—¿Alguna vez habló contigo, o con tu marido, sobre el Teatro Nacional? —preguntó Konráð.

—¿El Teatro Nacional? Creo que no iba nunca al teatro.

—Me refiero a algún suceso relacionado con el Teatro Nacional, no a una función determinada.

—¿Qué tipo de suceso?

—Por ejemplo, alguno de la época de la guerra.

—¿La guerra?

—La Segunda Guerra Mundial —especificó midiendo sus palabras.

No quería revelar demasiado, sobre todo porque tampoco contaba con mucha información.

—¿Qué suceso de la guerra? —preguntó Birgitta con curiosidad.

—¿Era creyente? —preguntó Konráð cambiando de tema.

—Nunca dijo nada al respecto. Yo creo que no.

—¿Y creía en lo sobrenatural?

—No, me parece que no. Tampoco hablaba de eso. ¿A qué te refieres?

—A si creía en la vida después de la muerte o si acudía a algún médium.

Birgitta miró a Konráð fijamente.

—¿Qué has encontrado en su casa? —preguntó.

—No mucho —contestó este sonriendo—. He visto que leía cuentos populares islandeses. ¿Sabes si le interesaba ese tema?

—No.

—¿Y las leyendas islandesas?

—Nunca me mencionó nada. Pero...

—¿Sí?

—Has dicho algo de la guerra y de si recibía invitados o iba él de visita. Hace poco me contó que había ido a un geriátrico de por aquí. Quería recordar algo de la guerra. Le pregunté de qué se trataba pero ignoró la cuestión, como si no quisiera hablar de eso. Yo no quise presionarlo, sabía que me lo contaría cuando tuviera razones para hacerlo.

—¿Así que no sabes por qué fue hasta allí?

—No.

—¿Manteníais buena relación?

—Sí, éramos buenos amigos.

—¿Conoces algún otro amigo suyo? ¿Alguien que pudiera hablar conmigo? —Konráð pensaba en la fotografía de la mesilla de noche.

—No, no conozco a nadie.

—Has dicho que se había mudado aquí desde Hveragerði, ¿era del sur?

—No, era de Canadá —aclaró Birgitta—. Era hijo de inmigrantes islandeses. Nació en Manitoba. Lo destinaron aquí durante la guerra.

—¿Y tenía nombre islandés? ¿Stefán Þórðarson?

—No, o sí, más tarde, sí. Los primeros años usaba su nombre canadiense y luego lo islandizó.

—¿Nombre canadiense? —repitió sorprendido.

—Sí. Al principio usaba su nombre originario —explicó Birgitta pacientemente—. Pero cuando se asentó aquí, en Islandia, lo cambió y pasó a ser Stefán Þórðarson.

—¿Cómo se llamaba cuando vivía en Canadá?

—Thorson. Stephan Thorson.

Pasaje de las sombras

Подняться наверх