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Once

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La cena transcurrió en una calma tensa y en ausencia de la gran mayoría de los invitados, ya que en esta ocasión no solo se ausentaron Iris y el príncipe, sino que también lo hicieron Joseph y sus hombres, además del conde Charles, de modo que sentados a la mesa solo se hallaron lord Ravenstook, su sobrina y un agotado sir Benedikt. El anfitrión comenzaba a preocuparse seriamente por la salud de sus invitados, puesto que todos le ponían como excusa el hecho de sufrir una leve indisposición. ¿Era posible que se cerniera una epidemia sobre su casa? Decidió que al día siguiente avisaría al doctor Ambrose sin falta para que los revisara a todos.

—¿Me aseguráis entonces que el príncipe no está enfermo de gravedad?

Sir Benedikt evitó la mirada furiosa de Cassandra y miró al anciano, sin poder evitar una punzada de remordimiento por tenerle engañado tanto tiempo. Ojalá no tuvieran que mentir mucho más a lord Ravenstook, porque era evidente que el pobre hombre lo estaba pasando mal con la preocupación por sus invitados.

—Os aseguro que la indisposición de Su Alteza es de las que se curan con algo de sueño, y mucho líquido claro, milord —aseguró, enrojeciendo levemente.

El anciano asintió y le señaló con la cuchara.

—Sin duda debe de tratarse de uno de esos terribles resfriados. El año pasado cogí uno en octubre y fui incapaz de quitármelo de encima hasta mayo. Si no hubiera sido por los cuidados de mis chiquillas, estoy seguro de que hubiera perecido en el intento —añadió con una sonrisa cariñosa hacia su sobrina—. Debéis aseguraros de que Su Alteza se aleja de las corrientes y duerme bien abrigado.

El recuerdo del cuerpo desnudo de Peter y la camarera golpeó a traición a Benedikt, arrancándole una sonrisa socarrona a su pesar. Como si le leyera la mente, Cassandra le golpeó por debajo de la mesa, logrando que se diera cuenta de que no era ni el momento ni el lugar para ese tipo de ensoñaciones.

—Os aseguro que en adelante dedicaré mi vida a procurar que Peter duerma cada noche en su camita, tapadito hasta las orejas —dijo con una reverencia en dirección a su anfitrión.

Si el anciano notó la ironía en su tono, no lo dejó entrever, sino que alzó su copa para brindar por ello. Cassandra, en cambio, entrecerró los ojos y lo miró con algo más que enfado. Era obvio que adivinaba a qué tipo de diversiones se estaba entregando el príncipe en el pueblo, y que el hecho de que él le protegiera no le granjeaba sus simpatías, precisamente.

En un ejercicio de autocontrol sin igual, la vio morderse la lengua para no delatar al invitado de su tío. No entendía el motivo concreto, pero se lo agradecía.

—Estáis muy callados los dos esta noche, y eso es muy raro —comentó el anciano caballero, mirándolos alternativamente—. ¿Habéis firmado una tregua o acaso ahora sois amigos?

Cassandra jugueteó con el pie de su copa mientras miraba a Benedikt de reojo. Él había dejado de comer y la miraba, a su vez, como esperando que dijera algo horrible sobre él, ahora que tenía munición de sobra que usar en su contra. También sabía que debía estarle muy agradecida por lo que estaba haciendo por su prima, lo cual debía suponer todo un dilema.

—Veréis, tío, sir Benedikt es un caballero muy sorprendente —comenzó con una sonrisa burlona—. Exasperante, pedante y un tanto aburrido.

Lord Ravenstook rio, hasta el punto de que estuvo a punto de atragantarse. Benedikt le pasó su propia copa mientras miraba a la joven con una sonrisa interesada.

—¿Aburrido? Todo lo demás me lo habían comentado, pero jamás me habían dicho que fuera una ostra.

Ella apoyó la barbilla en la palma abierta y puso los ojos en blanco.

—Pues lamento decíroslo, pero sois muy aburrido. Siempre contáis los mismos chistes y giráis la mano así. —Hizo un giro ridículo y amanerado con la otra mano a modo de demostración—. Para recalcar cuándo hay que reírse. Es probable que no os hayáis dado cuenta, pero lo hacéis.

Benedikt frunció el ceño pensativo, imitando su gesto.

—No es cierto, es el conde Charles el que lo hace.

—Señor mío, los dos lo hacéis.

—Está de moda en París.

—También está de moda la guillotina y no la imitamos. Por favor, sed original.

Él hizo caso omiso de las risas de su anfitrión y giró la cabeza para apoyarla en su palma, al igual que ella. La miró desde el otro lado de la mesa, observando sus ojos oscuros, risueños por el duelo.

—Habéis dicho que soy sorprendente, señora, ¿en qué sentido? Decidme que eso implica algo bueno, por favor. Y quizás después yo le diga a vuestro tío lo que pienso de vos.

—Es imposible sacar malas conclusiones de mi persona, caballero. Todo en mí es virtud, sin una tacha que pueda acercársele —respondió ella poniendo una expresión beatífica que arrancó más risas de su tío.

La sonrisa de Benedikt indicó que tal vez él no pensara lo mismo, pero lo dejó estar por el momento.

—Vamos, vuestro tío está impaciente por escucharos decir algo bueno sobre mí.

—Y también vos, estoy segura —dijo ella con una sonrisa dulce que lo desarmó, por inesperada. Ese absurdo diálogo lleno de insensateces le estaba acelerando la sangre—. En fin, me pregunto cómo me he podido meter en estas lides cuando tengo tanto que hacer antes de acostarme… —Y esa alusión a una cama no hizo nada por mejorar la situación. Por suerte, lord Ravenstook no se dio cuenta de que en sus palabras y miradas había poco de inocente ya a esas alturas—. Vos veréis si queréis considerar esto una virtud, sir Benedikt, pues muchos hombres no lo harían.

—Muchas vueltas das, sobrina. Es como si te costara reconocerle una virtud al caballero —intervino lord Ravenstook, rompiendo el duelo de miradas entre los dos.

Cassandra apartó con esfuerzo sus ojos de los de Benedikt y miró a su tío con una sonrisa.

—No, tío, no me cuesta admitir una verdad cuando es cierta. Y debo decir que pocas veces en la vida he encontrado a un hombre a quien pueda llamar caballero y lo sea en realidad, y ese hombre es sir Benedikt. Y ahora, si me disculpáis, debo retirarme, señores. Buenas noches, tío —dijo, agachándose para darle un beso en la arrugada mejilla al anciano—. Sir Benedikt —se despidió con una reverencia formal, incapaz de mirarle a la cara.

Cuando salió del comedor, lord Ravenstook se volvió hacia su invitado y le dio un golpe en el brazo que atrajo su atención, todavía puesta en la puerta por donde ella había salido.

—Os recomiendo andar con tiento, señor. Mi sobrina no es de las que entregan su confianza con ligereza.

Benedikt, emocionado a su pesar por la declaración en público de Cassandra, asintió con la cabeza y se disculpó a su vez aduciendo cansancio, algo que era cierto. Mientras se dirigía a su dormitorio, sabía a ciencia cierta que esa noche le costaría conciliar el sueño, y que toda la culpa no la tenía el asunto de Iris Ravenstook.

Cuando abrió la puerta, el fogonazo de una sombra vista por el rabillo del ojo hizo que se llevara una mano a la empuñadura del sable.

—Soy yo —dijo una voz conocida.

—Charles —respondió, dejando caer la mano al instante—. ¿A qué viene esta oscuridad, amigo? Enciende una lámpara y sentémonos. Creo que moriré de agotamiento si no descanso pronto —gruñó acariciándose la herida del costado, todavía sensible al tacto.

Mientras el conde encendía una luz y avivaba las brasas de la chimenea, Benedikt se desabrochó la vaina del sable, que dejó sobre la mesa, cerca de la cama, donde la tendría siempre a mano, se deshizo de la casaca y el corbatín, y se sentó junto al fuego, frente a su amigo, que permaneció de pie, inquieto.

—Por favor, dime que has podido averiguar algo —dijo Charles con voz seca y cansada—. No me gusta hablar aquí, pero creo que es bastante seguro hacerlo a esta hora.

Benedikt asintió, cerrando los ojos y dejando que el calor desentumeciera sus agotados músculos. En los años de guerra había deseado pasar días así, tranquilos, apacibles, rodeados de belleza, y jamás había imaginado que en lugares como aquel también ocurrieran cosas horribles. Después de años de sangre y matanzas solo ansiaba descansar, y toparse con la sospecha de que uno de sus hombres podía ser el culpable de algo tan desagradable, y que podría haber sido peor de no haberlo detenido él, hacía que deseara empezar a correr y no detenerse hasta llegar a casa. Lo malo era que ya no sabía dónde estaba su hogar.

—Lo siento, pero si tú y Peter decís que no faltaba nadie de la guardia, no tengo ni idea de quién pudo atacar a la muchacha. Además, de haber sido uno de los nuestros, yo creo que le habría reconocido, y no lo hice —dijo, sin necesidad de añadir más.

Charles asintió con la cabeza. Estaba de pie ante la chimenea. El fuego sacaba reflejos dorados a sus cabellos castaños y endurecía sus facciones. Benedikt se preguntaba si su inocencia sobreviviría a ese lance como lo había hecho a la guerra.

—Y si así y todo fuera uno de ellos, uno de los nuestros, Ben… —dijo Charles, dejándose caer a su vez ante el sillón gemelo al que él ocupaba—. Dios, ¿qué vamos a hacer?

Benedikt emitió una risa amarga. Había poco que pudieran hacer de verdad si querían salvaguardar el honor de Iris Ravenstook. Podían callar, no decir nada y seguir como si tal cosa, y dejar que el atacante se saliera con la suya. Eso no sería justo para la joven, pero era la manera más segura de que jamás trascendiera lo que había ocurrido. Pero no era lo que él estaba dispuesto a hacer.

—Hablaré con los hombres mañana. Deja eso en mis manos. En todo caso, hay que averiguar quién más iba vestido igual que nosotros en ese dichoso baile. Tú estabas allí, deberías recordar algo más aparte de los ojos de tu enamorada.

Charles emitió una risa amarga.

—Lo siento, pero lo poco que recuerdo de esa noche poco tiene que ver con disfraces masculinos, amigo. Creo recordar que los hombres de Joseph también iban vestidos como nosotros, pero ellos se retiraron temprano, apenas estuvieron una hora en el baile.

Benedikt suspiró.

—Entonces dudo que fuera ninguno de ellos.

—Quizás deberías preguntarle a Cassandra Ravenstook, ella encargó los disfraces y sabrá quiénes llevaban máscaras en forma de sol idénticas a las nuestras.

Benedikt apartó la mirada del fuego y la fijó en su amigo, maldiciéndose por no haber pensado él mismo en ello. Con una sonrisa perezosa se dijo que todo volvía a ella. Sería difícil mantenerse alejado de la tentación en esas circunstancias.

Fingió un suspiro de fastidio y se frotó los ojos cansados.

—De acuerdo, hablaré con esa mujer también. Por cierto, me ha dicho un pajarito que has hablado con Iris Ravenstook hoy. Supongo que sabes que de tu actitud actual depende tu posible relación futura con ella, siempre y cuando todavía desees tener un futuro con Iris…

Benedikt lo miró a través de la penumbra de la habitación. Lo vio alzar los hombros y la cabeza, abrir la boca para protestar. Sintió un ramalazo de furia ante lo que pensó que él iba a hacer. Aprestó el puño sin darse cuenta, y solo cuando sintió dolor en la palma se dio cuenta de que lo estaba apretando con todas sus fuerzas.

—¿Qué tipo de hombre crees que soy?

—No lo sé —respondió con sequedad—. Muchos hombres hacen cosas repugnantes en casos así. ¿Qué vas a hacer tú?

Charles se levantó y lo enfrentó, todo él la imagen de la furia reconcentrada.

—Estás hablando de la mujer que amo. Si dudas de que haré lo correcto es que no me conoces.

Benedikt reprimió una sonrisa y enarcó una ceja.

—Ya, muy bonito. Pero no es a mí a quien debes decirle todo esto, conde. ¿Lo sabe ya tu dama?

Tuvo que detenerle recordándole la hora que era para que no se colara en el cuarto de Iris. Al fin y al cabo, si era cierto que su amor había sobrevivido a algo así, podría esperar un día más… o cien.

Cassandra llegó al dormitorio y entró con cuidado de no despertar a su prima, que todavía dormía. Se desvistió en silencio a la tenue luz que emanaba de la chimenea mientras le daba vueltas a la estúpida conversación que había mantenido con sir Benedikt.

Se preguntaba qué demonio la poseía cuando él estaba presente, que siempre la obligaba a hablar más de lo que debía y le sonsacaba cosas que jamás debería decir. ¿Qué debía de pensar él de ella en esos momentos? A esas alturas tal vez pensaba que lo admiraba de una manera que estaba muy lejos de sentir, a juzgar por su última mirada.

Nada más lejos de la verdad. Al fin y al cabo, si no hubiera ocurrido el horrible asunto de su prima y él no la hubiera rescatado, ellos jamás se habrían acercado tanto. El hecho de que sir Benedikt estuviera en la rosaleda y hubiera sido el que la rescatara era una simple casualidad. Estaba convencida de que cualquier hombre honrado hubiera hecho lo mismo en la misma situación.

Mientras se sentaba ante la chimenea, cepillo en mano, repasó en su mente todos los encuentros que habían tenido desde la noche anterior.

¿Había dado ella a entender algo que no debía?

Lo que era más grave, ¿habían cambiado los hechos su relación con sir Benedikt?

Era cierto que ahora ya no sentía deseos de estrangularle cada vez que lo veía y que su sonrisa burlona ya no la irritaba tanto como antaño, pero eso no quería decir que él le agradara, en absoluto, se dijo con cierta molestia.

Lo que sentía por él era un gran agradecimiento por lo que estaba haciendo por su prima. Sentiría algo similar por cualquier hombre que hubiera hecho lo mismo. En ese sentido, lo que había dicho en la cena era completamente cierto, él era un caballero para ella como ningún otro, ya que la ayudaba a pesar de que no la soportaba.

Se negaba a pensar en el momento en que había estado a punto de besarla y en que, por un instante, un ridículo y diminuto segundo, casi lo había deseado.

Apretó los labios en un gesto de disgusto y comenzó a cepillar sus cabellos con energía. Por fortuna, en cuanto se solucionara el asunto de Iris, las aguas volverían a su cauce y ya no tendrían que intercambiar más que alguna que otra palabra de compromiso, lo cual sería un alivio para los dos. Estaba convencida de que ambos lo agradecerían, se dijo, mirando con fijeza los dibujos que hacían las llamas en la oscuridad.

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe

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