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Los Mechoso en La Teja

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Nuestro amigo Alberto «Pocho» Mechoso está inserto en esa realidad social. En el corazón de la Teja, en Humboldt y José Mármol, vive junto a sus padres, sus cuatro hermanos y una hermana.

La familia es oriunda de Flores. El padre tenía una peluquería en los suburbios de Trinidad. Buscando una vida mejor, se vinieron a la capital. Un año y medio vivieron en un conventillo en Palermo, Ansina e Isla de Flores, en medio de la colectividad negra. La atracción por los tambores marcó a los hermanos para siempre. En 1944 se mudaron a La Teja. Muchas cuadras no tienen agua potable. En las esquinas existe una gran canilla municipal, un punto obligado de encuentro vecinal. Es la misma pobreza que en Flores, pero acá no hay resignación.

Los varones no terminan primaria. Hay que ayudar a parar la olla... Solo la hermana, Nila, sigue estudiando y se recibe de maestra. La iniciativa fue de la madre, que opinaba que los hombres igual se iban a defender en la vida.

El Pocho es sociable y lidera la barra de amigos. En su casa se funda «El Vencedor», mítico cuadro de fútbol del barrio. Son de hacha y tiza los encuentros con El Tobogán y La Cumparsita, equipos vecinos.

Hay un acuerdo no escrito. No pueden jugar ni milicos ni carneros. Es que las huelgas son duras y a veces hay que zamarrear a los rompehuelgas y quedan rencores.

El boliche preferido de los amigos es el café Garcilaso, Carlos M. Ramírez y Heredia, a media cuadra de la Plaza Lafone (hoy Raúl ­Sendic), atendido por el «gallego» Riera, obrero del frigorífico ­Artigas, que cuenta historias de expropiaciones en la Barcelona de 1936. Llegó al Uruguay fugado de Argentina donde estaba requerido.

La mayoría de los clientes ha participado directamente en la toma de supermercados, cuando los conflictos se prolongan y el hambre llega a los hogares. Otros, bromeando, dicen que hay que apurarse a vaciar los bancos antes de que los banqueros terminen de hacerlo.

Esos jóvenes se sienten libertarios y van al Ateneo del Cerro a escuchar al payador Carlos Molina y a un joven cantor, el «bocacha» Durán, después conocido como Alfredo Zitarrosa.

Se construye una sala de teatro de primer nivel. José Jorge «Tito» Martínez, estudiante de Arquitectura, junto a un grupo de compañeros de la Facultad, pone a punto el sonido y la iluminación. El diseño lo hacen en conjunto con Julio Mattos, un profesional, que posteriormente fundará El Tinglado.

Con la dirección de Julio, trabaja con mucho entusiasmo el primer grupo barrial. Es la barra de la «Cachimba del piojo» de la Teja, con Pocho a la cabeza. El debut es con Florencio Sánchez. El Ateneo está colmado. Nadie se quiere perder el ver en su papel de «actores», nada menos que a los chiquilines del barrio. Luego del éxito de la experiencia, se forma otro grupo en el barrio donde participa José Alaniz, alias «Pepe Veneno», futuro director de la murga La soberana.

Se instala además un gimnasio bien montado, donde la gurisada del barrio, entre ellos Alberto, aprende boxeo.

Estafar un banco... ¡Qué placer!

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