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El Pocho revive I

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Nila, la hermana mayor y un poco madre, recuerda a su preferido, el más travieso de sus hermanos.

—Fue Pocholo hasta que una vecina trajo un charabón y le puso el mismo nombre. No podía llamarse igual que un ñandú y decidimos acortarle el apodo.

—Era un niño silencioso y sus travesuras eran muy elaboradas. Le decíamos Juan el Zorro.

—Era un «comprador», siempre dispuesto para ayudar en la casa y muy divertido.

—A los 6 años, la maestra lo agarró de una oreja y lo llevó a la dirección. Se soltó, tomó un tintero y se lo tiró en la ropa.

—Mandaron buscar a los padres y fui yo. Después de los rezongos de rigor, la directora me dice: «¡Que personalidad tiene su hermanito!», con cierta admiración en su voz.

—No soportaba las injusticias ni el abuso de los más fuertes. Viviendo ya en La Teja, jovencito, le tocaba hacer la cola en el expendio de la leche, con su carné de pobre.

—Un milico grandote ayudaba a su suegro, que era el encargado. Prepoteaba a los niños y sobre todo a los viejos. Una vez empujó a uno por ser lento, según su opinión. El Pocho le paró el carro y se desafiaron para después que terminara el reparto. Se llenó de gente. Pelearon un rato y el Pocho lo tumbó y el grandote no se levantó, ante el aplauso de los vecinos. La gente era antimilicos, consecuencia de la represión contra los obreros, sobre todo de la carne.

—Yo lo visitaba seguido. Como era maestra, me hacía respetar con los guardias y a veces le pasaba cosas, que estaban prohibidas entrar. Nunca se quejaba de nada y contaba las cosas que le pasaban con humor, muchas veces negro.

—La lectura fue una compensación.

—Libros de historia universal y sobre todo americana y nacional. Le gustaban los relatos de luchas populares. De los políticos me acuerdo de Malatesta y Estado y Nación. Mucha novela también. Traven, el autor del Barco de los Muertos y Rebelión de los colgados, era uno de sus preferidos. Lo mismo que El hombre rebelde, de Camus, que tenía subrayado.

—Me olvidaba del ajedrez. Profundizó el estudio del juego. Analizaba las jugadas del maestro Capablanca, buscando salidas diferentes.

—Más tarde, trasladado a la Cárcel de Punta Carretas hizo tablas con el campeón nacional, que jugó 15 partidas simultáneas con los presos.

—Estoy convencida que Pocho, lejos de debilitarse con la prisión, salió más fuerte, con más conocimientos y más impulsos para luchar contra este mundo de injusticias y privilegios para unos pocos.

—Al poco tiempo de salir, lo operaron de una úlcera duodenal. Estuvo muy mal, muy dolorido.

Sin duda un «daño colateral» del régimen carcelario y, sobre todo, de las comidas de los Institutos Penales, que en 8 años pueden arruinar el aparato digestivo más resistente.

Estafar un banco... ¡Qué placer!

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