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II. EL PERFILADO CRIMINAL

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Durante las tres últimas décadas se han identificado varias corrientes dentro del estudio del perfilado criminal y cada una de ellas ha dado una definición a la técnica usando diferente terminología, especialmente anglosajona (criminal profiling, offender profiling, investigative psychology, psycologychal profiling, evidence-based profiling, entre otras), y teniendo en cuenta ejes centrales diferentes, ya sea el análisis de la escena del crimen, el análisis del comportamiento del criminal o, por último, la predicción de las características del delincuente (SOTOCA, GONZÁLEZ y HALTY, 2019)4. No obstante, de todas estas definiciones subyace la idea de que en cualquier hecho delictivo están presentes una serie de comportamientos y que el estudio y análisis de estas conductas permite realizar inferencias en cuanto a cuál sería el tipo de delincuente que, con mayor probabilidad, haya cometido el crimen (JACKSON y BEKERIAN, 1997)5. Esta característica de la técnica se ha revelado especialmente útil en casos en los que o no se han conseguido encontrar evidencias objetivas de la autoría del hecho o bien, tras haberlas recogido y analizado, han resultado inconclusas (PALERMO y KOCSIS, 2005; KONVALINA-SIMAS, 2016)6. Además, el perfilado criminal ha mostrado su utilidad en investigaciones de delitos con componente violento o en los que haya tenido lugar una fuerte interacción entre la víctima y el autor, principalmente en homicidios y agresiones sexuales. También en aquellas investigaciones en las que existe duda en relación con la causa misma del hecho, como es el caso de las desapariciones de alto riesgo o las denominadas muertes de etiología equívoca.

En la actualidad, muchos académicos y profesionales del ámbito de la investigación criminal consideran al perfilado criminal, además de una forma de análisis del comportamiento, una técnica cuyo objetivo principal es auxiliar al investigador en diferentes tareas, a saber, (1) predecir las características más probables de los criminales objeto de investigación, (2) priorizar o reducir listas de personas susceptibles de haber cometido el crimen, (3) establecer características comunes entre varios hechos diferenciados o linckage analysis, (4) generar estrategias de intervención adaptadas al sospechoso durante la investigación del hecho y (5) asesorar al investigador en el momento de la toma de manifestación o el interrogatorio del sospechoso.

De esta manera, las ciencias del comportamiento se ponen al servicio de la investigación criminal. El mundo académico y el aplicado se han visto obligados al acercamiento y al entendimiento. La investigación científica da un paso más allá para adaptar los objetivos de sus estudios a las necesidades reales de los investigadores y éstos, a su vez, conscientes de la necesidad cada vez mayor del apoyo empírico, han comprobado los beneficios del método científico y son conscientes, ahora, de lo que puede aportar a la investigación criminal. En este sentido, la elaboración de perfiles criminológicos debe ser metodológicamente rigurosa, ha de estar basada en la observación del dato objetivo y tener en cuenta los contextos y las limitaciones propias tanto de la investigación criminal como de las ciencias del comportamiento. De hecho, una de las aspiraciones subyacentes de dicho asesoramiento es tratar de mejorar el método de investigación aportando una visión empírica al proceso, que se apoye en la generación apropiada de hipótesis basadas en la evidencia, desarrollando así estrategias de apoyo a la toma de decisiones que estén fundamentadas en principios criminológicos y psicológicos. A día de hoy, podemos decir que los recientes avances dentro de la disciplina han culminado en productos y servicios que tratan de ser capaces de resistir el escrutinio científico o metodológico al nivel que marcan los estándares alcanzados por la ciencia (RAINBOW y GREGORY, 2011)7.

Todo ello ha facilitado la profesionalización de la técnica, encomendándose la labor del perfilado a expertos asociados y/o dependientes de las fuerzas de seguridad de la mayoría de los países avanzados, quienes apoyan en las tareas de asesoramiento conductual a los equipos de investigación. La profesionalización del perfilado criminal ha supuesto el establecimiento de unos estándares mínimos en cuanto a la formación de los expertos dedicados a la tarea del perfilado, así como una serie de competencias personales necesarias y un itinerario de formación específica para ocupar puestos como analistas de comportamiento en las fuerzas de seguridad. Todo ello representa una garantía para la propia técnica, que se ve así fortalecida no sólo por la validación de sus procedimientos y metodologías, sino por la competencia profesional y personal de quienes desarrollan sus funciones en estas unidades.

Pero ¿qué aportan las técnicas de perfilado criminal que no se obtenga ya a través de los métodos tradicionales de la investigación criminal u operativa? Conviene no confundir ambas disciplinas pues el objeto principal de cada una de ellas es diferente en sí mismo. No hay que olvidar que el objetivo de un investigador policial es la identificación del delincuente, su aseguramiento y su puesta a disposición de los agentes jurídicos, que son los que iniciarán y seguirán, o no, el proceso que conduzca a recabar la verdad de lo sucedido y a condenar, o no, al sospechoso. Para ello, el investigador policial ha de comprobar todas las líneas de investigación al objeto de determinar, mediante la evidencia física, la continuidad de cada una de ellas. Otra característica propia de la investigación criminal es que el móvil o motivación del hecho no es imprescindible para la imputación del delito a un sujeto concreto aunque es importante, arroja luz sobre el crimen y ayuda a entenderlo y a contextualizarlo de manera apropiada. En cambio, la motivación es indispensable para el analista de comportamiento, ya que es una de las bases fundamentales para establecer las hipótesis más apropiadas sobre lo sucedido, ayuda a explicar e interpretar la escena y es determinante para inferir posibles características del autor del hecho. Para ello, el análisis de la evidencia física no es más que un procedimiento para poder interpretar los comportamientos desplegados en la escena e identificar la cronología de los mismos. No olvidemos que el objetivo último del perfilador no es la identificación del delincuente sino servir de apoyo y asesoramiento al investigador en el proceso de toma de decisiones. Si bien comentábamos que es obligación del investigador comprobar todas las líneas de investigación, el perfilador, a través del análisis del hecho, será capaz de priorizar dichas líneas dependiendo de las hipótesis que se han establecido como posibles y, dentro de ellas, las más probables. Si hay algo que une, o ha de unir, a ambos procedimientos es que uno y otro se basan en premisas establecidas por el método científico y que ambas labores son convenientes de ser llevadas a cabo en equipo. La valoración de las evidencias físicas y de los hechos objeto de análisis, los procesos de inferencia y construcción de las hipótesis, el contraste de éstas últimas con la información obtenida del caso y la priorización de sospechosos son procesos especialmente sensibles a los sesgos que pudieran presentar los perfiladores o investigadores. La participación de varios “jueces” que sometan las inferencias de los unos y los otros al escrutinio del resto previene del peligro de los sesgos y la heurística individual de los profesionales y garantiza que el proceso se realice de la manera más objetiva posible (SOTOCA, GONZÁLEZ y HALTY, 2019)8.

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