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Cuatro

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Joseph contemplaba el jardín desde la ventana del dormitorio que le habían asignado. Eran unas hermosas vistas, más de lo que esperaba o merecía teniendo en cuenta su dudoso rango y las escasas simpatías que despertaba entre los hombres de su hermano, o entre la gente en general.

Se preguntó durante unos instantes si era posible que Peter le hubiera pedido a lord Ravenstook que le diera esa habitación, para tenerle contento y que no diera problemas, aunque luego pensó que ese no era su estilo. De hecho, dudaba que Peter tuviese un estilo siquiera, aparte de portarse siempre como el buen chico que era, ajeno al interés de su país, a la fortuna y precario destino de su familia.

Lo vio charlar allí abajo con sus dos caballeros predilectos, aquel escocés insolente y el muchacho imberbe habían acabado de hundir en el barro sus esperanzas. De no ser por ellos, quizás todavía podría llegar a ser rey un día.

Por unos segundos se dejó llevar por la ensoñación de otro mundo posible, de un mundo donde Napoleón hubiera resultado vencedor de la guerra y donde él fuera el príncipe reinante de Rultinia. Si había algo seguro, era que esos dos no reirían con tanta ligereza.

El sonido de unos nudillos en la puerta le hizo apartar la vista de la ventana.

—Adelante —dijo, volviéndose hacia el jardín.

Su hermano y sus dos amigotes se habían marchado ya, tal vez rumbo al interior de la casa, donde estarían intercambiando saludos y abrazos con el anfitrión. Le había sorprendido el cálido recibimiento por parte de lord Ravenstook, ya que sabía que no era santo de su devoción. A pesar de todo, el anciano parecía amable e incluso simpático, se dijo con una sonrisa triste.

—Parecéis cansado, señor. ¿Os aflige algo?

Joseph se volvió hacia Conrad, su criado de confianza, que había entrado con una bandeja con comida, pues había aducido un ligero dolor de cabeza para no bajar a cenar.

—El mundo es lo que me aflige, Conrad, la vida, ¿te parece poco tener que venir a este lugar infecto para contentar a viejos y niñas aburridas en lugar de regresar a casa? Hay tanto que hacer. Tanto. Me deprime pensar que la vida se escurre entre mis manos mientras mi hermano pierde el tiempo.

Conrad dejó la bandeja sobre una mesa baja junto a la cama y dedicó unos minutos a ordenar las pertenencias de su amo, que al entrar había dejado la pelliza y el sable tirados en el suelo. Ahora descansaba junto a la ventana en camisa y chaleco. Observó que estaba más taciturno que de costumbre, con el cabello rubio revuelto y los ojos azules turbios y tormentosos.

—Quizás deberíais intentar dominar vuestra tristeza.

Joseph se volvió hacia él, furioso.

—¿Y qué debo hacer, seguir fingiendo? ¿No lo hago ya bastante, sonriendo cuando debo, diciendo «gracias, querido hermano», «perdóname, querido hermano»? Si me pincharan cada vez que digo esas cosas con sonrisa de idiota, mientras todos me observan a la espera del mínimo traspié, te juro que no lograrían arrancarme una sola gota de sangre.

—Recordad que su confianza en vos todavía no es plena después de… —Conrad calló al ver el brillo en la mirada de Joseph, rayano en la locura.

—Dilo, adelante, después de mi traición. Si no fuera por esos dos amigos suyos, ya me habría perdonado del todo, pero ellos le llenan la cabeza de tonterías. Claro que no digo que no tengan razón —añadió emitiendo una sonrisa más parecida a una mueca—. No soy de fiar, ¿verdad, Conrad?

Conrad tragó saliva, sin saber qué responder. Por suerte, su señor muy pronto dejó de prestarle atención para volver a mirar por la ventana, olvidándose de su presencia al instante. Tras recoger todas sus pertenencias, lo dejó a solas rumiando su melancolía y su rencor.

Benedikt consiguió al fin que Charles le jurase que no le pediría matrimonio a Iris Ravenstook… No al menos esa primera noche.

—Reconoce que apenas conoces a la muchacha. La viste durante unos pocos días antes de partir a la guerra y los ánimos no estaban para romances, precisamente —le dijo, serio por una vez—. Aprovecha este tiempo que pasaremos en casa de su padre para conocerla, para hablar con ella. Si dentro de un par de semanas piensas que es tan maravillosa como te lo parece ahora mismo, yo mismo cortaré las flores para su ramo de novia.

Charles emitió una risa sincera y admitió que su amigo estaba en lo cierto. No debía precipitarse.

—Aunque te aseguro que dentro de dos semanas pensaré igual, y dentro de un mes, y dentro de un siglo —aseguró palmeándole la espalda al pelirrojo—. Así que ve preparando tu sable para cortar esas flores, amigo.

—Antes tendrás que demostrarme que eres tan hombre como para mantener firmes tus promesas. Y ahora, anda y termina de vestirte. El príncipe ya debe de estar esperándonos abajo, para variar. Se nota que eres un enamorado, ya hablas por los codos y te entretienes como los pisaverdes en ponerte guapo para tu dama.

El príncipe Peter esperaba en el salón, en efecto, a que sus hombres aparecieran, junto a lord Ravenstook, su hija Iris y Cassandra, que enarcó una ceja, despectiva, al escuchar la alegre risa de Benedikt por el pasillo.

—Es una pena que vuestro hermano no pueda asistir a la cena, Peter —comentó el anfitrión mientras esperaban a que todos los caballeros se reunieran para sentarse a la mesa.

El príncipe asintió.

—De vez en cuando lo afligen terribles dolores de cabeza. Según él, es un mal familiar que también aquejaba a su madre, y le deja postrado a veces durante días. En general se recupera tras descansar y dormir unas horas. No tenéis de qué preocuparos, no es nada grave. Sus criados de confianza cuidan de él, Joseph no desea que nadie más se haga cargo de sus cosas.

El anciano decidió dejar pasar el espinoso tema y se volvió hacia Charles y Benedikt, que habían llegado ya al salón y se dirigían hacia ellos.

Los recién llegados saludaron a los presentes con una reverencia y agradecieron la hospitalidad de su anfitrión con amables palabras.

—Siempre es un placer para mí recibir tan agradable compañía, caballeros, como ya le dije a vuestro señor. Alguien que ha luchado como vosotros por defender nuestra patria y otras del yugo de esa rata infecta de Napoleón no merece otra cosa que honores, y yo haré todo lo que esté en mi mano para ofrecéroslos.

—Sois muy amable, lord Ravenstook —respondió el conde Charles con cierto embarazo, sin poder evitar que su mirada se desviara hacia Iris, que disimulaba su interés por la conversación comentando el menú con su prima.

—En absoluto, conde —siguió lord Ravenstook, ajeno al mudo duelo de miradas entre ambos jóvenes—. Os merecéis eso y mucho más. Es por eso por lo que he pensado en ofreceros un baile de disfraces, ya que supongo que unos jóvenes como vosotros habréis echado de menos las diversiones mundanas entre batalla y batalla.

Iris emitió un gritito de alegría que dejó en evidencia que estaba más que pendiente de lo que se estaba tratando entre ambos. El conde Charles sonrió y la joven, al notar la calidez de su sonrisa y de su mirada, se sonrojó y bajó la vista.

Benedikt puso los ojos en blanco, no había cosa que odiara más que los bailes de disfraces. Su mirada se paseó por los demás integrantes del grupo, notando que Cassandra Ravenstook parecía como mínimo tan feliz por la idea como él.

—Yo aceptaré encantado si estas hermosas jóvenes me reservan un baile cada una —dijo el príncipe con una galante reverencia.

—Será un placer para mí, Alteza —respondió Iris que, sin embargo, no lo miraba a él al responder.

—¿Y vos, Cassandra, me concederéis el honor de bailar conmigo? —preguntó Peter con una sonrisa bailándole en los labios.

La joven morena lo saludó con una reverencia graciosa.

—Quizá dejéis de pensar que es un honor cuando ya no sintáis los pies a causa de mis pisotones —respondió, con un tono tan serio que Peter pareció desconcertado durante unos segundos, antes de romper a reír a carcajadas.

—Cualquiera diría que moveríais los pies con tanta agilidad como la lengua —comentó Benedikt con un guiño de sus ojos verdísimos.

—Lástima que nadie moviera el sable con tanta ligereza como vos movéis la vuestra —replicó Cassandra con una sonrisa que fingía dulzura, aunque sus ojos traslucían una fiereza tal que incluso lord Ravenstook pudo ver las chispas de animosidad en ellos.

Benedikt frunció los labios de disgusto y se llevó una mano al costado en un gesto inconsciente mientras trataba de morderse la lengua para no responder a semejantes palabras.

—Haya paz antes de la cena —dijo lord Leonard Ravenstook alzando las manos, pidiendo una tregua—, no querréis que Ursula se enfade y decida servirnos el pudin frío. Todo el mundo sabe que el pudin frío no sirve para otra cosa que para tapar las grietas entre los ladrillos.

El príncipe Peter rio y abrió camino hacia el comedor del brazo de lord Ravenstook. Charles aprovechó la ocasión para escoltar a Iris, de modo que Cassandra no tuvo otro remedio que aceptar el brazo de Benedikt, donde colocó apenas la punta de los dedos, como si temiera mancharse con su solo contacto. En cuanto llegaron junto a la mesa lo soltó y se colocó lo más lejos posible de él, aunque no fuera su lugar habitual junto a su tío y su prima.

Por el bien de la paz del hogar y la suya propia, procuraría hablar lo menos posible con ese caballero, no dejarse provocar, y si para ello era necesario aceptar compañeros de mesa desconocidos, lo haría. ¿Quién había dicho que fuera malo hacer nuevas amistades?

—¿Crees de verdad que el hermano del príncipe está enfermo? Se dice que evita todas las ocasiones en las que se reúnen los caballeros de Su Alteza por si estos hacen alguna alusión a su traición.

Cassandra dejó de cepillar su larga melena y se volvió hacia su prima, que ya se había preparado para acostarse y se estaba recogiendo el cabello en una trenza alrededor de la cabeza.

—Suena horrible esa palabra en tu boca, con lo bien que habías empezado eludiendo la palabra bastardo…

—¿Sabes una cosa? —preguntó Iris—. Yo creo que es un caballero amable y correcto. Esa historia de la traición puede ser un rumor malintencionado de personas que no le quieren bien.

Su prima se volvió hacia ella con una ceja enarcada.

—Esas personas que no le quieren bien tendrían que tener mucha imaginación para inventar algo tan grave como lo que se supone que hizo Joseph, Iris. Dicen que vendió a su hermano a cambio de la corona.

—Pero si el príncipe le ha perdonado quizás es porque no es cierto.

Cassandra suspiró y volvió a pasarse el cepillo por el cabello, mirando a Iris a través del espejo del tocador. A veces le sorprendía que Iris fuera tan inocente y se empeñara en ver siempre el lado bueno de todo el mundo.

—No voy a juzgar a nadie sin conocer todos los detalles de lo que ocurrió, y menos todavía teniendo en cuenta que no se trata de nuestro país, pero te concedo que se trata de un caballero guapo y atento —añadió con un leve gesto de la cabeza, y sonrió al ver cómo Iris se sonrojaba.

Iris le lanzó a su prima un cojín que esta esquivó con un ágil movimiento del ligero cuerpo.

—¿Cómo puedes ser tan malvada? Si sigues portándote como una cínica jamás encontrarás marido.

Cassandra se llevó una mano al pecho, fingiéndose escandalizada ante las palabras de Iris.

—¡Un marido! ¿Quién quiere uno? No me casaré mientras Dios no cree al hombre perfecto, que ni existe ni existirá jamás, por lo que ya puedes ir decretando mi soltería de por vida —añadió poniendo los ojos en blanco—. Y hablando de hombres perfectos, he visto cómo el conde Charles te hacía ojitos durante toda la noche.

Iris se dejó caer sobre la cama abrazada a una almohada. Sus ojos soñadores delataban que su prima no andaba desencaminada en sus sospechas de los últimos meses, Iris sentía algo por el joven caballero del príncipe Peter.

—Es tan apuesto y amable, Cass. Y se ha mostrado muy interesado por mis gustos y aficiones durante la cena.

Cassandra sonrió para sí. Lord Charles al parecer no deseaba disimular sus intereses, lo cual era bueno si sus intenciones hacia Iris lo eran también.

—Y supongo que tú te has interesado también hacia las suyas… Y, dime, Iris, ¿cuáles son los gustos de un joven de Rultinia hoy día? Sorpréndeme y dime que un buen libro y una buena charla junto a la chimenea y quizá decida quitártelo y quedármelo para mí.

Iris se volvió hacia ella y le sacó la lengua.

—Mucho desprecias a sir Benedikt, pero sois igualitos, con vuestros amargos comentarios contra el matrimonio y el amor. No creas que no os he visto a los dos poner cara de funeral cuando padre ha anunciado lo del baile. ¡Sois tan gruñones que hasta haríais buena pareja!

Cassandra lanzó un grito de indignación, se levantó y se acercó a ella. Después se tiró sobre su prima y comenzó un duro ataque de cosquillas que la dejó exhausta y con la respiración irregular.

—No te atrevas a repetir algo así o tendré que retarte a duelo, chiquilla.

Iris no respondió, pero pensó que la idea no era tan descabellada después de todo. Dos personas que discutían tanto entre ellos se cansarían algún día, se dijo, y se darían cuenta de que tenían más en común de lo que pensaban. O tal vez se quedaran mudos del cansancio. Conociendo a ambos, no sabía cuál de las dos opciones era más probable.

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe

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