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Seducción

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De modo alguno constituye un interés por lo exótico, por lo bizarro. No es la atracción por la espectacularidad, la visibilidad extrema y descarnada, la seducción por lo que acaba siendo o pareciendo monstruoso. Es, más bien, una suerte de inclinación, no tanto a lo desconocido –como si se tratara de un misterio recóndito, insondable– sino a los desconocidos, esos cuya presencia y existencia hace pensar y sentir la vida de otra manera. Esos que revelan así otras pequeñas verdades que no las propias, que parecen estar afuera –pero no a salvo– de toda mediación interpretativa. Importa todo aquello que deshace cualquier imperativo de normalidad, de habitualidad, de convencionalismo, de pura adaptación, de sometimiento, de adherencia a reglas que no existen aunque son, están. Un llamado de atención que proviene de las excepcionalidades, no de las normas; la experiencia singular, incluso padeciente, pero no complaciente; la esfera irregular de lo que escapa a la tiranía de lo fatalmente armónico. Es una atracción por la belleza despareja, por la interrupción o por la irrupción de la alteridad. El desatino de pensar que la realidad es objetivable y, en consecuencia, la emergencia de la indecisión y de la ambigüedad en tanto existencias y experiencias de lo poético. Celebrar la forma austera de la fragilidad y su no conversión en fiereza, en dureza, en sutura; los gestos mínimos por los que la vida presenta algún vestigio de amabilidad. Pero no hay ninguna virtud en todo esto. Es apenas una forma posible, entre otras, de estar en la vida y en el mundo. Sin énfasis, sin subrayados, sin vanagloriarse por nada.

De haberlo escrito antes

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