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Diez

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Para cuando Benedikt regresó a la mansión, ya era casi de noche y llovía. Dejó la capa y la pelliza empapadas en el suelo de mármol del vestíbulo, ante la mirada horrorizada del mayordomo, y subió las escaleras en grandes zancadas rumbo a la habitación de la señorita Ravenstook.

Apenas había golpeado la puerta un par de veces cuando una furibunda Cassandra abrió y lo miró con el ceño fruncido, con un dedo ante los labios, indicándole que permaneciera en silencio.

Solo cuando él hizo una reverencia a modo de saludo y la salpicó con su empapado cabello, de un bronce oscuro a causa de la lluvia, se dio ella cuenta de lo impropio de su aspecto. Iba en mangas de camisa, con el chaleco desabrochado y el corbatín desanudado, y además el cabello le goteaba por el rostro y los hombros, haciendo que la tela se transparentara y pegara a la piel de un modo indecente. Lucía también una sonrisa burlona e incongruente, dadas las circunstancias. Cassandra se sonrojó sin saber si era a causa de lo inadecuado de encontrarse con un hombre vestido de un modo inapropiado y a solas a la puerta del dormitorio de su prima, o si era de furia por su poca seriedad.

—¿Cómo os atrevéis a presentaros así y a estas horas, cuando cualquiera podría veros? —murmuró en un susurro furioso, mirando a ambos lados del pasillo antes de hacerlo entrar, no sin advertirle que hablara en voz baja, pues Iris acababa de dormirse—. Vuestro amigo el conde la alteró sobremanera. No dudo que sea un buen hombre y haga lo correcto, pero…

Benedikt se pasó una mano por el cabello empapado y se lo apartó de la cara, dejándoselo de punta, de un modo que la hizo sonreír a su pesar. A la luz de la chimenea pudo ver que la camisa húmeda se pegaba a los músculos de sus brazos y que temblaba un poco.

—He estado hablando con el príncipe. Me temo que lo que yo sospechaba no es posible.

Ella tardó unos instantes en comprender lo que decía, pero sus palabras hicieron que la momentánea compasión que había sentido por él se desvaneciera como por ensalmo.

—Ya veo —comenzó—. Fuisteis al pueblo a hablar con vuestro príncipe y él os convenció de que ninguno de sus perfectos caballeros pudo hacer algo tan terrible —dijo con tono burlón—. ¿Cuánto oro os ofreció? ¿O quizá fue algún título y tierras para compensaros por vuestro pecado?

Benedikt se quitó el corbatín y la miró en silencio sin poder creer sus palabras. Apretó los labios y enrolló la prenda de seda alrededor de su mano, temiendo que se le escapara alguna palabra terrible de la que pudiera arrepentirse después.

Miró hacia la cama donde Iris reposaba tranquila al fin y después volvió la mirada, calmada y fría pese a todo, hacia Cassandra, que había callado, aunque parecía tener muchos insultos más en la punta de la lengua.

—Os aseguro que, si descubro que fue alguno de mis hombres, lo pagará, por mucho que Peter interceda por él.

Ella entrecerró los ojos, no convencida todavía, lo cual era comprensible. Él le señaló una silla junto a la chimenea, aunque Cassandra se negó a sentarse.

—Os ruego que me perdonéis si yo me siento, por favor. He tenido un día agotador —comenzó él con una risa cascada. Sin esperar una respuesta por su parte, siguió—: Anoche durante el baile, decidí salir a tomar un poco de aire fresco mientras… —Decidió no contarle que trataba de convencerse a sí mismo de que no se moría de ganas de pedirle un baile. Carraspeó y continuó—: Bueno, eso no viene al caso, el asunto es que escuché unas voces en la rosaleda y decidí acercarme.

—¿Qué os decidió a hacerlo? —preguntó ella con auténtica curiosidad. Al final se había sentado frente a él, observando cómo el fuego secaba poco a poco sus cabellos, formando cortos rizos cobrizos sobre su frente y enrojeciendo sus mejillas con su calor.

—Si os soy sincero, sabía que Charles había citado allí a vuestra prima y quería saber qué tal le iba.

Ella rio, grave y melodiosamente, haciendo que algo se removiera en el pecho de Benedikt. Estaba hermosa a la luz del fuego, que iluminaba sus ojos oscuros y los hacía cálidos a la vez que los llenaba de matices. La vio apoyar la barbilla en una mano, en apariencia relajada, aunque sabía que no lo estaba, y que por dentro vibraba de rabia e indignación.

—Sois un hombre demasiado protector para tratarse de alguien que odia al mundo en general.

Él sonrió de lado, apartando su mirada de ella y dirigiéndola hacia las llamas, evitando a propósito sus inquisitivos ojos. Sabía de sobra que tenía fama de hombre insensible y misógino, y él mismo se había ocupado bien de fomentarla en ocasiones, pero quienes le conocían bien sabían que era inmerecida.

—Cuando llegué a la rosaleda vi a un hombre y a vuestra prima forcejeando —respondió él, ignorando la pulla de la joven.

—Vuestro amigo no debió citarla allí a solas y de noche, comprometiéndola —dijo Cassandra apretando los labios.

—Hay decenas de citas galantes en cada baile y no tiene por qué ocurrir nada malo. Estoy seguro de que incluso vos os habéis escapado con algún galán alguna vez.

Cassandra se levantó de un salto de la butaca y lo enfrentó con la mirada.

—Lo que yo haya hecho no tiene nada que ver, caballero, estamos hablando de mi prima y del hombre que la atacó.

Benedikt ahogó una sonrisa al ver su indignación. La idea de escaparse con ella de un baile y dedicar varios minutos a cosas más gratas que bailar era de lo más tentadora, y entendía a cualquier hombre que lo intentara.

—No pude verlo bien. Cuando intenté seguirlo, vi que vuestra prima desfallecía y no pude abandonarla —respondió, tratando de centrarse en el asunto que los ocupaba—. En todo caso, estoy seguro de que no pertenecía a la guardia, lo hubiera reconocido. Peter asegura que todos los hombres estaban con él cuando partió. No puedo dudar de mi señor.

Cassandra suspiró, desolada y cansada, como si hubiera perdido de golpe todas las fuerzas que la habían mantenido en pie hasta ese momento.

—Dios mío, os ha convencido, entonces. Estamos perdidas.

—No, Cassandra. Ni siquiera he hablado con él sobre el asunto de Iris —replicó Benedikt, volviendo a mirarla y levantándose a su vez. Ella había apartado la vista y él tuvo que tomarle la barbilla para obligarla a mirarle—. Por mucho que él me hubiera prometido oro y tierras a cambio del honor de vuestra prima, ¿de verdad creéis que me hubiera vendido? ¿Tan vil creéis que soy?

Ella lo miró, sus ojos verdes parecían más tristes que furiosos, y ella se sorprendió por eso. Era como si de verdad le importara lo que ella pensaba de él.

—He escuchado muchas cosas terribles de vos, sir Benedikt McAllister, pero jamás que os vendáis por dinero, títulos, ni tierras. Supongo que eso es una garantía de que no mentís —respondió Cassandra, sorprendiéndose a sí misma con su respuesta.

Él esbozó una sonrisa, haciendo que unas pequeñas arruguitas se dibujaran alrededor de sus ojos. De pronto Cassandra pensó que pocas veces había estado tan cerca de otro hombre que no fuera su tío o su padre desde que falleciera hacía años. Y su mano seguía allí, bajo su mandíbula, con su pulgar acariciando con suavidad su mejilla, distraído, como si no se diera cuenta de lo que hacía.

—Vaya, eso ha sido casi un cumplido —murmuró él con voz ronca, acercándose un poco más si cabe, de modo que ella pudo ver las llamas danzantes dibujadas en sus hermosos ojos verdes.

Los ojos de Cassandra se clavaron en sus labios todavía sonrientes, preguntándose cómo se sentiría si la besara en ese momento.

Un ruido procedente de la cama donde dormía Iris hizo que se diera cuenta de que los pensamientos que se le estaban pasando por la mente sobre besos y caricias a la luz del fuego eran muy impropios, y más aún si se trataba de besos y caricias con Benedikt McAllister.

Como si le leyera los pensamientos, él dejó caer su mano y se apartó, aunque ella pudo ver que por su cabeza había pasado la misma idea, lo cual hizo que rebuscara en su interior para encontrar los motivos de aquella charla tan inadecuada.

—¿Creéis que es necesario que el príncipe sepa todo el asunto? Yo preferiría que lo supiera el menor número de personas posibles —dijo tras unos segundos, carraspeando para aclararse la voz, ronca de pronto. Se sentó de nuevo y dedicó especial atención a colocar de modo adecuado cada pliegue de su falda. Cualquier cosa con tal de evitar su mirada, pendiente de cada movimiento suyo.

—No me gustaría que lo supiera nadie que no deba saberlo, pero tendré que sondear a mis hombres para averiguar si alguno de ellos es el culpable.

Cassandra estuvo a punto de dejar escapar la risa.

—¿Y qué os hace pensar que no os mentirán?

Benedikt, que se había vuelto hacia el fuego y trataba de anudarse el corbatín, arrugado y arruinado por la lluvia, se volvió hacia ella, tenso de pronto, y emitió una risa amarga.

—Por mucho que os sorprenda, me gusta pensar que mis hombres me aprecian, señorita Ravenstook.

Cassandra abrió la boca para responder, pero no podía mentirle y negó con la cabeza.

—Yo solo quería decir que, si uno de ellos atacó a mi prima, no creo que lo admita. No quería sugerir que vuestros hombres no os aprecien ni que os detesten, o algo similar —dijo, dándose cuenta de que hablaba cada vez más deprisa y que él sonreía al verla en un apuro.

Benedikt se sentó de nuevo, dejando el corbatín por imposible. Apoyó los codos en las rodillas y la miró fijamente.

—Os contaré un secreto. Cuando llegué a Rultinia hace muchos años, apenas tenía experiencia como soldado y ahora soy el jefe de la guardia personal del príncipe Peter. Y quizá penséis que es porque soy su bufón, pero os aseguro que cuando me levanto por la mañana no estoy del mejor de los humores —añadió con un guiño antes de levantarse. Se dirigió a la puerta y le dedicó una reverencia formal—. Nos veremos en la cena, señora. Por favor, perdonad mi incorrección al presentarme ante vos de esta forma.

Cassandra no fue capaz de responder. Ese hombre era el mayor enigma que se había topado en su vida y ni siquiera sabía si le agradaba o no.

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