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Tiempo

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Las nubes se desplazan de derecha a izquierda y puedo seguir su recorrido en el espacio liberado de edificios contiguos al mío. Antes, nunca lo había hecho. Salía temprano, regresaba tarde, me ausentaba por varios días. No sabía que había aquí un cielo a disposición de mi mirada. Creía que debía abandonar la ciudad y buscar la llanura para poder divisar el cambio de tonalidades y de espesuras. También puedo apreciar ahora las diferencias de los sonidos de las mañanas, las tardes y las noches; asisto en detalle a la evolución de las plantas y aprendí a cocinar un plato nuevo. Además, hay momentos en que me sorprendo quitando y poniendo libros que ya ocupaban esos mismos lugares en la biblioteca. Durante un atardecer, prendí y apagué la lámpara ciento setenta y tres veces. Me despierto cuando debería acostarme y me acuesto con la luz del día. Se me rompieron dos copas de cristal, una de ellas me dejó una marca en la palma de la mano que parece un dragón o una constelación. Cuento los pasos entre el baño y mi cuarto, entre el cuarto y la sala, entre la sala y la puerta de salida. Me escucho hablar: generalmente me dirijo a personas que ya no están, para que sepan lo que está pasando. He descubierto dentro de mi casa una inmensa cantidad de objetos inservibles e inútiles que me fascinan y reniego de todo aquello cuya función sea demasiado precisa. Leo y releo la misma novela decenas de veces y no recuerdo nada. Enciendo la televisión solo para ver documentales de animales salvajes, de bosques tropicales y de playas remotas. Cuando pongo un pie en la calle me asusto del vacío, de la lejanía y de la ausencia de los niños. El teléfono no suena: soy huérfano. Tres veces por semana pido que me traigan comida para poder hablar con alguien. Cinco veces hago ejercicios pero cuatro de ellas, apenas comienzo, desisto de continuar. Seis días –los domingos, no– me propongo lavar algo de ropa pero solo lo cumplo dos. A diario escribo algo: aunque más no sea un pequeño fragmento que hable de las nubes que se desplazan, del crecimiento de las plantas, de las huellas que dejan los vidrios astillados sobre la piel, de aquella vez en que mi padre me puso en penitencia, de una colección de cajitas de fósforos que había olvidado. Y de cómo la escritura me quita de las obsesiones confinadas para ofrecerme otras obsesiones liberadas que, afortunadamente, no parecen ser las mismas que las mías.

De haberlo escrito antes

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