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Nueve

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Cuando a la mañana siguiente Iris decidió no bajar a reunirse con los demás, Cassandra pensó que era lo mejor. La excusó ante su tío diciendo que las emociones de la noche anterior la habían agotado y que necesitaba descansar.

El anciano se limitó a asentir y a planear nuevos entretenimientos para sus invitados, ajeno al ambiente tenso que lo rodeaba y a que el príncipe no había hecho acto de presencia durante el desayuno ni tampoco a la hora del almuerzo. La joven se tranquilizó al ver que su tío no sospechaba nada extraño.

Joseph, que parecía estar de un inusitado buen humor, explicó que lo más probable era que Peter lo estuviera pasando bien en el pueblo y que tal vez tardara un par de días en regresar.

—No debéis preocuparos, buen hombre —dijo, palmeando el brazo de su anfitrión, que lo miró como si no lo reconociera—. Mi hermano hace estas cosas todo el tiempo, ¿verdad, sir Benedikt? El bueno de Peter es una caja de sorpresas. De hecho, a veces al regresar ni siquiera es capaz de recordar dónde estuvo ni con quién.

Benedikt, que trataba por todos los medios de justificar la ausencia de su señor y el hecho de que no hubiera enviado ningún aviso de cuánto tardaría en volver, se volvió hacia el bastardo y lo miró con gesto adusto. Se levantó y dejó la servilleta sobre la mesa.

—Lo que Su Alteza haga o deje de hacer no es algo que yo deba cuestionar, señor. Y ahora, si me disculpáis, tengo cosas que hacer.

Cassandra lo miró salir y se levantó para seguirle, ajena a la mirada interesada que Joseph le dirigía.

—Sir Benedikt —lo llamó.

Él se detuvo en el vestíbulo y la miró. No tenía buen aspecto, estaba pálida y parecía cansada. Sin embargo, sus ojos oscuros lucían vivos y expresivos, llenos de fuego.

—Espero que vuestra prima se encuentre bien, señora —le dijo con una reverencia formal que la sorprendió por su naturalidad.

Ella asintió y lanzó una mirada nerviosa hacia el comedor, de donde provenía la voz de su tío, tan alegre como siempre. Le señaló la puerta de entrada de la casa.

—Será mejor que hablemos en otro lugar, no quisiera que nadie se enterara de lo que ocurrió anoche —dijo Cassandra enrojeciendo.

Él asintió y la escoltó hasta el jardín, cerca de la rosaleda donde Iris había esperado a Charles la noche anterior.

—Antes que nada, me gustaría daros las gracias por lo que hicisteis. Yo… —comenzó ella evitando mirarle.

Benedikt no pudo evitar una sonrisa al ver el esfuerzo que le costaba pronunciar aquellas palabras. Casi parecía que la tensión de su cuerpo fuera a obligarla a saltar en cualquier momento. Tenía las manos convertidas en puños, juraría que incluso apretaba los dedos de los pies dentro de sus diminutas zapatillas de raso. Si la tocara, gritaría.

—No es necesario que me deis las gracias. Hice lo que cualquier caballero hubiera hecho en mi lugar.

Cassandra negó con la cabeza.

—No es cierto. En las mismas circunstancias, otros hombres no hubieran movido un solo dedo para ayudar a Iris. Quizá penséis que soy una ingenua, pero tengo veinticuatro años y a estas alturas de mi vida sé muy bien que algunos hombres no tienen nada de amable ni de caballeroso.

Él se encogió de hombros, quitándole importancia a su gesto.

—Me dais más crédito del que merezco, señora —dijo con una sonrisa burlona—. Sabéis bien que nunca me paro demasiado a pensar ni mis acciones ni mis palabras.

Cassandra abrió la boca para negar sus palabras, pero era obvio que él no deseaba aceptar con mansedumbre sus propios méritos, de modo que se rindió con una sonrisa y asintió con la cabeza.

—En todo caso, aceptad mi agradecimiento y el de mi prima de todo corazón, sir Benedikt.

Benedikt la miró marchar con una extraña sensación en el pecho. Lo más seguro era que se debiera al hecho de que ella le hubiera agradecido su acción de un modo tan sincero, cuando era obvio que no era santo de su devoción.

Dejó aquellos pensamientos a un lado para concentrarse en lo que más le preocupaba en ese momento.

¿Por qué Peter no había regresado todavía del pueblo? De hecho, ¿de quién había sido la idea de ir allí? Que él supiera, no conocía a nadie en aquel lugar ni había mostrado ningún interés en visitarlo hasta la noche del baile. ¿Por qué justo en aquel momento en que sabía que podía ofender a su anfitrión? Recordaba perfectamente el modo en que iba vestido el atacante de Iris Ravenstook y sabía que iba disfrazado como los hombres de la guardia de Rultinia. ¿Era casualidad que justo en el momento del ataque a la joven el príncipe hubiera decidido partir del baile?

Se despidió de Cassandra con un gesto tenso a pesar de que era probable que ella ya no le escuchara y ordenó que le ensillaran su caballo. Dejó recado a uno de los criados para que avisara en la casa de que no le esperaran para comer. Debía hablar con el príncipe Peter y era mejor que no hubiera testigos de lo que tenía que decirle, pues era algo que incumbía a su guardia personal y no quería alertar al posible culpable.

El conde Charles Aubrey esperó durante buena parte del día a ver a Iris para poder preguntarle sobre lo que había ocurrido la noche anterior, sin embargo, no apareció a comer ni a la hora del té. En ambas ocasiones su prima la excusó con la mirada baja y aires de gran nerviosismo, evitando las preguntas directas.

Tampoco vio a Benedikt, que había partido después del desayuno sin decir hacia dónde. Ni el hermano del príncipe Peter ni sus hombres dieron señales de vida excepto para pedir una bandeja con comida para su señor.

De pronto se encontró a solas en el salón con su anfitrión, que mostraba una enorme inquietud ante la aparente deserción de sus invitados. En honor a la verdad, el conde no supo tranquilizarle diciéndole los motivos de la ausencia de sus compañeros, ya que los desconocía.

—Tranquilícese, milord, estoy seguro de que muy pronto regresarán y podréis organizar nuevas diversiones para todos.

Si el anciano notó el leve tono evasivo en sus palabras no se dio por aludido, y siguió lamentando la pérdida de un día entero en su programa de actividades, preparado con tanto celo, y que podía irse al traste si no se llevaba a cabo con la puntualidad de un reloj.

Charles vio entonces pasar a Cassandra casi corriendo por el corredor que llevaba a la cocina, tratando de evitar que su tío la viera. Se disculpó con rapidez y la siguió. Debía saber algo sobre Iris o se volvería loco.

—Señora —la llamó, haciendo que ella se sobresaltara y diera un respingo—. Disculpad mi insistencia, por favor, pero no sería un caballero si no me interesara por la señorita Ravestook.

Ella emitió una sonrisa minúscula que lo incomodó en aquel estrecho pasillo, de paredes oscuras y apenas iluminado por lámparas de aceite. Cassandra, quizás para ganar tiempo, se llevó una mano al cabello, no del todo bien peinado, y lo miró por entre las pestañas oscuras, antes de ajustarse el chal, demasiado grueso para la época del año.

—Es evidente que sabéis lo que ocurrió anoche o no os mostraríais tan inquieto, señor —dijo ella dejándose de disimulos.

El conde se sonrojó sin poder evitarlo. No esperaba que ella aludiera al tema de un modo tan directo. Benedikt tenía razón cuando decía que no era una dama al uso.

—Me gustaría hablar con ella y ofrecerle mi ayuda… —comenzó en tono dubitativo. En realidad, no sabía lo que deseaba hacer. Todavía no creía del todo que uno de sus compañeros de armas hubiera sido capaz de hacer aquello. ¿Uno de sus amigos atacando a una mujer inocente en su propia casa? Era absurdo. Aunque estaba convencido de que Benedikt estaba en lo cierto y jamás bromearía sobre un tema así, sobre todo tratándose de sus hombres—. Vuestra prima…

Cassandra lo miró con sus rasgados ojos convertidos en serios lagos oscuros. Esa mirada seria e impenetrable casi hizo que se removiera sobre sus pies, impaciente. ¿Acaso no iba a decir nada?

—Dejadme hablar con ella primero. Si Iris me da permiso, os dejaré pasar, ¿de acuerdo?

Charles la hubiera besado de no ser algo totalmente impropio y si ella, en el fondo, no le diera algo de miedo.

La siguió escaleras arriba tras echar una mirada atrás, comprobando que nadie los veía. Después escuchó su conversación a través de la puerta, poco más que murmullos, en la que, por lo visto, Iris dio su consentimiento para verle, pues Cassandra apareció apenas dos minutos después y lo hizo pasar a un dormitorio decorado con terciopelos en tonos claros y dorados, dulce y femenino. Tras unos instantes de duda, la joven morena los dejó solos y cerró la puerta tras de sí, después de dirigir una mirada preocupada a su prima, que la calmó con una sonrisa tensa.

Vestida con un vestido azul y cubierta con un chal del mismo color, pero de un tono más oscuro, Iris lo esperaba sentada ante la ventana. Estaba más pálida de lo habitual, su bello rostro enmarcado por el cabello rubio, recogido apenas por una cinta de raso a juego con el vestido.

Charles sintió que el corazón se le encogía al ver las marcas de sufrimiento en su rostro. ¿Cómo podría alguien hacerle daño a una criatura tan delicada?

—Señorita Ravenstook… —comenzó con voz ahogada.

Ella dirigió hacia él sus ojos dolorosamente azules, brillantes por las lágrimas, lejanos.

—Conde, por favor, os agradecería que esta entrevista quedara en secreto. No quisiera que mi padre supiera nada de lo ocurrido ayer. Ha estado algo delicado de salud y sería capaz de cometer alguna locura —dijo ella con voz firme pese a todo, señalándole una silla junto a la suya.

Él se sentó, aunque dudaba que pudiera permanecer así por mucho tiempo. Sentía algo dentro de sí que le obligaba a mirarla con fijeza, como si estuviera a punto de desvanecerse ante sus ojos, y sin embargo la veía fuerte, firmes el pulso y la mirada que le dirigió, como desafiándole a que le preguntara al fin por lo ocurrido la noche anterior.

Charles no pudo evitarlo por más tiempo, necesitaba confirmar con sus propios oídos lo sucedido.

—¿Acudisteis a la cita en la rosaleda? —preguntó al fin.

Un relampagueo de furia se paseó por la mirada de Iris.

—La pregunta es por qué no acudisteis vos —replicó la joven con voz dura, irguiéndose en la silla de una manera dolorosa.

Él evitó su mirada paseando los ojos por la habitación, deteniéndolos un instante en los libros sobre la repisa de la chimenea, en uno especialmente estropeado, como si se hubiera mojado. ¿No era ese el que había estado leyendo Benedikt cuando habían salido de pesca?

—¿Qué os entretuvo?

Charles la miró al fin. Había algo extraño en su postura, tensa y forzada, que lo conmovía.

—Mi señor me reclamó. Quería que lo acompañara al pueblo. —No pudo evitar sonrojarse al pensar en la clase de entretenimientos a los que se había entregado Peter al llegar allí, entretenimientos en los que quizás seguía enredado, teniendo en cuenta que todavía no había regresado a la mansión.

—¿Os reclamó? ¿Y era más importante acudir a su llamada que avisarme de que no podíais acudir a nuestra cita? Si vos me hubierais avisado jamás habría ocurrido esto —casi chilló ella, levantándose y retirándose el chal para mostrarle un hombro magullado y lleno de marcas azuladas.

Cassandra, que rondaba por el pasillo, entró en la habitación y corrió hacia su prima, que miraba a Charles sacudida por los sollozos.

Él retrocedió un paso, horrorizado por lo que veía y a la vez confuso. ¿De verdad le culpaba Iris de lo que le había ocurrido? Se pasó una mano por el rostro mientras miles de pensamientos se cruzaban por su mente. Era cierto que, en su precipitación, había olvidado avisarla, pero ella no podía creer…

—Lo… lo siento —murmuró para sí, acercándose a Iris para cubrirla con el chal, ya que ella había caído en la silla y parecía incapaz de moverse. Ni siquiera Cassandra podía hacerla reaccionar—. Pero, señorita Ravenstook… Iris… debéis ayudarnos a identificar a ese hombre. Debéis recordar cómo iba vestido, su voz, cada detalle que os sea posible.

Cassandra se interpuso entre ambos, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—Os aseguro, conde, que mi prima no está en condiciones de ayudaros en este instante, pero yo os puedo decir que, por lo que ella me dijo ayer, iba vestido como los hombres de vuestra guardia, con la máscara en forma de sol y la túnica de dios romano. Y si dudáis de ello, podéis preguntárselo a vuestro amigo, él estaba allí.

Charles volvió a negar con la cabeza.

—Señora, no estoy dudando de ella, os lo aseguro. También Benedikt fue testigo, no podría dudar de dos personas a las que aprecio. Si fue alguien de la guardia, el príncipe hará justicia, os lo juro —aseguró.

Cassandra hizo una mueca amarga.

—Creedme, confío muy poco en la justicia de los hombres.

—Pues deberíais confiar, señora. Mi señor puede ser algo ligero de cascos, pero es un hombre justo.

Ella no respondió y se agachó para sostener a su prima, que miraba sin ver por la ventana, ajena a su charla.

—No soy quién para juzgar a alguien a quien no conozco, conde. Y ahora, si no os importa, os agradecería que nos dejarais a solas.

Charles apretó los labios. Miró a Iris y sintió que su corazón se encogía. El chal había resbalado dejando otra vez a la vista las marcas que su atacante le había provocado en la clara piel.

—Dejadme hablar con él antes de hacer nada, por favor. Os prometo que se hará justicia —dijo con voz seca y tirante, repitiendo el gesto marcial que hiciera Benedikt apenas unas horas antes, ese entrechocar de tacones que hubiera resultado ridículo en otros hombres.

Cassandra lo miró mientras Charles observaba a Iris y supo que él no podía estar mintiendo, pues nadie que mirara a su prima con tanto amor podría fallarle jamás.

Cuando Benedikt llegó al pueblo, Peter llevaba horas inconsciente. Lo que quedaba de su disfraz estaba hecho jirones bajo un banco y su máscara reposaba en una mesilla baja junto a una jarra de vino vacía. El príncipe mostraba su desnuda anatomía a la luz del mediodía y sus ronquidos de borracho resonaban en la habitación a pesar de que su compañera de cama, una dama unos cuantos años mayor y muchos kilos más pesada que él, le daba manotazos para que se callara y la dejara seguir durmiendo la mona.

Con un suspiro, Benedikt se sentó en la silla y se preguntó si debería dejarlo dormir o si estaría en condiciones de responder a sus preguntas si lo despertaba. Por experiencia sabía que le costaría un par de días recuperarse, pero se temía que la joven Iris no tenía tanto tiempo. Era un milagro que el rumor sobre su deshonra no hubiera llegado todavía a los oídos de nadie. Muy pronto la gente empezaría a sospechar de su «indisposición» y comenzaría a hacer preguntas, y su padre no era la persona más indicada para disimular y capear el temporal.

Por desgracia, la situación salpicaría también a su prima, que vería perjudicados sus intereses en el caso de que deseara un buen matrimonio. Por fortuna ella le había dicho que no tenía intenciones de casarse. Eso era una buena noticia, porque en cuanto se propagara el rumor de lo que había ocurrido en el baile, sus posibilidades de hacerlo serían las mismas que si tuviera alguna enfermedad vergonzosa.

Sin saber el motivo, la idea de que Cassandra no encontrara a nadie de su gusto con el que contraer matrimonio le produjo un extraño regocijo. Emitió una risa queda que quedó ahogada por un ronquido especialmente agudo por parte de su señor, lo cual le recordó la situación en la que se hallaba.

—En fin, no tenemos toda la vida, amigo —se dijo, tomando la palangana con agua sucia que había junto a la ventana.

Mientras lo oía maldecir en varios idiomas y jurarle que lo despediría, lo exiliaría, lo empalaría, lo desmembraría y varias cosas terribles más a las que ya estaba acostumbrado, su mirada recayó en la máscara en forma de sol sobre la mesilla. El atacante de Iris Ravenstook llevaba una máscara idéntica a esa, al igual que el resto de los miembros de la guardia. ¿Cuántos de los invitados llevaban máscaras similares?

Ni siquiera la salida de la camarera tras llevarse lo poco que encontró de valor entre las pertenencias de Peter le sacó de su ensimismamiento.

Para cuando el príncipe se hubo despejado, mojado como un gato bajo la tormenta, Benedikt tenía muy claro qué preguntarle. Preguntas cortas y sencillas, pues su señor no estaba en condiciones de responder con discursos elaborados.

—¿Cuántos miembros de la guardia os acompañaron anoche?

Peter miró a su alrededor, como si esperara que sus hombres todavía estuvieran en algún lugar de la habitación. Se levantó para ir a buscar algo para beber y se miró con sorpresa al descubrir que estaba completamente desnudo. Benedikt le tendió la ropa que le había llevado, sin esperar ningún tipo de agradecimiento, y le sirvió un vaso de agua cuando él fue incapaz de enfocar la jarra.

En cuanto lo tuvo sentado y vestido le repitió la pregunta.

—Estaban todos, aunque a Charles le perdí la pista a medianoche. Desde que está enamorado, se ha convertido en un tipo casi tan aburrido como tú —lo acusó.

Benedikt suspiró y miró a su señor con algo parecido a la lástima. En esas condiciones no se lo podía llevar a casa.

—¿Estáis seguro, Alteza?

—Podré ser un borracho, pero todavía sé contar —replicó Peter dejándose caer sobre la cama con un terrible ruido de muelles oxidados.

Para cuando Benedikt salió de la habitación, Peter de Rultinia roncaba otra vez y sabía que era inútil intentar despertarle.

Si el príncipe tenía razón y todos los hombres de la guardia estaban con él, y también Charles lo aseguraba así, tenía que averiguar cuántos invitados más iban vestidos como ellos.

Y ojalá para entonces no fuera ya demasiado tarde para la muchacha y para su familia.

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe

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