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Trece

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La hora de la comida fue tensa, aunque lord Leonard Ravenstook no pareció notar la ausencia de sus invitados predilectos a causa de la alegría por el regreso de su hija y de las grandes nuevas que le había dado.

A veces dejaba de comer y la miraba, entre la felicidad y las lágrimas, y tenía que obligarse a volver a atender las conversaciones de los demás. Atrás habían quedado las preocupaciones sobre enfermedades y epidemias, así como su intención de avisar al doctor Ambrose.

Tampoco le preocupó que el príncipe Peter siguiera sin hacer acto de presencia, ya que Cassandra justificó la ausencia de sir Benedikt diciéndole que había ido a buscarle. No sabía si era cierto, pero no le parecía descabellado.

Mientras la joven era testigo de la felicidad de su prima y su prometido, así como del aspecto relajado y rejuvenecido de su tío, ansiaba que esa tranquilidad perdurara durante mucho tiempo, porque, a pesar de que Iris parecía tranquila y feliz, la conocía lo suficiente como para saber que no estaba tan relajada como parecía. A veces sorprendía en sus ojos una mirada lejana o un temblor en sus manos que le decían a las claras que siempre tenía presente el riesgo que había corrido y que quizás todavía corría. Sentada junto al conde, se la veía serena y sonriente, y esperaba que esa serenidad se reflejara en su interior. Ojalá ella pudiera estar tan tranquila como ellos dos parecían estar, se dijo con un suspiro.

Desde que había discutido con sir Benedikt no había sido capaz de quitarse esa sensación de desasosiego que le atenazaba el corazón.

Ahora se preguntaba si no debería haberle dado la oportunidad a sir Benedikt de explicarle sus motivos para pedirle que se mantuviera alejada de Joseph. Al menos le debía eso. Él se había mostrado en todo momento dispuesto a ayudarlas, y si había considerado necesario aconsejarle aquello era porque debía tener algún motivo.

Se sintió sonrojar al caer en la cuenta de cuál podía ser. ¡Oh, Dios! ¿De verdad la creía él tan estúpida como para pensar que podía bromear sobre asuntos tan delicados como su origen o aquel oscuro asunto de su traición? Estaba de acuerdo en que era testaruda e impetuosa, y que pocos hombres soportarían con tanta paciencia que una mujer les llevara la contraria tan a menudo como él, pero ella no era del todo insensata. Era capaz de ser razonable, sobre todo en un asunto como aquel, en el que había que ser cauta y prudente como nunca. Joseph pertenecía a la realeza, al fin y al cabo, ella jamás osaría hablar a la ligera sobre ese tipo de asuntos con él.

Pero ¿por qué no quería él que hablara con Joseph? ¿Qué temía sir Benedikt? Había dado incluso la sensación de que Joseph era peligroso.

Por el momento sería mejor dejarlo pasar o se volvería loca. Trató de participar del entusiasmo de su familia y olvidar a sir Benedikt y a Joseph, pero solo lo logró a medias. Intentar adelantarse a los acontecimientos solo conseguiría ponerla más nerviosa, por lo que debía relajarse antes de preguntarle qué se proponía y cómo pensaba llevarlo a cabo sin poner en riesgo ni la reputación de su prima ni la armonía en casa de su tío.

Cassandra e Iris decidieron ir a pasear entre las ruinas de la vieja abadía, aprovechando que los hombres realizaban ejercicios de instrucción en algún campo cercano y que, para variar, no llovía. Ese verano hacía un inusitado mal tiempo e incluso las temperaturas eran más frescas de lo habitual.

Iris le había propuesto ir a caminar aprovechando el buen tiempo y su prima se había prestado a ello de buen grado, ya que apenas habían salido desde el día del baile, hacía ya una semana. Desde entonces, Iris había permanecido casi encerrada en su dormitorio, manteniendo contacto apenas con su prima y con Ursula, de modo que Cassandra no pudo ni quiso negarse a darle ese capricho. Además, a ella también le vendría bien salir a airearse y refrescar sus turbulentos pensamientos.

Lo cierto era que, desde aquella terrible noche, vivía en una continua tensión causada por los nervios por el ataque a Iris y por sus intentos de averiguar quién había sido, o más bien de los deseos de que sir Benedikt le informara de sus progresos, aunque él se negaba apenas a hablarle. Los esfuerzos por mantener una fachada afable hacia el caballero escocés y la obligación de mostrar alegría por el compromiso de su prima estaban acabando con su antaño perfecta armonía interior.

Por no hablar de los inquietantes pensamientos que surgían cada vez que veía o se cruzaba con sir Benedikt. En ocasiones quería gritarle que no la ignorara y que la perdonara por haber dudado de él, pero a la vez quería que le diera muestras de que debía hacerlo, y él no le facilitaba las cosas con su actitud. Quería achacarlo todo a su estado nervioso, pero en eso sí que no podía mentirse. Los tiempos en los que solo la irritaba habían quedado atrás.

A veces tenía la sensación de que él deseaba hablar con ella de lo sucedido, pero en esas ocasiones Cassandra lo evitaba por miedo a sus propias reacciones. Sentía que estaban enfrentándose en un absurdo duelo de voluntades en el que ninguno de los dos tenía las de ganar.

Se agachó para tratar de leer la borrada inscripción a los pies de la vieja tumba del abad, pero estaba tan gastada que era más sencillo seguirla con los dedos, tratando de descifrar los signos grabados en piedra con las yemas. Su cabeza se concentró en ello, apartando otros pensamientos, ajena a todo lo que había alrededor y a lo que allí había sucedido hacía no tanto tiempo. Con una sonrisa amarga, se dijo que recordar aquella tarde no era la mejor manera de calmar su agitada mente, pero que intentar controlar los pensamientos era algo más sencillo de desear que de hacer.

Hacía frío en la cripta, mucho más que en el exterior, donde por una vez lucía un día maravilloso.

Iris hablaba de los preparativos de su boda y ella la escuchaba a medias, pues ya había oído las mismas palabras centenares de veces.

—Creo que al final elegiré acianos para el ramo —decía en ese momento—. Charles dice que los acianos hacen juego con mis ojos.

Cassandra le estaba dando la espalda, pero sonrió, imaginándosela sonrojada y feliz ante ese comentario. Su prima y el conde se regalaban los oídos con comentarios de ese tipo a todas horas, haciendo que sir Benedikt entornara los ojos de puro hastío. En contra de su costumbre, se mordía la lengua y no decía nada. Cassandra se preguntaba cuánto le estaría costando hacerlo para no hacer daño a su amigo y a su joven prometida.

Frunció el ceño al darse cuenta de que su mente se había deslizado otra vez hacia él. Cerró los puños de frustración y salió a la luz. El frío comenzaba a ser insoportable allí adentro.

—Ya… ya sé que estás aburrida de oír hablar de ramos, de telas y de cortes de vestidos. Aunque no te veo, puedo imaginar tu cara de aburrimiento, prima —dijo Iris, sentándose en una piedra caída de la cúpula de la abadía.

Con un suspiro, miró a su alrededor y se recreó en el silencio del conocido y querido lugar donde había pasado gran parte de su infancia. Cuando los padres de Cassandra murieron y ella fue a vivir con ellos a Raven’s Abbey, ese había sido su lugar favorito para perderse y jugar, donde habían inventado juegos, donde habían retado a los fantasmas y donde habían jurado que solo se casarían por amor, al menos Iris, porque Cassandra siempre había dicho que sería una vieja bruja que asustaría a los hijos de Iris con anécdotas escandalosas de sus amantes piratas.

Sonrió y se estremeció al sentir un escalofrío helador recorriéndole la espalda.

Un susurro procedente del fondo de la cripta pareció llenar el silencio, haciendo que la risa se helara en su rostro.

—¿Cass?

Una risa burlona resonó entre las paredes, sin que se supiera demasiado bien de dónde procedía.

Iris se levantó y avanzó hacia el fondo de la cripta, donde se encontraba la tumba del viejo abad, pero no vio a nadie allí.

—Cassandra, no me parece nada gracioso —dijo con voz seria, girándose de pronto al escuchar un nuevo ruido procedente del otro extremo de la cripta esta vez.

Y entonces la vio.

Caminaba, elegante y hermosa como cualquier dama de la corte, pálida y sonriente, quizás algo anticuada en su manera de vestir y sus ademanes. Nada hacía sospechar que no estuviera allí, paseando y contemplando las viejas piedras como un viajero cualquiera. De pronto se giró hacia Iris y la señaló, con el eco de otra risa cristalina, y justo después se desvaneció entre una neblina heladora que inundó la cripta, haciendo que se estremeciera de frío y miedo.

Cassandra, que llevaba un rato en el exterior de la abadía, escuchaba la voz de Iris, que no se había dado cuenta de su ausencia. Le llegaba ahogada por la piedra y el eco, alegre y acusadora a un tiempo. Sintiéndose culpable por no acompañarla, se sentó en una piedra a la entrada para esperarla, pero al ver que no salía, decidió volver.

Su voz ya no se escuchaba, y el frío era glacial en la cripta.

—Iris —llamó.

Su prima no respondió, pero señaló hacia un oscuro rincón entre dos columnas semiderruidas.

—La he visto, Cassandra —murmuró Iris, aterrada.

Cassandra tomó a su prima de la mano, tratando de arrastrarla hacia la salida, pero esta no se movió. Estaba helada, y su chal estaba en el suelo, a sus pies. Lo recogió y se lo colocó sobre los hombros, tratando de que entrara en calor. En cuanto la tocó, Iris empezó a temblar como una hoja.

—Era ella, la Dama Blanca. Me ha señalado —prosiguió la joven, imitando el gesto del espectro. Gimió cuando Cassandra trató otra vez de sacarla de allí sin conseguirlo—. Algo terrible sucederá antes de la boda.

Cassandra no quiso decirle que toda esa historia de la Dama Blanca era una absurda superstición, dado su grado de excitación. Su mirada se volvió instintivamente hacia el lugar donde su prima había dicho ver a la espectral mujer, pero allí solo había oscuridad y polvo. Desechó su miedo sin poder evitar un escalofrío de premonición.

—Vamos, querida. Aquí hace un frío terrible. Si no salimos, lo que ocurrirá será que no habrá boda porque moriremos de un resfriado —dijo aparentando ligereza.

Iris se dejó llevar sin decir una sola palabra más, temblando y llorando. Cassandra repetía que lo que había visto era un juego de la luz, y que, de haber aparecido, la Dama Blanca sin duda se había confundido de prima.

Mientras ayudaba a Iris a subir al carruaje y la tapaba con su capa y todo lo que tenía a mano para ayudarla a entrar en calor, no pudo evitar una última mirada nerviosa a la abadía.

Teniendo en cuenta la alteración de los nervios de su prometida, Charles estuvo de acuerdo en adelantar la fiesta de compromiso y el matrimonio para que no pudiera ocurrir ninguna desgracia antes del dichoso acontecimiento.

Lord Ravenstook, que nunca había sido amigo de las largas esperas, no pudo estar más de acuerdo, e incluso dijo que, si por él fuera, las cosas ya estarían más que hechas. De modo que todo el mundo se mostró de acuerdo en que la fiesta se celebraría una semana más tarde y la boda apenas tres días después.

Iris, más calmada, aunque todavía pálida y débil, recibió las felicitaciones de todos los habitantes de la casa y ocultó lo mejor que pudo sus miedos, sobre todo cuando Charles anunció después de la cena que sir Benedikt sería su padrino de bodas. Todo el mundo achacó sus lágrimas a la emoción, salvo su prima, que se temió que Iris se derrumbara. Permaneció firme, mostrándose segura y sonriente por el bien de todos y solo flaqueó cuando el padrino besó su mano.

—Seréis la novia más hermosa del mundo.

—Gracias a vos, caballero —respondió ella con un nudo en la garganta—. Sin vos, nada de esto sería posible

Benedikt enarcó una ceja y sonrió.

—Si me hubieran dicho hace un mes que participaría en algo así, jamás lo hubiera creído.

Iris sabía que él hablaba de la boda y sonrió al fin. Él se las arreglaba muy bien para parecer fastidiado. Nadie que no le conociera bien sabría que estaba más que satisfecho al saber que todo se solucionaría incluso antes de lo esperado, aunque fuera gracias a una aparición espectral.

—Creedme, se os da bien —dijo Iris con una sonrisa dulce—. Cuando os toque ser el novio, lo haréis de un modo espectacular.

—Señora, por favor, espero que Dios no os escuche —replicó Benedikt con una sonrisa torcida.

Iris rio.

—Sir Benedikt, hacéis que suene horrible. Sois como Cassandra, consideráis el amor una condena cuando es algo maravilloso. Creo que, si no estuvierais todo el día peleándoos, haríais buena pareja —bromeó la joven.

Él echó una mirada jocosa a su alrededor, buscando a Cassandra, antes de acercarse a su prima y decirle al oído:

—Que ella no os escuche decir algo así o no os volverá a hablar.

Cassandra observaba a su prima y a sir Benedikt desde un discreto rincón. Le gustaba volver a verla reír, relajada y feliz. Se le escapó una sonrisa sin querer mientras se preguntaba de qué estarían hablando.

—Se os ve radiante esta noche, mi señora —dijo una voz a sus espaldas.

Cassandra se tensó ante la obvia mentira. Sabía que se la veía pálida y ojerosa, pero no pudo evitar mostrarse cortés ante el príncipe, que parecía ya recuperado de sus aventuras en el pueblo. No sabía si sir Benedikt había hablado ya con él del asunto de Iris o si pretendía hacerlo, porque no habían vuelto a tratar del tema, y no sabía si aludir a ello sería oportuno. Hizo un gesto gracioso con la cabeza a modo de saludo.

—Quizá vos me miráis con buenos ojos, Alteza —respondió con una sonrisa de compromiso.

Peter echó una mirada a su alrededor, hasta posarla en Iris.

—Vuestra prima parece feliz, y también Charles. Todo ese asunto de la Dama Blanca ha sido una buena jugada por su parte.

Cassandra sintió que la ira la invadía. Al parecer, creía que Iris había planeado todo aquello para conseguir que Charles se decidiera a adelantar la boda. ¿Ese hombre era al que sir Benedikt consideraba justo? Si de verdad pretendía que él intercediera por Iris, pensando que la creía capaz de inventar estratagemas con tal de atrapar a un marido, dudaba que pudieran contar con él para hacer justicia.

Sus ojos buscaron inconscientemente a sir Benedikt como si este tuviera la culpa de las palabras que acababa de escuchar pronunciar a su señor y maldijo en su interior. De hecho, le faltó muy poco para decir algo muy impropio de una dama, pero se tragó las palabras al ver que su tío iba hacia ellos.

—Es una lástima que el conde no os haya elegido como padrino, Alteza —comenzó el anciano.

Cassandra aprovechó para despedirse. No creía poder soportar una charla entre su obsequioso tío y el príncipe, sabiendo lo que él pensaba sobre Iris. Se dirigió hacia su prima, que todavía charlaba con sir Benedikt.

—Ahí viene mi prima, señor. Estoy segura de que le encantará escuchar lo que pensáis sobre ramos de novias.

Él se sonrojó al ver la mirada interrogativa de Cassandra, a la que todavía no se le había pasado el enfado por las palabras de Peter. Hacía días que no hablaban y era una pena que la primera conversación que fueran a tener versara de algo tan absurdo. Cuando la miró, su furia era tan evidente que se preguntó qué le habría dicho Peter para hacer que sus ojos lucieran con ese brillo y sus mejillas estuvieran sonrojadas. ¿Acaso nadie más notaba que apenas podía contenerse para no gritar?

—No sabía que un hombre tan contrario al matrimonio como vos pudiera tener formada una opinión sobre un tema semejante —dijo tomando la copa que le ofrecía su prima y probándola sin fijarse siquiera en el contenido. Sus ojos se abrieron de sorpresa y estuvo a punto de escupir al notar el sabor del coñac—. Con franqueza, Iris, sé que quieres que sir Benedikt y yo nos llevemos bien, pero no hace falta que me emborraches para ello. Ni borracha llegará a gustarme jamás.

A pesar de que debería sentirse molesto por el hecho de que se riera de él, Benedikt no pudo evitar una sonrisa burlona. Era la primera vez que intercambiaban algo más que saludos tirantes desde el día en que le había pedido que no hablara con Joseph y el solo hecho de tenerla a su lado le hizo sentir una inexplicable calidez en el pecho. Se preguntó si más tarde podría intercambiar un par de palabras con ella a solas sobre sus progresos en la investigación del asunto de Iris. O sobre su falta absoluta de progresos, más bien.

—Un hombre de mundo debe tener una opinión formada sobre todo, mi señora. Y, como le estaba diciendo a vuestra prima, creo que un ramo de azahar será la solución perfecta, ya que representa la pureza —respondió ahogando una sonrisa, y evitando toda alusión a sus hirientes palabras, pues sabía que no eran ciertas. Por mucho que ella fingiera lo contrario, sabía que había cierta afinidad entre ellos y algún día tendría que admitirlo.

Tanto Iris como Cassandra lo miraron con pasmo, asombradas de que un hombre como él perdiera el tiempo hablando de flores y su significado oculto. A Cassandra no se le pasó por alto que él no hubiera hecho lo mismo por cualquier jovencita a punto de casarse. La cuestión era si lo hacía solo porque Charles era su mejor amigo o por algo más. Y tampoco se le pasó por alto el hecho de que había preferido evitar una confrontación directa y se mostraba amable y educado cuando ella le había insultado.

Como si leyera sus pensamientos, Benedikt la miró y le preguntó su opinión.

—Como buena conocedora de las flores y amante de la jardinería, seguro que tenéis alguna sugerencia para el ramo de vuestra prima.

—Todo el mundo sabe que odio mostrarme de acuerdo con vos en algo, pero en esta ocasión debo daros la razón, sir Benedikt —respondió Cassandra sin poder evitar una sonrisa—. Creo que el azahar será perfecto.

—¿Perfecto para qué? —intervino Charles tomando la mano de su prometida, que lo recibió con una sonrisa arrobada. Era obvio que había olvidado la angustia de esa mañana, cuando creía haber visto a la Dama Blanca.

—Sir Benedikt está diseñándole el ramo a la novia —dijo Cassandra con sorna.

Charles rio.

—Es obvio que tenemos que buscarte una actividad peligrosa, amigo, empiezo a pensar que Peter tiene razón y te estás convirtiendo en una vieja matrona. Dentro de poco te encontraré bordando con las mujeres.

Cassandra apretó los labios ante el desafortunado comentario del conde, pero no quiso llamarle la atención delante de su prima ahora que esta parecía más tranquila. Se disculpó alegando cansancio y enfiló el pasillo rumbo a su dormitorio. La tensión del día la había agotado y estaba deseando poder retirarse para descansar.

—Disculpad las estupideces que dice. Es joven y feliz, no se da cuenta de que a veces no es oportuno.

Cassandra se detuvo y se volvió hacia sir Benedikt, que la había seguido y la contemplaba, apoyado contra la balaustrada de la escalera. Descendió en silencio los peldaños que la separaban de él y le pidió que la acompañara hasta la biblioteca, pues temía que todo lo que tenían que decirse llegara a oídos indeseados.

Hacía frío allí. La chimenea hacía rato que se había apagado, y Cassandra se estremeció sin poder evitarlo. Se envolvió en su chal y lo miró reavivar las llamas con destreza.

—Os parecerá absurdo, pero el frío y la lluvia son dos de los motivos por los que dejé Escocia.

Ella lo miró con incredulidad.

—¿Habláis en serio?

Él rio.

—¡Oh, sí! Debo ser el único escocés del mundo que odia el frío y la humedad. Todo un desprestigio para la raza norteña.

Cassandra sonrió sin poder evitarlo. En ocasiones así parecía imposible permanecer seria, y no solo porque él la miraba con aquella sonrisa que la desarmaba. Al darse cuenta de que lo estaba mirando fijamente y con algo cercano al arrobo, apartó la mirada y le preguntó si había avanzado algo en sus averiguaciones.

La sonrisa en su rostro se borró al instante.

—Lamento decir que no he podido averiguar nada. Al parecer es cierto que todos los hombres de la guardia partieron aquella noche con el príncipe, he podido confirmarlo. Los demás invitados vestidos igual eran los hombres de Joseph, pero todo el mundo afirma que se retiraron temprano. Estamos ante un callejón sin salida. Solo vuestra prima podría reconocer a ese hombre, y para ello tendría que hablar con él.

—¡Nunca! Para ello tendría que enfrentarse a su atacante, y no estoy dispuesta a ello.

Benedikt frunció el ceño y se acercó a ella hasta que los separaron apenas un par de metros.

—Os aseguro que yo jamás la pondría en riesgo a propósito.

Ella esbozó una sonrisa feroz.

—Vos mismo me dijisteis que no confiara en nadie. ¿Por qué iba a confiar en vos?

—Maldita sea, olvidaos de esas estúpidas palabras —murmuró él entre dientes.

Antes de que fuera consciente de lo que estaba haciendo, la había envuelto con sus brazos y saboreaba la furia de sus labios.

Cassandra, desconcertada, no supo qué estaba ocurriendo hasta que fue demasiado tarde. Muy pronto fue incapaz de contener sus propias reacciones. Sus brazos rodearon el cuerpo de sir Benedikt, atrayéndole hacia ella, sus manos se enredaron en la seda de su cabello, impidiéndole separarse, y su boca se abrió pidiéndole que la acariciara más profundamente.

Benedikt fue incapaz de negarse a sí mismo que aquello era lo que había estado deseando desde hacía mucho tiempo. Giró la cabeza para ahondar el beso y ella le recompensó con un gemido de placer al sentir su lengua contra la suya. Ese gemido le hizo darse cuenta de dónde estaba. Y con quién.

Se separó poco a poco y la observó desde la distancia de un suspiro, esperando, casi deseando que ella le golpeara, le gritara, cualquier cosa que le sirviera como excusa ante sí mismo para huir.

—¿Así es como pretendéis que confíe en vos? —preguntó ella al cabo de unos segundos eternos, clavando una mirada oscura y líquida en él.

Benedikt no pudo evitar sonreír.

—Podéis confiar en que jamás os haré daño a propósito.

Cassandra se apartó y él no tuvo otro remedio que dejarla ir, sintiéndose triste y vacío.

—Esa no es garantía de que no me haréis sufrir, caballero —la escuchó decir antes de dejarle solo.

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe

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