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Salvación
ОглавлениеUn ser que se envuelve de sí, que se encierra para desovillarse en libros, y una disyuntiva que no quisiera pronunciarse: la muerte o la escritura, es decir, dirimir si una soledad se emborracha mortalmente a sí misma o si escribir se embriaga de sí, de sus razones y sus sinrazones, de las estaciones que se suceden, del argumento único –pasional, ignorante, irracional– de la escritura. El límite podría ser, por supuesto, la grieta, el abismo, la inmensidad vacía, el terror de estar estrellándose en el fondo de un fondo y allí, casi al ras de la agonía, con el whisky en la sangre, con el veneno en la planta de los pies, con el corazón que se adormece antes y delante del pánico, descubrir que si algo salvará a Marguerite Duras, si algo podrá salvarnos alguna vez, si acaso salvarse fuese una necesidad, pues que ello sea la escritura. Sin embargo, la escritura es la duda que nace de la soledad. No se trata de una duda razonable, perecedera o expuesta a una respuesta sin escritura. Porque algo interrumpe a Duras, algo como una visita inesperada o como el vacío del alcohol de una última botella o la falta de fuerzas para ir hacia delante, hacia el fin de la historia, el abandono de los personajes, el desencuentro con la propia soledad. Es una la soledad de la mañana, la del pulso sostenido, la de las ventanas abiertas para que la luz se centre en el corazón de la página. Y es otra, completamente distinta, la soledad de la noche, el miedo de la cama sola, del sueño solo en una casa sola. Porque escribir es como no hablar, es callarse y aullar. Ocurre que, sin soledad, nada se hace, nada puede hacerse. Escribir es la soledad de un aullido que nadie percibe ahora. Ahora, que la bebida se ha acabado, que el sueño está por perecer, que las páginas guardan cierto orden, que la noche desvela a Duras, como si escribir fuese el grito ahogado, la presión repetida de todas esas palabras que nunca se escribirán.